Diego Barros cumplió el sueño del pibe al debutar en Los Andes y ser convocado por la selección argentina Sub-20. A los 16 años, es un adolescente que ya mira el fútbol y la vida con ojos de adulto.

Por Patricio Insua*

 

¿Cuánto son 100 días en la vida de una persona? Probablemente poco cuando las pieles ya están resquebrajadas y seguramente mucho si no se tiene consciencia del tiempo. Para Diego Barros, jugador de Los Andes, ese centenar de hojas arrancadas del calendario resultaron una vorágine que le cambió la vida. En todo sentido. Con apenas 16 años, firmó su primer contrato con el club de Lomas de Zamora para convertirse en futbolista profesional, debutó en la primera del Milrayitas con un gol frente a Argentino de Quilmes y fue convocado para la selección argentina Sub-20 para jugadores del ascenso. Si esa condensación de situaciones resultaron movilizantes en su vocación alrededor de la pelota, hubo otra todavía mucho más relevante: la llegada al mundo de su hijo, Mateo.

“Tuve que crecer y madurar de golpe”. Lo dice sin reclamos. Lejos de mencionarlo con carga, lo hace con un tono luminoso. Su realidad es la adolescencia vestida de adultez. Entre lo que ganó y lo que relegó, celebra y toma nota de sus cuentas pendientes. Quiere saldarlas. “Estoy contento con haber debutado en Los Andes y con la llegada de mi hijo, pero también vivir todo eso hizo que deje el secundario. El año que viene lo voy a empezar de nuevo porque sé que sino cuando sea más grande me voy a arrepentir”.

En su infancia en Llavallol empezó a jugar al fútbol en la Sociedad de Fomento Barrio Enz y a los 11 años su papá, sostén esencial en su recorrido en el fútbol, lo llevó a Los Andes. El camino no fue fácil y en más de una ocasión pensó en abandonarlo. “A veces no teníamos plata para cargar la SUBE y llegar hasta el club”, recuerda. Eran días en los que lo único que sobraba eran las carencias. “Luché mucho y me esforcé un montón para tener esta oportunidad que estoy viviendo”. Ese esfuerzo fue también colectivo, familiar, con ayudas sin distancias, como la de uno de sus tíos, que desde Misiones colaboraba para que Diego tuviese botines. Sabe que “las cosas increíbles” que le están pasando lo obligan también a no perder el equilibrio.

«Es una locura todo lo que estoy viviendo, pero a la vez estoy tranquilo. Me apoya mi familia, me bancan mis compañeros y el club también me ayudó. Hoy me toca estar con todo esto que me está pasando y quiero aprovecharlo, para que me vaya bien en el fútbol, poder hacer una buena carrera y con eso darle a mi hijo y a mi familia lo que necesiten para vivir bien».

Los Andes acumulaba 10 fechas de sin ganar y en el ecuador del torneo Clausura, frente al último cuarto de la temporada, el descenso era una amenza que tenía cara a cara. En el estadio Eduardo Gallardón el rival era Argentino de Quilmes. Por fin era una tarde de sol. Con el equipo arriba 3 a 0, a los 83 minutos Diego Barros saltó desde el banco de suplentes al campo de juego. Era el debut. Entró y escuchó rápido el primer grito de gol siendo protagonista de un partido, pero no era el que quería, porque se trataba del descuento visitante. Sin embargo, la magia estaba por suceder. En el tiempo adicionado hubo otro gol, el suyo, el que sellaba la victoria y concretaba el sueño del pibe.

Al partido siguiente no ingresó y fue derrota ante J.J. Urquiza. Volvió a jugar frente a Cañuelas y nuevamente fue victoria lomense. No estuvo entre los concentrados en el empate con Comunicaciones. Ingresó frente a Ituzaingó y Los Andes se anotó otra victoria

El entrenador que tomó la decisión de poner en primera a un chico de 16 años fue Guillermo Szeszurak. Asegura que, a partir de las condiciones futbolísticas y el aplomo mental de Diego, no dudó en mandarlo a la cancha a pesar de que el contexto estaba lejos de ser el ideal -un equipo que peleaba por evitar el descenso que finalmente esquivó- y a la incógnita de cómo podía reaccionar un pibe con las ansias de fútbol barnizados por la necesidad de hacer del juego un trabajo. «Encontré un chiquito humilde, con muchas ganas de ir para adelante, algo que nos dimos cuenta desde el primer entrenamiento. Sabíamos de su realidad, de que le había tocado ser padre muy joven, pero siempre lo encontramos muy enfocado», explica el técnico de la salvación milrayitas. Asegura que se encontró con un chico con los sentidos puestos en un aprendizaje veloz y sin apartarse de las pautas fijadas. De todas maneras, el factor de orientación es ineludible: «Con un nene de esa edad es importante tener muchas charlas, porque está en un ámbito que no es fácil. Sobre todo cuando suceden tantas cosas juntas, como le pasó a Diego. Ayudarlo a estar con los pies sobre la tierra es clave, y en su caso no resultó algo difícil porque es muy centrado».

Habituado al contexto de la divisiones formativas de la tercera división del fútbol argentino, el profesionalismo se le impuso repentinamente y, en seguida, hubo un paso más, el del ingreso a la Meca del fútbol argentino. “Nunca había estado en el predio de la AFA, cuando entré no lo podía creer y me emocioné mucho. Es un paraíso. Las canchas… nunca había jugado en canchas así. Los vestuarios, los gimnasios, el comedor, es todo increíble”. Diego fue convocado para el seleccionado de jugadores del ascenso menores de 20 años que dirige Claudio Gugnali. Del predio de Villa Albertina pasó al mismo por el que practica, come y descansa Lionel Messi.

Una voz que lo describe con dulzura y emoción. “Diego es un chico divino, muy bueno”. Así lo presenta Aida, su abuela, que trabaja como enfermera en el hospital Gandulfo desde hace 42 años. «Nosotros vivimos en la misma casa y nos ayudamos todos con todo. Diego es muy ordenado y disciplinado, y eso lo ayudó a enfrentar todas las responsabilidades con las que se encontró de repente. Somos una familia que se ayuda mucho, su papá y su mamá siempre están, pero ahora hay cosas que él tiene que afrontar». Lo ve con orgullo ser riguroso con sus horarios y el descanso: «Sé que no es fácil para un adolescente ser tan disciplinado, pero él lo hace con naturalidad». Mira el presente y lo disfruta; cierra los ojos y desea hacia el futuro: «El día que debutó fue una alegría inmensa, lloré mucho. Sentí que su sueño era también el nuestro, el de toda la familia. Ojalá que sea feliz, rodeado de gente que lo ame y haciendo lo que le gusta, que es jugar al fútbol».

El fútbol es un fenómeno horizontal y heterogéneo. La pelota siempre es redonda pero los caminos posibles a recorrer pueden volverse intrincados. Es a la vez una disciplina deportiva, un divertimento, un fenómeno social, un ejercicio hiper profesionalizado, un amateurismo naif, un negocio económico a escala planetaria, un encuentro de amistades, una trampa mortal, un espacio recreativo, un ámbito de presiones, un lugar de encuentro, un terreno de disputa. En los estómagos que hacen ruido y en las zapatillas gastadas, el fútbol aparece como un salvavidas; que puede estar a un par de brazadas en un mar plano o en un horizonte alejado en la tempestad. El fútbol es también acostarse una noche siendo un chico y levantarse al día siguiente anticipándose a la vida adulta.


*Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, trabaja en el canal de noticias IP y en DeporTV. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.