Capítulo III

(Lee el capítulo 2 haciendo click aquí).

 

El portón abierto. El aullido de Siri. El auto que la chocó llega a la esquina. Cuando reacciono, Coco ya subió a la perra en la parte de atrás de camioneta y le engancha el collar a una cadena corta para que se mueva lo menos posible. Después abre la puerta del acompañante.

Son pocas cuadras por la calle que va al centro del pueblo. Cierro los ojos cada vez que Coco agarra un pozo. Pienso en el dolor de Siri. En el boulevard de la avenida, algunas personas corren y hacen ejercicio, las máquinas parecen juegos de plaza. No estoy tan familiarizada con este camino; cuando la saco a Siri vamos para el otro lado, donde el campo se abre, así evitamos los autos y no ponemos a prueba su intensidad de cachorra.

Coco estaciona en la puerta de la despensa de la esquina, por primera vez reparo en el nombre del local: “Deleites”. Una palabra espantosa, pornográfica.  Se dice con la lengua entre los dientes, después sobre las encías internas de arriba y con un golpe que deja salir el aire con la ese. Hay un pizarrón con una inscripción con tizas de colores que pretende ser graciosa: el pan no engorda, engordás vos. Imposible que atraigan clientes. Es una panadería con algunos productos de almacén, no cierran a la siesta ni los domingos, algo rarísimo en este lugar.

No es que la siesta sea sagrada, no es verdad que todo el mundo duerma. Es una manera de organizar la vida cotidiana, de meter una pausa o una clase de yoga, en el medio del día.

Pegada a la despensa está la veterinaria. Coco aplaude y de la casa de al lado sale una chica que parece adolescente.

—Es una emergencia —dice él y la piba se mete adentro sin responder nada. La gente del campo se entiende sin palabras.

Coco va a buscar a Siri, lo sigo. Desengancha la cadena que la tiene sujeta del collar.

—Engancho a los perros de acá porque cuando están bravos, se matan — me dice.

La chica vuelve con las llaves de la veterinaria en la mano. Coco lleva a la perra en brazos. Siri tiene una expresión que nunca le había visto. La chica descuelga de un perchero un ambo celeste y se lo pone. Coco le cuenta del accidente.

La chica le pone a Siri una tablilla y un calmante inyectable. —Es domingo y no tengo equipo para hacer una cirugía —tampoco creo que sepa hacer mucho más que lo que hizo, pero ella insiste—. Puede dejarla cicatrizar así.

—¿Pero va a quedar discapacitada?

—Si le importa tanto, espere al día siguiente y consulte en un centro veterinario especializado en Santa Rosa. Le va a salir carísimo. Usted sabrá si le parece gastar tanto solo para que el animal camine bien —. Qué bruta, pienso y es como si la chica me escuchara —. Es de Buenos Aires, ¿no?

Sí, le respondo, es obvio, y tengo que explicarle, como siempre, qué hago en este pueblo.

Me vine un tiempo.

La chica no entiende cómo alguien, por decisión propia, haría el camino inverso de la ciudad al campo. Ojalá ella pudiese vivir allá, dice.

Yo no quiero hablarle de mí y digo por primera vez que soy escritora, que estoy escribiendo un libro sobre el chiquito que mataron a golpes en Santa Rosa. Aunque todavía no empecé, no avanzo en la investigación y no tengo información más allá de lo que dicen los medios, hace meses que estoy acá y aún no entrevisté a nadie. Me concentré en no tomar alcohol, hacer ejercicio y bajar de peso. Leo poco, pero no digo nada de esto.

Coco y la chica se me quedan mirando. No necesitan indagar más en mi vida, el caso lo ocupa todo. Los dos a la vez me arman la constelación de los conocidos de conocidos para entrevistar. Son llamativas las ganas de hablar del tema que tienen. No presto atención, acaricio a mi perra, es lo único que me importa. Me duele la boca del estómago de aguantar el llanto. Si no fuese adulta lloraría a los gritos y si Coco intentara abrazarme, lo dejaría, pero le pegaría en el pecho como en una telenovela.

Vuelvo cuando la piba dice:

—Acá venía a limpiar, cada tanto, Emma, la mamá de Jazmín. Si quiere le paso el número.

Jazmín es la pareja de la madre del chiquito muerto, asesinado. La principal sospechosa.

Saco el celular y leo el mensaje de la profesora de yoga.

Buen lunes, te quiero compartir que le pedí un consejo para esta semana al tarot y bueno, el consejo es la carta del Ermitaño, el nueve, el número maestro, que nos pide paciencia, en esa situación que se te vino ahora a la cabeza.

Lo miro a Coco y sigo leyendo.

—Yo me voy a ocupar de los gastos, no se preocupe—dice Coco y dejo el mensaje a medio leer—. La perrita va a quedar como nueva.

Esa noche no duermo ni paro de cometer errores. Siri llora despacio y los demás perros la acompañan, hasta la vieja está inquieta y da vueltas para acomodarse en su manta. Le escribo un mensaje a Carla y le cuento lo que pasó, ella piensa que la que tuvo el accidente fue la Pita. Nuestra perra vieja. Se la regalé porque quería un hermanito. La perra me rompió zapatos nuevos. Carla escondía la evidencia y con tan solo cuatro años limpiaba lo que la perra ensuciaba adentro.

Alzo a Siri y vuelve a gritar de dolor como la primera vez, entro a mi habitación y cierro la puerta. La acomodo en la cama y la acaricio hasta que se queda dormida. Los perros en el comedor estallan en un ladrido al unísono y ella se despierta de golpe y salta de la cama al piso. Aterriza con la pata entablillada. Un quejido, esta vez mío, me sale de la boca del estómago. Lloro. La perra se queda quieta en el suelo como si se acabase de dar cuenta de qué es lo que la tortura. Los perros siguen ladrando. Voy hasta el comedor. Abro la puerta y salen los cuatro como desquiciados. En el portón está Coco. Saco el celular del bolsillo para que no me busque charla.

—Le traje la cena —me dice y extiende un paquete, lo acepto sin levantar la vista. Termino de leer el mensaje de la profesora de yoga y entro.

Nos pide una paciencia que no es quedarse quieto o quieta sino hacer la introspección que necesitamos cada uno de nosotros frente a esa situación y pensar qué cosas tenemos que transformar hacia el interior. Qué tengas una hermosa semana.


Mariana Komiseroff nació en Don Torcuato, en 1984. Publicó el libro de cuentos “Fósforos mojados” (Suburbano Ediciones, 2014), la novela “De este lado del charco” (Editorial Conejos, 2015); la novela “Una nena muy blanca” (Emecé, 2019), el poemario “Györ Cronograma de una ausencia” (Patronus, 2022) y «La enfermedad de la noche» (Penguin Random House 2023)

Obtuvo una mención de la Secretaría de Cultura y la Fundación Huésped en el Concurso Cultura Positiva en 2006, y ganó el segundo premio Itaú Cuento Digital en 2013. Fue seleccionada para la residencia de artistas Enciende Bienal, y para el campus de formación de la Bienal de Arte Joven 2017. Obtuvo, entre otras, la beca a la creación del Fondo Nacional de las Artes y la beca Jessie Street para la diplomatura en Derechos Humanos de la Mujer de la Universidad Austral de Salamanca en 2018.