En Argentina y casi toda América, el “tema del verano” fue Tusa: una chica molesta tras un desengaño amoroso heterosexual se dedica a hacerle a otros hombres lo que le hicieron a ella, salvo cuando “ponen la canción/ le da una depresión tonta/ llorando lo comienza a llamar/ pero él la dejó en buzón”. En marzo el tema más escuchado en el mundo fue “It´s The End of the World As We Know It” de REM. Un tema del año 1987, al que podemos traducir como: “Es el fin del mundo tal como lo conocemos”.
A principios del mes de marzo, ya con COVID-19 declarado Pandemia,el mundo cambiaba. Para siempre.
Trabajo en un Hospital materno infantil en una zona de altísimo riesgo y vulnerabilidad social. Si la Pandemia ingresaba en nuestro Conurbano profundo iba a ser incontrolable. Así comenzamos a pensar y fue central el punto de entender que el personal de primera línea de trinchera -médicos, enfermeros, laboratorio, personal de maestranza, cocina- debía poner en palabras la dificultad para afrontar un trabajo que cambiaba minuto a minuto. Nos fuimos autoorganizando: el Conurbano es un territorio enorme, con muchas lógicas circulantes según las características de cada lugar. Nuestro humildísimo hospital, bastante maltrecho siempre, cuenta con una ventaja: en general nos encanta nuestro trabajo. Si no, es imposible de entender. En el caso de Salud Mental, nuestros pacientes tienen los mismos problemas que un chico, adolescente o adulto de Vicente López o CABA: mal comportamiento en el colegio, falta de atención, autolesiones y cortes, aburrimiento, pánico, trastornos alimentarios, violencia intrafamiliar, abuso sexual en la infancia, etc. La diferencia central es que en cuerpos subalimentados desde la panza, con condiciones habitacionales muchas veces por fuera de cualquier razonamiento, los problematiza diferente. Los Redondos los cantaron así: “son como bombas pequeñitas”.
Son -como tal bien los definió Javier Auyero- los “Pacientes del Estado” . Carentes de inscripción -laboral, de identidad en muchos casos- acceden a algún tipo de beneficio social cuando pueden; “changuean” si algo sale. Cuando no, se emplea el tiempo esperando en distintas oficinas oficiales algún tipo de paliativo, mientras otro miembro de la familia hace cola en comedores y merenderos sociales. Se vive al día.
Cualquier trabajador de Salud Mental del Conurbano sabrá de lo que escribo: en mi equipo no se dan turnos por horarios, sino por orden de llegada. Esto genera una sala de espera muy sociable. Se realizan interconsultas, intercambiamos con servicios médicos y de enfermería -la violencia obstétrica suele dejar cicatrices indelebles- y así, más acá y más allá de la pandemia que aqueja al mundo en estos tiempos. A nuestro hospital van a continuar llegando niñas, adolescentes y adultas a parir, o porque han perdido sus embarazos, o porque sus niños no pueden respirar por las alergias, el hacinamiento, los pulmones sin desarrollo y las panzas que gritan.
Nuestro equipo, y la mayoría de los que conozco a lo ancho del territorio, enfocamos la apertura de espacios intrahospitalarios porque al segundo caso con sospecha de coronavirus internado en una habitación de aislamiento hospitalario comienzan a explotar los miedos. Muchas compañeras cuentan haber llegado a sus casas y haberse encerrado a llorar. Algunas familias tampoco entienden porqué seguimos trabajando: ¿estamos exponiendo a todo nuestro entorno? No. Quiero ser clara en esto: trabajar con miedo es insano. Hay que hablar, y tomar todas las precauciones posibles. La sobreexposición a redes y un manejo irresponsable de los medios de comunicación masivos nos expusieron a videos de ancianos muriendo en soledad, a fotos de camiones trasladando cuerpos a la morgue, a noticias de médicos y enfermeras muertos por el virus, por agotamiento o por suicidio… En esto coincidimos: en los grupos de whatsapp no se comparte esa información. Angustia, paraliza, asusta. No necesitamos eso hoy día.
El hospital público, tan denostado a veces, es la única atención a la que han podido acceder millones de personas que habitan la provincia de Buenos Aires, y les genera confianza. Tenemos que responder a eso, porque pone en juego otro factor, que es la responsabilidad individual. Por cada persona que viola la cuarentena -simbólicamente el término aplasta, pero son menos días en la práctica- hay una cantidad de recursos que deben gastarse inútilmente: recursos para ubicarlos, para ir a buscarlos, equipos médicos y de infectología que toman muestras, camas ocupadas. Además, muchos de ellos siguieron interactuando socialmente apenas retornados al país, lo que equivale a rastrear casi detectivescamente con quién estuvo, cuándo, dónde, y ubicar a esas personas. Eso en los cuerpos hospitalarios aplasta.
El hospital público, tan denostado a veces, es la única atención a la que han podido acceder millones de personas que habitan la provincia de Buenos Aires, y les genera confianza.
Todos los días leemos noticias de personas que evaden la cuarentena. Nuestros pacientes -que muchas veces ni siquiera han viajado al Obelisco- corren riesgo no tanto por lo que puedan generarse o exponerse, sino por haber sido expuestos.
Por eso cuando el gobierno dictó la medida tomando en cuenta la singularidad de nuestro territorio, nos aliviamos: “No salgas del barrio”. Es complejo sostener un aislamiento en el Conurbano profundo: la vida va pasando en medio de colas interminables para todo: un trámite, el bolsón de comida, la vida misma. Suelen dormir en una habitación siete integrantes de la familia, tenemos pacientes que son más de 20 personas conviviendo en un mismo terreno.
Es complejo sostener un aislamiento en el Conurbano profundo: la vida va pasando en medio de colas interminables para todo
Charlando con varios colegas que trabajan en otros hospitales, a todos nos llamó la atención un dato: el personal tenía más miedo de contagiar a alguien del grupo conviviente que a ser contagiado. En base a eso acordamos trabajar distintos ejes: uno de ellos es diferenciar el pánico del miedo. En ataques de pánico y angustia, no hay un objeto o motivo ubicable en el momento en que comienza. Los pacientes no pueden respirar y sienten terror a morir. En este momento de pandemia el miedo tiene un objeto: se llama Covid-19. Eso significa que cuando la pandemia se controle y sobre todo cuando se descubra la vacuna que ataque y mate al virus el miedo persistirá un tiempo más pero luego irá decayendo. La salud pública ha dado una respuesta efectiva hasta el momento: se trabaja coordinadamente, están llegando los insumos, y hay responsabilidad en los equipos que continuamos trabajando en nuestros territorios habituales. Una vez unificada la información – los documentos oficiales son menos extensos, más concretos- tratamos de seguir un criterio común. Más adelante volveremos a nuestras batallas históricas, ahora hay que pensar como no dejar expuesta una guardia. Insisto: es un trabajo de urgencia -médica y subjetiva- que nos volvió inexistente la vida como la conocíamos. Al mismo tiempo tenemos nuestra población habitual: la paciente de 23 años que parió a su segundo hijo sola, con su pareja privada de la libertad y enterándose de su diagnóstico de HIV; la adolescente paraguaya de 17, sin residencia ni documento, con un hijo internado en Neonatología porque no sabe cuando quedó embarazada pero su bebé no pasó del kilo y medio; la señora de 30 que está pariendo su séptimo bebé y no tiene miedo del virus. “Todos nacieron en este hospital, tengo confianza”.
El trabajo en Salud Pública en nuestros territorios difícilmente pueda unificarse alguna vez. Esto es algo a las autoridades en general les cuesta entender: tienden a imponer directivas que no contemplan las singularidades de las regiones sanitarias. Y cuesta mucho discutir acerca de la subjetividad de nuestros pacientes habituales. El mísmisimo Sigmund Freud ya nos preparó para esto, en el año 1918: “(…) puede preverse que alguna vez la conciencia moral de la sociedad despertará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a la terapia anímica que los que ya se le acuerdan en materia de cirugía básica. Y que las neurosis no constituyen menor amenaza para la salud popular que la tuberculosis”. 1
Por último quiero dejarles pensando que el trabajo en Salud Mental se verá incrementado tras la salida de esta situación de aislamiento social. Convivencias forzadas no suelen predisponer al buen trato y comunicación. Las personas que trabajamos durante el día, los chicos que sostienen una escolaridad, solemos vernos pocas horas al día. Eso posibilita que nos extrañemos, que querramos compartir algún momento, que nos interese hablar de nuestra cotidianidad. Una de mis compañeras comentaba el otro día que su hija de 6 años le gritó enojada: “Vos sos mi mamá, no mi maestra!”. Las personas más afectadas por la pandemia son sin dudas adultos mayores, cuya relación con la muerte es directamente proporcional a los años que llevan viviendo y siguen queriendo ir al super a comprar un paquete de harina o cobrar su jubilación, y niños de 1 a 5 años: sin abuelos, plazas ni veredas, los berrinches se multiplicaron por mil. Esto dejará sus secuelas, habrá que ir pensando en ellas.
Por eso es importante que sepamos que el hospital estará allí, en el lugar de siempre. Que la red de salud mental pública volverá a abrir los espacios de escucha. Y que seguiremos atendiendo las urgencias y las que no lo son pero importan. El mundo habrá cambiado, sí. Pero no tanto como para que la red pública siga siendo la única vía de accesibilidad a la salud de tantas personas. Esta historia no requiere héroes ni heroínas. Pero sí saber que en situaciones tan extremas todos resignamos algo. Por eso capaz la amplísima y profunda población conurbanense ha protestado poco: porque para ellos la privación es un algo más cotidiano, habitual. Como manifestaron la mayoría de mis pacientes en tratamiento en el hospital: “Yo solo quería saber que después que pase todo esto no voy a perder mi turno”.
No. No lo van a perder. Allí estaremos, porque habrá un después…
Miriam Maidana es Lic. en Psicología (UBA). Psicóloga de Planta del Ministerio de Salud de Provincia de Buenos Aires. Docente UBA de grado (Docente regular de la PP “Variantes de la Consulta Ambulatoria” desde el año 2010) y de posgrado (Carrera de Psicoanálisis, Carrera de Psicología Forense, Programa de Investigación en Psicología Investigativa Criminal). Investigadora UBACyT períodos 2008 a 2016. Columnista en Cosecha Roja y Revista Anfibia.
Docente UBA de grado (Docente regular de la PP “Variantes de la Consulta Ambulatoria” desde el año 2010) y de posgrado (Carrera de Psicoanálisis, Carrera de Psicología Forense, Programa de Investigación en Psicología Investigativa Criminal). Investigadora UBACyT períodos 2008 a 2016. Columnista en Cosecha Roja y Revista Anfibia.
1 Freud, S. Nuevos Caminos de la Terapia Psicoanalítica. 1918.Tomo XVII, Ed. Amorrortu, 1979.
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