La Asociación de Brujas Argentinas alertó sobre los riesgos de congelar jugadores franceses el próximo domingo en la final del mundial que va a jugar Argentina. Una noticia que podría pasar inadvertida o como copete de color en cualquier medio de comunicación, se convirtió en un dato de trascendental importancia para el motor emocional de la Scaloneta: los que elegimos creer.

Las redes sociales se convirtieron en una red de contención defensiva que ataja cualquier atisbo de intelectualidad que se le quiera imprimir a un mundial que necesitábamos vivir de forma irracional como un respiro colectivo que nos devuelva la alegría. Esta fue la copa del mundo en la que decidimos anular la mufa de los que quieren hacernos creer que no nos merecemos compartir la felicidad ni salir a la calle a celebrar.

Por Romina Scalora*
Foto: @florlafotografa

 

 

El sábado pasado me lo pasé en posición horizontal viendo “correr la pelotita”. Mi vida, como la de cualquier argentino de bien, está en pausa hasta el domingo. Aunque no sin sobresaltos, porque ayer antes de dormirme, revisé Twitter como todos los días y leí: “La Asociación de Brujas Argentinas alerta sobre los riesgos de «congelar» a los jugadores de Francia”.

Ya sé que es una advertencia que no se podría tomar en serio nadie. En cualquier otro momento, podría pasar como una nota simpática que funciona para llenar espacio en algún programa de tele o radio. Pero estamos en la final de un mundial, y más que una simple alarma, se vuelve una realidad efectiva en tanto cientos de seguidores de la “Brujineta” responden con preocupación al decreto de las brujas patrias, con fotos de papeles escritos con el nombre de Mbappé al lado de las cubeteras, o para consultar cómo revertir los hechizos porque se olvidaron de descongelar al arquero de Polonia.

A mí me enseñaron que de lo que uno no sabe, no tiene que opinar. Por eso voy a ahorrarme adjetivaciones acerca de cómo corre De Paul o las no sé cuántas velocidades tiene Messi. Yo más que verlo correr lo veo bailar, pero eso es porque de fútbol no entiendo nada. Así que si es como dice la trilladísima frase, que “el mundial lo juega toda la Argentina”, yo quise aportar lo mío y me ubiqué en mi mejor posición: defensa.

No integro la Asociación de Brujas Argentinas pero debería. Hice todo lo que la patria demandó de mí. Congelé jugadores, curé ojeados, grité Diego en el minuto 10 de cada partido, me hice tres señales de la cruz al inicio de cada tiempo, me puse la bandera con la que mi papá festejó el 78 y el 86 en todos los partidos (menos en el primero), y tomé del whisky que dejó a la mitad cada vez que ganamos.

No corrí un solo metro en una cancha en mi vida, no sé identificar ni por asomo un offside, no tengo la camiseta de la selección, pero siento que aporté lo mío. Porque por mis cábalas, y las de las brujas (que funcionaron), una señora salió a festejar en alguna calle de Liniers, abrazada por un grupo de dementes del bien que vaya a saber de dónde sacaron la melodía de Go West para celebrarla. Y las redes se inundaron de la abuela Cristina, que en realidad no es abuela. Y la abuela dejó de ser Cristina y pasó a ser un montón de abuelas que de golpe, son las estrellas del mundial.

Para los que tardamos medio Qatar en entender que Dybala no entraba porque juega en la misma posición que Messi, la copa del mundo se jugó ahí, armando la red de contención. Googleando datos históricos incontrastables que vinculan de forma indiscutible y caprichosa este mundial con el del 86 y anulando cualquier sospecha mínima de mufa. Enalteciendo lo mágico y desestimando cualquier pretensión de rigurosidad científica. Lo jugamos así porque necesitábamos jugarlo así.

Necesitábamos aferrarnos horas a la fascinación que nos genera que el Dibu Martínez se meta en una bañera con un calzoncillo de la marca más común para nosotros los mortales, o comentar en hilos eternos de Twitter que en su habitación Otamendi escucha La Ventanita de Sombras. Necesitábamos respirar. En 2014 no había lugar en el que no se repitiera hasta el hartazgo “Brasil decime qué se siente”. En 2022 “elegimos creer”, no es casual, no lo necesitábamos.

Al tal punto que hasta yo, que no entiendo un solo planteo táctico, y me entregué al más irracional de los pensamientos mágicos, hace semanas no puedo sacarme el nudo de la garganta. Me emociona que se viralice el video de un festejo multitudinario donde se canta cual hinchada que se perdió un celular para encontrar al dueño, me emociona ver un beso de dos inconscientes subidos a un semáforo, me emociona que mi sobrino de dos años pregunte por Meshi.

Pero sobre todo me emociona que a los antipatria les respondamos en masa. Me emociona la defensa que armamos y que por una vez no permitamos que nos arruinen la fiesta y nos repitan que no nos lo merecemos. Me emociona vernos hacerlo.

Porque esa defensa que armamos logró que, posiblemente este domingo, se cante en la cancha “Abuela La La La La” y termine llegándoles a los jugadores, que a su vez, muy probablemente ya la conozcan. Logramos que el tema de conversación ya no sean los análisis fatalistas y malintencionados de los periodistas, y que los cuestionamientos acerca de la vulgaridad del futbolista extraordinario no lleguen ni a ser comentados sin antes haberse convertido en meme. Nos merecemos que los análisis intelectuales que no resisten ni media corrida de Julián Álvarez sonriendo queden totalmente ridiculizados.

Esas mismas redes que siempre empuñamos para contarnos las costillas, esta vez las usamos para hacernos compañía y alentarnos entre nosotros, como si algo dependiera de cuantos papelitos con nombres de los rivales ponemos en el freezer. Elegimos compartir la alegría, y me emociona porque no estamos acostumbrados.

Yo no entiendo nada de fútbol, pero amo al fútbol. Porque me costará horrores identificar si es córner o saque de arco, pero es el único espacio donde vuelvo a encontrar las sonrisas más genuinas de mi papá. Mi conexión con el fútbol siempre fue a través de él, y diría que era casi el único espacio que podíamos compartir sin terminar matándonos por alguna tontería. Para nosotros, Brasil 2014 fue una fiesta, a la distancia creo que fue el momento más feliz que vivimos juntos. Y pensé que nunca más me iba a volver a emocionar como en ese último mundial en el que me prometió que alguna vez yo iba a vivir la alegría que él vivió dos veces.

Pero ¿cómo se hace si abras la red social que abras solo lees que la final este año se juega a las 12 del mediodía, como en el 86? Y que Brasil quedó afuera en los penales, como en el 86. Y que a Messi en Qatar le tocó la habitación 201 que sumado da tres, como la copa que podemos ganar. ¿Cómo no me voy a emocionar si un equipo de amigos que representa al país que amo en una cancha se canta a sí mismo la canción que inventó un pibe como cualquiera de nosotros saliendo de laburar?

Nos toca contra Francia, y yo no entiendo nada de fútbol pero tengo Twitter, y leo porque quiero entender. Pero cuanto más leo más miedo me da, porque a los que leo también les da miedo. Y pregunto, desde mi ignorancia, si se les puede ganar, y como una horda motivacional salen cientos a responderme que sí, que confíe, que elija creer. Y por supuesto que no cambia nada, porque nosotros no jugamos, pero casi sin percibirlo convertimos el usual campo de batalla de las redes en una arenga de vestuario entre nosotros: “Dale che, dale que se puede, confía que se les puede ganar”.

Elegimos creer porque nos insistimos unos a otros en que tenemos que hacerlo, para no descuidar la barrera defensiva. Porque nos ganamos estar felices por una vez. Y porque creer es un acto de fe y ahí no hay lugar para la duda, se cree o no se cree. Por eso tiene todo el sentido del mundo que Messi haya hecho el Topo Gigio que mi viejo tanto celebraba, y que esa nube que se viralizó sea, sin lugar a dudas, la imagen de Diego sosteniendo la copa. Por esa misma razón este domingo no habrá un solo jugador francés congelado en mi freezer, porque así se me demanda, y yo creo.

Ese es nuestro rol, nuestro aporte, creer y anular a los mufas que nos quieren convencer de que todo se reduce a veintidós millonarios corriendo. Porque gracias a este mismo capitán y otros tantos millonarios, hace ocho años recibí el abrazo más fuerte que recuerdo y el que más voy a atesorar por el resto de mi vida.

Después de los mundiales siempre me prometo empezar a ver fútbol, supongo que por un intento de prolongar eternamente esta emoción de sentirme abrazada con otros en algo que no se pueda racionalizar. Siento admiración por quienes pueden convivir con esa pasión que hacía sonreír tanto a mi viejo. Obviamente siempre fracaso. Pero esta vez elijo creer.


*Nació en Buenos Aires en 1988. Es Profesora de Historia recibida en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, en donde se desempeña como colaboradora en la asignatura de Historia Contemporánea, poniendo especial énfasis en el abordaje acerca del surgimiento de las nuevas derechas, sobre el que realizó su estudio de grado: “Identidad partidaria del PRO: Contradicciones entre su discurso y su composición (2001-2007)”. Ejerce, además, como docente del nivel medio en la escuela Escuela Osvaldo Pugliese de gestión estatal de la Ciudad de Buenos Aires.

Paralelamente, se desempeña como comediante colaboradora en radio junto a María O’Donnell en “De Acá en Más”, por Urbana Play. Durante 2022, integró proyectos televisivos como panelista en “El debate del Hotel de los Famosos”, por El Trece, y como columnista de humor en “Instalate”, por América.

Además, participó como guionista en los diversos espacios del canal de humor de YouTube “País de Boludos”, abordando temáticas de política nacional e internacional.

Participó en la creación de contenido humorístico para “El Destape Web”, y en sus redes sociales (@laromiscalora) se desempeña como creadora integral de contenidos audiovisuales de comedia con tinte informativo, en el área de espectáculos y curiosidades. Actualmente, trabaja en la escritura de un libro de su autoría.