El ex-Combate que le compite a Pergolini

Nico Occhiato es tan de barrio que cuando formó su propio medio no tuvo mejor idea que bautizarlo como el lugar que lo vio nacer. En esta nota, Juanita Groisman analiza los orígenes y el presente del chico de Villa Luzuriaga que llegó a la televisión como paracaidista… pero con muchas ganas de quedarse.

Por Juana Groisman

 

 

En enero de 1908 no existía Nicolás Occhiato. No existía la televisión (para eso faltaban casi dos décadas), ni mucho menos internet. Tampoco existía Villa Luzuriaga, el barrio que lo vio nacer y que marcó su forma de trabajar en los medios.

Nobleza obliga, Occhiato llegó a los medios de la mano de su ex pareja, Flor Vigna. Aunque, si la nobleza nos obliga un poco más, en realidad llegó a la televisión gracias a Combate, el ciclo que nos dejó una amplia gama de celebridades y nos demostró lo lejos que pueden llegar las y los fanáticos si se lo proponen.

Pero volvamos a Occhiato. El matancero es hijo de Antonio y María de los Ángeles y tiene un hermano menor, Agustín, que juega al fútbol de manera profesional en el Club Social Deportivo Liniers. La familia de Occhiato merece un párrafo aparte, y esta nota no se lo va a negar. Pero van a tener que esperar un poco.

Hasta que cumplió 16 años, Nicolás soñaba con dedicarse a jugar al fútbol. Es un deseo compartido por la mayor parte de los varones argentinos, posiblemente, pero en el caso de nuestro protagonista estuvo bastante cerca de cumplirse. Jugó en las inferiores de Racing hasta dos años antes de alcanzar la mayoría de edad. En ese momento, dicen los que saben, se termina el tiempo para distinguirse: si no brillaste hasta entonces, es hora de pensar en otro futuro.

Como estudiar no estaba en sus planes, comenzó a trabajar con su tío repartiendo pan. Se levantaba a las tres de la mañana, iba a buscar los pedidos y los entregaba en cada supermercado de la zona. Trabajó doce meses así, hasta que se le ocurrió la idea de estudiar Derecho y consiguió un trabajo en el área de legales de un bingo. Esta breve, pero intensa experiencia en el mundo laboral verdadero —con todo respeto a los artistas de las redes— le daría a Occhiato el elemento clave para ganarse el corazón de la gente: esencia de chico de barrio.

En 2014 quiso probar suerte en los medios y entró en Combate, un ciclo de El Nueve que consistía en diferentes hazañas deportivas que debían realizar dos equipos. El nivel de fanatismo que generó el programa fue absolutamente arrollador. Occhiato comenzó a ganar dinero gracias a la publicidad en las redes sociales, los famosos canjes. Sin embargo, como todavía no tenía caja de ahorro, le pidió a su padre que le prestara su CBU para que las marcas pudieran depositarle el dinero. Antonio estuvo de acuerdo, pero empezó a llamarle la atención la cantidad de cifras que empezaban a llegar. En una entrevista con Nunca es tarde, el conductor contó: “Un día agarra y me dice: ‘Yo no le voy a contar nada a tu mamá, pero me vas a meter en un quilombo a mí, la caja de ahorro es mía, la cuenta es mía… ¡Hijo, por Dios! ¿Qué estás haciendo? ¿De dónde es esta plata? ‘El Instagram?, le digo. ‘No, la verdad’, me dice él”. Vender droga, dedicarse al trabajo sexual, algún tipo de estafa…, cualquier cosa era más fácil de entender que el complejo funcionamiento de la economía de las redes sociales.

Podríamos pensar que Nicolás Damián —ese es su segundo nombre— se consagró como gran celebridad porque es imposible empezar a hablar de él sin abrir infinidad de pestañas. Porque si bien su debut televisivo fue en Combate, su salto a la fama fue de la mano, como era de esperarse, de Marcelo Tinelli.

En el universo Tinelli, que durante muchos años fue sinónimo del universo mediático en general, Occhiato era “el novio de Flor Vigna”. La joven, también ex-Combate, era una integrante destacada del ballet estable de Showmatch. Empezó como “soñadora”, muchos años después de que esa categoría hubiese perdido sentido, y se fue haciendo camino hasta convertirse en una de las figuras más importantes del certamen. Occhiato, por su parte, se contentaba con verla desde el costado, el sector destinado a quienes todavía no les llegó su momento de brillar. Hasta que un día, se le dio.

En julio de 2019 Occhiato debutó en la pista del Bailando. En esa época Occhiato y Vigna ya estaban separados y él bailaba con Florencia Jazmín Peña. Casi como un prólogo de su futuro estrellato, el conductor debutó bailando cumbia junto a la banda Agapornis en vivo, algo que pocos participantes logran hacer en su primer paso por el certamen. Meses después, se coronaría como el campeón del certamen, que terminó siendo la última edición del, alguna vez exitoso, formato.

Como sostuvimos anteriormente, parte del triunfo de Occhiato tuvo que ver con el cariño que generó en el público su pose de chico de barrio, familiero, que ama a sus abuelos y se preocupa por ellos. Victorio y Concepción, los padres de Antonio, lograron cautivar a Tinelli con su humildad y sentido del humor durante el primer mes de su nieto en el certamen. En cuestión de semanas, se convirtieron en un elemento infaltable de sus previas y hasta fueron los protagonistas del “ritmo homenaje”, que el conductor hizo en honor a todos los inmigrantes (europeos, valga la aclaración).

Hasta el año pasado, Occhiato probaba suerte como conductor de distintos formatos y se acercaba cada vez más al mainstream de los medios. El joven podría haberse quedado bajo el ala de algún pope que lo protegiese hasta tiempo indeterminado, pero decidió hacer algo que poco famosos se animan a hacer: trabajar.

Luzu TV es una productora cuyo caballito de batalla es una radio online, que se transmite tanto por YouTube como por Twitch. Occhiato la fundó pensando en crear contenidos in-house como para terceros, siguiendo un poco la línea de su señor Miyagi, el gran Guido Kaczka. Nadie dice nada, su programa principal, lo tiene a Occhiato en la conducción. “Recién salimos a venderlo un año después de haber salido, teníamos una idea en la que creíamos y que buscábamos que madurara”, contó el ex Combate en diálogo con El Cronista. Además de trabajar, el joven matancero hace otra cosa que suele desentonar en la farándula local: saber esperar.

La idea de Occhiato como un “chico de barrio” es, como planteamos anteriormente, el punto más fuerte de su carrera y vale la pena analizarlo en profundidad. Lo dejamos para el final porque no aplica solamente al flamante conductor sino que lo inserta dentro de un grupo, de una suerte de línea sucesoria de la tv argentina, que parecería ser exclusiva para varones y Lali Espósito.

Chico de barrio es como se le dice en la tv local a aquella celebridad masculina que, tras ganar dinero, no se olvida de sus orígenes. ¿Y cuáles son precisamente esos orígenes? El concepto es difuso. En esta nota relatamos algunos de los pormenores de la vida de Occhiato que, efectivamente, lo insertan dentro de este universo conceptual. Nico Occhiato ama a su familia tanto que la metió casi a la fuerza en el mundo televisivo, aunque sea de forma inconsciente. Poco inocente es parar a tu abuela simpaticona a metros de Tinelli esperando que el conductor, que fue bendecido con un radar para lo televisivo, haga caso omiso a su presencia. Quiso jugar al fútbol de manera profesional, y logró llegar hasta las inferiores de Racing, y su único romance conocido fue una relación monogámica cuasi matrimonial con Flor Vigna, a quien todavía no pudo reemplazar. Nico Occhiato es tan de barrio que cuando formó su propio medio no tuvo mejor idea que bautizarlo como el lugar que lo vio nacer: Luzu TV es un claro homenaje, quizás el más importante de la historia, a Villa Luzuriaga.

Pero, como dijimos antes, el rol de chico de barrio parecería estar cerrado solamente a varones. Junto a Occhiato aparecen otros nombres de la tv local que podrían ingresar en este equipo: el Pollo Álvarez, Marcelo Tinelli, Andy Kusnetzoff o hasta el mismísimo Jorge Rial. En todos los casos, el sostener los mismos valores y, sobre todo, la misma estética, de su lugar de origen parecería ser un punto a favor para estos personajes.

Pero, como suele ocurrir, no se sostiene el mismo criterio para las mujeres. Cuando una mujer famosa sostiene las mismas banderas estéticas con las que nació y creció, es acusada de incurrir en uno de los peores delitos plásticos atribuibles: ser grasa. Ser de barrio para un varón tiene carga positiva, pero para una mujer la reduce a nunca poder formar parte de los círculos exclusivos donde se mueven aquellas que sí pudieron soltar su pasado estético y se sometieron a la vil servidumbre de los colores nude y el pelo planchado.

Como buen chico de barrio, Nico Occhiato evita meterse en polémicas y escándalos mediáticos. Ni siquiera las últimas acusaciones de Mario Pergolini, colega en el mundo de la radio online, lograron sacarlo de su eje de humildad, simpatía y buena onda. El problema es que a veces evitar la polémica te condena, paradójicamente, a caer en una.

El programa que conduce se titula “Nadie dice nada”. Nunca hubo un ciclo radial tan precisamente titulado. Si bien no tiene pretensiones informativas —algo que comparte con la mayoría de los programas de radio FM de los últimos 20 años— el programa se caracteriza por tocar solamente temas blandos. Debates sobre sexualidad, relaciones, vínculos personales, esos son los temas donde los conductores se mueven con comodidad.

El problema aparece cuando la coyuntura los obliga a tocar temas más serios. Tras el intento de asesinato a la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, los integrantes de Nadie dice nada fueron ampliamente criticados en las redes sociales por, justamente, no decir nada. Algo similar había ocurrido meses atrás, antes de las PASO legislativas, cuando Occhiato planteó que, si bien no defendía a Milei, consideraba que ningún político argentino había hecho “nada”. Para quien no sabe leer todos los libros son iguales, dijo una vez Dolina.

Pero no hablar de política es, posiblemente, parte del personaje que llevó a nuestro homenajeado a donde está. ¿Cuánto podrá sostenerlo? ¿Hasta qué punto de su carrera podrá Occhiato sostener sus orígenes como bandera? Solo el tiempo, que por ahora estuvo a su favor, lo dirá.


Juana Groisman es periodista, estudia Psicología y pasa varias horas al día exponiendo sus pensamientos en Twitter. Escribió para sitios como La Agenda y DiarioAr, arma biografías de famosos locales para La Nación y es columnista de espectáculos en Nuestro Día. Además, junto a Julieta Argenta conduce La Apocalipsis, un podcast sobre farándula. Vivió toda su vida en la Ciudad de Buenos Aires, le gusta cocinar aunque no siempre tiene éxito.