Hay momentos en los que las historias se sincronizan, al igual que las partículas de un conjunto se vuelven a juntar luego de un estallido. Como lo hacen los manifestantes cuando se reagrupan. Retroceden unos pasos, solo para avanzar con el envión. Este texto recopila voces. Las junta. Otra vez. Voces que son el eco del aliento que respiró el ardor del 2001. Voces que son el testimonio del saqueo. La resistencia se escribe con los cuerpos. Es un verbo que se conjuga en la primera del plural. Y en la calle.

Por Leandro Alba
Fotos: Sub Coop

Estoy tentado a decir que seguí al 2001 por la tele. Las balas de plomo, las corridas. Los dibujitos, el calor. Las muertes. Los presidentes. Tinelli. Cavallo. Dragon Ball. Susana. Chacho. A mis doce años, lo que veía parecían noticias de un zapping arrancado a un canal de otro planeta. Uno que se había cansado. Pero si dijera eso, sería mentira. Porque él también nos persiguió y, a muchos, les empezó a morder los talones antes; en los noventa y pico, digamos, cuando ya casi no quedaban lágrimas para estirar y aguar el puchero.
Recuerdo una entrevista sobre el 2001. Está en un documental. No sé el nombre. Cuestión que un tipo cuenta que tiene un bala en la cabeza, que le quedó ahí desde el 2001. Una bala de plomo. El tipo, además de ser un sobreviviente es un testimonio. Un milagro que camina. Y recuerda. Fueron a matar. Pero es un testimonio completo: la suya también es la historia de quien ha conseguido sobrevivir. Porque otro manifestante se quedó a ayudarlo. A acompañarlo. Lo salvó. Pienso que su historia es la condensación del 2001. Pienso que conversar escucharlo es tirar de una madeja y empezar a ver los fragmentos de una red que no han conseguido romper. Tirar de una punta, o la otra, es lo mismo. Ahí está la red, las palabras coincidentes, los mismos relatos. La red que no han roto. Ni siquiera con mentiras. Ni con rumores, paranoias. Recorrer la memoria es reconocernos en una historia. Una en la que cada palabra fractura discursos prefabricados y se pierden como esquirlas. Juntarlas. De eso se trata este texto.
Reagruparlas, como quien vuelve a juntarse en una esquina, agitado, luego de correr bajo la violencia del sol, con sus compañeros.

 

Miriam Prado, docente de Historia.
Ese día está marcado por el dolor y por el amor. Mi papá estaba ampliando mi casa, en este lejano oeste. Esa mañana, mi papá rescató a una perrita enferma que estaba en la calle y que, luego de serias discusiones, la adoptamos. La bautizamos: Suerte. (Suerte que vive y que encontró hogar). Al atardecer, empezaron a invadirnos los miedos. No quería que mi papá maneje de Álvarez a Isidro Casanova en medio de las noticias que íbamos escuchando. Él, acostumbrado a tantas crisis, me dijo: “No te preocupes, nos vamos. Tengo que llevar a los muchachos”. Llegaron a la intersección de Ruta Nacional N°3 y Marconi. Allí, tuvo que abandonar su vehículo por los cortes y seguir caminando hasta su casa. Tenía más de 100 kilos en sus apenas 170 cm de altura. En medio del caos, llegó a su casa. Caminó 30 cuadras. Pasó angustias pensando en quienes amamos. Lo recorrió el miedo por el local de barrio que tuvo y tiene mi mamá. Me imagino aún hoy a mi papá en esa caminata con ropa de trabajo y a mi mamá cerrando a las corridas y rogando que no le rompieran las cortinas. Aún hoy siento en el cuerpo el impacto que me dejaron esas jornadas de dolor/horror.

Giselle Aronson, escritora, fonoaudióloga y docente
Iba en colectivo a uno de mis trabajos por aquel tiempo, un centro de atención de salud, cuando sonó mi celular, era mi hermana que vive en otro país. Ubiquémonos: en ese entonces no existía whatsapp y recibir en el celular una llamada del exterior significaba urgencia, suma importancia o ambas.
Mi hermana me preguntaba, alarmada, dónde estaba porque en ese momento en el televisor de su casa había noticias de guerra civil en Argentina. Así lo dijo: «Guerra civil».
«Estoy yendo a trabajar en colectivo, quedate tranquila», respondí.
A las pocas horas, las autoridades del centro de salud nos invitaron a volver a nuestras casas.
Después sucedió todo lo demás pero nunca me voy a olvidar del eco de las palabras «guerra civil».

Mario Castells, ex militante troskista
Yo dedico gran parte de un libro mío, que se llama “Trópico de Villa Diego” y que fue editado por la editorial Municipal de Rosario, a lo que fueron los escenarios del 2001. Como gran imagen condensadora, siempre tengo la escena del camión jaula: la gente abrió las puertas para que salgan las vacas y, por otro lado, la conformación de un improvisado San Fermín en las calles de mi barrio. En mi barrio, la mayoría de las personas son obreros de la carne.
En ese improvisado San Fermín, en el cual abren las puertas de un camión jaula y escapan tres vacas, vi a toda esa multitud; las vacas hasta la llegada al río. Vi la entrada de las vacas al río. Vi la salida de dos muchachos, uno con un revólver y una escopeta. Vi el fusilamiento de las vacas y el faenamiento, en menos de lo que dura un chamamé maceta, en lo que es el reparto de los animales.
Todo el 2001 fue sintomático. Yo era miembro del centro de estudiantes Humanidades y Artes en Rosario, había pasado muchas actividades. Tuve un rol protagónico en un montón de movilizaciones del movimiento estudiantil. Era miembro de un partido militante: el MST, que tenía mucha fuerza, en ese momento, en todo el país y capitaneaba, de algún modo, gran parte de la movilización de esos años porque era un partido grande. Entonces, ese día yo me di cuenta no solo de la crisis, si no del estallido. Así como mi partido fue el único que vio, que pudo ver, la sombra del 19 y 20 del 2001 cuando dijo: “Chorros, devuelvan los ahorros. Se viene el estallido”. Yo ahí vi que, también, ese estallido iba a ser y de qué manera. Entonces, en mis premoniciones partidarias, les dije a mis compañeros que iba a ser como tradicionalmente es en Rosario: con saqueos. El estallido a través de saqueos. Pero fue una gran convergencia de movilizaciones populares, de movilización ciudadana, que vino a reponer el abandono de las organizaciones obreras, de la CGT, que hicieron un rol nefasto, y aparición de las asambleas barriales junto con la movilización popular que se propició a partir del estallido, los saqueos y la represión a uno y otro movimiento. Porque acá, en los saqueos, murieron un montón de compañeres. Cuando nosotros estuvimos en Villa Gobernador Gálvez, acompañando a los saqueos de nuestros compañeros, fue cuando mataron a Graciela Costa, que era una compañera de Izquierda Unida. Y también hay que recordar los fusilamientos de la gente movilizada como los asesinatos en Plaza de Mayo y Plaza Congreso.

La Matanza 2001 - Foto: Sub Coop

La Matanza 2001 – Foto: Sub Coop

 

Belén Longo, autora de “Donde mueren las mariposas”, editorial Futurock
En la casa de Laferrere, un escalón dividía el living del comedor. Sobre esa diferencia de alturas me quedé hecha un bollito, en el rincón más alejado de la puerta y de las ventanas enrejadas.
Las historias llegaban a mis oídos. No recuerdo a los informantes. Algunas voces sin caras alertaban que Los del fondo, allá cerca del río Matanza, estaban viniendo a saquear las casas y los negocios. Desde el lado Norte, la zona más pudiente, se hablaba de que los comerciantes estaban atrincherados, todos unidos y armados para bajar a los negros villeros del fondo.
Pasé el día con las manos abrazadas a las rodillas, entre un lugar que se lucía más alto que otro. Recuerdo también mi voz mental, la que se preguntaba si el techo y las paredes serían suficientes para preservarme de tanto odio.
Un escalofrío me acompañó durante horas, la sensación de estar presa y a la vez desnuda frente a cualquier ataque.
Ese día pasó y no vi ningún malón violento. Solo tengo la imagen de calles de fuego, circulos negros encendidos, fuertes en olor y humo.
Cada diciembre tiene algo de aquél, un poco de agobio y asfixia.

Roberto Cipriano, secretario de la Comisión Provincial por la Memoria
El 2001 fue un año intenso, fuerte. Importante, también, en mi vida porque en el mes de julio nació mi hija. Y, bueno, la crisis, la situación que se vivía, me llevó con la familia a vivir al pueblo del que yo venía. Y ese volver al pueblo estuvo la posibilidad de abrir un estudio. La verdad es que la vida cotidiana era compleja, era sumamente desgastante. A veces, costaba juntar la plata para el alquiler, para los servicios. Eran momentos de mucha zozobra para quienes, bueno, como muchos argentinos, teníamos el cuero duro porque habíamos vivido la inflación de Alfonsín, habíamos vivido la dictadura, habíamos vivido el Rodrigazo y, no obstante eso, esa crisis devastadora, que fue la culminación del modelo neoliberal del menemismo y la Alianza, y que trajo mucha zozobra. En el pueblo, si bien no hubo mucha cantidad de movilizaciones, trajo mucha zozobra. Recuerdo a quien era casi un amigo, un cliente del estudio que era empresario textil, que murió de un infarto agobiado por las deudas, por una política que había tirado abajo a toda la industria textil Argentina. Y la crisis de diciembre, la fuerte represión estatal, las personas que murieron solo por reclamar una salida de ese modelo tan aberrante, tan espantoso, que tanto dolor trajo, fue la culminación de un momento muy triste para nuestro país. Y vivirlo lejos de las grandes ciudades, no estar presente en esas marchas, yo había militado mientras estudiaba y estaba acostumbrado a estar en las calles reclamando, eso también me generaba mucha tristeza. Mucha desazón. Por no estar cerca. Por no poder estar marchando. Y todo eso hizo que ese 2001 fuera un año de una angustia importante. Y mucho dolor.

Patricia “Colo” Cubría, diputada bonaerense
El 19 a la noche, ni bien nos enteramos del pedido de estado de sitio, nos convocamos en la calle. En aquel momento no había otras formas de juntarnos, había citas, lugares y olfato para convocarnos con el pueblo.
Me acuerdo, en la noche del 19, nos concentramos para protestar en las cercanías de la casa de Cavallo. Después, fuimos al Congreso. Sufrimos lo que fue la represión de esa noche. Y, al otro día, temprano, volvimos a Plaza de Mayo. Mi pareja de aquel momento era del SIMECA, el sindicato de motoqueros y cadetes, así que estuvimos con ellos resistiendo. Nos sacaron con balas de plomo, de goma, con gases, con palos, con caballos. Fue tremendo. Había toda una mística. Desde la noche anterior, había una sola consigna: “Qué boludo, qué boludo, el estado de sitio se lo meten en el culo”. Y lo otro era: “Que se vayan todos, que no quede uno solo”. Eran cánticos contra el gobierno y contra el modelo. En Paseo Colón, entre vecinos, comerciantes, gente suelta y hasta colectiveros, nos organizamos para hacer barricadas y que no entren más armamentos. Ahí fuimos salvajemente reprimidos. Nos fuimos replegando hacia la 9 de Julio y ahí fue lo más grueso, lo más duro de toda la jornada: avances, retrocesos, vimos compañeros caer, mucha solidaridad y el momento más fuerte.
Fueron dos, para mí. Uno: haber llegado como llegamos y encontrarnos todos y todas, militantes de aquella época, no hizo falta que nos llamemos por teléfono. Y, lo otro, cuando nos enteramos que había renunciado y se iba en helicóptero. Y esa sensación de libertad. De liberación. De unidad de todo un pueblo.

2001 - Colo Cubría sale en la foto en el margen izquierdo, con los brazos en jarra.

2001 – Colo Cubría sale en la foto en el margen izquierdo, con los brazos en jarra.

 

 

Ismael Jalil
La boca del caño en primer plano.
El caballo parado en dos patas y el tirador de uniforme con el gesto lascivo dispuesto a matar.
Diagonal Norte sembrada de piedras, como una Intifada porteña.
Torsos desnudos, la dignidad se arropa en las barricadas.
Un grito colado por Diagonal Sur: ¡Piqueteros Carajo!
Autos de civil con tiradores rodeando la otra Plaza, la del Congreso.
Voy en ambulancia sosteniendo la oreja de un compañero al que se la volaron de un culatazo mientras en la camilla, Iki Julián muestra la herida de bala a la altura de sus riñones.
El Argerich, bolsas con cadáveres y un incesante pasar de heridos como en esas películas en dónde el fuego consume los ojos.
Silencio que se rompe con el sobrevuelo de un helicóptero.
“Se van se van y nunca volverán…”
Pero no.
El día más importante de aquel diciembre fue el 21.
El más largo de la historia argentina.
Tan largo que aún no terminó.

Pablo Pimentel, fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos La Matanza
Justamente, estoy yendo por Cristianía, en La Matanza, ahora. Es uno de los lugares donde prevaleció una de las operaciones de los servicios de inteligencia de De La Rúa, de la Alianza y de la perversión. Habían hecho correr la bolilla y decían que el barrio El Tambo tenía que cuidarse porque los iban a invadir del barrio Don Juan, o del Talita, o del 22 de Enero, o de Villa Palia con la gente de Puerta de Hierro. Con eso lograron que la gente no vaya al Centro, a Plaza de Mayo. Pero lo que hicieron fue armar barricadas en cada barrio, en cada esquina, es más, estoy pasando Cristianía, y acá, en esta esquina, se dio una balacera, porque la gente fue a saquear los negocios y un comerciante, que no me acuerdo su nombre, sacó una escopeta, empezó a tirar y mató a dos personas. Estamos hablando de dos niños, uno de 11 y otro de 16 o 17 años. O sea que, a los 37 muertos que se le adjudica a las fuerzas policiales, tanto federales como provinciales, hay que sumarles otro tanto, y se calcula que entre fueron entre 70 y 75 personas las que perdieron la vida esos dos días de revuelta popular.

Lili Galeano, miembro fundadora de H.I.J.O.S. La Matanza y referente del barrio Nicole
El 19 nos avisan que todos los supermercados de Virrey del Pino estaban con seguridad en las puertas, con garitas y policías. Hubo una reunión en la puerta de la comisaría, con los dueños de los supermercados y mayoristas, donde avisaron que iban a dar mercadería para no ser saqueados. Al otro día, tomamos el 88, y bajamos en Plaza Miserere, nos encontramos con docentes. Nos avisaron que había un grupo que estaba enfrentándose con las fuerzas de seguridad, que una familia estaba en un supermercado y estaban siendo reprimidos. Los acompañamos y, en un momento, la familia salió. Fuimos hasta la 9 de Julio. íbamos escuchando la cantidad de detenidos, heridos y que había muertos. Escuchamos que las Madres habían sido reprimidas.
A la noche, al volver a Virrey del Pino, en la Rotonda de San Justo, empezamos a ver fogatas. Había vecinos con palos. Eso se incrementó hasta llegar al kilómetro 35 de la Ruta Nacional N° 3. La policía había ido a los barrios para decir, por megáfono, que iban a venir de otros barrios; de la Carlos Gardel, de Fuerte Apache, para robarnos lo poco que teníamos. Cuando llegamos a nuestro barrio, todos los vecinos tenían la misma versión. Y estaban cerrando con palos y maderas sus casillas. En la radio escuchamos que eso estaba generalizado. En toda la provincia de Buenos Aires se escuchaba lo mismo. Hoy, no olvidamos a los heroicos compañeros, heroicos jóvenes que pelearon en la ciudad que se unieron a los sectores también medios. Los sectores populares del Conurbano veníamos siendo tapa de todos los diarios cada vez que nos movilizábamos y esos días la tapa de los diarios fue de los sectores medios de trabajadores, a los que le quitaron los ahorros y que rodearon los bancos y se movilizaron.

Sergio Gramajo, autor de “Talón rajado”
Te cuento: yo no sé si leíste el libro, si no lo leíste, hay un capítulo, que se llama “No venían bien las cosas”, que habla del 2001 justamente y de algo que me quedó muy grabado, que fue como un grito de guerra esa noche en los barrios, que fue el grito de: “Ahí vienen”. Viste que se dice que la cana corrió la bola entre los barrios, para evitar que se propaguen los saqueos, corrió la bola de que el barrio vecino te iba a saquear a vos y a ellos les dijo que vos los ibas a saquear. Entonces, la gente se apostó en las esquinas, haciendo quema con lo que tenía a mano, neumáticos en desuso por lo general, y todos, sobre todo los tipos, estaban apostados en las esquinas esperando a que venga el barrio vecino a saquear. De esta forma, muchos se quedaron no más lejos de las esquinas de sus casas esperando eso y frenaron un cacho los saqueos que habían arrancado en la tarde anterior, viste… El capítulo habla de eso. Y lo que a mí me generó eso. El nivel de violencia que se despertó. La psicosis. Yo recuerdo que me encajaron una escopeta y andaba con una escopeta al hombro. Una cosa increíble. Pero bueno, si querés pegale una leída. Si me decís qué te parece que está bueno, yo hago una especie de resumen de ese capítulo y te lo mando. Ahora, si vos me dirías sin haber escrito ese capítulo del libro… yo escribiría sobre eso, igual, porque es lo que más me quedó, digamos… como una singularidad, más allá de todo lo que sucedió. Recuerdo, si no me equivoco, esto no salió en la tele, pero todo esto sucedía en los barrios. O, por lo menos, en Laferrere…

Marianela Ríos, periodista.
Las puertas estaban abiertas. El viento pesado de diciembre atravesaba la casa en una recta perfecta y arrastraba hacia el patio el olor a mandarinas que mi tío Eloy comía religiosamente después de cada almuerzo. Frente a la tele éramos tres. Mis primas y yo tratábamos de seguir con la precisión de una sombra los movimientos de nuestra Bandana favorita. Habían llegado al teatro de una
Buenos Aires más hambrienta que nunca. Pero eso no lo sabíamos. A los 10 años, las noticias nos aburrían. Éramos lxs hijxs de los dueñxs de comercios de barrio. Vivíamos en la burbuja de la clase media trabajadora. Frágil y dispersa.
Ese día, una bocina nos cortó la coreografía. Mi tía agarró mi mochila con torpeza y me dijo que mis papás habían venido a buscarme. Nos saludó apurada y cerró las puertas. Me enojé y subí a la parte de atrás de la camioneta sin saludar al resto de mis hermanos que ya estaban ahí. Afuera la gente caminaba rápido, pero eso era normal para un 20 de diciembre. Me di cuenta que no estábamos yendo a casa sino a la panadería que teníamos cuando mi papá dobló en la avenida Crovara. Eran casi las 8.
La desesperación se olía y la calle apestaba. Bajó la velocidad cuando pasamos por la puerta del negocio.
-Por lo menos nos quedó la heladera. Lo escuché decir.
Nunca nos detuvimos. La persiana estaba a media asta y los vidrios partidos brillaban con la resolana. Una mujer juntaba bizcochitos del piso.

Martín Galli, herido 20 de diciembre de 2001
Yo fui herido por la Policía Federal Argentina en diciembre de 2001, en el marco de las manifestaciones y las protestas generales que hubo esos días. La Policía me dio un disparo de plomo en la cabeza y, bueno, tuve la suerte de sacarla bastante barata. Si recuerdo algo de esas jornadas es, por un lado, lo transversal que era la protesta. Recuerdo que había señoras con bolsas de hacer los mandados manifestándose, gente que salía de oficinas con maletines, obreros. Era muy variada la concurrencia. A la distancia, con tanta grieta, eso me llama mucho la atención. Cavallo y Fernando de la Rúa habían logrado convocar a todo el mundo en su contra. Recuerdo mucho la solidaridad que había. Manifestándose en el Obelisco, el día 20 de diciembre por la tarde, había muchos gases lacrimógenos y era muy difícil respirar. Estábamos cerca del Hotel Panamericano, cinco estrellas, y en un momento salieron un montón de conserjes, con sus trajes, a traernos limones. Nos decían que eso nos iba a hacer bien. Eso lo recuerdo a la distancia y me parece de una solidaridad muy grande: ellos no podían manifestarse pero nos traían eso. En mi caso particular, me socorrió el Toba García; así le decían. Héctor García. Yo caí en plena calle, en plena 9 de Julio, entre Perón y Sarmiento, con este disparo de plomo en la cabeza que aún hoy lo tengo. Y el Toba reanimaciones, RCP, me llevó a un hospital en taxi en medio de toda la vorágine. Fue un acto solidario que creo que me salvó la vida.

 

2001 Puente Pueyrredón - Foto: Sub Coop

2001 Puente Pueyrredón – Foto: Sub Coop