El desafío de convocar a un diálogo político a una juventud apagada y resignada, en un momento en que la mitad de esa población, que compone el 40% del padrón electoral nacional, dice no sentirse representada por la dirigencia.
Por Camila Rodríguez Nardi*
A menos de cuatro meses de las elecciones primarias nacionales, numerosas encuestas y sondeos de opinión han identificado a los menores de 30 años -en mayor proporción, hombres- como los principales simpatizantes del candidato libertario Javier Milei y base electoral mayoritaria de su partido, La Libertad Avanza. Son diversos los análisis que buscan explicar la naturaleza de este fenómeno, con el foco en diferentes aristas, como la semi permanente crisis económica argentina, el despertar internacional de las corrientes económicas liberales y nacionalistas, la profunda crisis de institucionalidad y la desconfianza hacia sus representantes, el hartazgo generalizado hacia la clase política, la atractiva retórica belicista y memera de las ideologías de derecha… la lista es larga y necesaria para comprender íntegramente el fenómeno. Sin embargo, no es este segmento poblacional el que nos convoca en esta oportunidad, sino el resto de la juventud: ¿Qué pasa con los otros jóvenes, los que no adhieren a las ideas libertarias pero tampoco muestran apoyo a otros espacios políticos?
“A mí la política no me interesa” probablemente sea una de las frases más repetidas en conversaciones con personas de entre 16 y 30 años, dato corroborado por un reciente estudio nacional conducido por la consultora Zubán Córdoba, en el cual entrevistaron a 1.300 personas: el 54% de los jóvenes (de entre 16 y 29 años) manifestó sentir nada o poco interés por la política. El temario político (candidatos, gestiones, espacios) nunca fue el preferido por los jóvenes para conversar en situación de entrevistas personales o grupales. No obstante, personalmente (y colegas con los que intercambié experiencias expresaron sentimientos similares) no había presenciado niveles tan altos de indiferencia hacia lo político y resignación sobre el futuro como durante el último año y medio. Proponer hoy a un grupo de argentinos menores de 30 años, en cualquier punto del país, dialogar sobre la oferta política actual y las expectativas que tienen sobre las próximas elecciones, genera un tedio y desinterés equivalente a lo que, me imagino, sería pedirles a estudiantes de quinto año que hicieran tarea de matemática durante el viaje de egresados. Aburrido, irrelevante y agotador.
Se ha vuelto muy difícil generar un diálogo sobre el universo político en un sentido amplio: preocupaciones cotidianas, demandas sobre los gobiernos, expectativas sobre los próximos años, miradas sobre los dirigentes actuales, preferencias de candidatos o figuras públicas. Hay que insistir cada vez más y emplear nuevas estrategias para generar algún tipo de conversación alrededor de estos temas o, cuanto menos, obtener alguna reacción, aunque sea de fastidio o enojo. Simplemente no les interesa hablar, ni -y este es el gran desafío de partidos y candidatos- escuchar sobre política. Los números respaldan el diagnóstico: en una investigación realizada colaborativamente entre UNICEF, CIPPEC e IDEA, entrevistando a 1.300 personas de entre 14 y 29 años, el 52% admitió no sentirse representado por ningún partido político. Dimensionemos el dato: la mitad de los jóvenes argentinos no encuentra representación en la oferta política actual, es decir, 1 de cada 2 de los y las jóvenes, que componen casi el 40% del padrón electoral nacional, no se siente cercano ni interpelado por las boletas que se encontrará en el cuarto oscuro en pocos meses.
Un silencio que dice mucho
El profundo malestar social que se vive en los últimos años, y que adquiere singular relevancia en época pre-electoral, no se traduce en hordas de jóvenes iracundos, debatiendo a los gritos problemas o soluciones, y ni siquiera repartiendo responsabilidades hacia arriba. Hoy, una gran parte de la juventud expresa el descontento, resignación, preocupación y desconfianza a través de un gran silencio. Este segmento, que viene en crecimiento, se muestra absolutamente resignado a vivir con insatisfacción e incertidumbre sobre su propio futuro. En el marco de un estudio realizado por el Observatorio de Psicología Social Aplicada a más de 2.000 residentes del AMBA mayores a 18 años, 7 de cada 10 encuestados de entre 18 y 29 años aseguraron que se irían del país si tuvieran la posibilidad. Entre los motivos para emigrar, el principal -con el 73% de las menciones- es la certeza de que “el país no va a salir por años de su decadencia”.
Absoluta resignación. No se escuchan insultos con nombre y apellido, ni críticas demasiado agudas hacia los fracasos de gobiernos, ni deseos locos o expectativas significativas para los próximos años. Pareciera que el conformismo ha penetrado de modo tan profundo que es poco lo que hay para pelear. Las desigualdades y carencias de la juventud no logran configurar un “gran relato” que las contenga, dé sentido y ofrezca un horizonte transformador, diría Dubet en su Época de las pasiones tristes. Ni siquiera logran provocar algún insulto. Solo silencio y memes irónicos.
La otra cara de la apatía es la infinita producción y reproducción de memes que satirizan la realidad, desde la corrida cambiaria hasta la inflación en productos básicos, la inseguridad en escalada, o la profunda crisis habitacional de la cual son los principales afectados. Por fuera del silencio analógico, el modo digital de vincularse con la política es en buena parte memetizado. En una especie de mecanismo de defensa, el relato que grandes sectores de la juventud hacen de la situación política adquiere forma de chiste permanente.
Para ilustrarlo mejor, traigo una anécdota anónima de un grupo focal conducido en el AMBA con personas de entre 16 y 29 años que no expresan afinidad hacia ningún espacio político particular. Dialogando sobre sus aspiraciones personales, una chica decía que su máximo sueño era poder independizarse de sus padres, si bien no lo creía posible a pesar de estar trabajando en blanco hace más de 5 años. Otro de los presentes le respondió: “Olvidate, es imposible. Ahora cuando compro queso rallado me siento el meme de Fort con el tapado de piel jajaja”, a lo que otro agregó: “Es como el meme que dice ‘Me compré un pan Artesano, nunca me voy a recuperar económicamente de este gasto’”. El intercambio produjo risas por parte de ellos y tristeza por mi parte. Por supuesto que bromear sobre un tema que nos preocupa es una reacción más que habitual. El elemento novedoso no es el humor como modo de vincularse con la realidad o la política, sino que ese sea el único modo de hacerlo, por fuera del silencio apático.
No se escuchan insultos con nombre y apellido, ni críticas demasiado agudas hacia los fracasos de gobiernos, ni deseos locos o expectativas significativas para los próximos años. Pareciera que el conformismo ha penetrado de modo tan profundo que es poco lo que hay para pelear. Las desigualdades y carencias de la juventud no logran configurar un “gran relato” que las contenga, dé sentido y ofrezca un horizonte transformador, diría Dubet en su Época de las pasiones tristes. Ni siquiera logran provocar algún insulto. Solo silencio y memes irónicos.
¿Cómo convocar electoralmente a un segmento tan indiferente y naturalizado al malestar? ¿Cómo hacer promesas a una población que desconfía de todos y de todo? ¿A través de qué medio llegar a quienes se rehúsan a escuchar a candidatos hablar sobre el futuro? ¿Qué recursos discursivos utilizar para convocarlos? ¿Cómo movilizarlos para ir a votar y convencerlos de que existe una alternativa mejor a compartir memes? ¿Cómo despertar a una parte de la población que parece estar adormecida y resignada a vivir mal? ¿Cómo convencer a apostar por el país a una población en la que 7 de cada 10 jóvenes aseguran que emigrarían si pudieran?
Un primer paso es tomar una actitud comprensiva y no prejuiciosa. Intentar acercarse a tantos y tantas jóvenes que no creen que hablar valga la pena y prefieren likear un meme antes que expresar sus opiniones en público. Reconocer sus preocupaciones y darle valor a sus sentimientos, por más que sean tristes. La ira, el resentimiento, la frustración y la indignación son mejores que la apatía y el desinterés. Pueden ser un buen punto de inicio de conversación para los partidos que pretendan sus votos pero -y sobre todo- para quienes serán sus gobernantes. Habrá que rascar un poco más profundo, soportar ojos en blanco y respuestas monosilábicas para poder, luego, entablar un diálogo.
El modo de acercarse a esta juventud apagada no pasa, en mi opinión, por la red social que se utilice o el léxico más o menos aggiornado, sino por una actitud paciente y humilde, que valide sus miradas, ideas y deseos. Es un desafío mayúsculo, más trabajoso que hacer un Tik Tok o sacarse una foto con Bizarrap: convencer que el intercambio tiene sentido, que las opiniones importan y que la palabra siempre vale más que el silencio.
*Es licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y se dedica a la investigación social y opinión pública a nivel nacional e internacional. Formó parte del equipo de la consultora Trespuntozero y actualmente integra Poliarquía Consultores, donde se dedica a la investigación cuantitativa y cualitativa de fenómenos sociales, políticos, económicos, sociológicos y de mercado. Emplea metodologías cuantitativas y cualitativas, pero su especialización se centra en las segundas, utilizando técnicas como la etnografía, las entrevistas en profundidad y los grupos focales.
En paralelo a su trabajo en el ámbito de la opinión pública, actualmente se desempeña como asesora en el Ministerio de Comunicación Pública de la Provincia de Buenos Aires, donde forma parte de un proyecto de monitoreo y evaluación de la gestión comunicacional del Gobierno bonaerense.
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