Rosa de Camarotti tiene 93 años, vive hace 68 en Lomas de Zamora y recuerda con detalles el 18 de mayo de 1978, cuando su único hijo, Osvaldo Daniel, fue secuestrado por la última dictadura cívico-militar junto a un amigo en su casa del sur del Conurbano. En el segundo 24M atravesado por la pandemia, con la gente en las casas y no en la Plaza, Rosa continúa bordando los pañuelos característicos de esta lucha, a los que siente como un abrazo de su hijo y de los 30.000 desaparecidos.

El 18 de mayo de 1978, la vida de Rosa de Camarotti se transformó para siempre: aún sin saberlo, en ese momento, se convirtió en una Madre de Plaza de Mayo. Su hijo, Osvaldo, fue secuestrado en su casa de Lomas de Zamora. “Se lo llevaron a él y a un amigo. Nos dijeron que lo trasladaban por drogas a la ciudad de La Plata y que no nos moviéramos por 15 minutos, pero no esperamos”, recuerda, en diálogo con Cordón, sobre su peregrinaje: junto a su familia, fueron a la comisaría de Villa Galicia, a Capital, a todos lados. Nunca les dieron respuestas.

En ese recorrido, se fue encontrando con otras personas. “Sobre todo, mujeres que estaban en la misma situación, buscando a sus hijos. Y así fueron pasando los meses”, recuerda. Las movilizaciones se concentraron en la sede del Ministerio del Interior que, en aquel momento, se encontraba en Casa de Gobierno. “Ahí, nos decían que no tenían novedades, que nos fuéramos. Y nos fuimos juntando enfrente, en la Plaza de Mayo. Como había estado de sitio, vino un policía y nos pidió que circuláramos. Primero, éramos muy poquitas, seis o siete. Pero a medida que iban pasando los días, ese número iba aumentando, se iban agregando más mujeres que buscaban a sus hijos”, cuenta.

Por distintas circunstancias, nunca llegaron a juntarse las madres de todos los desaparecidos: en aquel momento, “algunas no salían por temor, tenían miedo por sus otros hijos, algunas eran de afuera y no sabían cómo llegar”. Pero todo cambió cuando se formó la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Ahí, ya aprendimos a pedir no sólo por nuestros hijos, sino por los 30.000. Eran trabajadores, estudiantes, universitarios, escritores, artistas; no dejaron nada quieto, toda persona que quería manifestarse o pedir por sus derechos era secuestrada y desaparecida”, dice sobre la mano cruel del terrorismo de Estado en Argentina.

Los pañuelos de la memoria

Un año antes de que Rosa se sumara a Madres, en una misa que se realizó en Luján, nació la historia de los pañuelos blancos. Habían decidido reunirse para pedir por sus hijos, pero como no todas se conocían entre sí y no había tecnología que facilitara la organización, tenían que buscar un elemento que las identificara. “Una madre preguntó: ‘¿Cómo nos vamos a conocer?’, porque cada una iba por su lado. Otra dijo de poner un clavo en la solapa del saco, pero no era visible; otra propuso una flor, pero tampoco era visible. Hasta que otra dijo: ‘Con un pañuelo en la cabeza’”, recuerda Rosa desde su casa del Conurbano.

Ese símbolo era perfecto: “¿Quién no tenía guardado un pañal de su hijo, que en ese momento eran de gasa?”, explica. Fue entonces cuando nació ese símbolo emblemático de su lucha que ya forma parte de la identidad nacional. Cada madre le puso el nombre de su hijo al pañuelo que usaba, con la fecha en que se lo habían llevado. “Con el tiempo, surgió la idea de ser las Madres de todos los desaparecidos. Por eso, sacamos el nombre y la foto, y pasamos a ser las Madres de los 30.000”, dice. Desde ese día, en cada pañuelo se borda, con punto cruz, el lema de “lo que pedíamos y pedimos al día de hoy”: Aparición con vida de los detenidos desaparecidos – Madres de Plaza de Mayo.

Muchas compañeras de Rosa fueron encarando la tarea de esos bordados, hasta que, hace unos años, llegó su turno. Lo sigue haciendo hasta el día de hoy. “Este pañuelo es nuestra lucha, es el abrazo de nuestros hijos. Cuando lo ajustamos en nuestro cuello, sentimos que nuestros hijos nos abrazan”, resume sobre su significado.

24M en pandemia, la lucha continúa

“Las Madres seguimos luchando, pidiendo aparición con vida porque nunca nadie nos dijo que nuestros hijos estaban muertos y nosotros no los vamos a dar por muertos”, sentencia Rosa al final de la conversación.

Por la pandemia, este es el segundo año en el que la lucha no está en la Plaza ni en las calles, pero sigue vigente a 45 años de uno de los momentos más crueles y trágicos de la historia colectiva de nuestro país. “A nosotras, no nos ha sacado nadie (de la Plaza): hemos sido corridas por los militares, nos llevaron presas, nos corrieron con perros y caballos y siempre volvíamos. Nadie nos ha sacado, lo único que nos sacó es esta pandemia. Pero la actividad no la dejamos, estamos activas desde nuestras casas”, dice Rosa. Los pañuelos que borda, con paciencia y amor, son parte de esa lucha cuya llama no se apaga.