A partir de su investigación sobre la participación de mujeres y cuerpos feminizados en el mercado de drogas ilegalizadas en barrios populares de Rosario, en este ensayo, la autora analiza variaciones recientes tanto en los roles que ocupan en el mundo del delito, así como en la forma de pensarlas, mirarlas y comprenderlas, luego de la nueva etapa feminista inaugurada en 2015 con el movimiento Ni Una Menos.

Por Eugenia Cozzi*

 

El mundo del delito en sectores populares se presenta, al igual que otros espacios sociales, como un universo altamente masculino o masculinizado. Rosario no es la excepción. Son los varones, o cuerpos masculinizados, los que ocupan el espacio público y disputan allí su honor a los tiros. Las cifras de homicidios registrados dan cuenta de esto: la gran mayoría de los muertos y los agresores son varones, jóvenes, de sectores populares. Son ellos quienes, en su mayoría, ocupan lugares de cierto poder y liderazgo. Son ellos los famosos, cuyos nombres suelen aparecer en los titulares de la prensa y de quienes solemos ocuparnos desde el mundo académico. Todo esto a pesar de que hay mujeres, que, en distintos momentos y de diversas formas, participaron o participan de actividades vinculadas a esta trama: desde la mítica Agata Galiffi de principios del siglo XX, a la gran cantidad de mujeres que hoy en día pueblan las cárceles del país por delitos vinculados con drogas. Y otro tanto podríamos decir en relación a las personas travestis y trans, dado que, entre quienes se encuentran presas, la mayoría lo está por este tipo de delitos.

En Argentina, quienes investigamos sobre juventud, delito y violencia hemos privilegiado el estudio de las formas de sociabilidad de jóvenes varones. En mi caso, formas de sociabilidad vinculadas al mercado de drogas ilegalizadas y a variados usos de violencia(s) ligados a disputas de una masculinidad tributaria del modo de dominación patriarcal. Podemos pensar que esto se debió, en parte, a que ellos son quienes más participan de estas actividades; y que esta supuesta menor participación o presencia de mujeres (o de lo femenino) puede interpretarse como resultado de cierta feminidad tradicional obligatoria que envuelve a las jóvenes y las aleja de esos roles.

Sin embargo, en los últimos años, algunes de nosotres comenzamos a prestar mayor atención a la participación de mujeres jóvenes, o cuerpos feminizados, en el mundo del delito. Se advierte, también en el último tiempo, convocatorias de distintas áreas del sistema de ciencia y técnica de nuestro país que las ubican como tema de investigación prioritario. ¿Qué generó esa preocupación novedosa? ¿Se produjeron transformaciones en el fenómeno que estudiamos? Es decir, ¿las mujeres o cuerpos feminizados, y en especial las más jóvenes, comenzaron a participar más activamente y a ocupar roles hasta entonces reservados a los varones? ¿Los nombres de algunas mujeres comenzaron a tener un lugar protagónico en los títulos de las crónicas periodísticas? O, en cambio, ¿lo que se modificó en estos últimos años es el prisma con el que miramos estos fenómenos?

 

Nuevos contextos, nuevas miradas

Sin dudas, no pensamos, ni investigamos, ni escribimos en el vacío. Los temas, problemas y preguntas de investigación se construyen con otres, en contextos políticos particulares. A mediados de 2015, las repercusiones del movimiento Ni Una Menos permitieron visibilizar otras muertes y, de algún modo, masificar los reclamos ligados a las violencias machistas que varios actores sociales y, en especial, diversas organizaciones feministas venían sosteniendo desde hacía tiempo. Fue entonces cuando el femicidio de Chiara Páez, una joven de la ciudad santafesina de Rufino, provocó un repudio inmediato, colectivo y viral, que culminó con una convocatoria de periodistas, artistas, militantes y activistas a manifestaciones en todo el país. Otro prisma parecía imponerse para mirar y explicar otras violencias y se inauguraba lo que algunes denominaron una nueva etapa feminista, que nos interpeló a todes.

Recuerdo que días después de la noticia sobre esa muerte, una joven del barrio de Rosario donde me encontraba haciendo trabajo de campo, novia de un “tira tiros” que había conocido por ese entonces, me reenvió por celular la convocatoria a la marcha Ni Una Menos que se realizaría en la ciudad. Me sorprendí con ese mensaje: hasta ese momento, ligaba ese reclamo a sectores sociales medios y no me parecía muy popular. Decidí entonces acudir a la cita. Efectivamente el reclamo desbordó todo, la manifestación fue multitudinaria y sumamente heterogénea. Mujeres muy jóvenes se intercalaban con viejitas, pibas de los barrios con señoras del centro, y así. Había furia, furia contenida y una energía arrolladora. Me conmoví. Esa experiencia se imprimió en mi cuerpo, en mi forma de mirar tan preocupada por denunciar los pibes que mataban y morían en la ciudad, de comprender ese mundo. Quería ahora conocer y comprender qué pasaba con las pibas en el mundo del delito, ese universo que tanto había estudiado.

Me interesó entonces colocar la pregunta, no sólo por la escasa participación de las mujeres o los cuerpos feminizados en estos espacios que se presentan como híper masculinos o masculinizados, o en todo caso, por las modalidades específicas que adquiere dicha participación y presencia; sino también por las formas de feminidad y masculinidad puestas en juego, en tanto fuente de honor, prestigio social, reputación, respetabilidad y/o popularidad, tal como lo ha estudiado a fines de los años ‘80 Claudia Fonseca en el contexto brasileño, en un momento particular en el cual las formas tradicionales de feminidad y masculinidad estaban (o están) siendo puestas en cuestión. Dicho de otro modo, lo que me interesa indagar es si – y en todo caso cómo – los mensajes feministas han incidido en una reconfiguración particular del mundo del delito rosarino. O si, en cambio, las pibas siempre estuvieron ahí y lo que cambió fue nuestra forma de mirarlas.

Pareciera que sucedieron ambas cuestiones, es decir, sin dudas los mensajes feministas impactaron en nuestras (mis) formas de mirarlas; como así también incidieron en las formas de ser y estar de las mujeres en este espacio social híper masculino o masculinizado. Habrá que precisar con investigación empírica acerca de cómo se produjeron (o se están produciendo) esas transformaciones en el mundo del delito popular.

Pero, ¿qué sabemos hasta aquí? La mayoría de las veces, las mujeres jóvenes o los cuerpos feminizados que participan del mundo delito lo hacen desde una posición subalterna, en los peores puestos, como soldaditas en el mercado de drogas ilegalizadas, y son quienes, entre otras tareas, se encargan de la venta al por menor, por ejemplo. En ese caso, podríamos pensar que comparten ese lugar de subordinación, explotación y peligro que también ocupan los soldaditos, sus pares jóvenes varones, que la academia tanto se interesó en documentar. En otros casos, llevan adelante la maquinaria logística imprescindible para el desarrollo de los mercados ilegales -como la organización y administración de puntos de venta, por ejemplo-, y las más de las veces, además, se encargan de las tareas de cuidado necesarias para que ellos, los varones, se desarrollen en esos ámbitos.

Son muy pocas las jóvenes que disputan su prestigio a los tiros en el espacio público, casi a la par que los varones. Cuando eso sucede, suelen desempeñarse en un registro masculino ligado a la fuerza, el dominio y el sometimiento del otro, o resultan masculinizadas. Muchas menos son las que ocupan ciertos lugares de poder, mando o liderazgo. Algunas suelen hacerlo como esposas, madres, viudas, hijas o hermanas, y es ese lazo de parentesco lo que les permite situarse en ciertos lugares de poder, cuando los varones mueren o están presos.

En cambio, otras mujeres -en general las más jóvenes- lo hacen por sus propios medios y méritos, aunque pareciera que corren la misma suerte: se desempeñan o resultan masculinizadas. Es decir, son construidas como pares masculinos, “como uno más”, “que se la banca y no se queda atrás”. En otras ocasiones, son mencionadas de una manera particular: “No es ni hombre, ni mujer, es tortillera”, era una de las caracterizaciones que pesaban sobre ellas. En cualquier caso, se las retiraba de su posición de mujer en tanto sujeto débil y subordinado. De este modo, la asimetría en términos de género es una cuestión de roles según estereotipos, que no necesariamente se corresponden con que la ejerzan varones o mujeres.

Todo lo dicho hasta aquí nos hace preguntarnos si las formas eficientes de la participación de mujeres (o de lo femenino) en espacios sociales profundamente masculinizados, como el mundo del delito, son desempeñándose de una manera masculinizada, si las posiciones de poder se presentan siempre generizadas y quien tiene poder se reviste de género masculino, en tanto ejercicio de una determinada masculinidad tributaria del modo de dominación patriarcal, tal como analiza, entre otras, Mariana Sirimarco. O si, en cambio, se pueden encontrar otros modos de ser y estar, esto es, si es posible para estas jóvenes mujeres disputar desde otro registro su lugar en este mundo hasta ahora masculinizado. Claro está que esta interrogación excede al mundo del delito de los sectores populares.


*Eugenia Cozzi es doctora en Antropología Social por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, magister en Criminología por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Litoral, y abogada por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Además, es investigadora del CONICET, del Programa de Antropología Política y Jurídica del Instituto de Ciencias Antropológicas de Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y del Departamento de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. También se desempeña como profesora de grado y posgrado en diversas universidades del país y es autora del libro “De ladrones a narcos. Violencias, delito y búsqueda de reconocimiento”. Investiga sobre la participación de jóvenes de sectores populares en el mercado de drogas ilegalizadas y en situaciones de violencia(s), así como prácticas y desempeños de burocracias penales, en especial, policías y fuerzas de seguridad, en relación a ese grupo social y esas actividades.