Hay partidos que parecen imposibles, y son los que dan lugar a victorias inolvidables. El 24 de junio de 1990 en Turín, Argentina protagonizó uno de esos encuentros al eliminar a Brasil en los octavos de final del Mundial disputado en Italia.

Por Patricio Insua*

 

Hay una fecha que está resaltada de una manera muy particular en el calendario de las efemérides populares argentinas. El 24 de junio recordamos nacimientos, conmemoramos fallecimientos, celebramos cumpleaños y volvemos a gritar algunos de los goles más gritados en la historia del seleccionado en la Copa del Mundo. El vigésimo cuarto día del sexto mes del año nacieron Juan Manuel Fangio (1911), en Balcarce, Ernesto Sábato (1911), en Rojas, y Osvaldo Zubeldía (1927), uno de los hombres que cambió el fútbol argentino, en Junín. Además, perdieron la vida Carlos Gardel (1935), en un accidente aéreo en Medellín, y Rodrigo Bueno (2000), en la autopista Buenos Aires-La Plata. Es también el día de los cumpleaños de Lionel Messi, Juan Román Riquelme y Duki. Pero en lo que hace a los Mundiales, es el día en el que Maxi Rodríguez convirtió un golazo para eliminar a México en los octavos de final de Alemania 2006 y, sobre todo, es la fecha en la que se concretó uno de los gritos más viscerales, un gol real y concreto para ya en el terreno de lo mitológico: el que armaron Diego Armando Maradona y Claudio Paul Caniggia en 1990 ante Brasil.

A pesar de ser el campeón del mundo, el equipo dirigido por Carlos Salvador Bilardo estaba en las antípodas del favoritismo ante el Scratch en aquel encuentro por los octavos de final en Turín. El seleccionado había sufrido muchísimo en la fase de grupos: a la estremecedora derrota con Camerún en el debut, siguió un traumático triunfo ante la Unión Soviética por la fractura de Nery Pumpido y el sufrido empate con Rumania permitió seguir adelante como uno de los mejores terceros. Enfrente, Brasil había ganado sus tres compromisos de la primera fase, ante Suecia, Costa Rica y Escocia. De un lado llegaba un equipo con la confianza minada y, del otro, uno que parecía con el partido ganado de antemano.

En la previa del partido hubo dos hechos que resultaron un guiño del destino para el entrenador y el capitán. Entregado a las cábalas, Bilardo se enteró que en el salón del hotel donde se concentraban, en el número 9 de Via della Zecca, había un casamiento. Lo interpretó como un designio divino. El entrenador consideraba que una mujer ataviada con un vestido de novia era un augurio de buena suerte y entonces sacó a todos los futbolistas de sus habitaciones para que bajasen a la fiesta. Para Diego, en cambio, una cuestión administrativa había hecho arder a máxima potencia ese fuego interno que fue el combustible de su vida. Supo que ya estaban emitidos los pasajes de regreso, como si la eliminación fuese un hecho consumado. “Me juraron que no era una cuestión de falta de confianza, me dijeron que eso era un trámite de rutina. Les creí, pero no era una sensación agradable: parecía que estábamos condenados de antemano”, contaría años después en su autobiografía “Yo soy el Diego de la gente”. Tocado en su amor propio preparó entonces una de sus obras eternas a pesar de su tobillo que parecía un melón y la uña del pie que lo martirizaba.

 

 

Desde el comienzo, el partido fue una avalancha amarilla que Argentina no podía contener. Los desbordes por los costados eran permanentes y cada bola cruzada resultaba un suplicio. Pero la pelota jugaba para Argentina. Antes de los 20 minutos Brasil pegó el primero de los tiros en el marco de un arco que parecía protegido por un encanto mágico, el de Sergio Goycochea. Dunga metió un cabezazo que hizo rebotar la Etrusco contra la parte interna del poste derecho y esa fue la primera vez que los hinchas argentinos se estremecieron a más de 10.000 kilómetros de distancia, hipnotizados frente a las pantallas de los televisores.

Argentina era Maradona; solo tenía paz cuando la pelota era del Diez. Diego tenía continuamente doble y triple marca, y de todas maneras la única forma que tenían de detenerlo era con faltas.

En el segundo tiempo Brasil volvió a hacer temblar el arco de Goyco, y fue por duplicado con los dos compañeros de Diego en el Napoli como protagonistas: primero un centro de Careca fue cerrándose para rebotar en la parte superior del travesaño y después un derechazo de Alemao pegó en un ángulo.

Tal vez porque la cosa no podía ser peor, Argentina empezó a creer en el milagro futbolístico. Y lo fue a buscar. Si la cuestión era celestial en un campo de juego, solo había un ser humano capaz de dialogar con la divinidad para encarnarla. Y el enviado obró. A los 80 minutos y 14 segundos, Diego tomó la pelota dentro del círculo central detrás de la mitad de la cancha y empezó a enhebrar camisetas amarillas. Con cuatro rivales desesperados por detenerlo como sea, cruzó la pelota de derecha para Caniggia, que solo y con enorme jerarquía, desparramó a Taffarel con la pierna derecha para definir de zurda.

«Caniggia entró a tocar después de escapar al arquero, después que Maradona mostró que todo roto igual es Gardel. A 55 años de la muerte de Carlitos, vos sos Gardel, Diego. No se puede creer lo que has inventado», relato Víctor Hugo Morales con su inigualable prosa radia.

Quedaban 10 minutos pero el destino estaba sellado.

“Fue el gol más importante de mi vida. Casi nadie daba nada por nosotros. Nunca sentí nada parecido en mi trayectoria como jugador”, repasaría Caniggia décadas después. A los 23 años y nada menos que en un Argentina-Brasil mundialista le había dado a la apilada de Diego una definición a tono con ese serpenteo del Diez para un gol eterno.

El genio inigualable de Diego y la categoría de Cani bordaron una de las victorias argentinas más festejadas en la historia de los mundiales. El partido imposible dio lugar a una victoria eterna.


*Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, trabaja en el canal de noticias IP y en DeporTV. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.