“Un paraíso post-apocalíptico a minutos del Obelisco”. Con esa definición del Conurbano, The Walking Conurban se convirtió en un mapa virtual que generó cientos de miles de seguidores que hacen su aporte para visibilizar los rincones más surrealistas, sorprendentes y desconocidos de esta porción del territorio bonaerense que suele ser eje del debate nacional. En esta nueva sección inaugurada en alianza con Cordón, sus creadores se ponen más serios para desarmar los sentidos comunes que circulan sobre él y, en este caso, sobre los pocos repensados mitos que se montaron sobre quienes lo gobiernan.

En un evento fortuito, una de esas tardes de verano en las que el sol pega directo en el asfalto y derrite el alquitrán… pensándolo bien, en un evento no tan fortuito, sino producto de una intoxicación con los vapores del alquitrán, el fantasma de Max Weber se apersona en un aula llena de estudiantes de Sociología, próximos a dar un final, y pregunta: 

– ¿Cuáles son las características típico-ideales de aquello que comúnmente llaman “barones del Conurbano”?

Pasado el instante de estupor, uno de los estudiantes amaga a levantar la mano y, con el tono tembloroso, espeta: 

-Un barón del Conurbano es un intendente que se ha perpetuado en el gobierno de un territorio con características de extrema desigualdad económica, donde ejerce el poder con mecanismos tanto despóticos como demagógicos, y su sucesión, si no se cancela, se rige por una lógica que pendula entre el nominalismo y el nepotismo.

 *Weber desaparece. Fundido a negro*

Dado el generoso discurso que el terraplanismo mediático ha volcado sobre el Conurbano bonaerense, podríamos  ubicar a esta figura típico-ideal del barón paseándose altivo entre calles de tierra, zanjas abiertas y rodeado de matones de anteojos negros que asustan a los chicos, en algún paraje lejano, en el fondo de un distrito del tercer cordón olvidado tanto por Dios como por el Estado. Sin embargo, la realidad suele tener más ocurrencias y giros narrativos que la ficción. 

Gobernado por la misma familia (literalmente) desde 1983, con el índice de desigualdad más extremo del AMBA y siendo el hogar de buena parte de la alcurnia porteña que en algún momento del siglo XX huyó despavorida del centro hacia lugares menos habitados por el peronismo, San Isidro se convierte en nuestro enclave paradigmático a la hora de analizar el poder municipal y el aparato político que lo sustenta, tanto en la realidad como en el imaginario social. 

Es que cierta linealidad alimenta las ideas y prejuicios del público sobre la gestión de la cosa pública en tierras conurbanas, a las que convierte en un páramo feudal, gobernado por señores que mantienen a sus súbditos como clientes, mientras una oposición heroica y democrática lucha sin descanso, ni éxito, por liberar a las clases subalternas del yugo y el vicio incontrolable de estos esbirros. Esto, que podríamos bautizar “La leyenda negra del Conurbano”, viene siendo material de conformación de subjetividad desde hace, por lo menos, 30 años y, como en toda leyenda, algo de verdad hay. Pero ha quedado sepultada por décadas de necesidades y frustraciones de todo tipo: políticas, económicas e ideológicas, sólo por mencionar algunas. 

No es nuestra intención comenzar los primeros párrafos de “La leyenda rosa del Conurbano”, pero sí desandar una serie de prejuicios y de caracterizaciones erradas que se tienen sobre ese territorio y el modo en que allí se ejerce la política, sintetizadas en tres nodos que funcionan como un razonamiento circular y sobre lo que se construye ese perfil atrasado y oscurantista que lo rodea:

  • El Conurbano siempre es gobernado por el mismo partido.
  • La falta de alternancia produce pobreza y corrupción.
  • La interrelación entre pobres y corruptos genera una dinámica clientelar que retroalimenta las anteriores. 

En buena medida, la mala periodización del fenómeno o ya su directa incomprensión histórica conllevan a pensar al “barón” como una figura por fuera del tiempo y de las prácticas políticas y sociales que lo han gestado y, profundizando ya en el tema, como un ser unidimensional que no conoce matices, de modo que se equiparan señores de la guerra con pistoleros y manzaneras, como si estos salieran de un repollo o como si el desarrollo del capitalismo industrial, primero, y las consecuencias del neoliberalismo, después, no hubiesen complejizado la realidad en las que la administración de la cosa pública en su versión de territorialidad inmediata se manifiesta. 

Los barones del Conurbano, la historia 

En primer lugar, debemos decir que este mote es un calificativo que se inició en los medios de comunicación, que se encargaron de cincelar esta figura  ligada a una serie de peculiaridades y características particularmente estancas. Asiduamente, el barón del Conurbano está ligado íntimamente a una fuerza política: el peronismo. En un sentido simbiótico, el partido constituye al barón y las astucias del barón constituyen al partido.  Consecuentemente, la figura se monta sobre comportamientos al límite de la legalidad que oscilan entre el caudillismo y la mafia, con procedimientos y políticas clientelistas que obsequian ventajas, derechos y placeres a quienes están dispuestos a sostener la figura de ese don que emerge y se  erige imponente sobre las ruinas y necesidades del territorio. Un actor indispensable para entender parte de la realpolitik provincial y nacional. Porque recordemos que para cualquier partido con ambiciones electoralistas  a nivel nacional es casi indispensable tener algún signo de potencia en el Conurbano bonaerense, lugar donde vive y se desarrolla la mayor cantidad de habitantes del país. Así de significativo es su vigor.

Como dijimos anteriormente, esta definición categórica  del barón suele ser simplificadora y tranquilizante (las categorías nos permiten la posibilidad de la previsibilidad) y está sostenida alrededor de prejuicios, cuando no enmascarada, bajo cierta intencionalidad política. Parte de esos prejuicios tienen, como todo, algo de verdad. Es cierto que muchos de los denominados barones se sostienen a través de prácticas clientelares y el reparto de dádivas, pero, como toda construcción política, no se agota sólo allí, o no es sólo eso, y mucho menos es una figura que brota desde una fuerza política particular.  Así, desde la composición mediática y de muchos actores sociales, el barón viene a ser una figura que condensa el territorio que domina. 

Entonces, es menester preguntarnos: ¿Cómo y bajo qué contexto nacen los barones del Conurbano?, ¿Es un mote moderno endilgado a viejas prácticas o son figuras totalmente innovadoras en sus astucias políticas?, ¿Cómo hacen para ejercer su poder, hacia adentro y hacia afuera? ¿Sus recursos se agotan meramente en el clientelismo? ¿Y de ser así, porque no es tan fácil perpetuarse en la intendencia de un partido?  

Barceló, Barceló 

Cuando Alberto Barceló ganó por primera vez la intendencia del recientemente renombrado partido de Avellaneda, en 1909, todavía no existía el peronismo. No existía Maradona, no existía Gardel, casi que tampoco existía el Conurbano. Los que sí existían para ese momento eran los punteros políticos (sí, los punteros no son un fenómeno histórico reciente)  y la Unión Cívica Radical. Los últimos, adversarios políticos y territoriales de Barceló. 

Por ese entonces, Avellaneda era el distrito más pujante e industrializado de la zona. Tanto es así que, en algún momento, se evaluó hacer una excepción e integrarla también al territorio de la Ciudad de Buenos Aires. En ese escenario es que Barceló,  principal caudillo del Partido Autonomista Nacional en la provincia de Buenos Aires, se movía por Avellaneda como quien se sube a la terraza a tomar mate. Lo que en principio parece contrafáctico: la posibilidad de la existencia de una dominación caudillesca en un territorio disputado tanto por otro partido con alcance nacional y con un pujante y muy ideologizado movimiento obrero, de extracción principalmente anarquista, es en realidad el resultante básico de una forma exitosa de controlar un territorio complejo. El punterismo es un juego a tres bandas: administración de las necesidades debido a un conocimiento puerta por puerta en cada barrio; regulación de las actividades ilegales articulando relaciones con el hampa y la policía; y represión de la protesta social. Así, en la prehistoria del Conurbano, ese tenso equilibrio era sostenido por un paternalismo que estaba bien inserto en el ideario de las elites políticas y económicas. Esos que un siglo más tarde serían reivindicados como prohombres del republicanismo. 

Sin embargo, este ejercicio arqueológico no está destinado a establecer una linealidad entre lo sucedido a principios del siglo XX y la actualidad, sino más bien a encontrar procesos de continuidad y ruptura en la lógica de gobierno del pago chico. El análisis sociológico nacional, en clave funcionalista, durante décadas sostuvo que esa relación entre el líder y las masas estaba originada en el arrastre de ese vínculo desde la tradición del campo, traspolando la relación entre patrón de estancia y peonada. Ese paternalismo fundacional sirvió tanto para explicar la “anomalía argentina” como para tranquilizar el espíritu intelectual y, cuándo no, justificar algunos abusos, entendidos como lecciones de civismo. 

El problema se plantea cuando nos corremos de la tipificación ideal y miramos al territorio: desde 1983 a la fecha, de los 24 distritos que componen el Gran Buenos Aires, 13 municipios han sido gobernados siempre por un mismo partido, dos de ellos, Vicente López y San Isidro, los de mayor Índice de Desarrollo Humano (IDH). Entonces, por un lado, el baronazgo o el caudillismo no son sólo atributos de los territorios pobres y atrasados y, por el otro, hay una alternancia política que el sentido común no le atribuye al Conurbano. 

Foto: Mesidor Carré (IG: @thewalkingconurban)

Las transformaciones del Conurbano en el último cuarto del siglo XX

Tres cosas merecen ser mencionadas para entender la transformación y el peso electoral del Conurbano en las últimas décadas del siglo XX: la aparición del vecinalismo, el Fondo de Reparación Histórica del Conurbano y la Reforma Constitucional de 1994. 

El vecinalismo fue el plan de acción pensado por la última dictadura cívico-militar para la transición política a una democracia tutelada. La intención era sustituir los grandes conceptos políticos por unidades más inmediatas y personalizables, en las que “el vecino” y “la ciudad” eran sus ideales básicos. Así, la entelequia “sociedad” se transformaba en algo mucho más visible y administrable. En ese marco, surgieron los primeros intendentes/interventores civiles, designados por la dictadura y que darían origen a los partidos vecinales. Si bien la mayoría no cobraría mayor relevancia luego del período del gobierno militar, algunos continuarían existiendo y siendo exitosos, no sólo a la hora de ganar intendencias, sino para conformar alianzas con los partidos mayoritarios luego de la recuperación de la democracia. Es imprescindible entender las alianzas a nivel de los concejos deliberantes para comprender la lógica municipalista y cómo ésta terminó incorporándose en la política nacional.

La creación del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano bonaerense, en 1992, significó una reasignación de recursos que se trasladaban del resto de las provincias hacia esta zona de la provincia de Buenos Aires. Ese dinero sirvió, por un lado, para ejecutar obras públicas y, por el otro, para alimentar los rumores y sospechas de una distribución clientelista de los recursos. Es aproximadamente aquí cuando comenzó a extenderse el término “barón del Conurbano”, lo que terminaría por cerrarse con la última de las modificaciones del mapa político argentino: la Reforma Constitucional de 1994, que ponía fin al sistema de colegio electoral para dar pie al voto directo, lo que acrecentó la importancia de la Provincia: pasó de tener un poder de representación del 28 al 40 por ciento del padrón electoral. 

Cosa de barones

Algunas características del sistema electoral argentino favorecen la existencia de aquello que es caracterizado como baronazgo. El régimen municipal es de carácter presidencialista, lo que implica una elevada centralización en la toma de decisiones que recaen en la figura del intendente. Sumado a ello, hasta 2016, existía la posibilidad de la reelección indefinida, lo que generó un claro impacto en la acumulación de poder. Eso se conjuga con otro factor clave para entender la constitución del barón y es que la elección de concejales se da a través de boleta única: la imposibilidad de corte genera altas probabilidades de que quien resulte vencedor acumule mayoría en el Concejo Deliberante. 

Como vemos, estas variables permiten a los intendentes acumular poder y administrar la cosa pública con cierta holgura. Aun así, y sin embargo, existen tretas políticas e institucionales que pueden cuestionar y fragilizar el poder que detentan y ejercen. Entre ellas, se encuentran las disputas al interior de los partidos, donde también existe un orden taxonómico y dinámico y se disputa un capital político que pone en tensión al campo. ¿Cómo acumula poder un intendente o un aspirante a tal? Pues bien, generalmente la lectura es que se logra cierto dominio a través del  trabajo en territorio, mediante la intermediación  de los punteros (todo un universo de escalafón, rangos y grados) y, como ya dijimos, políticas de tinte clientelar. 

Sin embargo, varios trabajos etnográficos, entre los que se destaca el de Manzano y Quirós, cuestionan esta lectura lineal. Los autores mencionados sostienen que “las relaciones políticas barriales están hechas de regulaciones de los intercambios y de evaluaciones morales que construyen los criterios de justicia en el vínculo entre referentes políticos y vecinos”.  Es decir, las valoraciones se sostienen a través de la evaluación que los vecinos y vecinas hacen de la presencia en el territorio, de la presencia en los conflictos, de la atención en las demandas y en la administración y control de las movilizaciones. 

A medida que las consecuencias del neoliberalismo se hacían visibles, particularmente en las zonas más postergadas y empobrecidas del Conurbano bonaerense, el trabajo social y barrial se convirtió en un eje político fundamental a la hora de ganar adhesiones. Contrariamente al recurso literario tan extendido del matón de barrio ofreciendo plata o plomo a cambio de un voto, la principal actividad de articulación de vínculos políticos fueron merenderos, comedores y centros de apoyo escolar. La posibilidad de ganar o perder a un elector está más bien vinculada con la posibilidad de generación de vínculos de compromiso y lealtad que con un pistolero arreando gente como animales al cuarto oscuro. 

La construcción de poder y consensos excede, por mucho, los imaginarios que se configuran alrededor del Conurbano, los barones y las políticas clientelares. Sin embargo, esa imagen limitante, reduccionista y prejuiciosa persiste en los discursos dominantes. Así, el Conurbano parece ser un área ingobernable por fuera del peronismo y el liderazgo bajo características “baronales”, una suerte de triple entente indisociable que garantiza la gobernabilidad. 

La articulación de alianzas y el recambio de dirigentes pueden implicar tanto la alternancia en espacios opositores al interior de un municipio como la alternancia entre partidos. Así, La Matanza, gobernada por el PJ desde 1983, es un ejemplo de cómo líneas internas del partido se disputan la intendencia: Federico Russo, Alberto Pierri, Alberto Balestrini y Fernando Espinoza, por nombrar a quienes lograron establecerse como la hegemonía dentro del PJ matancero, sirven para explicar la competitividad de un mismo espacio a raíz de su alta fragmentación. Mientras que Quilmes es una muestra de alternancia interpartidaria, ya que desde 1983 al día de hoy, sólo se ha dado un caso de reelección -el de Francisco Gutiérrez, en 2011- y fue gobernado por los cuatro partidos o alianzas que han ejercido la presidencia desde la recuperación de la democracia. 

Parece paradójico, pero es en el período en el que el Conurbano se presenta como un territorio altamente competitivo cuando los términos “bastión”, “feudo” y “barón” se popularizan en el lenguaje político y en el sentido común nacional. Es durante la construcción del PJ como actor político hegemónico en la provincia de Buenos Aires que surge la caracterización del Conurbano como coto de caza de los barones. La sucesión (cierta) de hechos de corrupción, sumada a la creciente pobreza urbana producto de la destrucción del aparato productivo y a cierta tendencia a la ostentación por parte de algunos dirigentes políticos, fueron el sustrato donde se descargó y disfrazó un hecho pocas veces mencionado: la imposibilidad, y por ende la frustración, de la oposición no peronista de quebrar esa hegemonía. En esta construcción del sentido común los barones utilizan a los pobres para saciar sus más bajos instintos y los pobres, si no son peligrosos, son estúpidos y maleables. En ambos casos, inhábiles para comprender las complejidades de la vida democrática y, por lo tanto, un escollo para el desarrollo de la Nación. 

Un barón del Conurbano suelto en el siglo XXI

La crisis del 2001 y el advenimiento del kirchnerismo como actor central (y a veces único) de la política nacional trajo aparejados varios cambios en la organización del poder territorial en el Conurbano. Uno de ellos, el más importante, fue la desaparición de la figura del Gobernador como intermediario entre las demandas de los intendentes y el financiamiento para satisfacerlas. Una vez disuelto el duhaldismo como tal, y a pesar de su resiliencia en algunos casos que siempre fueron opositores al Gobierno nacional, como Jesús Cariglino en Malvinas Argentinas, la relación entre intendentes y Estado nacional pasó a ser interpersonal, es decir, si no negociaban directamente con el Presidente, lo hacían con los ministerios de Planificación o Desarrollo Social, lo que, por un lado, dinamizó la realización de obras de infraestructura postergadas durante años y, por el otro, otorgó una mayor independencia, y por lo tanto mayor poder relativo, a los intendentes con respecto a la figura del Gobernador. Esto complejizó el esquema de alianzas, lealtades y gobernabilidad si pensamos en una tradición eminentemente verticalista.

El nuevo reparto de cuotas de poder ha sido una de las razones utilizadas para explicar el triunfo de María Eugenia Vidal en 2015, o mejor dicho, para fundamentar la derrota de Aníbal Fernández en los comicios de ese año. Por supuesto, en esto operan factores comunicacionales, económicos y limitaciones propias de los procesos políticos, pero la capacidad cierta de movilización de los intendentes en el territorio inmediato se vuelve trascendental a la hora del éxito electoral a nivel local, provincial y nacional.

Como vemos, la definición de los barones del Conurbano se expande mucho más allá del epítome mediático, sino que es producto de complejos y transversales fenómenos históricos, políticos, económicos y territoriales. Reducirlo a simples prácticas de estirpe cuasi mafiosa es desconocer y negar sus astucias políticas y subestimar la capacidad de los ciudadanos y ciudadanas. Así como negar la existencia de este tipo de prácticas podría verse como una lavada de cara ante un clientelismo existente. 

Ferdinand de Saussare solía decir que el punto de vista crea al objeto. Complejizar los fenómenos sociales es una tarea necesaria y fundamental a la hora de pensar, y repensar, los discursos legitimados, generalmente a través de los medios de comunicación y redes sociales, que circulan en torno al Conurbano.  La figura del barón condensa un sinfín de discursos que permiten abordar el fenómeno desde una multiplicidad de lecturas y perspectivas que van desde el análisis político y económico, hasta  el filosófico y de corte  feminista. Este texto no es sino un intento más para abordarlo por fuera de los discursos simplistas. 


The Walking Conurban es una cuenta en Instagram y Twitter que crearon Diego Flores, Guillermo Galeano, Angel Lucarini y Ariel Palmiero, cuatro amigos de Berazategui que la iniciaron como una dinámica interna del grupo y se terminó convirtiendo en un suceso virtual que, hoy, recibe más de 50 fotos por día de sus seguidores para pintar, colectivamente, el Conurbano bonaerense.