Para Walter Merlo, in memoriam
Los que mandan tienen este mundo
repodrido y dividido en dos.
Culpa de su afán de conquistarse
por la fuerza o por la explotación.
Por Pablo Alabarces*
1.
En abril de 1983, inesperadamente, el número ocho del ranking de discos simples en la Argentina fue “La Marcha de la Bronca”, firmada por Miguel Cantilo y Jorge Durietz, quienes eran también los intérpretes con el nombre artístico de Pedro y Pablo. El simple se mantuvo en mayo, pero salió de la lista en junio.
En el mismo abril, el Long Play En concierto, también de Pedro y Pablo, estuvo cuarto en los rankings. Bajó al quinto lugar en mayo; en junio, ya no estaba entre los más vendidos.
Las imágenes de las tapas y las etiquetas no nos permiten saber si la grabación es de un solo concierto o de varios. “La Marcha…” aparece como grabada en el Cine Teatro Fénix en agosto de 1982; el lado B, “¿Dónde va la gente cuando llueve?”, en el Estadio Obras, en julio de ese año. Como todo el mundo sabe, ambas canciones son bastante más antiguas: habían sido estrenadas en el disco Yo vivo en esta ciudad, de 1970, el disco debut del dúo. El Concierto de 1982 –o los conciertos– incluía pocos hits de esa época: “La Marcha…” y “Yo vivo…”, junto a “Catalina Bahía”. La gente y la lluvia quedaron sólo en el simple, lamentablemente: es una linda balada, con la afinación del dúo al límite. Nunca les sobró nada, pero aquí orillaban el desastre y salían airosos. El resto del disco eran canciones de la segunda etapa de Cantilo, la del exilio, la que lo había visto regresar con jopo –esos raros peinados nuevos– y el grupo Punch, haciendo algunos hits que reaparecen en el disco: “La gente del futuro”, claro, a la cabeza –o al cierre: lado 2, banda 4, despedida y encendedores prendidos:
y dónde está ahora aquel cantor de protesta
cantando a los gritos su nueva propuesta.
2.
Antes de que parezca lejano y criticón: “Catalina Bahía” fue la primera canción que le canté a mi hija, llamada justamente Catalina, mientras la vestía luego del parto –una enfermera se la sacó a la madre, nos llevó a un cuarto contiguo, me la dio y me ordenó: “vístalá”. La vestí con esa prodigiosa memoria de la paternidad (lo había hecho veinte años antes con mis hijos mayores) y la acuné cantándole esa antigualla, que para entonces ya tenía, apenas, treinta y nueve años de antigüedad, pero seguía estando en La mayor.
Catalina tenía la rutina
Del eterno crepúsculo en la piel
3.
En el cine-teatro Fénix, de Rivadavia y Pergamino, hoy devenido El Teatro Flores luego de innúmeras amenazas de desaparición, no sólo vi todas las películas que correspondían a un habitante del Oeste sino que, incluso, fue el lugar de mi debut en las tablas: en 1965 actué de flor, tapado por una inmensa ídem de papel crepe mientras un jardinero nos regaba a todas las flores. Yo estaba en sala de 4 años, era la fiesta de fin de curso de la escuela parroquial a la que iba, la música ambiental –la canción que representábamos, más bien– era, cómo dudarlo, cómo olvidarlo, la “Canción del jardinero”, de María Elena Walsh, grabada apenas dos años antes. En 1982, en el invierno, toqué y canté la misma canción con la banda Meleca, un cuarteto acústico de “música latinoamericana”, en el patio de la mismísima escuela parroquial en la que había hecho jardín y primaria. En la foto estamos haciendo exactamente ese tema.
Mírenme, soy feliz, entre las hojas que cantan
Cuando atraviesa el jardín, el viento en monopatín.
4.
En esa foto falta el otro guitarrista, Yiyo, cuyo nombre real era Carlos Alberto Fernández. La flauta dulce, otra guitarra y la voz líder es de Marcelo González, mi hermano del alma; la flauta traversa y coros, de Walter Merlo (1961-2007), mi hermano del alma (la ventaja de elegirlos). Yo hacía guitarra y coros, salvo alguna voz líder que me prestaban, conmiserativamente y para horror de la música popular argentina, latinoamericana y universal.
Esta era la lista de temas que hacíamos, pero sacada de otro concierto:
.
5.
Lejos de mí la pretensión de construir sociología sobre una lista de temas de cuatro porteños de veintiún años que se habían juntado a tocar simplemente porque en nuestra información cultural eso estaba como imperativo: si sabías tres tonos y afinabas un poquito –o tenías alguien conocido que afinaba un poquito– había que tocar. Hacerlo en público: en realidad, siempre era con público, aunque se redujera a las amigas a las que pretendíamos seducir. Pero veníamos de estar seis años encerrados: había que salir y tocar. En un viejo sketch de Peter Capusotto, la historia del rock cuenta la dictadura como el momento en el que hubo que encerrarse siete años a fumar porro y escuchar discos de Yes. Bueno, algo así era: escuchar discos de Yes, fumar menos porro del debido porque nos daba miedo la cana y tocar la guitarra, con insistente predilección por lo que estuviera prohibido. Vean esa lista de temas: Silvio Rodríguez, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa haciendo Violeta Parra, César Isella (o Julio Lacarra mediante César Isella), el primer Piero, Pedro y Pablo (que es lo que queríamos demostrar).
(Breve acotación sonora: amábamos el rock. Hubiéramos matado por hacer rock. Escuchábamos Yes y Serú Girán. Pero no teníamos guitarra eléctrica, ni bajo, ni batería. Y equiparnos estaba muy lejos de nuestras modestísimas pretensiones. La versión acústica nos parecía posible y probable: después de todo, veníamos moldeados en la tradición del dúo acústico, desde Simon & Garfunkel a Sui Géneris, pasando por, una vez más, Pedro y Pablo).
6.
Lo que estuviera prohibido:
Bronca porque está prohibido todo
Hasta lo que haré de cualquier modo
Nadie que tenga menos de cuarenta años podrá entender lo que eso significa: está prohibido todo. Música, libros (las Experiencias en la cuba electrolítica: otro día cuento el chiste), cine, recitales, pelo largo, barba, minifaldas, relaciones sexuales pre y extramatrimoniales, la calle, la política, la militancia, el socialismo, la justicia, el peronismo, la vida. La prohibición como gran organizador de tu experiencia cotidiana. Hagan el esfuerzo de pensarlo: todo eso está prohibido. Es imposible. Para nosotros, era el día a día.
7.
Nuestra lista de temas también pensaba lo que se podía y lo que no, dependiendo de dónde tocáramos. “Como la cigarra”, por ejemplo, un tema que María Elena Walsh había escrito como puramente personal pero que, en febrero de 1982, cantado por Mercedes Sosa, dijo otra cosa:
Tantas veces me borraron
Tantas desaparecí
A mi propio entierro fui
Sola y llorando
Nadie cantaba “desaparecí” en 1982 y quedaba indemne. Gracias, Sergio Pujol.
(Yo estaba en el Ópera en esos recitales. Cada verso era un gesto de resistencia. Nunca me sentí tan bolchevique como esa noche).
En la lista hay, claro, gustos personales. Tres canciones de Saloma, una banda efímera que armó el injustamente olvidado Alejandro del Prado, pletórica en arreglos de voces que amábamos y copiábamos con minucia. Una de Baglietto, que la empezaba a romper. Piero acababa de volver: cuatro canciones, si aceptamos la tachadura de “Llegando llegaste”. Dos eran de su primera etapa, de 1970 (“Llegando…) y 1972 (“A mí me dieron el mar”), dos eran de su regreso del exilio, de 1982 (“Soy pan, soy paz, soy mar”, para colmo, la había hecho Mercedes Sosa unos meses antes). A Yiyo le encantaba Piero: lo pienso ahora, y cuatro canciones eran demasiadas canciones de Piero.
Pero también está la política. Teníamos una influencia uruguaya desmedida, por culpa de Marcelo y su tío devenido montevideano, que nos sometía al conocimiento exhaustivo de la obra de Daniel Viglietti: pero pocas cosas tan bolcheviques como Viglietti, por lo que había que escatimarlo (“Gurisito” es bastante bolche, sin embargo). La veta uruguaya nos trajo esa joyita de Larbanois y Carrero, la “Canción para dormir y despertar”, que tenía olvidada. Mercedes Sosa y su repertorio era toda ella un símbolo de resistencia. Sui Géneris era todavía obligatorio –Marcelo había tenido demasiadas novias cantando “Rasguña las piedras”–. Silvio Rodríguez era el summun de nuestro bolcheviquismo cubano-castrista transmitido en casettes piratas: “Ojalá” y “Sueño con serpientes” funcionaban como el reino de la metáfora y la elipsis a los que el rock nacional nos había acostumbrado: nada se dice, todo se metaforiza.
Y tres de Pedro y Pablo. Nadie precisa explicarme por qué, en abril de 1983, estaban entre los diez más vendidos.
8.
Muchos años y mucha teoría después, escribí que el concepto de “resistencia” era uno de los más usados por la crítica y el análisis cultural y, al mismo tiempo, uno de los menos definidos –o peor definidos–. ¿Qué queremos decir cuando decimos “resistencia”?
Muchos años antes, lo teníamos mucho más claro. Resistimos a la dictadura. Nuestra resistencia era pobre, ineficaz. Meramente simbólica. Pudimos y debimos haber hecho otras cosas. Pero sólo teníamos veinte años y miedo, mucho miedo. Comenzábamos a militar apenas poco antes –en mi caso, en 1981, recién salido de la colimba–, y gracias a eso sabíamos que el terror nos había pasado por encima y que la muerte había gobernado nuestra vida.
Bronca porque matan con descaro
Pero nunca nada queda claro.
Pero les juro que, a despecho de esa ineficacia, sentíamos que resistíamos en cada verso. O que nos prometíamos otro futuro, que también es como militar:
Niño, niñito el hombrecito nuevo llegará
Gurisito feo, ñatita de glicina él tendrá
Y mientras él crezca crecerá también
El lugar de todos será para bien.
La canción (la poesía) era un arma cargada de futuro. Pero esto ya es otra canción, una versión que Paco Ibáñez hizo con una poesía de Gabriel Celaya. (Dos perseguidos del franquismo, ya que estamos). En ese momento, en la calle y codo a codo, éramos mucho más que dos. Caray, otra poesía; y otra canción. Después de todo, “resistiré” también es una canción. Algo habrán hecho.
Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).
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