Composteras comunitarias en el Conurbano

Empezar a compostar es una de las mejores decisiones que podemos tomar si queremos generar cambios en nuestra vida cotidiana tendientes al cuidado de nuestro planeta. Sin embargo, parece que hay una experiencia superadora, que no solo nos conecta con la tierra, sino también con algunas de las personas con las que la habitamos: compostar comunitariamente.

Por María Natalia Mazzei*

 

Hablar de compostaje es como hablar de la vida y de la muerte. Como animarse a mirar en el fondo del pozo, del triste pozo de lo ignorado y abandonado, de lo rechazado y negado, para darse cuenta de que en verdad, hay luz.

Hablar de compost es animarse a tomar esa luz y gritar a los cuatro vientos COMPOSTAR ES MARAVILLOSO, y sentir, cuando termina la frase, que nos convertimos en mensajeros de la vida, en emisarios de la naturaleza a quienes nos fue revelada una verdad evidente pero olvidada.

Quienes compostamos somos un poco todo eso, somos locos, fanáticos incurables, enamorados de lo simple y metafórico del ciclo de la vida.

Pero cuidado, este no es un artículo sobre “cómo hacer compost” sino sobre un fenómeno mucho más rico y poderoso, el de las composteras comunitarias, esas que se instalan en los barrios para que lxs vecinxs las llenen de cáscaras y el tiempo les devuelva tierra.

La primera persona con la que hablé fue Sol Von Moos, de Desde mi Lugar. Sol forma parte de un grupo de vecinxs de la localidad de Beccar, que se hacen llamar “El club de la compostera” y que comparte su experiencia desde @compostera.beccar.

 

Compostera Beccar

Empezó sola, me dijo, en su casa, haciendo una primera prueba que le sirvió para llegar a una de las grandes revelaciones que enfrentamos todxs lxs que compostamos: cuando empezamos a poner nuestros residuos orgánicos en el compost, la bolsa de basura se reduce drásticamente, tanto que ya no la sacamos todos los días, sino cada cinco días, o incluso una vez por semana.

Frente a esta realidad innegable, Sol empezó a buscar un lugar en el cual instalar una compostera comunitaria, mientras se preguntaba qué pasaría si eso se multiplicara por toda la comunidad, o al menos por una parte de ella. ¿Cuántas bolsas de basura podríamos evitar si en lugar de compostar una familia por barrio lo hicieran 10 o 20? Los número los invento, porque me dijo Sol que no tienen un registro de la cantidad de familias que se involucraron, ni tampoco de los kilos de tierra generados, ni de los kilos de basura evitados. Pero me animo a decir que son muchos.

Deben ser muchos, porque el proyecto de la compostera de Beccar inició en septiembre del 2020, cuando todavía nos encontrábamos en plena pandemia y el plan de salir de casa y acercarse a un espacio abierto dónde conectar con la tierra era invaluable. Me dijo que en ese momento la gente se involucró mucho y que lamentablemente, con la vuelta a la normalidad, el interés de muchos de esos vecinos disminuyó. También me dijo, que varias de las personas que comenzaron compostando de manera comunitaria, se animaron gracias a esa experiencia satisfactoria, a hacerlo en sus propias casas.

Como soy del conurbano sur, tenía la necesidad de contar con alguna experiencia de esta zona, y por suerte encontré a Soledad Arce, docente y coordinadora del comedor La Sartén de Chingolo, ubicado, claramente, en Monte Chingolo.

En este caso, la historia es bastante diferente, en lugar de surgir la idea de la compostera y luego buscar el lugar, en Monte Chingolo primero existió el lugar, y un proyecto de ayuda al otrx que consistía en darle alimento saludable a niñxs del barrio. La idea del comedor, que está por cumplir 10 años, es que los chicos un par de veces por semana tengan un plato de comida saludable, con menos hidratos y ultraprocesados, con más porotos, garbanzos, lentejas, frutas y verduras.

 

 

A los 2 años de iniciar el proyecto, comenzaron, sin tener muchos conocimientos sobre el tema, a armar una huerta, hasta que conocieron a Pamela Natan, una ingeniera ambiental que les compartió sus conocimientos sobre compost. A partir de ese momento empezaron a recuperar los residuos orgánicos que generaban en la cocina del comedor, con la idea de nutrir la huerta.

Cuando hablamos de los beneficios que esto le trajo a la comunidad, Soledad dijo que la instalación de la compostera funcionó como un medio de aprendizaje. Empezaron quienes trabajaban en el comedor, tirando los orgánicos en un recipiente al que llaman “bio-tacho”. Al final de cada día, quien se encuentre ocupando el rol de ayudante de cocina lleva el tacho a la compostera. Al lado de la compostera hay otro tacho con residuos secos, que se utilizan como estructurantes y se mezclan con los orgánicos dentro de la compostera. Cada día se lava el bio-tacho y vuelve a empezar el proceso. En el arte de compostar, el rol de la cocinera es fundamental, ya que es ella quien siempre le muestra a sus ayudantes cómo funciona la dinámica.

 

También se les enseña a compostar a los 30 niñxs de entre 4 y 11 años que asisten al comedor, lxs niñxs toman clases de cocina y ahí se les explica qué hacer con los residuos orgánicos y cómo funciona el compostaje, siempre con la ilusión de que algo de todo eso llegue a las familias y haga de efecto multiplicador. En algunos casos, si bien no comienzan a compostar en sus hogares, se toman el trabajo de separar algunos residuos orgánicos en bolsitas para luego llevarlos a la compostera del comedor.

Tanto en Monte Chingolo como en Beccar, la compostera es un lugar de encuentro. Cuenta Sol que en ese rincón que eligieron al lado de las vías del tren Mitre, lo que antes era un espacio casi sin vida se convirtió en un jardín lleno de colores. Así como en el comedor primero nació la huerta y luego el compost, en Beccar el compost dio lugar a la huerta. Agrega que los espacios se fueron transformando, y que todo ello requiere de trabajo y compromiso. Remover la tierra de la compostera para mantenerla aireada y que el proceso se dé de manera correcta, controlar que no se hayan tirados residuos erróneos como plásticos, metales y otros, regar la huerta con el agua que la municipalidad les provee a través del llenado de tachos que colocaron los vecinxs. Para todo ello, actualmente son 6 las personas que ofician de voluntarias y que mantienen el espacio funcionando. Lo positivo, resaltó Sol “es conocerse con los vecinos, generar comunidad, juntarse a comer, brindar talleres, interactuar. El cuidado del ambiente pasó a ser una actividad social”.

Inspirada y ansiosa por iniciar una compostera comunitaria en el barrio de José Mármol, mi actual barrio de residencia, le escribí a Leandro Parra. Es diseñador gráfico, y cuando tomó noción de la cantidad de composteras comunitarias que estaban surgiendo en zona norte durante la pandemia, decidió realizar un mapeo con información sobre la locación de las composteras para reconocer los distintos proyectos y que se arme una red de colaboración y cooperación.

 

 

Aproveché sus conocimientos en la materia para preguntarle cómo hacer para iniciar el proceso; a continuación les comparto los pasos a seguir:

  1. Contar con un grupo de personas que quieran llevar a cabo el proyecto, es fundamental para poder dividir las tareas y experimentar en conjunto.
  2. Buscar un lugar apropiado para instalar la compostera, puede ser en la puerta de un vecino que se preste o en un espacio que se encuentre en desuso y que se pueda revalorizar a partir de la instalación de la compostera.
  3. Conseguir la compostera: puede ser que la arme el grupo utilizando pallets, o aprovechando la estructura de un mueble viejo, o que se la consiga ya hecha. Al respecto aporta que “lo bueno de armarla entre muchos es que le da otra pertenencia al proyecto”. Algo importante respecto del armado: la compostera tiene que ser grande, accesible para grandes y chicos, tener dos módulos (uno activo y otro de descanso) y lugares de guardado para los residuos secos.
  4. Ser conscientes de que se está ocupando un espacio público; hay que hablar con la gente que pasa y contarle de qué se trata para que la comunidad crezca.
  5. Informar a lxs vecinos, a través de grupos de Whatsapp, de redes sociales y de reuniones presenciales.

 

Dicho todo esto, solo resta animarnos ya que, en palabras de Sole “no hay vuelta atrás cuando empezas a compostar. Es mucha la conciencia que se empieza a construir.”

 


María Natalia Mazzei, oriunda del partido de Lanús, es abogada egresada de la Universidad Católica Argentina y diplomada en el Programa de actualización de  Políticas Públicas y Cambio Climático en la Universidad de Buenos Aires. Autora del libro “Una vida sustentable”, publicado por Penguin Random House bajo el sello Vergara en el 2022. Desde mayo del 2019, es activista ambiental y generadora de comunidad en redes sociales. Colaboradora en la Agencia Nacional de Noticias Télam en la sección audiovisual “Ecointensa” y columnista ambiental en el programa radial “Pasaron cosas” en Radio con vos. 

Su trabajo puede encontrarse también en distintas plataformas como Instagram y Youtube, así como también en su página web (www.ecointensa.com).