El Conurbano bonaerense como una posibilidad de peligro, como un juntadero de pobres y vagos, como un lugar ingobernable. El Conurbano como territorio atrasado, violento y narco. El Conurbano como la justificación de la imposibilidad de progreso, como hecho maldito. ¿Cómo se llega a estas representaciones? ¿Cuál es la arqueología discursiva que construyó una ligazón casi lineal entre significante y significado? ¿Quiénes lo narran y desde dónde? ¿Es posible hablar del Conurbano sin caer en estigmas y evitando, a la vez, mirarlo desde un prisma romantizado? En esta nueva columna en alianza con Cordón, desde The Walking Conurban desarman los sentidos comunes que circulan y ensayan algunas respuestas a estas preguntas.

 

Por The Walking Conurban*

 

La narrativa de los territorios, de los cuerpos, sus hábitos y costumbres, necesariamente debe ser multifacética y compleja. Sin embargo, muchas veces se soslaya que no debe ser ni culposa ni condescendiente. Cuando se exacerba alguna de estas condiciones, inevitablemente estaremos en presencia de un relato achatado; deliberadamente o no, tendiente a exagerar algunas características en detrimento de otras, pues, cual mantra se repite en las aulas de Comunicación Social y Filosofía, el punto de vista crea el objeto. ¿Qué ejemplo mejor delimitado que el Conurbano bonaerense a la hora de hablar de esa delgada, delgadísima línea que separa el estigma del ensueño y que sirve de fundamento y crítica a cualquier discurso que quiera emitirse sobre él?

Pero ¿esto siempre fue así? ¿La operación simbólica sobre el Conurbano siempre navegó entre llevar sus problemas al paroxismo del ridículo o construir héroes anónimos de quienes sortean día a día sus carencias? La respuesta, obviamente, es negativa. Capa tras capa de construcción retórica se ha ido acumulando desde el momento en el que a algún editor del diario La Nación se le ocurrió salir cual Marco Polo a explorar los límites inciertos del Conurbano, hasta estos días de redes sociales donde buscamos reafirmar nuestros preconceptos y cancelar aquellas voces que los contradicen. En el medio, generaciones de ciudadanos y ciudadanas crecieron creyendo que este territorio es su caricatura y adoptando las posturas que esa caricatura necesita para volverse, sino veraz, al menos verosímil.

 

Los 24 ranchos: ¿cuándo nace el estigma “Conurbano”?

Más allá de la definición estadística o geográfica de qué es el Gran Buenos Aires o qué es un continuo urbano, hay todo un cinturón heurístico al servicio de circunscribir el término “Conurbano” al área que rodea a la Ciudad de Buenos Aires y hacer de él un concepto en sí mismo, cuando no, un significante vacío. Por supuesto, la referencia a lo precario, lo ilegal, lo marginal o lo peligroso no es ingenua ni espontánea. Nace de la necesidad de exponer un problema o, mejor dicho, de problematizar a una población, presentándola, en principio, como sospechosa. Así, para los fines prácticos de nuestro texto, propondremos que el estigma “Conurbano”, tal cual lo conocemos hoy en día, nace en las postrimerías de la última dictadura cívico-militar, cuando el sujeto problemático para la seguridad pública deja de ser el joven de clase media politizado para convertirse en el joven pobre. Y se consolida en la década del 90’, con la visibilización de las consecuencias del neoliberalismo.

Los “trece ranchos”, expresión popularizada en el siglo XIX para denominar a las provincias del interior argentino, pasaron a ser los 24 distritos del Gran Buenos Aires que comparten algunas características básicas que hacen al significante vacío “Conurbano”: necesidades básicas insatisfechas, infraestructura pública escasa o decadente, marginalidad, altos niveles de delincuencia y corrupción. Sobre ese sustrato se construyó al Conurbano como locus de pobreza y vicio. Pero fue la inconmensurable colaboración del discurso mediático -gráfico en principio pero principalmente el televisivo- la que terminó por imponer una imagen urbana, una estética narrativa, un prototipo de cuerpo, una predisposición actitudinal, una serie de prácticas y un lenguaje característico que delimitaron eso que se siente cuando te dicen “Conurbano” al oído. La periferia siempre es contada desde las páginas policiales, pues, citando a Fanon: “En un mundo colonizado, el vocero del régimen de opresión es el representante de la fuerza y la ciudad del colonizado es un lugar de mala fama en el que la gente nace y muere en cualquier lugar y de cualquier manera”.

 

Foto: Instagram @thewalkingconurban

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De Marco Polo a Polosecki

Ramiro Segura recupera, en su capítulo sobre la imaginación geográfica del Conurbano en los medios de prensa, una serie de notas de la sección titulada “El mundo del Gran Buenos Aires”, publicada en el diario La Nación en 1978, donde ocurre la descripción de “siete millones de almas que viven apretadas en menos de 3.700 kilómetros cuadrados” y continúa:Allí se arrinconó una formidable estampida demográfica que se arraigó sin infraestructura de servicios y, a expensas de sus condiciones de vida, sigue multiplicándose al escalofriante ritmo de 800 almas por día […] Damero increíble de caos y simetrías en el que piezas de juegos diferentes flirtean con las fauces de la gran ciudad y la mansa tentación del campo”. 

Además de inferir que el escriba del diario nunca caminó por Parque Chas, podemos advertir parte de las caracterizaciones que siempre se volcarán sobre este territorio: desorden, carencias, escalofríos y la multiplicación descontrolada de una población indeseada. La imagen aluvional (en la que resuena la caracterización del diputado radical Ernesto Sammartino sobre el peronismo) es el primer clivaje de ruptura sobre el indeseado de la historia reciente: el migrante interno.

Ciertamente, Argentina tiene un problema con aquello que sus élites consideran indeseable. Los pueblos originarios, los gauchos, los migrantes ultramarinos mediterráneos, los politizados y, para mediados del siglo XX, el migrante interno que se asentó en la periferia de la Ciudad de Buenos Aires, es decir, en el Conurbano, la tierra de los vagos y el hogar de los indeseables. El 28 de julio de 1978, La Nación publicó una nota llamada “La Matanza, un partido con magnitud provincial”. Además de hacer una alusión a los tiempos en las que esa tierra trepidaba por el malón que se dirigía a saquear Buenos Aires, señalaba: “Parece increíble pero, apenas cruzando la General Paz, ya se carece de los más esenciales servicios a los que un ser humano tiene derecho en un mundo civilizado […] Estamos viviendo en el siglo XX en condiciones similares a las del siglo XIX. Todo gracias a la falta de planificación urbana y demográfica agravada por una demagogia desenfrenada. Está muy fresco todavía aquello de ‘mis queridos cabecitas’”. 

Una de las dificultades a la que nos enfrentamos a la hora de pensar el modo en el que los discursos hegemónicos han narrado el Conurbano no necesariamente es el profundo desconocimiento que tienen a la hora de compararlo con la Ciudad de Buenos Aires, sino el profundo desconocimiento que tienen de la propia Ciudad de Buenos Aires a la hora de compararla consigo misma. A escasos metros de uno de los barrios más caros de la capital, Barrio Parque, un número indeterminado de personas (pues los censos de población de barrios populares que hace el Gobierno porteño son tan o más dudosos que los planisferios del siglo X) vive en las mismas condiciones que la nota de La Nación describe en 1978. En este imaginario, el Conurbano no sólo rodea a la Ciudad de Buenos Aires, sino que la tiene sitiada. El Conurbano se convierte en un ancla para el desarrollo, y la General Paz, en un telón que desactiva el recordatorio de que la Ciudad está más cerca de Avenida Crovara que de Champs-Élysées. El riesgo (verdadero) de correr el estigma es encontrarse en la situación de Dorian Grey cada vez que pasaba cerca de su retrato.

Ya entrados en el período democrático que se inicia en 1983 y en las sucesivas crisis económicas que se suscitan, el Conurbano aparecerá reflejado como una tierra asolada por la delincuencia endémica, producto de una juventud sin metas ni futuro, hundida en las drogas, la holgazanería y el alcohol. El Conurbano pasa a ser un polvorín siempre a punto de explotar en una ola de saqueos y sed de sangre con consecuencias desestabilizadoras para cualquier gobierno que no lo controle a fuerza de plata o plomo. Dicho de otra manera, Conurbano y crisis social pasan a significar lo mismo.

En ese marco surgen dos ciclos televisivos disruptivos a la hora de mostrar lo indeseable en la pantalla: El otro lado y El visitante, ambos conducidos por el ya fallecido Fabián Polosecki. Si hasta ese momento la condición característica de lo marginal era la acechanza, este periodista mostrará la construcción histórica de lo marginal y la historia de vida detrás de lo que lo marginal fetichiza. Ah, sí. Llegamos a este momento. En el cambio de siglo, lo marginal dejó de ser un género de terror para convertirse en una categoría de página porno.

 

Foto: Instagram @thewalkingconurban

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El fetiche de la marginalidad: Policías en acción y Poornhub

En el comienzo del siglo XXI, esa experiencia de marginalidad, que alguna vez fue parte del repertorio tanguero y que luego pasó a las páginas de los diarios, se había convertido en parte de la cotidianeidad. Ya no había que esperar que un cronista del noticiero se internara en lo más profundo del Conurbano para conocer cómo viven los marginados. Estaban ahí, a cielo descubierto y a plena luz del día. En las calles, en los trenes, en los hospitales, en las escuelas. Disponibles para que viera quien quisiera ver. Claro, la sobreabundancia y la cercanía hacían a la experiencia lo suficientemente real como para volverse insoportable y esa demanda del público de poder conocerla sin tener que vivirla in situ fue satisfecha por los medios, a través de los dos formatos más revulsivos de la TV contemporánea.

Por un lado, ciclos como Policías en acción se enfocaron en mostrar cómo algunos efectos de la marginalidad eran combatidos o ridiculizados por la Policía bonaerense. Persecuciones, tiros, peleas callejeras, peleas familiares, borrachos, sogueros, delincuentes diminutos, toda una semiótica de los cuerpos y el territorio acompañada por una edición con efectos de sonido que intentaban clausurar el sentido de lo que se presentaba y guiaban la lectura, con secuencias veloces y efectivas. Por otro, programas como Kaos en la ciudad o .Doc, que hacían énfasis en algunas consecuencias del proceso de desintegración social que vivía el país pero con una mirada entre condescendiente y directamente pornográfica. Primeros planos de gente comiendo de la basura, un collage de nenes con la nariz llena de una sustancia que podía ser mocos o tolueno (el espectador usaría su criterio), historias de la vida real. De la vida real de otros. De otros que están lejos y, en escena, el starter pack de cualquier narración de la periferia: la noche, la calle oscura, sin asfalto, el hombre joven con ropa deportiva, morocho, pobre, tonto y peligroso. Acompañado en este caso por entrevistadores  que se comprometían fugazmente con la causa de su entrevistado, que era incitado a revivir sus prácticas marginales frente a una cámara morbosa y curiosa, es decir, revolver la basura, comerla, decir a qué sabe… La fascinación por lo marginal.

En ese contexto, o mejor dicho, de ese contexto surge un mecanismo para reconocer excepcionalidades y constituirlas en ejemplos de vida. Como flores que crecen en la grieta más profunda del infierno, no todos los habitantes del Conurbano viven en el estado de naturaleza que asustaría al mismísimo Hobbes, sino que algunos de ellos son la prueba viviente de un recurso literario que se pondrá de moda unos años más tarde: la meritocracia.

 

Romance te puedo dar

-José tiene 10 años y vive en una localidad del Gran Buenos Aires. Se levanta a las cuatro de la mañana para cortar leña. Luego, les prepara el desayuno a sus hermanas. Camina doce kilómetros, atravesando arroyos contaminados hasta la escuela, a la que no falta nunca jamás, y después de luchar con tigres y cocodrilos en el camino de vuelta a su hogar, hace la tarea mientras limpia toda la casa. José, ¿qué te gustaría ser cuando seas grande?

¿Les suena? El mash-up de La Cenicienta y el buen salvaje fue la primera forma de discurso más o menos indulgente que se pudo construir para completar el retrato de vida del habitante del Conurbano. Es el periplo del héroe conurbano, la hipérbole de una conducta moralizadora. No podemos enojarnos con alguien que se esfuerza tanto por ser “como uno”. Rodeado de vicios, violencia y la tentación de la carne, José es el paradigma de la excepción. Le dice “no” a las drogas y “sí” a los libros (o “no” a las alpargatas y “sí” a los libros. Para el caso, es lo mismo). El mundo necesita más Josecitos, pero eso es una utopía.

Lo cierto es que la historia de José no es la excepción. O tal vez sí, pero la regla en el Conurbano no es la del mundo de violencia y desenfreno, sino la de gente que se levanta temprano, labura, estudia, vive de día, duerme de noche. A veces festeja. A veces tiene, a veces le sobra y a veces le falta (y cuando falta, falta mucho). Esto, sin embargo, fue corrido del repertorio de posibilidades y, por alguna de esas alquimias milagrosas, la imagen romantizada de la excepcionalidad se convirtió en la principal carga discursiva contrahegemónica sobre el Conurbano.

El homo conurbanensis  pasó a ser una criatura mitológica que se carga la vida al hombro y va para adelante sorteando cualquier tipo de obstáculo. El espacio, la vía pública, las relaciones interpersonales en el Conurbano no estaban contaminadas por lo forzada e inauténtica que es la vida porteña. Esta no es tierra de caretas, acá la gente se la aguanta. Involuntariamente, se volvió a construir una caricatura de nosotros mismos, ahora de nuestra resiliencia. Luego, la retórica tribunera del aguante, la búsqueda de la mayor concentración de capsaicina por habitante para demostrar en el picantódromo que el auténtico homo conurbanensis es aquel que triunfa en un imaginario mundial de rusticidad. La metafórica relación de la vida y la virilidad se convirtieron en la (auto) referencia obligatoria a la hora de construir un relato vindicativo de este territorio.

 

Foto: Instagram @thewalkingconurban

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Las palabras y las chozas

No todo lo que se denuncia implica un llamado a la mano dura y no todo lo que no esté revestido de solemnidad es una falta de respeto. Ver chicos jugando en un entorno humilde no es romantizar la pobreza, es dar testimonio de que en el Conurbano hay lugar para juegos, aún en condiciones precarias ¿Es lo ideal? No. Es lo que hay. Del mismo modo, nadie se convierte en héroe por caminar diez cuadras de tierra o barro hasta la primera parada de colectivos. Las carencias de infraestructura, muy propias de las suburbanizaciones en las que el Estado se corrió a un lado, no son pintorescas. Así como los habitantes del Conurbano no andamos defecando en tachos o al grito de “agua va”, el mejoramiento de las condiciones sanitarias de miles de habitantes es una deuda pendiente desde hace décadas. Decirlo y reclamarlo no es hacerle el juego a la derecha, sino demandar la relevancia que le corresponde a la región económicamente más dinámica de un país que se sostiene en base a la distribución inequitativa de recursos que se tiene con la provincia de Buenos Aires en general y con el Conurbano en particular.

Recuperar la narrativa propia requiere trascender los límites que la estigmatización y la romantización han trazado sobre la forma en la que lo propio debe ser contado. En el caso del Conurbano, no se trata de recuperar esa narrativa, sino de inventarla. Lo que implica que muchas veces no sea ni la correcta, ni la adecuada, ni la única y, seguramente, que no todos queden conformes con la forma que este invento tome, pero sí que sirva para expandir las fronteras estrechas de un Conurbano tan trillado como irreal.


*The Walking Conurban es una cuenta en Instagram y Twitter que crearon Diego Flores, Guillermo Galeano, Ángel Lucarini y Ariel Palmiero. Estos cuatro amigos de Berazategui la iniciaron como una dinámica interna del grupo, pero su idea se terminó convirtiendo en un suceso virtual que, hoy, recibe más de 50 fotos por día de sus seguidores para pintar, colectivamente, cómo late el Conurbano bonaerense.