Un relato sobre la experiencia de las trabajadoras barriales de Dock Sud, su militancia y las tareas de cuidado comunitarias que desplegaron en el año de la peste. Perspectivas para esta nueva etapa de la emergencia sanitaria, con la demanda para que el Estado las reconozca como esenciales y las priorice en la campaña de vacunación. Y un debate que se abre: cuál es el aporte económico al PIB de las tareas de cuidado no remuneradas.
En los barrios populares, la escena es conocida y se repite: las mujeres revuelven la olla, cortan las verduras y le limpian la cara a les pibes. Cuando alguien piensa en un comedor o copa de leche, la asociación con el rol de las mujeres es inmediata. Es habitual pensar que un comedor o copa de leche tiene “coordinadora” y no “coordinador”. No hay muchos estudios, estadísticas ni papers que lo comprueben, pero el amplio mapa de experiencias comunitarias del Conurbano bonaerense tiene en las mujeres, lesbianas, travestis y trans a sus principales protagonistas. El contexto de aislamiento impuesto por la emergencia sanitaria del coronavirus no fue una excepción.
La división de tareas domésticas que se da al interior de los hogares se repite en los centros comunitarios, pero con un detalle provocador. Esas ollas se revuelven con la misma firmeza con la que se dirigen grupos de trabajo o se cortan calles. También, hay tenacidad en resolver las tareas de cuidado, esa serie de actividades que son indispensables para que las personas puedan alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio para el desarrollo de sus vidas, aunque el Estado no siempre lo garantice. Esas tareas fueron esenciales para hacerle frente a la pandemia que se desató con la aparición del Covid-19, sobre todo, en los barrios donde las necesidades suelen resolverse de forma colectiva. Entonces, eso que llaman amor no sólo es trabajo. Para las miles de mujeres que paran la olla y exigen reconocimiento por eso, ese trabajo no pago también es fuerza y conciencia.
A casi un año del inicio de la pandemia que reorganizó la vida del mundo, distintas militantes barriales contaron a Cordón sus experiencias y perspectivas de cara a una nueva etapa del virus, que incluyen un pedido para que lxs trabajadores comunitarios sean parte de los grupos prioritarios para el plan de vacunación, en un reconocimiento de sus funciones esenciales en los territorios.
Sostener la vida del barrio
Dock Sud es una ciudad del partido de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Forma parte del Área Metropolitana de Buenos Aires, más conocido durante la cuarentena como AMBA, que supo ser el epicentro de la pandemia. Dock Sud o “el Docke”, como es llamada comúnmente por lxs vecinos, fue nombrada ciudad oficialmente el 16 de octubre de 2014, pero su historia comienza mucho antes. Cuna del club de fútbol homónimo, la Isla Maciel y el enorme Polo Petroquímico de Shell, en sus calles y pasillos, avenidas y plazas, durante la pandemia, la comida y el cuidado fue garantizado centralmente por las mujeres que integran las organizaciones sociales que aprendieron a resolver necesidades enfrentando desastres.
Una de ellas es Norma Morales, vecina del barrio Danubio Azul de esa localidad y referenta nacional del Movimiento Barrios de Pie y de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), el sindicato los movimientos sociales crearon a fines de 2019. Cuando comenzó el aislamiento, ella y sus vecinxs pensaron que la pandemia era algo lejano, que sólo afectaría a “la gente que fue de vacaciones al exterior”. Sin embargo, mientras la vida barrial seguía el ritmo habitual, el contagio de una vecina enfermera del Hospital Muñiz encendió la alarma que aún hoy, casi un año después, no se apaga.
En esta nueva etapa de la pandemia, y después de haber sostenido los cuidados para que el virus no se propagara en los barrios populares, Norma plantea la necesidad de que a las trabajadoras de los comedores y merenderos comunitarios sean consideradas grupos prioritarios para la vacunación que comenzó a fines de diciembre. El planteo de Morales va en línea con la campaña que, recientemente, lanzaron las organizaciones sociales para cuidar a los y las trabajadoras esenciales de los barrios populares. “Fueron ellas las que garantizaron todas las tareas esenciales y el cuidado a los vecinos en la primera etapa de la pandemia y el Estado nos tienen que cuidar y seguir acompañando”, remarca.
Los días de Norma suelen estar ocupados. Reuniones en Capital, actividades públicas y tareas internas de su organización la tienen de acá para allá. Sin embargo, cuando el Covid-19 entró por los pasillos de su barrio, retomó las tareas barriales con las que empezó a militar hace casi 20 años. Fue a cocinar, repartir viandas y se puso al frente de la organización territorial para enfrentar lo que, para ella, era como estar viviendo “una película de Hollywood”.
Morales cuenta algunas de las iniciativas que están pensando para encarar esta nueva etapa, en medio de un posible rebrote y la incipiente campaña de vacunación. Dice que algunas de las consecuencias de la primera etapa de la pandemia en los barrios populares fueron la deserción escolar, en particular en la secundaria, y el avance de la violencia hacia lxs adultxs mayores. Por eso, desde las organizaciones que integran la UTEP, proponen generar nuevos dispositivos territoriales que superen la experiencia de los operativos “Detectar”, con los que el Estado hizo testeos casa por casa, a los que en muchos casos no fueron convocadas las organizaciones barriales. Con un año de pandemia a cuestas, ahora aspiran a que esas experiencias releven y den respuesta a las problemáticas puntuales que vienen diagnosticando.
En el mismo barrio en el que vive Norma, Elsa Acevedo coordina el centro comunitario “Arco Iris”. Vecina de Danubio Azul desde hace 25 años, recuerda que entonces sólo lo habitaban 125 familias. Hoy, son aproximadamente 500 las que forman parte del pequeño barrio al que se accede por una calle cortada y se recorre por una serie de pasillos. A Elsa, la pandemia la encontró trabajando en el comedor y eso no se interrumpió pese al decreto que determinó el aislamiento obligatorio el 20 de marzo.
“Acá, la gente no dejó de venir; al contrario, vinieron más”, afirma. El barrio tiene otro comedor, de una organización vecinal, también dirigido por una mujer. Entre ellas, coordinaron para alternar los días y, de ese modo, cubrir la alimentación del barrio de lunes a sábado. “Acá, siempre hay alguien que te da una mano”, dice. Se siguió trabajando como siempre, pese al miedo, con guantes y barbijos y cuidándose entre todes. El centro que dirige garantizó las viandas para responder a la demanda alimentaria: pasaron de cocinar 100 raciones antes de la pandemia a preparar comida para 300 familias. Las 25 personas que habitualmente trabajan allí se convirtieron en sólo seis, de las cuales cinco son mujeres. El miedo copó la escena, pero el comedor se abrió todos los días a las 7 de la mañana para cerrar sus puertas cerca de la medianoche.
Norma y Elsa estuvieron al frente de los cuidados comunitarios junto a otras mujeres. Llenaron ollas con lo que había y salieron a buscar lo que faltaba. Articularon con el Municipio la intervención frente a los contagios, hicieron asambleas diarias para transmitir información a todas las familias y llevar sus preocupaciones a las autoridades. Con una mano, cosieron barbijos y, con la otra, prendieron hornallas para la leche. Pusieron el cuerpo pese al miedo porque no hay otro lenguaje que conozcan mejor que el de la acción.
Este año, la dinámica no se modificó. Pese a que las nuevas flexibilizaciones hicieron que muchas personas pudieran volver a sus trabajos y changas, el comedor sigue siendo un lugar fundamental para el barrio. El trabajo ya no es como antes y quizás no lo sea nunca más. La comida se sirve en viandas que se retiran en la vereda del comedor improvisado en la casa de Elsa, porque el centro comunitario está en proceso de refacción. El barrio cuenta con esta existencia, la vida se sostiene de forma colectiva y la experiencia del 2020 expuso desigualdades, pero también fortalezas. Las mujeres, lesbianas, travestis y trans fueron fundamentales. Históricas.
Ahora que sí nos ven: políticas y datos con perspectiva de género
La crisis sanitaria por el avance del coronavirus expuso no sólo la fragilidad de los sistemas de salud, sino que también evidenció el rol fundamental de las tareas de cuidados a nivel personal y comunitario. La historia está llena de mujeres, lesbianas, travestis y trans que asumieron, en distintas etapas, tareas de cuidado que no sólo son invisibilizadas, sino que además no están remuneradas. Esas tareas generan un aporte económico a la sociedad, pero quienes las asumen no reciben un salario.
Para entender la dimensión de ese aporte, vale recurrir a un estudio reciente de la Dirección de Economía, Género e Igualdad del Ministerio de Economía nacional, que expone que la actividad que más aporta a la economía argentina es el trabajo doméstico no remunerado, ya que representa un 15,9% del Producto Interno Bruto, calculado en base a los ingresos que cobrarían las personas que lo realizan si fuera un trabajo pago. De las tareas incluidas en este rubro, el 75,7% son llevadas a cabo por mujeres, por lo que es un trabajo altamente feminizado.
Incluso, el estudio muestra que el aporte de estas tareas no remuneradas tuvo un fuerte salto durante la pandemia, ya que aumentó su nivel al 21,8% del PIB entre diciembre de 2019 y abril de 2020, el mes de mayores restricciones por la cuarentena, lo que aumentó las tareas de cuidado comunitario y apoyo escolar por el aislamiento, mientras las actividades remuneradas de otros sectores registraron menor actividad por la crisis del coronavirus.
Este análisis estatal es pionero porque cruza dos conceptos como los de cuidados y desigualdades de género para arribar no sólo a una estadística, sino para exponer una vulneración de derechos de una parte importante de la sociedad: las mujeres. Se trata de una actividad que tiene valor pero no está reconocida, no está valorizada y no genera ingresos, o los que genera, provenientes de programas de asistencia o transferencia de recursos, están muy por debajo de los necesarios para vivir en condiciones dignas.
La “nueva normalidad” y sus desafíos
Mónica Córdoba es referenta de Marea – Feminismo Popular. Cree que es necesario que se cuente con un presupuesto para poder garantizar el reconocimiento económico a mujeres y diversidades que garantizan el cuidado comunitario y está segura de que la llegada a la gestión de muchas militantes que tienen un recorrido en esas experiencias territoriales se nota en la planificación de las políticas.
Pensando en un escenario pospandemia, dice que van a“trabajar cada vez con más fuerza para que se visibilice el trabajo de cuidados tan importante que se hace a nivel comunitario”. “Creo que es un trabajo que recién ahora está en agenda y que la pandemia puso sobre la mesa con mucha consistencia. Necesitamos que se destinen más recursos en esta situación de crisis económica justamente ahí, donde más se está conteniendo todo este tipo de emergencias, que es en los barrios populares. El trabajo que se hace territorialmente es inmenso”, plantea.
Mientras la curva de contagios se mantiene con el rebrote que empezó a fin de año, en los barrios populares las tareas de cuidado se incrementan en esta nueva normalidad que obliga a cuidar aún más la vida. Para Mónica, es vital que el Estado “garantice la vacunación a las personas que realizan tareas de cuidado comunitarios”, conciente de que las flexibilizaciones y el paso del ASPO al DISPO no implicó que las tareas de cuidado en los barrios populares se detuvieran, sino todo lo contrario.
“Necesitamos que el Estado también cumpla con los cuidados necesarios para las personas que desarrollan tareas esenciales en los territorios porque son esas personas las que han cuidado de sus barrios y lo siguen haciendo”, apunta. Frente a la nueva normalidad que reorganiza la vida de todes, la llegada de la vacuna para el coronavirus es una buena noticia para las organizaciones, pero también un nuevo desafío para pensar qué se entiende por esencial y a quiénes se contempla bajo esa categoría.
Jesica Rivero Bonetto es periodista feminista y estudiante avanzada de la Licenciatura en Periodismo de la Universidad Nacional de Avellaneda. Integra la Red Par (Periodistas de Argentina por una comunicación no sexista) y trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, donde desde hace 15 años hace trabajo territorial en articulación entre distintas temáticas: comunicación comunitaria, salud mental y géneros. Fue parte del equipo de asesoras de la Secretaría de Políticas de Igualdad y Diversidad del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y colabora en medios como Cosecha Roja, Tiempo Argentino y LatFem.
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