En medio de la crisis del 2002, un grupo de vecinos de Monte Chingolo decidió hacer a un lado la desesperanza y fundó una biblioteca popular, en la antigua estación de trenes. Aquel viejo símbolo de la prosperidad económica y del desarrollo de la ciudad renacía como un espacio de unidad y resistencia frente a las políticas neoliberales.  

La ansiedad no lo dejaba dormir y decidió levantarse. La noche era templada por lo que podía deambular descalzo por la casa sin despertar a Nélida, que dormía plácidamente a su lado. Se incorporó y fue hasta la cocina. El cambio de ambiente le provocó un pequeño escalofrío, así que decidió poner la pava para tomarse unos mates. Prendió la televisión. Los canales de noticias estaban en pleno auge: default, posible fin del corralito financiero, negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, niños con desnutrición, desempleo. “¡Siempre la misma historia en este país!”, pensó Pedro, mientras se cebaba el primer amargo.

-¿Qué hacés levantado, viejo?- preguntó Nélida, quien sólo podía ver el rostro de Pedro iluminado por la pantalla del televisor.

– ¿Te desperté? Perdoname, pero no puedo dormirme.

-¿Te sentís mal?- preguntó ella.

-No, sólo estoy ansioso por esta tarde- dijo él.

Ella le sonrió y le hizo un ademán para que vuelva a la cama. Él aceptó. Con la cabeza en la almohada recordó a su padre y pensó en lo orgulloso que estaría de él. Y ahí mismo lo confirmó: será un día inolvidable.

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Pedro en la biblioteca

“Mis padres luchaban para que el lugar donde vivían progrese, ayudaban a que todo esté mejor. Así que cuando me contaron la idea que tenían, no me sorprendió, porque antes habían colaborado en la Sociedad de Fomento. Todos los querían mucho y los recuerdan por su historia. Mi papá daba clases en una escuela nocturna y mi mamá había puesto una academia de máquinas de escribir en los años ’60, así que muchos vecinos se capacitaron ahí. Siempre apoyaron la educación y la formación de las personas. Este proyecto que encararon ya jubilados les llevó tiempo. Iban y venían, buscando socios, tocando puertas a ver con quiénes tenían que hablar y qué papeles debían presentar”, relata Graciela Sommario, hija de Pedro y Nélida.

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La tarde traía un anticipo de lo que sería el verano. Nélida y Pedro se tomaron de las manos y cruzaron la calle que separaba su casa del lugar elegido. Nerviosos entraron y saludaron a cada uno de los presentes. Tomaron asiento. Abrieron el libro de actas y escribieron primero la fecha 17 de noviembre de 2002 y a continuación lo siguiente: En la Ciudad de Monte Chingolo, partido de Lanús, queda constituida una asociación de carácter civil, sin fines de lucro, denominada Biblioteca Popular Monte Chingolo.

Nélida en la puerta de la biblioteca

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“Mis padres querían que ese espacio abandonado sea para los vecinos, para todos.  Y una biblioteca de acceso gratuito era importante, porque no había en el barrio. Cuando entramos por primera vez fue muy emocionante porque nos empezaron a caer los recuerdos, las anécdotas. Y comenzamos a trabajar en mejorar los espacios, en ver en qué se podían convertir, siempre con el formato de estación. Había un sector que era muy característico que era la sala de espera de las mujeres, donde se podía esperar el tren a resguardo. Entrar ahí fue como traspasar el umbral de una época. Hoy mismo me paro un ratito ahí y los recuerdos vienen solitos”.

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Un país sobre rieles

La vieja y abandonada estación ferroviaria de Monte Chingolo es desde hace casi 17 años la sede de la Biblioteca Popular. Por allí pasaba el Ferrocarril Provincial de Buenos Aires ramal Avellaneda- La Plata, inaugurado en los años ’20. Cientos de obreros tomaban el tren para dirigirse hasta la emblemática fábrica de heladeras SIAM, que generó el surgimiento de talleres, comercios y las primeras barriadas. Monte Chingolo, al igual que cientos de otros pueblos bonaerenses, se conformó en torno a una política económica basada en el desarrollo industrial y ferroviario.

Fernando Martínez es profesor de Historia y vecino de Monte Chingolo. Además, desde hace varios años integra la Comisión de la Biblioteca.

“Gracias al tren, los vecinos de Chingolo podían ir a Avellaneda, que era la parte más urbana, donde estaba el mercado de frutos; la cancha de Racing, de Independiente; y sino se iban a lo que ellos denominaban como ‘el campo’, lo que hoy es Solano, en el partido de Quilmes. Allá compraban huevos, quesos, o llevaban a los chicos a andar en bici”, relata. Y agrega: “La estación fue la gran impulsora de la ciudad con el tren como columna vertebral”.

A principios de la década del ’50, el entonces presidente Juan Domingo Perón decidió nacionalizar los ferrocarriles. De esta manera, el tren provincial de Buenos Aires y todos sus ramales quedaron bajo la órbita nacional.

“La nacionalización de los trenes garantizó ser parte de un Estado que respaldaba la industria, el pleno empleo, el desarrollo de los servicios, y el funcionamiento y la extensión del ferrocarril. Era un Estado que asegurabael traslado y bienestar de los pueblos”.

El comienzo del fin

Durante la presidencia de Arturo Frondizi se implementó “El Plan Larkin”, que incluyó un impulso a la industria automotriz, con modificaciones en el sistema de transporte argentino y una considerable reducción del sistema ferroviario.

“El programa tenía el aval del Banco Mundial y fomentaba la ampliación de ramales de colectivos de la mano de Estados Unidos. En Monte Chingolo aparecieron nuevas líneas y el Estado comenzó a quitarle fondos al sostenimiento del tren. Esa fue una decisión política, que se basó en darle más relevancia al transporte automotor que al ferrocarril”, explica Martínez.

Pero para él, el golpe de gracia se dio en 1977, durante la última dictadura cívico-militar, cuando se clausuró el tren provincial de pasajeros.

“Se levantaron miles de kilómetros de vías argumentando que el tren daba pérdida, que lo usaba poca gente, que se gastaban muchos recursos del Estado, que el servicio y el funcionamiento eran malos. La verdad es que seguía la política de desmantelamiento. En Monte Chingolo hubo un proceso paralelo: el tren comenzó a funcionar mal y las fábricas cerraron o redujeron su capacidad de producción. En las décadas del ’80 y ’90, la estación dejó de funcionar. Quedó cerrada y desolada”.  

La gesta vecinal

La ciudad de Monte Chingolo no fue la excepción para las consecuencias de la década menemista, el gobierno radical de Fernando de la Rúa y la posterior crisis económica del 2001. Los comedores y merenderos vieron acrecentados sus cupos, mientras que las sociedades de fomento y clubes eran sedes de los trueques. Los piquetes concentraban a los excluidos y desempleados, quienes ni siquiera tenían la oportunidad de hacer una changa. 

En ese contexto de desolación y desesperanza, un grupo de vecinos -encabezados por Nélida y Pedro- decidieron transformar la vieja estación en una biblioteca popular. Ese lugar abandonado que había sido el corazón de la ciudad era el reflejo de años de neoliberalismo y ausencia por parte del Estado. La Biblioteca se convirtió en un espacio social y cultural, donde los vecinos pudieron identificarse con un colectivo que los hermanaba más allá de cualquier diferencia: todos compartían el mismo ADN ferroviario. La adversidad fue motor para la organización popular.

En la actualidad, la Biblioteca Popular Monte Chingolo lleva adelante diversas iniciativas de inclusión y formación. Además, impulsa distintas campañas solidarias con el objetivo de que todos los niños y jóvenes del barrio puedan continuar con sus estudios. Por otra parte, en 2017 se fundó el Museo de Monte Chingolo que recoge no sólo objetos del ferrocarril y la vieja estación, sino testimonios de quienes fueron sus protagonistas.

Epílogo

-Graciela, ¿crees que la tarea está cumplida?

-No, porque esto no se termina nunca. Tiene que seguir evolucionando, cambiando a medida de que surgen nuevas necesidades. Lo que empezaron mis padres tiene que seguir creciendo. La Biblioteca es cultura, educación, contención. Y los libros son la puerta para que los chicos puedan conocer, aprender, viajar y soñar.