Por Pablo Alabarces

Para Juan Sasturain

1. Hace ocho años, tuve que contar quiénes eran los Creedence Clearwater Revival. Bueno, sólo en algunas situaciones y escenarios: justamente, lo insólito del éxito de “Brasil, decime qué se siente”, el hit fulminante de la Copa de 2014, residía en que la melodía de “Bad Moon Rising”, firmada por John Fogerty y grabada por Creedence en 1969, tenía más años que la enorme mayoría de los y las hinchas que la cantaron hasta el agotamiento durante dos meses de ese año. Pero ninguna canción puede transformarse en himno de una hinchada si los que la van a cantar no conocen la melodía y el ritmo –pueden ignorar toda la letra, pero deben poder tararear el original sin repetir y sin soplar. Y había que dar muchas vueltas para encontrar las razones por las que una canción tan antigua podía revivir y volverse viral. Viral, recordémoslo, hasta el paroxismo, hasta la repetición incansable. Un video aficionado en YouTube proponía al propio Creedence Clearwater Revival interpretando la música original, pero con una voz cantando los versos futboleros (https://www.youtube.com/watch?v=l5l4H7zPImM); otro, a cargo de nuevos aficionados, lo reversionó como chacarera (https://www.youtube.com/watch?v=cEI6FYgLeU8); una banda de cumbia decidió hacer su propia versión, ahora acentuando la estructura rítmica del género (https://www.youtube.com/watch?v=a-PEn2qjRKQ). Porque, claro, “Bad Moon Rising” se había vuelto cumbia al transformarse en “Brasil, decime que se siente”. Sin cumbia no hay hinchada.

Lo cierto es que nuestra hipótesis –mía y del periodista Fernando García, nada más– era que Creedence era una banda peronista. Al menos, el roots rock del grupo había tenido un largo éxito entre los rockeros de las clases populares, esos que años más tarde alimentarían los públicos desangelados del rock chabón. De allí a la viralización de una canción de 1969 había sólo un paso.

 

2. Pero lo más importante del éxito viral de la canción y del regreso con gloria de las melodías de Fogerty era que habían logrado imponer una nueva canción oficial de la Selección Argentina. El apolilladísimo “Vamos, vamos, Argentina” podría ya ser estigmatizado, como decía García, “como un residuo resiliente del período 76-83 [que] encaja en el puzzle del Mundial 78 como triunfo maldito del fútbol argentino”.

Vamos, vamos, Argentina

Vamos, vamos a ganar

Que esta barra kilombera [bullanguera, en su versión oficialmente grabada]

No te deja, no te deja de alentar

 

A pesar de la precariedad y simpleza metafórica y lírica de la canción –o quizás, precisamente por eso–, estos versos y esa melodía se transformaron en el casi único cántico “nacional” durante más de tres décadas. En el mismo momento en que la cultura futbolística argentina se jactaba de su creatividad sin límites, el aliento a la selección argentina recaía una y otra vez en los versos heredados del Mundial de la dictadura. (Para colmo, con ese desvío pacato de la “bullanguería” frente al obvio, tradicional y profundamente popular “kilombo”). Increíble: durante treinta y seis años, “la mejor hinchada del mundo” había sido incapaz de inventar una canción más digna que esa tontería –y eso que, en el medio, había pasado Maradona, nada menos: Olé, olé olé olé/Diegó, Diegó.

Peor aún: sobre la canción había un largo litigio autoral, resuelto recién en este siglo a favor de la dupla integrada por Rocky Mellace y Enrique Núñez, que habían registrado la canción en 1977 para que fuera grabada como parte del merchindising oficial de la Copa de la dictadura (aunque luego distintos intérpretes y re-versionadores intentaran apoderarse de ella). La aparición del “Brasil, decime qué se siente” vino a saldar esta deuda simbólica: que la canción hegemónica en los juegos de la selección nacional fuera una herencia dictatorial.

En suma: durante casi cuatro décadas, la autopercibida “mejor hinchada del mundo” sólo había generado derechos de autor para dos ignotos escribas de música pavota.

3. En 2014, aunque reconozcamos que la canción era mucho mejor, la cuestión de la autoría también estaba en el tapete. Los versos de “Brasil, decime qué se siente” fueron escritos por un tal Ignacio Harraca, amigo de un tal Diego Scordo, que a su vez la registró en la Dirección Nacional de Derechos de Autor para que fuera regida por los beneficios de la ley 11.723, que ordena los derechos de autor en la Argentina. Según fuentes periodísticas, un grupo de jóvenes de clase media, con la holgura económica que les permitió pasar treinta y cinco días en Brasil, imprimieron cuatrocientas copias de su canción y la distribuyeron entre los hinchas argentinos que transitaban las calles de Copacabana los días previos al debut argentino: especialmente, entre los hinchas que intentaron un “banderazo” el sábado 14 de junio, ocupando las calles cariocas como forma de señalar su presencia en “territorio” adversario, la práctica clásica de las hinchadas argentinas. Pero el éxito de su intentona –el hecho de que la nueva versión de la canción fuera adoptada unánimemente por los presentes en los estadios brasileños y por los hinchas que no pudieron viajar– se transformó también en un gesto mercantil: los autores cobran aún derechos de autor cada vez que su “versión” de la canción de Fogerty es emitida en los medios de comunicación, según las tarifas fijadas por SADAIC. Por segunda vez en la historia futbolística argentina, un canto de hinchada redundó en beneficios económicos para sus autores. Pareciera que, nuevamente, la tentación de reivindicar la autoría anónima, colectiva y popular de los fenómenos de masas debió ceder frente a la organización capitalista, espectacular e industrializada de la cultura de masas. A la que el fútbol no puede escapar, y ni siquiera lo intenta.

4. En 2018, en Moscú y sus alrededores, no hubo poetas inspirados. Quizás, el éxito de “Brasil…” amilanó a los sucesores: quizás, la dificultad de la rima con Moscú o con Federación Rusa, o el temor a encontrar rimas demasiado fáciles con Putin que fueran castigadas duramente por la vieja KGB. Más estrictamente, la paternidad futbolística argentina sobre Rusia era tan indemostrable como inútil: la selección tiene también una larga paternidad sobre Honduras o Pakistán que no le interesa absolutamente a nadie. Por eso, el 15 de junio de 2018, cuatro años y un día después del estreno mundial de “Brasil…”, los hinchas argentinos se concentraron para un banderazo en Moscú y volvieron a cantar el éxito de 2014, en desmedro de la ausencia del referente: Brasil no tenía en casa a ningún papá.

El único “papá” allí era Stalin, que nos contemplaba a través de los ojos hercúleos del Mariscal Gueorgui Zhukov, el héroe de la Gran Guerra patria contra los nazis. La estatua de Zhukov está en la entrada de la Plaza Roja; los hinchas argentinos se habían autoconvocado en la Plaza –donde, a su vez, está la tumba de Lenin–, pero los guardias rusos la habían cerrado (por necesidades protocolares de la FIFA, el dueño verdadero de todo el acontecimiento). Nadie osó protestar: una cosa es tener aguante y otra ser suicida. La policía rusa, francamente, impresiona bastante más que la Guardia de Infantería de la Bonaerense. Con cantar un poco a los pies de Zhukov –una estatua ecuestre, qué anacronismo– era suficiente. Y nadie tenía demasiada fe en ese equipo. La selección argentina correspondió con creces a tanta confianza, como es bien sabido.

5. Hipótesis: las expectativas deportivas alientan la creatividad de nuestros poetas populares.

Contra-hipótesis: en 1982, 1986, 1990 y 1994, los mundiales maradonianos, a nadie se le ocurrió una canción digna de ese nombre (de nuevo, cantemos todos: Olé, olé olé olé/Diegó, Diegó). En 2002 nos íbamos a comer a los chicos crudos: el único que hizo algo original fue Alfredo Casero, en la época en que su cerebro aún funcionaba con cierta normalidad y grababa “Shimauta” –pero no era una canción de hinchada.

6. Tengo recopiladas cinco canciones nuevas pre-Qatar. Son cinco tonterías, sin demasiado futuro. La cantidad de reproducciones indicarían que el balance se inclina por la difundida por Tik Tok en la cuenta de Benja Torres, que usa como melodía (¿podemos llamar melodía a una base de trap?) la archifamosa sesión de Bizarrap con el español Quevedo:

Esto es una locura desde la cuna,

ya tenemos dos copas ahora queremos tres,

una la trajo el Diego,

esta la trae Lionel,

vamos a salir campeones como en el 86.

Lionel, esta copa te la merecés,

vamos la Scaloneta a ganar los partidos

que ya no quiero nada que no sea con Lio

 

 

Por su parte, una autoproclamada “hinchada oficial” de la Selección difunde por Instagram, fuente de toda razón y justicia, este engendro, que deber ser entonado con el ritmo de “Amor Clasificado”, de Rodrigo. Tiene, por lo menos, el beneficio rítmico: no será cumbia, pero al menos es cuarteto:

Vamo’ Argentina te vinimos a ver,

Vamo’ a ser campeón de nuevo.

Tu gente vino como pudo a Qatar

Se recorrió el mundo entero.

Vamos la hinchada no deje de alentar

Que si gritamos todos juntos podemos,

Porque en la cancha tenemos a Lionel

Y en el cielo juega Diego.

 

En el rincón de lo francamente aborrecible, está un cántico atribuido a los propios jugadores de la Selección luego de ganar la Copa América de 2021:

Brasilero qué pasó, arrugó el pentacampeón.

Messi se fue para Río y con la copa se quedó.

Somos la banda argentina y siempre vamos a alentar,

Porque tenemos el sueño de salir campeón mundial.

Yo soy así, soy argentino, ingleses putos de Malvinas no me olvido.

Yo soy así, vengo a alentarte, a la Argentina yo la sigo a todas partes.

 

En su disculpa, aceptemos que son buenos jugadores de fútbol y no tienen por qué cargar, además, con responsabilidades poéticas.

Finalmente, circulan por las redes otros dos milagros de la lírica contemporánea. Uno, con el ritmo de “Muchachos, esta noche me emborracho”, de la banda La Mosca, hace una lista de lugares comunes y se decide a usarlos todos, sin excepciones:

En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel

de los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré.

No te lo puedo explicar, porque no vas a entender,

las finales que perdimos, cuántos años las lloré.

Pero eso se terminó, porque en el Maracaná,

la final con los brazucas, les volvió a ganar papá.

Muchachos, ahora nos volvimo’ a ilusionar,

quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial,

y el Diego, en el cielo lo podemos ver,

con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel.

 

El último, con el ritmo de “La parte de adelante”, de Andrés Calamaro, fue cantado en alguna cancha argentina:

A los ingleses los corrimos en todos lados,

los alemanes tienen miedo de cruzarnos,

ay brasilero no sabés la que te espera

cuando vengas a jugar a la Bombonera.

Por lo colores de mi patria doy la vida,

como lo hicieron los soldados en Malvinas,

cuando me muera no quiero nada de flores,

yo quiero un trapo que tengan estos colores.

Y vamos vamos vamos vamos Selección

Y vamos vamos vamos vamos Selección.

 

7. La repetición insistente del tópico malvinero se debe, seguramente, al 40° aniversario de la guerra; quizás, hay allí alguna invocación maradoniana –la asociación de México ’86 con la guerra está intacta. De todos modos, ese patrioterismo asusta un poquito: “dar la vida”, dejémonos de joder. Es fútbol, muchachos, nadie se tiene que morir.

8. Se buscan buenos poetas populares. Patrioteros, abstenerse. Es indispensable el humor, la chispa, el ingenio. De ser posible, olvidarse de la metáfora del “papá”, que nos ha dado resultados espantosos. La genitalidad está proscripta: no valen ni testículos ni penetraciones (ni vacunas, picarones). Evitar el trap como rítmica, habiendo rock, cumbia y cuarteto. Nos podemos burlar de alguien, pero con cuidado de que no se nos ponga en contra. Prohibido decir “negros” y “putos”, y mucho menos en la misma frase. En 1978 –ustedes eran muy chicos como para recordarlo– se cantó por todos lados:

Ya todos saben que Brasil está de luto

Son todos negros, son todos putos

 

9. La poesía –también la poesía popular, claro que sí– debe ser siempre un arma cargada de futuro.


 

Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).