En una novela que revisa la historia de Antonio Gil, y que se convirtió en un fenómeno editorial que creció con el boca en boca, Matías Segreti bucea en la imagen de este santo bandido que tanto se parece a sus devotos conurbanos, al proyectar como en un espejo su identidad común de desplazados. “El Gauchito es uno más de esos, pero famoso y, para colmo, milagroso”, dice el autor en esta entrevista en la que también habla del “mandato inexplicable” del que nació su libro.

Por Camila Jáuregui

De Corrientes a cada rincón del país. En una migración devota, el Gauchito Gil, su figura y sus rituales de culto se han asentado en cada ruta, en los barrios, en los bares. Los 8 de cada mes, se lo saluda. Hoy, Cordón se suma a ese saludo con una entrevista a Matías Segreti, autor de Gauchito.

A sólo cuatro meses de su lanzamiento, el libro ya llegó a su tercera edición. En esta charla, su autor reflexiona sobre la identidad de Antonio Gil y su relación con el territorio, los valores que ponen en juego las creencias populares en nuestro país y el proceso del que derivó Gauchito, que se presentará en una “ruta” de difusión.

-¿Cómo surgió la idea de escribir un libro con la historia del Gauchito?

Mi viejo era muy del tango y usaba esa frase que aplica como conjuro, una especie de oración que funciona como presagio: “El tango siempre te espera”, como si estuviera vivo, con los brazos abiertos, hasta que decidís dar un paso y dejarte abrazar. Es hermosa la imagen. Bueno, creo que lo que pasa con Antonio es lo mismo. El Gauchito está ahí, te ve pasar, se te va haciendo presente de diferentes maneras. Una imagen, alguien que narra un milagro, el altar de la ruta y, un día, por intercesión de alguna persona, de algún acontecimiento, comenzás una relación que se hace perdurable, una sintonía amistosa.

Entonces por ahí viene la idea de escribir sobre el Gauchito, la sensación de un mandato inexplicable, como cuando construís un vínculo que te hace bien, con una pareja, algún amigue y lo querés compartir. Bueno, es por ahí, la construcción de un vínculo con él, con su historia que es, de alguna manera, la historia del pueblo argentino criollo y retobado. Gauchito es una novela, una ficción sobre la historia de Antonio Gil.

-Su figura es muy importante en Argentina, pero está muy marcada en el conurbano de la Provincia. ¿Pudiste ver algo de eso en tu investigación y escritura del libro?

Muchas veces, me preguntan si es verdad lo que cuento en el libro y siempre respondo lo mismo: no lo sé, no me toca decir eso. Pero si uno recorre los caminos profundos del Conurbano, o incluso los más visibles y, de alguna manera, más cercanos estéticamente al imaginario porteñocentrista, la figura del Gaucho está. Hace poco, fui a un bar en Vicente López y había una figura en la barra. ¿Increíble? No, el Gauchito ha traspasado las fronteras clasistas, cuestiones semejantes que suelen pasar, por ejemplo, con la música. Hace 20 años, en una fiesta cheta de Acassuso, ponías cumbia y nadie entendía nada.

Con respecto a la identidad del Gaucho y su vínculo con el Conurbano, hay un texto muy interesante de Gabriela Saidón, que se llama Santos Ruteros y explica un poco la migración de su figura, desde Mercedes, en Corrientes, hasta los diferentes rincones del país, y por qué en el Conurbano se asienta más. Mi tesis es que se trata del mismo sujeto histórico, no importa su identidad genérica. Quiero decir que es la persona, la familia, la colectividad que, por diferentes razones, ha tenido que migrar del campo a la ciudad en busca de un presente y futuro mejor. Estamos hablando de las grandes corrientes migratorias internas de las décadas del ‘30 y ‘40. Colectividades que trajeron a Buenos Aires el folclore, formas de alimentación, fuerza de trabajo, lógicas de subsistencia y muchas de esas familias aún quedaron en los márgenes del acceso a los derechos. Bueno, el Gauchito es uno más de esos, pero famoso y, para colmo, milagroso.

-¿Cómo influye el territorio en las creencias populares?

Los santos populares, al no estar convencionalmente registrados por la institución eclesiástica, tienen el poder de una relación exclusiva, casi sin intermediarios, para armar el rito. Acá, cada uno hace lo que le pinta con el Gauchito. Sí, existe el color rojo, la vela, etcétera. Pero nadie está obligado a recitar una oración precisa, como sí sucede con la Virgen María, o incluso con el mismo Jesús. Con el Gauchito pasa lo mismo que con el Diego, todos construyen un vínculo personal y profundo, de devoción y respeto, y no hay una norma que lo cuestione. Eso es una virtud.

-¿Qué valores se ponen en juego en la creencia del Gauchito?

Antonio es una síntesis del sujeto desplazado, obligado a cumplir con determinadas convenciones y acciones de un Estado que lo necesitaba y, al mismo tiempo, lo detestaba, como por ejemplo participar de la guerra contra los hermanos del Paraguay, o levantar las armas contra los indios, e innumerables tragedias silenciadas de nuestros siglo XIX. Finalmente, este hombre, como tantos otros, incluso retratados en la literatura argentina, como el Martín Fierro, deserta del Ejército y se convierte en un bandido. Creo que acá es donde radica su importancia, la dimensión colectiva que lo hace distinto: él ama a su pueblo y su comunidad lo cuida.

En la vida de Antonio y de otros menos conocidos, (podemos hablar del Frente Vital, pibe chorro de los ‘90/2000, historia que trae Cristian Alarcón en Cuando me muera quiero que me toquen cumbia), se construye una fidelidad y una empatía entre el bandido y su comunidad. Una idea que es interesante, en tanto el delito no es considerado “tan ilegal”, ya que hay algo de reparación: se reparte el botín y se le quita a los poderosos algo de lo que antes ellos le quitaron a los pobres. Imaginate, Antonio es uno más de los pibitos del Conurbano. Y la fe en el Gaucho es la fe en uno mismo, en sus vecinos, en sus familias.

-Nos contaste que ya van por la tercera edición del libro, que se lanzó recién en enero de este año. ¿Cómo fue la recepción por parte de la gente?

Impresionante. Está editado por el sello del Grupo Criolla, que es una productora de contenidos visuales, radiales y culturales. No podemos creer que haya sido tan convocante su recepción, sobre todo en el contexto de pandemia y sin entrar en el circuito de librerías. Todo es venta directa (a través de https://www.instagram.com/grupocriolla/), lo que obliga una logística nacional y, a veces, cruzando la frontera. Tampoco hicimos presentación, pero sí estamos inaugurando una ruta del Gaucho para que cada 8 podamos organizar algún evento donde podamos difundir su historia y promover la lectura.


Camila Jáuregui es Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Estudiante de la Especialización en Gestión de las Comunicaciones (UNLZ). Se desempeña en el área de Prensa y Comunicación Institucional de la Secretaría de Coordinación Institucional de la UNLZ. Redactora sobre Literatura Conurbana en Revista Cordón.