Claudia Piñeiro. Su nombre es reconocido en nuestro país y en el mundo. Ella se presenta como una escritora “de Burzaco”, y le hace honor a la localidad en la que vivió durante 26 años en cada una de sus obras. En diálogo con Revista Cordón realizó un repaso por sus obras más conocidas, su pasado en el sur del Conurbano y su militancia en el feminismo.
“En los costados de del Camino de Cintura hay gomerías, talleres mecánicos, piletas de obras sociales o sindicatos, una universidad, y desde hace unos años un hipermercado y hasta un driving de golf…”
¿Cómo fueron los primeros 26 años de tu vida en el Conurbano, qué te marcaron para que tus obras fueran de allí?
Por lo pronto es el lugar al que pertenezco. A mí cuando me preguntan de dónde soy, yo digo de Burzaco aunque no viva ahí. Tengo familia, amigas de toda la vida. La zona es donde están mis cariños. Fue una etapa muy importante de mi vida, está en los orígenes. A veces me da risa que se hacen traducciones de mis obras, y alguien dice en alemán “de Burzaco”, como si fuese un lugar de Argentina que se tuviera que conocer. Es muy identitario ese lugar para mí.
¿Cómo fue que surgió el Conurbano como escenario de tus novelas?
Mi primera novela (“Tuya”) transcurre en el Conurbano, pero yo me imaginaba que ocurriría en algún lugar de la zona norte. Después, “Elena sabe”, es una mujer que vive en Burzaco y tiene que tomarse el tren para venir a Capital y encontrarse con otra mujer, que tiene que darle explicaciones sobre la muerte de su hija. En el recorrido me imaginaba mi casa en Burzaco, el tren, en una cámara casi en primerísimo primer plano y muy lento: se describe cada cuadra, cada calle, el tren, la estación.
“Un comunista en calzoncillos” también transcurre en Burzaco y es la más autobiográfica, porque tiene que ver con el pasaje de mi infancia a la adolescencia, con la plaza de Burzaco y el monumento a la Bandera. Eso tiene una anécdota que puede ser verdadera pero es falsa: cuando era chica y desfilábamos el día de la Bandera en la plaza, hacía mucho frío y tenías que ir con el uniforme del colegio. Pensábamos “todos están mirando el monumento de Rosario” y nosotros sabíamos que el primer monumento era el de Burzaco. En la novela inventé una comisión para reivindicar el monumento y tratar que el presidente venga a Burzaco.
¿Volviste para escribir?
Para “Elena sabe”. Como el viaje en el tren Roca que me acordaba era antes de que estuviera electrificado, volví a tomarlo y fui a Burzaco para ver qué había cambiado, cuáles eran las sensaciones. Con “Un comunista en calzoncillos” también volví a la plaza, usé notas de prensa. Incluso el libro tiene fotos sacadas por mí cuando volví para escribir.
Y en “Catedrales”, mi última novela, todo transcurre en Adrogué. La tapa tiene una iglesia, que para mí es la de la plaza. Tenía un recuerdo pero no era la iglesia a la que yo iba de chica, así que mis amigas que viven allá me mandan fotos para tener más detalles, tengo ayudantes.
¿Todo eso es una forma de volver/devolver?
Yo creo que la literatura no es para eso. Quiero contar una historia, usar lenguaje compartido, inventar personajes. Me aparecen historias en ese lugar porque es lo que más conozco. En “Un comunista en calzoncillos” pongo una cita de (Rainer Maria) Rilke que dice “la patria es la infancia”. Cuando uno piensa en la patria piensa de dónde es, en este caso es Burzaco.
Feminismo, aborto y política
En los últimos años se vivió un cambio de contexto social, con los movimientos feministas en lucha y los debates sociales al respecto. ¿Cómo se fue metiendo en la literatura?
Son temas que ya estaban y adquirieron más visibilidad. El aborto, por ejemplo, es un tema que está desde mi primera novela. El deseo de la no maternidad, también está. No es que son posteriores al activismo, pero esto hizo que se pueda expresar en otros lugares.
En “Catedrales” esos temas están más expuestos, porque ya se abrió el debate. Se habla de la hipocresía de la iglesia católica, a la institución que está formada por hombres varones, no mujeres, que dicen cómo tienen que ser las cosas, que opinaron en debates como el aborto. Antes, por ejemplo, escribía sin la palabra aborto, porque no se usaba esa palabra: decía “se lo va a sacar” o nada. Ahora sí se puede nombrar, se puede escribir de otra manera.
Por ejemplo, en “Elena sabe” ya está…
Claro. Ya está. La hija se suicidó en una iglesia, y ella va a hablar con el cura y es un hipócrita. El año pasado me pasó de ir a hablar con diputados, senadores para tratar de llevar la opinión, y en varias oportunidades la respuesta fue “cuando llego al pueblo el obispo me reta, y están mis hijos presentes”. Tal vez “Catedrales” no habla del obispo, pero sí del señor que me respondió eso y no votó la ley, que no entiende una cuestión de salud pública porque el obispo lo reta.
En tus novelas aparece el hecho policial como una excusa para contar otra cosa.
Hay temas que se repiten en todos los escritores. Conmigo es la muerte, y hay una investigación. Pero no es el tema principal. Son novelas más de personaje, que sirven de excusas para contar a ese personaje. En “Catedrales” no hay que averiguar qué pasó, es algo que pasó hace muchos años, tiene elementos policiales pero rompe con las reglas. Detrás de los crímenes hay algo aún peor que el mismo crimen. El policial siempre está pegado a lo social.
En “Las maldiciones” mostrabas el vínculo entre empleado – empleador, y te metiste en la política desde lo literario. ¿Cómo lo viviste y cuánto influyó en los últimos años de activismo?
Esa novela la terminé de escribir antes de meterme de lleno (en la militancia), pero acá escuchas permanentemente de política. Acá siempre hablamos de política. Somos un país atento a lo que pasa. Y me pareció que era el lugar donde mejor iba a funcionar lo del amo y esclavo.
Y dibujas nuevos perfiles de políticos…
Coincidió con el auge de los políticos armados desde el marketing y focus group, con las prácticas de las empresas. Pero cuando un político se arma sólo con esas herramientas, rápidamente se ven los hilos, porque un país no es una empresa. “Las maldiciones” viene a dar cuenta de un político que cree que porque le iba bien en la empresa podía manejar un país.
¿Entrevistaste a políticos?
Ahí entreviste a Alfonsín y Duhalde. La novela es ficción, pero no te estoy mintiendo. Un discurso político miente porque los políticos no hacen honor a lo que dicen. Elegí a ellos dos porque eran nombres muy fuertes en los grandes partidos de la Argentina y de Buenos Aires. Entonces yo les pregunté si creían en la maldición de Alsina (donde ningún gobernador bonaerense llegó a presidente), y si creían que era bueno para Buenos Aires dividirla.
Cine, literatura y el futuro
Algunas de tus obras fueron llevadas al cine. ¿Cómo fue el proceso y qué significa para vos?
Fueron procesos diferentes en las cuatro películas, porque tiene que ver con la producción. Yo miro el guión, pero no participé en la escritura de ellos. Fueron experiencias que me gustaron, y siento que el libro revive con eso. Incluso el libro se reedita con la faja de los actores, muchas veces, años después de la primera edición. Es un nuevo renacer.
¿Cómo vivís las reinterpretaciones?
Yo creo que si vendes una novela para que se haga película, pasa a ser de otro. No puedo atarle las manos para que se haga idéntica la película, por eso soy abierta.
Vos venís con una producción literaria muy intensiva. ¿Sos metódica con los procesos?
Los momentos de inspiración son una mentira. Vos tenés que trabajar. A veces tenés más ánimos, más ganas, a veces menos. Lo que pasa con algunas de las producciones es que a veces no tienen una fecha y te podés relajar. Pero si hay que entregar un guión, no hay manera de no escribir.
En la literatura hay más libertad. Yo escribo siempre, todo el tiempo. Antes escribía cuando mis hijos iban al colegio, ahora escribo cuando quiero.
¿Te leés?
Todo el tiempo. Vuelvo para atrás, no espero a terminar para corregir. Pero una vez entregada la obra, no la leo más.
En “Las maldiciones” y en “Las viudas de los jueves”, los capítulos van cambiando de narrador, de enfoque.
Cuando repartís las voces, hay alguien que sabe una parte. En “Las viudas…” hay una narradora, un nosotros. Y en “Las maldiciones” a cada uno de los personajes les di un momento para hablar, para que tuvieran los personajes secundarios la posibilidad de mostrarse. A veces en algunas historias quedaban con poco vuelo, no mostraban lo que tenían para decir.
En “Catedrales” es más radical: son seis partes contado por una persona diferente, y una última participación del padre, que sigue investigando la muerte. Pero no es que cada uno cuenta lo mismo desde su punto de vista, acá es un sistema de postas. Y el lector va armando con todo eso una historia. Hay momentos donde el lector piensa que sabe más que el personaje, pero quedan vueltas de tuercas posteriores.
¿Uno se tienta de recuperar algún personaje para otros textos?
No lo hice. En algún momento quería escribir algo con Betibú y Jaime Brena, pero no se dio. Y me dieron la idea de hacer la continuación de “Tuya”. Y sería un desafío difícil, porque se supone que es un estilo de mujer bastante superado. Y hay que ver cómo sería hoy esa mujer.
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