El comediante Osvaldo Pacheco intentaba sobreponerse a la desaparición de su hermano, ocurrida durante la última dictadura, mediante el humor. Su orientación sexual fue la excusa que encontró el régimen para censurarlo. En la TV de los años sesenta, había encarnado a un extraño policía-bombero obsesionado con las calles porteñas. “¡Eso es provincia!”, explotaba ante una supuesta ubicación que no podía ubicar en la capital.   

 

Por Germán Ferrari

 

El semiólogo italiano Umberto Eco decía que la televisión de los primeros tiempos, aquella que denominó Paleo TV, se hacía para un público ideal, moderado y católico, en la que no había malas palabras, porque la censura política y religiosa funcionaba a la perfección. Si bien su análisis estaba enfocado en la pantalla chica de su país, sus reflexiones son aplicables a los programas que se veían en Argentina entre las décadas del cincuenta y principios de los ochenta. 

Esa televisión (casi casi que podríamos afirmar lo mismo del cine nacional), que hablaba un idioma diferente al de las calles, los bares, las oficinas y la vida cotidiana, era producida en el centro y llegaba a la periferia, nacía en la capital y se reproducía en cada provincia. El porteñismo estaba naturalizado.

Uno de los programas humorísticos más populares de aquellos años fue La tuerca, que se transmitía los martes a las 21 por Canal 13, emisora dirigida por Goar Mestre, un cubano exiliado en Argentina tras la victoria de la revolución en la isla caribeña.

Gracias a un usuario de YouTube, hoy podemos ver varios de esos programas, con algo de nostalgia y no sin un poco de incomodidad ante el humor de la época que hoy ya no causa gracia –distintas dosis de “humor blanco”–, el rol otorgado a la mujer, el modelo familiar naturalizado y determinadas costumbres sociales, entre otras marcas características.

Sin embargo, algunos sketchs se destacan aún porque rompían con ciertos moldes por vía del absurdo: “Gramático Pluscuamperfecto”, el hombre al que le fallaba “la conjugancia”, no acertaba en que coincidieran los tiempos verbales y los pronombres personales (¡atención periodistas y comunicadores sociales!), y “Sebastián el Cana”, más conocido como el “polibomber”, un anacrónico policía-bombero –casco, bigotes, cachiporra– obsesionado con el nombre de las calles porteñas. Ambos personajes estaban interpretados por el mismo actor –Osvaldo Pacheco– y tenían el mismo guionista –Juan Carlos Mesa–.

La tuerca –sus otros libretistas eran Jorge Basurto, Carlos Garaycochea y Juan Peregrino– legó a la cultura popular sketchs que igualmente quedaron en el imaginario social: el hombre que quería plantar un árbol y se enfrentaba a trámites burocráticos, los jubilados que analizaban la realidad del país y el mundo desde el banco de una plaza, los porteros españoles de dos edificios contiguos que despellejaban a los vecinos, entre otros.

En ese programa, que durante su primera etapa se extendió entre 1965 y 1974, Pacheco trabajó con su hermano Polo Cortés, quien daba sus primeros pasos en la actuación. A pocos meses de instalada la última dictadura, ese joven profesional, militante peronista del gremio, pasaría a integrar la lista de desaparecidos.

 

De Constitución a Tigre

Al polibomber siempre lo encontramos en la vereda –alguna vez en un cine, un estudio de radio, un consultorio y hasta una casa de fotografía– con la misma mujer (Nelly Láinez), quien le comenta sus dolencias físicas y el diagnóstico recibido del médico. Guía de bolsillo en mano, el anticuado servidor público interpreta a su manera el discurso de la vecina y trata de descifrarlo de acuerdo con los nombres de calles, avenidas, barrios y puentes que figuran en aquellas páginas. 

Nadie duda de que la escena transcurre en la ciudad de Buenos Aires, porque ante una supuesta ubicación que no puede ubicar en la capital, el polibomber se exalta: “¡No! ¡Eso es provincia!”. Los equívocos generan diálogos de este estilo:

–El doctor me ha dicho que hay buenos aires y malos aires.

-¡No, señora! Hay Buenos Aires y Gran Buenos Aires.

Si la mujer invoca a un santo, se da este intercambio:

-¡Ay, San Isidro! ¡Ayúdame, San Isidro!

-Señora, hubiera empezado por ahí. ¡Eso ya es Provincia!

Un transeúnte pasa y le dice que le arde la boca por comer un “pimiento bravo”. “Qué callecita que me traen hoy”, se queja el polibomber y empieza a buscar en su guía: “José María Bravo, Manuel Bravo…”. Al no encontrar nada le pregunta: “¿Un pimiento bravo y qué?”. El afectado cree que si dice “morrón” la situación se aclara, pero no. “‘Morrón’ es provincia. Y no es ‘Morrón’, es ‘Morón’”, es la respuesta que recibe.

Nelly Láinez y Osvaldo Pacheco. Fotos: Captura YouTube.

Nelly Láinez y Osvaldo Pacheco. Fotos: Captura YouTube.

En el relato de la mujer (Láinez es una de las pocas actrices del elenco del programa) aparece la palabra “panorámica” y el polibomber entiende “Panamericana”, escucha “botas” y piensa en “Campo de Mayo”, en el partido de San Miguel –“la guarnición está bastante retirada de la capital”–.  

A veces, “Señora” –el nombre del personaje no se conoce– se mimetiza con la obsesión del polibomber, hasta tal punto que la lleva a enamorarse de él:

–¿Radiografía es provincia?” –le pregunta.

–Todo lo que no sea radio urbano ya es provincia –responde convencido y completa–. La región torácica ya es el extranjero.

La recomendación que el polibomber le da a su amiga ante cualquier circunstancia es siempre la misma: “Agarre el 60. El 60 es políglota, es internacional”. Y los disparates se suceden en torno a los beneficios de esa línea de colectivos que une Plaza Constitución con Tigre:

-Para que me va a tomar taxi si tiene algo que está de moda, como la línea…

-James Bond 007.

-No, eso debe ser La Plata. Espere un momentito… porque 007… las calles están numeradas…

El 60 es tan internacional que “va por los países altos, por los países bajos” y si “usted toma el que viene de Tigre, baja en la segunda estación, camina dos cuadras a la derecha. Allí está Rusia, señora”.

Parada del 60 con el polibomber en bicicleta y Nelly Láinez. Fotos: Captura Youtube

Parada del 60 con el polibomber en bicicleta y Nelly Láinez. Fotos: Captura Youtube

 

Era imposible para Pacheco y Láinez contener la risa en varios pasajes del sketch. Se tentaban en forma permanente, porque los diálogos estaban llenos de improvisaciones –“morcillas” en la jerga de la actuación–. Casi nunca memorizaban la letra de los guiones –con frecuencia los actores los recibían poco tiempo antes de salir al aire–. Es frecuente ver a Pacheco taparse la boca y tenerse el bigote postizo con una mano para que no se le cayera cuando estallaba la carcajada.

-Hace como dos horas que estoy esperando el 60 que no llega.

-No me diga eso del 60, señora. Cada dos minutos hay un 60. Y además ahora tiene un servicio de urgencia. 

Los beneficios de la línea son parte del absurdo: “Desde el 21 de septiembre, Día de la Primavera, vienen los nuevos hidrocolectivos, señora. La llevan al Tigre, se meten en el agua y la llevan al Delta. Propulsión a remo”.

Tanta confusión geográfica llevaba al polibomber a finalizar el sketch con un remate desesperado, mirando a la cámara: “¡¿Dónde te vas, Buenos Aires?!”. A veces, ese grito se completaba con otra frase lapidaria: “¡Siglo loco, cambalache!”. 

 

Risas y llantos

“Usted está prohibido por marica.” La voz del coronel Ricardo Manuel Subiela, responsable del área de Televisión de la Secretaría de Información Pública de la última dictadura, golpeó a Pacheco en forma definitiva. Tiempo antes, en agosto de 1976, el terrorismo de Estado había convertido a su hermano, el actor Polo Cortés, en un desaparecido más.

Luego Pacheco pudo volver a trabajar en televisión. Los que fuimos chicos en esa época recordamos con cariño El increíble Tony, la parodia que hacía de Hulk en un programa de ATC, en pleno auge del monstruo verde. 

En la página web de la Fundación Konex puede leerse una sintética biografía de Pacheco: “Nació el 25/03/1932. Premio Konex 1981. Actor cómico de televisión y compositor de personajes. Su verdadero nombre era José Ramón Fernández. Participó en ciclos como La Tuerca, Viernes de Pacheco (exitoso ciclo de comedias que se extendió por varias temporadas en Canal 9), Tardes de Pacheco y El increíble Tony, ciclos dirigidos a toda la familia en horario central por televisión. En cine fue intérprete de Una cita con la vida (1958); Obras maestras del terror (1960); La Chacota (1963); ¡Santiago querido! (1965); Ritmo, amor y juventud (1966); La bestia desnuda (1967); Coche cama, alojamiento (1967); Villa cariño (1967); La cigarra está que arde (1967); El derecho a la felicidad (1968); El gran robo (1968); El profesor erótico (1976); Yo también tengo fiaca (1978) y Frutilla (1980). Falleció el 28/02/1984”. 

Baldosa colocada en la puerta del edificio ubicado en Piedras 1365, en el barrio porteño de San Telmo. Foto; Revista Cordón

Baldosa colocada en la puerta del edificio ubicado en Piedras 1365, en el barrio porteño de San Telmo. Foto; Revista Cordón

Pacheco era menospreciado por gran parte de la crítica especializada. Como argumento, sus detractores recurrían a las incursiones en películas picarescas (en la escena final de Villa Cariño aparece desnudo –de atrás, nalgas al aire– corriendo mientras es perseguido por dos policías: ¿primer desnudo masculino del cine argentino?), comedias familiares de calidad dispar y teatro de revistas. Cuando falleció, actuaba en la temporada de verano de Villa Carlos Paz con la obra La mejor revista de la cuadra, junto con Moria Casán. El mensuario de humor Satiricón llegó a publicar una necrológica despiadada, bajo el título “Pachequito, te fuiste… y bueno. Hiciste bien”. En esa nota, el autor anónimo se regodeaba en calificarlo de “viejo pulastro” –que mentía al decir que “su amor por el teatro le impedía casarse”–, “histérica estrellita” y “actor de cuarta”, que hacía un “pseudo-humorismo amariconado”. No había ninguna mención sobre su hermano desaparecido, el sufrimiento por conseguir alguna información sobre su destino o la censura sufrida durante la dictadura.

Pocas semanas antes de morir, el comediante recordaba en una entrevista: “Cuando actuaba en Pacheco, café concert, terminaba llorando pues me imaginaba que sus torturadores le pondrían la televisión y le dirían: ‘Mirá a tu hermano cómo se ríe por televisión y se hace el payaso mientras vos estás sufriendo’. Yo lloraba por mi hermano, por la angustia de estar trabajando y porque, si me veía, sintiera que yo también estaba angustiado”. Y confesaba: “Quiero que se comprenda lo que me cuesta hacer reír con mi gran dolor adentro”.