Venta ambulante y tendencias virales

Por Leandro Barttolotta*

 

Desde donde está enganchado con la hebilla, tiene una visión privilegiada de la malla metálica. Puede ver las decoraciones que tienen sus compañeritos de fila. Hay con moñito, con sombrerito pituco, con auricularcitos, con galerita, con boinita, con anteojitos, con vinchitas. Puede ver también el rostro de alegría de la nena que se lo señala insistente a la madre: el patito con coronita es el elegido. La madre saca un billete de mil pesos y así un hornerito de dos dimensiones se lleva a un patito de tres que resalta, con su amarillo chillón, en una mañana nublada.

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Cristian vive en Wilde, es de familia feriante, y así explica cómo lleva adelante su emprendimiento: “Tengo el puesto acá en la peatonal de Quilmes, de lunes a viernes, y después los domingos hago feria. También vendo por Facebook. Pero ahí a veces es medio enquilombado porque la gente pregunta y pregunta; te pide uno, te pide otro. Voy a comprarlos a los locales de Once”. Dice que el furor por los patitos empezó en el Barrio Chino, en Belgrano. En pocos días, todos empezaron a querer esos patitos de TikTok.

“Todo esto es de los chinos -me explica Sergio, que vende los patitos en Constitución- todo importado de los chinos. Ahí de la Aduana, viste, que vienen de los chinos. Todo de allá”. Salidos de un container chino, o salidos de la red social del mismo origen.

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Si te adelanto que lo que sigue es una historia que menciona varias veces la palabra China, viralización y un animalito que vuela y al que se le agrega un nombre extraño, seguro salís escroleando, y creeme que te entiendo. Pero no, se trata de un fenómeno viral inofensivo. Apenas te acercás a la red social de videos cortos, aparecen miles de hashtag sobre el boom: #patitoskawaii (así se llaman) #moda #tendencia. Hay videos de usuarios y de vendedores ambulantes de ferias de Bolivia, México, y de tantos otros países más. Patitos que traen buena suerte, que provocan ternura y alegría.

Un meme de humor conurbano aplica sociología comparada rústica y chistosa como muestra de la variante local de esta moda: “En Palermo” con una foto de una chica con el patito, y “En Laferrere” con un flaco con buzo y capucha que tiene un gallo grande arriba de la cabeza. A diferencia de lo que se puede chusmear en los reels, no me cruzo adultos con el adornito en la cabeza. Se ve que se nos volaron los patitos hace rato.

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Una sociedad en venta: empujada a la venta, enrolando vendedores y vendedoras de alma o de ocasión. Una sociedad en modo venta: poniéndose a vender lo que venga, algo que se expandió rápidamente durante la pandemia y que no deja de intensificarse con el ajuste feroz. Una sociedad que recibe cada día nuevos vendedores (se mezclan en los vagones de tren y en las peatonales las texturas sonoras tan diferentes: voces finitas, temblorosas, recién estrenadas conviven con voces gastadas, roncas, acostumbradas), y que retira cada día habituales consumidores que ya no acceden a lo que antes sí.

Pero no hay tiempo para reflexionar porque se escapa un potencial comprador. ¿Qué podés comprarte hoy en la calle con mil pesos? Ponele que esos tres alfajores triples que justo pasan ofreciendo, pero que la señora ni mira. Sí duda observando los patitos, hasta que se frena y compra uno con orejitas. Es posible que haya cambiado algo comestible, aguantando el hambre punzante del atardecer regresando al hogar, por algo regalable que le va a devolver una sonrisa de una hija o un nieto y que va a poder canjear luego por energía anímica para levantarse al día siguiente.

Mientras le pagan con un billete de mil, Sergio devuelve 200 pesos y de fondo se escuchan ofertas de tabletas de chocolate, chipa y medias. Entonces explica por qué ahora están vendiendo “1 x 800” o “2 x 1.500”: “Habíamos empezado a venderlo a mil. Hace unas semanas, en los mayoristas fue aumentando el precio porque era furor y ellos los vendían casi al mismo precio. Nosotros los conseguíamos a 600 pesos y los vendíamos a mil. Vos podés comprar la cantidad que quieras: por 100, por 50. Ya de 20 para arriba, los chabones te dejan precio. Vamos bajando el precio a medida que van pasando los días y se vende menos”.

Sergio va y viene, un paso para adelante y otro para atrás, uno para un costado y otro para el otro. Como si estuviera moviéndose en esos juegos en los que hay que pisar las figuras geométricas que se iluminan. Desplaza las manos rápido: con una manotea dos billetes de mil pesos, y con la otra busca cambio. Parece tener la energía cinética de un boxeador que está por empezar a saltar la cuerda. No se queda quieto. El mismo movimiento que hará para conseguir la mercadería en Once o en “las covachas que hay en la provincia, por todos lados, en Lomas, en Temperley”. Pero igual todo viene de los chinos.

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Un meme de la página CosasdelRoca sirve como recurso didáctico para comprender lo que el antropólogo Néstor García Canclini llamaría glocalización. Es decir, ese movimiento por el cual un patito llegado de anda a saber qué dimensión, se te posa en la cabeza y apenas roza el suelo humano altera su forma de alguna manera. El meme dice “Patitos Kawaii del Tren Roca” y abarca todo el muestrario de diferentes perfiles de usuarios y usuarias con su avatar patito: hay uno con flequillo y botella de Quilmes; hay uno con visera Nike y botella de Fernandito; hay uno con botella de Heineken y gorra cheta; hay uno con la infaltable tableta de chocolate Hamlet; hay uno con chipa; hay otro con celular y auriculares; hay uno con vasito de café y gorro de lana. A cada patito se le puede meter un outfit piola y que llame la atención.

Cristian cuenta que fue a comprar unos patitos a los que decoró, podríamos llamar, de manera tribunera. “A esos los tengo a 1.500 pesos por el gasto que hago. Les compré la banderita (de la Selección, de River, de Boca) más la silicona. Para que salgan más rápido también, por el tema de que todos tienen patitos iguales y yo los hago diferentes”, explica sobre su estrategia de venta.

A pesar de no imaginármelo con la motricidad fina adecuada para la tarea, Sergio desmiente mi prejuicio y dice que él también va a comprar los paquetitos que venden en Once y les hace la decoración. Les pega con cola los ojitos, el piquito, el gorrito, los auriculares. Todo el cotillón para el diseño. Porque el patito viene pelado, como un maniquí, sin nada, para lookearlo a tu gusto.

Mientras vende un segundo patito y alterna la descripción de todo el movimiento perpetuo de la multitarea y el multiverso del comercio (desplazamientos de vendedores y vendedoras para ir comprar la mercadería a Once o a las covachas; ferias reales en Solano, Varela, Guernica, Glew; ferias en grupos o páginas de Facebook; dinero físico y dinero transferido por billetera electrónica; chusmear las tendencias que llegan desde TikTok), dice que la venta viene floja. Cuando explotaron los patitos vendía cien por día y ahora no llega a picotear veinte. Pero con la Copa América, el patito con la camiseta de Messi o la banderita colgando sale fácilmente. Una forma de exprimir un cachito más la transpiradísima celeste y blanca (por los jugadores y por la economía de todos los colores). Un repunte posible también porque se acercan las vacaciones de invierno: “Ahí levanta un poquito. No creo que mucho”, vaticina el vendedor.

Ante el invierno que llegó para quedarse y que no tiene nada de tendencia pasajera, Cristian dice que “hay veces que se vende y otras que no”, pero que siempre está “apostándole a salir adelante”. Sergio dice que siempre viven de “rescatar una novedad”. Estar atento a lo que se va a mover y vender. Lo que se viraliza también se puede rescatar, cazar y poner en el puesto, en un posteo o historia, o en una caja de telgopor.

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Durante todos estos días metido en el tema, miré al patito que tengo al lado de la computadora. Uno con auriculares grises. Estoy convencido de que se movió un toquecito, casi imperceptible, pero giró sobre la mesa. Como si se hubiese acercado al teclado para pedirme que lo describa. Me quedo mirándolo inquieto.

Convengamos que en los reels de TikTok deben modelar los patitos hegemónicos o deben ponerse mucho filtro: los reales se ven más feúchos, menos alegres y optimistas. Este tiene un ojito medio piantao y del otro le sobresale un cachito de silicona que parece una lagañita o una lagrimita a punto de caer. En uno de los videos dicen que la gente les pone nombres a los patitos. Que les hablan a las mascotitas inertes. El problema, pienso, no es hablarle al patito. El problema es si el patito te responde.


*Leandro Barttolotta nació en Quilmes, en 1983. Es sociólogo (UBA), profesor en nivel terciario y universitario (Universidad Nacional de Quilmes), formador docente en la Provincia de Buenos Aires y docente-tutor en educación a distancia (FLACSO). Escribió en la revista Crisis la “Sección conurbano” (2016-2021) y colabora en distintos medios gráficos (Revista Anfibia, Tiempo Argentino, entre otros).

Es investigador y co-autor de “Implosión. La cuestión social en la precariedad” (Tinta Limón, 2023) y, como integrante del Colectivo Juguetes Perdidos, publicó los siguientes libros: “Por atrevidos. Politizaciones en la precariedad” (2011), “¿Quién lleva la gorra? Violencia, nuevos barrios y pibes silvestres” (2014), “La gorra coronada” (2017) y “La sociedad ajustada” (2019). Por editorial Sudestada, publicó “Okupas. Historia de una generación” (2022) y “Saldo negativo. Crónicas conurbanas” (2013-2023).