El documental Budge pregunta, seguirá preguntando, realizado poco después del asesinato de tres jóvenes en 1987, muestra la lucha de un barrio que pedía justicia y que esperaba que el resto de la sociedad se diera cuenta de que el “gatillo fácil” de la Policía Bonaerense era una continuidad de los métodos represivos de la dictadura.

Por Germán Ferrari

 

¿Por qué el testimonio de una época, en este caso un documental de menos de una hora, puede impactar aún de una manera ineludible? ¿Qué encierran esas imágenes del pasado que todavía hacen conmover a cualquier espectador sensible al dolor ajeno?

Mirar hoy Budge pregunta, seguirá preguntando obliga a reflexionar sobre el valor del documental –o de cualquier obra artística– para exponer y denunciar sin artificios la repetición hasta el hartazgo de la represión institucional.

El trabajo en caliente realizado por Tulio Cosentino y el “Grupo Se puede, se debe” es un acto de memoria sobre los asesinatos ocurridos el 8 de mayo de 1987 en Ingeniero Budge, en el partido de Lomas de Zamora. Agustín Olivera, Roberto Argañaraz y Oscar Aredes fueron asesinados por tres policías bonaerenses mientras tomaban cerveza en la esquina de Guaminí y Figueredo. La Masacre de Budge, como empezó a conocerse el hecho, constituyó un caso emblemático de “gatillo fácil”, un concepto que el abogado de los familiares de las víctimas, León Zimerman, acuñó en ese momento inspirado en la expresión usada por Rodolfo Walsh a fines de los sesenta para referirse a la Policía Bonaerense: “la secta del gatillo alegre”.

Hacía cuatro años que Argentina había retornado a la democracia, pero los métodos represivos de la Bonaerense seguían siendo similares a los empleados durante la última dictadura. En 1987 antes del episodio de Budge, ya se había registrado un hecho similar en Tigre (marzo). Después, otras matanzas se sucedieron en Dock Sud (junio) y La Matanza (diciembre). El año estuvo signado por otras inseguridades: la rebelión militar de Semana Santa y la ley de Obediencia Debida.

 

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“¿Qué es la democracia? Porque nosotros la oímos nombrar, nada más. Nosotros vivimos en una dictadura todavía, porque estos tipos hacen lo que quieren, se llevan a la gente, entran en los negocios, entran de noche en las casas. Porque son policías muestran una chapa y te dan vuelta tu casa de pie a pie… Razias a las 5 de la tarde… yo no sé cómo hay razias. Te llevan esposado, llegan allá y te embolsan, te pegan, porque a mí ya me pasó… no te dejan en tu casa, te dejan en un campo y te dicen ‘bueno, andate’, te sacan plata. ¿Qué es la democracia? Nosotros no entendemos lo qué es, no sabemos qué defender. ¿Qué clase de argentinos somos?” El testimonio pertenece a uno de los jóvenes que participaba de las actividades de la Comisión de Amigos y Vecinos de Ingeniero Budge.

El documental es rico en reflexiones de la gente del barrio, con lenguaje sencillo, transparente, directo –conmueve la impotencia de las madres de los jóvenes asesinados–. También hay voces de otros actores –el juez de la causa, abogados querellantes y defensores, periodistas, un comisario, un sacerdote, una madre de Plaza de Mayo, el gobernador bonaerense–. Fragmentos de noticieros televisivos de la época exponen la inconsistencia del relato policial –que insistía en que había ocurrido un “enfrentamiento”– y rescatan la desesperación de los pobladores, con sus pies hundidos en el barro (las inundaciones de aquel año habían azotado a toda la provincia).

Otro joven reflexiona: “Lo que están haciendo ellos lo vienen haciendo desde mucho tiempo atrás y no pararon de hacer lo que están haciendo. Nosotros, los jóvenes, sabemos que lo están haciendo, primero, porque ya están acostumbrados a hacer estas cosas y segundo, todos sabemos que para los de arriba somos marginados, somos una lacra, somos gusanos. Entonces, a ellos les conviene que nosotros desaparezcamos. Cuanta menos gente hay de nosotros, mejor para ellos. Nosotros sobramos, sabemos que estamos sobrando, porque la mayoría de la juventud no tiene trabajo, eso lo saben todos”.

Ese mismo joven plantea las desigualdades que separa el Riachuelo: “En capital, del otro lado, la gente que tiene plata… los chicos de jardín están manejando una computadora y en una escuela (de Budge) los chicos de cuarto o quinto grado no saben multiplicar. Y cómo se entiende esto. No tenemos nada. ¿Qué quieren hacer? No sé lo que quieren hacer. Hay una gran diferencia que haya chicos de jardín de infantes que estén manejando una computadora, ¿y nosotros? ¿Cómo hacemos para comprarnos una computadora? Si nosotros somos todos iguales, todos sabemos pensar, todos vemos la realidad, lo que pasa es que no lo sabemos decir, nomás, o no nos animamos a decir. Ahora lo vamos a empezar a decir entre todos”.

Más allá de la desigualdad entre capital y Budge, el documental muestra otra más clara aún: la interna, dentro del mismo partido de Lomas de Zamora. Por un lado, las imágenes en color del centro (la estación, los flamantes trenes Toshiba, el 165, la avenida Yrigoyen, la Laprida peatonal, el restaurante Munich, la confitería Vietato, el Nuevo Banco Santurce, la colchonería El sueño de Lomas, el café París, la mercería Biarritz, la óptica Otero). Por otro, la vías solitarias del tren que cruza Budge, las calles de tierra, la gente construyendo sus casas, chicos, perros… Como enlace de ambos universos, un cartel publicitario gigante de Coca Cola.

Una hombre habla en un acto y denuncia que en Lomas de Zamora “hay 40 por ciento de desocupados”, “20 mil chicos que no pueden ir a la escuela”, “donde hay nada más que tres hospitales para 300 mil personas, donde hay más de 1400 cuadras sin asfaltar y además donde la mortalidad infantil y la lucha por la vida se ve cotidianamente”. Allí “la policía funge directamente como ejército de ocupación”. A pesar de tantos males “la gente lucha, se ríe y procrea”.

La Masacre se produjo en tiempos en que Eduardo Duhalde era el intendente de Lomas. Meses después del hecho, asumió como diputado nacional y en el gobierno comunal lo sucedió Hugo Toledo.

Otro joven aporta: “Nosotros queremos que se haga justicia acá. Venimos a traer nuestro apoyo a la Justicia para que revea el caso y que no se diga que nosotros somos chorros; no somos ladrones, no somos asaltantes. Las razias son habituales, todos los días, días de semana, sábados, domingos, no es de noche, es de tarde. A la 5 de la tarde el otro día llevaron a los muchachos, a las patadas los llevaban, de los pelos los tiraban, y todo por el jefe de calle que es el señor Balmaceda”.

 

El suboficial mayor Juan Ramón Balmaceda era el jefe de la patota policial integrada por el cabo primero Juan Alberto Miño y el cabo Isidro Romero. Casi una década después de la Masacre, la Justicia los condenó a 11 años de prisión por homicidio simple, pero recién en 1998 ordenó sus detenciones. En 1999, fue detenido Romero; Miño y Balmaceda estuvieron prófugos hasta 2006.

La naturalización de las “injusticias” es un doloroso estigma de las sociedades. Quienes las sufren no soportan ese acostumbramiento y muchas veces, como en Budge, se rebelan: “Todos ya saben de qué parte está la Justicia y cómo está trabajando. Sabemos que lo que nosotros decimos es la verdad, lo que vimos no lo imaginamos, fue real… nos cambió mucho la vida porque nos hizo sufrir bastante, en el sentido de que no teníamos ningún derecho de ver lo que vimos. No estamos contentos por lo que vimos, fue una desgracia para nosotros. Yo vi cómo levantaban a uno de los heridos y lo subía a una camioneta en la parte trasera en la caja y después aparece con cierta cantidad de disparos en la cabeza y muerto. Y los otros dos muchachos que no tuvieron tiempo ni siquiera a decir cómo se llamaban. Estamos muy doloridos, queremos que la Justicia deje de dar vueltas y aclare las cosas. Si ellos son nuestros representantes, los que nos pueden decir qué es lo malo y que es lo bueno, si se equivocaron, que también lo reconozcan”.

 

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Un año y medio después de la Masacre, Toto Zimerman, el abogado de los familiares de las víctimas, reflexionaba en una entrevista publicada en la revista Fin de Siglo: “Balmaceda, Romero y Miño pertenecen a la misma extracción que Oscar, ‘Willy’ y ‘el Negro’. Los represores pertenecen al mismo sector que los reprimidos. De modo que ellos no actúan conscientemente, simplemente han sido deformados, en su personalidad, por un sistema de represión montado de esa manera por gente mucho más inteligente y más capaz que ellos, que son los que se encargan de cuidar que todo siga igual. Acá de lo que se trata es que Balmaceda, por poner un ejemplo, es sólo una persona utilizada para conservar las cosas como están a través del temor, de la represión. Balmaceda sólo forma parte de un engranaje que tiene un objetivo concreto, que es el de crear la idea de que es la policía la que resuelve en estas barriadas, que el uniforme y la pistola 45 son los que deciden quién tiene razón y quién no”. Si se cambian los nombres propios, la reflexión de Zimerman bien podría haber sido planteada hoy.

Durante el último tiempo de la dictadura, un grito ganó la calle: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Tras la Masacre de Budge, comenzó a escucharse cada vez más seguido “Se va a acabar, se va a acabar, esa costumbre de matar”.

 


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).