Las vidas de las escritoras Marta Lynch y María Esther de Miguel, la guionista Aída Bortnik y la arquitecta Elva Roulet se enlazaron en aquel año para sumarse al fenómeno político que generó Raúl Alfonsín en gran parte de la sociedad argentina, que anhelaba enterrar de una vez por todas la dictadura y vivir en democracia.

Por Germán Ferrari*

 

 

“¿Y por qué no hay mujeres?”, se preguntaba la escritora Marta Lynch después de ver que en una encuesta publicada por la revista Somos en agosto de 1983 todos los elegidos como los máximos ídolos argentinos vivos eran hombres. La lista era encabezada por el tenista Guillermo Vilas y el Premio Nobel de Química Luis Federico Leloir. Luego seguían el escritor Jorge Luis Borges; el candidato presidencial de la UCR, Raúl Alfonsín; el escritor Ernesto Sabato; el candidato presidencial del PJ, Ítalo Luder; el arquero campeón del mundo en 1978, Ubaldo Fillol; el actor Alfredo Alcón; el jugador de Barcelona Diego Maradona y el cardiocirujano René Favaloro.

Apenada, Lynch afirmaba que “el resultado era previsible”, porque la sociedad argentina era “profundamente machista y lo que es más curioso, gran parte de las mujeres se ajusta como un guante y con sumo gusto a la condición de subordinada física y moral que implica el machismo”.

“Nadie ignora el papel tangencial y secundario que tiene la mujer en sociedades como la nuestra, de claro origen hispánico e italiano”, reflexionaba en la columna de opinión de Somos y enfatizaba: “La mujer argentina es una ciudadana de segunda clase (como en casi todos los países del mundo) y tiene que resignarse al tratamiento que su condición secundaria le impone”.

A comienzos de 1983, las liberarías del país recibían la que sería la última novela publicada por Lynch, Informe bajo llave, que retrata el sometimiento y la manipulación que padecía una escritora en la relación con un militar. La ficción pretendía disimular situaciones de la realidad: los lazos que habían unido a Lynch con el integrante de la primera junta militar de la dictadura Emilio Eduardo Massera.

Lynch había quedado subyugada por el perverso carisma del almirante Massera, quien la llevó como colaboradora a Convicción, el diario que le servía de apoyo a sus aspiraciones políticas.

Un encandilamiento similar la había atravesado a mediados del siglo pasado ante el proyecto político de Arturo Frondizi. Su desilusión quedó plasmada en su primera novela, La alfombra roja. Luego, intentó comprender el fenómeno peronista y dio a conocer Al vencedor. Como parte de esa adhesión, consiguió un impensado privilegio: fue una de las pocas mujeres que viajó el 17 de noviembre de 1972 en el avión chárter que trajo al país a Juan Domingo Perón, después de casi 18 años de exilio.

Su última pasión política fue el alfonsinismo. Antes del retorno a la democracia, participó de las actividades del Centro de Participación Política (CPP), creado por Jorge Roulet en 1982, que convocaba a representantes de distintos sectores de la sociedad para sumarse al proyecto del futuro presidente de la Nación.

En 1984, su novela La señora Ordóñez, con el peronismo otra vez como protagonista, se convirtió en un éxito televisivo. A pesar de los aplausos, Lynch sufría: decidió suicidarse al año siguiente.

En aquel espacio del CPP también se cruzaron otras tres mujeres fundamentales en 1983: la arquitecta Elva Pilar Barreiro –más conocida por su apellido de casada: Elva Roulet), la guionista Aída Bortnik y la escritora María Esther de Miguel.

Si aquella encuesta de Somos ocultaba la presencia femenina, una realidad silenciosa se imponía en ese año clave para el país.

 

La primera vicegobernadora bonaerense

A la hora de armar las precandidaturas, el Movimiento de Renovación y Cambio del radicalismo, liderado por Alfonsín, sorprendió con dos “desconocidos” para aspirar a la gobernación de la provincia de Buenos Aires: Alejandro Armendáriz y Elva Roulet.

El propio Alfonsín fue hasta el domicilio del matrimonio Roulet para hacerle el ofrecimiento a la arquitecta, que militaba en la UCR desde su juventud, a fines de la década de 1950. Poco después de la oferta, la revista partidaria Entrelíneas publicaba una entrevista con la flamante precandidata a vicegobernadora: “Hay un pasado reciente que nos agobia y sólo nos liberaremos de él construyendo el futuro”. Allí destacaba que “tanto la Carta Orgánica de la UCR –sancionada ya en 1892– como la del MRC [Movimiento de Renovación y Cambio] consideran que la actividad política de la mujer y del hombre se realicen conjuntamente y en absoluto pie de igualdad”.

Décadas más tarde, en dialogo con el autor de esta nota para el libro 1983. El año de la democracia, Roulet reconoció que su inclusión en la fórmula se debió a que “Alfonsín percibe la importancia que tiene presentar a una mujer como candidata. Porque el radicalismo aparece, y de hecho es, como un partido muy machista. Por su forma de ir enfrentando los acontecimientos desde su creación en 1890 y luego con las distintas revoluciones, era casi exclusivamente un lugar donde se podían desempeñar los hombres”.

 

Luego, el fenómeno Alfonsín benefició a la fórmula Armendáriz-Roulet, que quedó consagrada en agosto, y que iba a tener que enfrentar a un peronismo que parecía imbatible en territorio bonaerense, liderado por Herminio Iglesias.

“Ninguno de nosotros, en el momento en que empezamos la campaña, creíamos que íbamos a ser gobierno en la provincia de Buenos Aires. Trabajamos absolutamente entusiasmados y con el espíritu de hacer lo mejor y de obtener el mejor resultado. Pero en el comienzo ninguno pensó que íbamos a ser gobierno en la provincia de Buenos Aires, ni siquiera yo”, admitía Roulet ante este autor.

A su entender, la postulación de Iglesias fue un factor decisivo que favoreció las chances radicales: “Si el candidato hubiera sido [Antonio] Cafiero, a lo mejor hubiera sido distinta la cosa. De eso hay que ser absolutamente consciente y honesto: el que ganó las elecciones fue Alfonsín. Nosotros lo acompañamos y tuvimos el privilegio de que la gente nos valorizara”.

Y el 30 de octubre, Elva Roulet se convirtió en la primera mujer en llegar a la vicegobernación de la provincia de Buenos Aires.

 

El poder de la censura

Las amenazas de muerte por teléfono se sucedían desde enero del ’83. Aída Bortnik soportaba las intimidaciones mientras trabajaba en forma simultánea en dos guiones: uno inmediato, una “telenovela” (hoy hablaríamos de “serie”) para Canal 9 sobre la vida de un periodista; otro a futuro, con la historia reciente del país como protagonista, marcada por las apropiaciones de hijos e hijas de desaparecidos. Llegó a reconocer 60 voces diferentes en esa locura autoritaria. “Soy una desocupada con proyectos”, le confesaba a Entrelíneas. Decía que por el momento sólo escribía “cuentitos” para Humor.

Cuando la dictadura había aflojado un poco el accionar de su aparato represivo, decidió regresar del exilio en España. Todos los malos recuerdos resurgieron por aquellas amenazas que le advertían sobre su labor en Ruggero, la tira encabezada por Rodolfo Ranni y Bárbara Mujica –que padeció la falta de trabajo por estar en las listas negras del “Proceso”–, prevista para comenzar a emitirse en abril. El director de Humor, Andrés Cascioli, aseguraba que las intimidaciones también eran por sus “cuentitos” en esa revista.

El otro proyecto en el que Bortnik estaba abocada era el guion de La historia oficial, la primera película argentina en ganar un Oscar.

Pero un día de mayo, con una docena de capítulos escritos, dijo basta. Un Ford Falcon rojo se había estacionado enfrente de su casa y sus cuatro ocupantes mostraban armas de fuego. Horas antes, una voz en el teléfono le había advertido que ese sería el último llamado: o se levantaba el programa o sufriría consecuencias. No aguantó más: convocó a una conferencia de prensa, difundió los hechos y anunció que había iniciado una causa judicial por las amenazas de muerte.

Ranni interpretaba a Ruggero, “un periodista escéptico, un investigador de la realidad que se mueve para alcanzar un solo objetivo: la verdad”, según la revista Gente. Los apuntes de Bortnik sobre el personaje lo describen así: “Alguna vez fue un periodista de los que firmaban grandes reportajes y ahora ha vuelto a ganarse la vida con lo que empezó en su adolescencia: las crónicas deportivas”. En la primera entrega cubría una nota sobre la gente afectada por las inundaciones en el Litoral. El espectador se iba metiendo en su complicada vida laboral y familiar (estaba separado de su esposa, ¡oh, gran pecado en esa Argentina medieval!).

A pesar de que Bortnik se alejó luego de las amenazas, la serie continuó hasta diciembre, los lunes, a las 21. Al tratar temas poco frecuentes en la gris TV de finales del “Proceso”, Ruggero se ganó un lugar en el puñadito de programas que resistían ante tanta chatura.

“Alfonsín significa una oportunidad favorable de democracia y honestidad en los cargos públicos”, se entusiasmaba Bortnik en Entrelíneas y planteaba que del candidato le interesaba “la línea yrigoyenista, la línea nacional y popular de un tipo de democracia que cree que sólo se pueden negociar los negocios, no las libertades”.

Con el triunfo radical, la creadora ocupó el cargo de asesora artística de ATC. Todo un desafío.

 

Por un Ministerio de la Mujer

Al igual que Somos y Gente, la revista Para ti pertenecía a la Editorial Atlántida, una de las empresas periodísticas que colaboró con la dictadura sin ocultamientos. Como el resto de las publicaciones del grupo, el semanario destinado a la mujer debió adaptarse a los tiempos democráticos que se avecinaban. “¿Tendremos ministerio las mujeres?”, se preguntaba en la tapa de la edición del 2 de mayo de 1983.

La encargada de responder al interrogante era la escritora María Esther de Miguel, que había elaborado un proyecto que pensaba presentar a los distintos partidos políticos para entusiasmarlos con la propuesta de crear el “Ministerio de la Condición Femenina”, una experiencia que ya funcionaba en algunos países europeos –“lo han manejado tanto los socialistas como los demócratas y los conservadores”, aclaraba–.

“Es un sueño que puede hacerse realidad: las mujeres hemos conseguido todo lo que tenemos soñando”, se ilusionaba la escritora que estaba por publicar Jaque a Paysandú. En línea con lo que planteaba su colega Lynch, sostenía que el machismo era “uno de los reductos en el que se ha refugiado el despotismo universal”.

En la entrevista, destacaba los ejes principales del proyecto:

*”En el terreno de las leyes del trabajo se tenderá a lograr la equiparación de salarios hombre-mujer, porque, aunque parezca mentira, en muchos lugares todavía se observan grandes diferencias”.

*”Lograr un sueldo para las amas de casa y su correspondiente jubilación”.

*”Deberán contemplarse muchas situaciones en las que la mujer no tiene igualdad ante las leyes generales”.

*”Todo lo que reglamenta la maternidad debe ser humanizado. En fin, la patria potestad, la ley de adopción, la falta de guarderías y ciertos problemas que se mantienen ocultos pero que, lamentablemente, existen, como el dramático caso de las mujeres golpeadas por sus maridos”.

Es llamativo que en la nota no se mencionara el divorcio, un tema de debate incluido en las plataformas electorales del ‘83, ni la participación de la escritora en el CPP, el colectivo de profesionales creado para apoyar la candidatura de Alfonsín.

“Muchas veces he pensado que nuestro país ha evolucionado y que existe la igualdad de condiciones entre ambos sexos, pero cuando escucho que ‘ganará el partido que conquiste los votos de las mujeres’, que somos el 51 por ciento del electorado, y veo que en las campañas hasta ahora las mujeres ni figuran y que en los programas políticos de la radio y la televisión los invitados son todos hombres… (y para peor feísimos), me doy cuenta de todo lo que nos falta”, reflexionaba.

En 1983 De Miguel señalaba que “muchos hombres no creen que sea posible ni necesario poner en marcha una obra así pero los contradice la realidad”. Pasaron 40 años y la realidad los sigue contradiciendo.


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018), Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).