Extraña invasión, una película de ciencia ficción bizarra de 1965, transcurre en un pueblo de Estados Unidos, recreado acá nomás, en Ciudad Jardín. El terror se expande por culpa de la tele, en una historia a la que se suman Marilyn Monroe y El padrino, al ritmo del primer rock nacional.
Por Germán Ferrari
La lista llama la atención: la heredera de la fortuna de Marilyn Monroe, un capo maffia de El padrino, una famosa periodista de TV, un pionero del rock nacional y uno de los directores de cine más bizarros de acá y de allende los mares. Hace cerca de 60 años, todos esos personajes compartieron algunas semanas de filmación por las calles de Ciudad Jardín Lomas del Palomar, en el partido bonaerense de Tres de Febrero. Créase o no fue así.
La película en la que coincidieron se trató de Extraña invasión, una historia rodada en territorio bonaerense pero destinada al público hispano de Estados Unidos con el nombre de Stay Tuned for Terror (Sintonice el terror). Acá se vio en 1974, casi una década más tarde de su realización. “La película en EE. UU. no se pudo exhibir, parece que había un rechazo de los dueños de las televisoras, después de todo era un poco contra la televisión. Con los años al final la colocaron; yo acá la exploté, pero no fue gran cosa”, recordaba su director, Emilio Vieyra, en una entrevista al sitio Videotomia.
Por aquellos convulsionados años sesenta, Vieyra empezaba su carrera como realizador, luego de haber incursionado en la actuación para cine y televisión, y ante los micrófonos radiales. Como parte de su preparación, había tomado un curso sobre TV en los estudios Columbia, en Hollywood. Después de Extraña invasión emprendió una trayectoria que lo convirtió en precursor del cine exploitation vernáculo. Algunos títulos: La bestia desnuda, Sangre de vírgenes, Sucedió en el internado, Correccional de mujeres. También aprovechó los éxitos musicales de Sandro –La vida continúa, Quiero llenarme de ti, Gitano– y Leonardo Favio –Simplemente una rosa– y se sumó al cine de exaltación de la última dictadura con Comandos azules y Comandos azules en acción, estrenados ambos en 1980, con solo seis meses de diferencia.
El libro cinematográfico de Extraña invasión pertenece a Philip Kearney y Les Rendelstein; Vieyra se encargó del guión. “Yo leí un cuento que estaba en inglés, lo hice traducir para tenerlo más claro (…). Hablaba de unas emanaciones que surgían de un pantano que provocaban una enfermedad. Yo cambié la enfermedad por esa visión de la televisión”, contaba Vieyra en una entrevista al sitio Argentina Sci-Fi. Cualquier analogía con la actual exposición a las pantallas de la era digital es pura coincidencia.
Extraña invasión/Sintonice el terror está protagonizada por un capo maffia de El padrino, el actor estadounidense Richard Conte, y la heredera de la fortuna de Marilyn Monroe, la actriz venezolana Anna Mizrahi.
Conte interpreta a Steve Jameson, un supervisor del Ministerio de Comunicaciones de Estados Unidos que investiga unas interferencias en los televisores de un pequeño pueblo del sur de ese país que atraen a niños y ancianos. Mizrahi es la doctora Maggie Conway, una médica enviada por el Gobierno para curar a la población afectada. Unos años después, Conte será Emilio Barzini, el jefe de uno de los clanes que se enfrentará con los Corleone en El padrino. Mizrahi cambiará su apellido en 1967 al casarse con Lee Strasberg, uno de los fundadores del afamado Actors Studio y profesor de actuación de Marilyn. La diva le había dejado en su testamento el 75 por ciento de su patrimonio, luego de su trágica muerte en 1962. Al fallecer Strasberg, en 1982, su esposa se convirtió en la administradora del legado de la protagonista de La comezón del séptimo año.
El pionero del rock nacional es el músico Eduardo Pecchenino, conocido con el nombre artístico de Eddie Pequenino. En 1957 había participado con su orquesta de la película Venga a bailar el rock. Allí aportó su voz y su trombón en los temas “Despacio nena” y “Aquí viene el rock”, cantados en inglés. Su estilo estaba más cerca de Bill Haley que de Elvis Presley o Little Richard. Luego siguió alternando la música con la actuación, tanto en cine como en TV, con una pronunciación envuelta en un acento italiano inconfundible. Los memoriosos aún lo recuerdan como director de la orquesta de “Feliz domingo” y “Domingos para la juventud” y en el rol de un contratista italiano, el ingegnere, acompañado por su ayudante cordobés, el cómico Alberto Olmedo. En Extraña invasión encarna a un líder vecinal, indignado con las autoridades y la prensa.
La famosa periodista de TV se trata de Mónica Mihanovich –o Cahen D´Anvers, su apellido de soltera–, que dejó de lado su carrera de actriz para dedicarse a la conducción televisiva. Su labor más destacada fue en el noticiero y en varios programas de Canal 13, desde mediados de los años sesenta hasta comienzos del nuevo siglo. En los créditos de Extraña invasión no figura, pero interpreta un pequeño papel de esposa de uno de los técnicos electrónicos que no puede controlar esas “rayas psicodélicas” que adormecen a sus dos hijos.
¿A cuántas millas está el potrero?
“¿De dónde proviene esa extraña fuerza que invade los cerebros y atemoriza a los habitantes de la tierra?”. La pregunta interroga desde el afiche de la película. En verdad, es una exageración. No son “los habitantes de la tierra” quienes están expuestos a la “extraña fuerza”. Los espectadores saben desde el comienzo que “los hechos que narra esta película pudieron haber ocurrido en algún pueblo del sur de los EE. UU. de N. América”. Sin embargo, el rodaje se produjo en Ciudad Jardín y El Palomar, gracias a “un gran esfuerzo de producción”, que logró ambientar esa zona del Gran Buenos Aires en el hipotético pueblo de Clearview (“Vista Clara”). Con este nombre podemos encontrar pueblos en los estados sureños de Texas, Kansas y Oklahoma.
La producción estadounidense se encargó de recrear una población yanqui en el conurbano, desde los carteles hasta el típico buzón de correo colocado delante del jardín de un chalet. Tampoco faltó el cuadro con la foto de John Fitzgerald Kennedy en un despacho oficial. (Nota al pie 1: el presidente norteamericano había fallecido en 1963, dos años antes de filmarse la película. ¿La trama estaba trasladada antes de esa fecha o todavía las oficinas gubernamentales conservaban el retrato del mandatario demócrata? Un culto a la imagen lejos de cualquier “populismo”).
La película está doblada a un español latino mezclado con argentinismos. La combinación hace que Steve, Maggie, Ethel, George, Harry, Eddie, Tommy, Helen o cualquiera de los personajes digan “potrero” “rajemos”, “millas”, “contigo” y “motel”. Un reportero se presenta como enviado del diario “Clarín de Canyon City”. Otro pueblo vecino que aparece es Sun Valley. La impronta anglosajona también está en la emisora Franklin Broadcasting Corporation Channel.
Duelo de titanes
No vale la pena profundizar en el argumento de la película ni en las explicaciones pseudocientíficas para entender por qué el silicon derramado en un pantano provocó el desastre televisivo y las razones maléficas de quien controla esas emisiones. (Nota al pie 2: “¡El poder es mío, mío!”, exclama una voz en el teléfono, que más tarde sabremos a quién pertenece: ¡a George, uno de los técnicos que arreglan televisores, interpretado por el propio Vieyra! –perdón por el spoiler–).
El título Extraña invasión remite al macartismo estadounidense y de exportación característico de la Guerra Fría. El tufo anticomunista parece sobrevolar en algunos pasajes. La idea de “invasión” es un clásico en las películas y las series norteamericanas de la época. Había que cuidarse de esos “invasores” que llegaban a Estados Unidos desde tierras lejanas –podía ser Marte o la Unión Soviética– para desparramar costumbres e ideas “extrañas”. Por eso, la acción de “sintonizar el terror” se aleja un poco de ese panfleto.
Hay un cierto cuidado en el uso de las palabras. Los militares –porque Washington también envía al Ejército cuando la situación se desmadra– hablan de “un ataque a fondo del enemigo” y temen que “la seguridad nacional de nuestro país esté en grave peligro”. Por eso no descartan aplicar la ley marcial.
En Detrás de la mentira, de 1962, Vieyra ya había incursionado en el macartismo criollo sin ningún disimulo: un obrero es meloneado por un grupo comunista, que lo hace poner una bomba en la fábrica en la que trabaja junto con su padre. ¿Adivinen quién muere en el atentado? “Yo siempre fui anticomunista. Ahora no, porque no sé por qué eso no existe más. Ojo, también era antifascista, porque nunca me gustó el totalitarismo”, decía Vieyra pocos años después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética en una entrevista al semanario La Maga.
Hay quienes creen ver en el personaje de Collins (Eddie Pequenino) al “agitador” que aprovecha el drama de las familias del pueblo para levantarse contra las autoridades. Él no tiene hijos, está solo, vestido con una camisa roja –la película en color permite la simbología fácil–, fuma, bebe y descree de los discursos oficiales.
“¡Escuchen! –grita Collins a la multitud–. Hemos obedecido las órdenes de esos genios que nos ha mandado Washington y miren lo que ha pasado. Ocupemos la municipalidad. No debemos permitir que hagan lo que quieran. Les pagamos para que nos protejan. Piensen en sus hijos.” Y la indignación crece: “Ahí vienen esos genios de Washington. ¡Deténganlos, no les permitan entrar! ¿Me oyen? ¡No los dejen, a ninguno, a ninguno de esos poderosos ejecutivos y a este tampoco…!”. El destinatario final es Steve, el supervisor del Ministerio de Comunicaciones. Collins se le abalanza, intenta golpearlo, pero es contenido por varios policías.
El triunfo de la ciencia (ficción)
Niños, niñas y adolescentes son los principales afectados por la “extraña invasión”. Ni la doctora Conway ni el médico local, el doctor Sanders (Jorge Rivera López), logran curar a los enfermos. La medicina inyectada no hace ningún efecto. Hasta se propone aplicarles electroshocks. “El diagrama (televisivo) parece producirles una regresión al pasado que los hace felices”, opina la médica.
“La televisión siempre los hipnotiza”, dice Steve. Se habla de “epidemia”, de seres “enviciados”, “drogados”, “drogadictos”. Ante la impotencia de intentar despegar a sus tres hijos de la pantalla, un padre se saca el cinturón y empieza a pegarle al mayor de ellos. De inmediato, su furia se enfoca en el aparato y lo rompe a patadas.
Sin lugar a dudas, el pasaje más impresionante es la procesión de zombies menores de edad recorriendo por la noche las calles del pueblo. En pijamas, buscan desesperadamente televisores que funcionen, en casas y negocios, para encenderlos y escapar de la abstinencia a la que están sometidos. Rompen ventanas y vidrieras para saciar su sed de TV.
En el peor momento de tensión, con el Ejército desplegado –“el Pentágono quiere respuestas”, dice un militar–, un niño forcejea con el fusil de un soldado. Finalmente, la ciencia –en este caso la ciencia ficción– triunfa sobre la violencia, y el Ejército no interviene. Clearview queda bien sintonizada y con la vista clara.
Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018), Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).
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