Mientras Trump convirtió su condena judicial en una herramienta de reafirmación política, Milei no logró construir un relato propio frente a los escándalos que golpearon a su gobierno. Dos estilos de liderazgo ante la crisis, dos maneras de entender el poder del conflicto.

Por Julieta Waisgold*
Foto: Matias Baglietto

 

En junio de 2024, Donald Trump fue declarado culpable de falsificar documentos para silenciar una aventura con una actriz porno. Según una encuesta de Ipsos, uno de cada cinco estadounidenses consideró esa condena determinante a la hora de votar y afirmó que era menos probable que apoyara a Trump después del fallo. Sin embargo, pocos meses más tarde fue elegido por segunda vez presidente de los Estados Unidos.

Ese contraste se explica tanto por el contexto —marcado por la caída en la imagen de Biden — como por el tipo de liderazgo que encarna Trump, un liderazgo que se fortalece en el conflicto.

Si bien los escándalos generan siempre un impacto en la opinión pública, los liderazgos de las derechas radicales suelen transitarlos con su estilo: victimizándose, designando culpables, atacando, polarizando y apuntando a reafirmar ahí también sus propias identidades intensas.

Según una encuesta de Gallup de 2024, los estadounidenses tenían sobre Trump opiniones más extremas que sobre Biden: había más personas que decían que estaban fuertemente a su favor o en su contra.

Cuando estalla el escándalo, Trump no intenta explicarse ni dar certidumbre con sus actos —como sería más que recomendable para la literatura de crisis en un contexto preelectoral—. En lugar de eso, se victimiza y dice que el sistema está amañado, hace circular la idea de que es un “preso político”, y entre otras cosas lanza una serie de gorras negras con su slogan MAGA (Make America Great Again) para simbolizar que se trataba de un día oscuro.

Durante el veredicto, lo esperaban sus seguidores conmocionados en la puerta del juzgado; y después de la condena, la campaña de Trump recaudó en un día lo mismo que había recaudado en seis meses.

Así, el debate se polarizó y se tensó entre los que contaban los hechos en torno al escándalo y el líder republicano, y sus seguidores, que redoblaban la apuesta en una búsqueda de reafirmación identitaria.

 

El espejo argentino: sin relato, sin reflejos

En Argentina, el presidente Javier Milei no parece haber seguido ninguno de los manuales de actuación ante la crisis. Golpeado por una caída previa en su imagen —producto del impacto social de la gestión económica—, y debilitado por las internas y la ruptura de alianzas, tanto el escándalo de los audios que involucraba a su hermana como el caso de Espert encontraron un gobierno escaso de reflejos.

En ambos episodios, el presidente pareció espectador de su propia historia: habló poco, mal y tarde.

En el caso Spagnuolo, después de estar varios días en silencio, le echó la culpa al ex funcionario: dijo que era todo falso y que era una operación en su contra. No hubo, por parte del gobierno, ninguna definición orientada a aportar claridad ni decisión política de peso, como indicaría la tradición de comunicación de crisis.

Tampoco, y tal vez en parte por el desorden político, se vio un intento de ordenar la escena o hablarle a su propia base. No hubo épica de persecución, ni indignación performática, ni apelación emocional.

Foto: Matias Baglietto

Un mes más tarde, con el escándalo de Espert, la parálisis se repitió y quedó todavía más en evidencia con la sobreexposición pública de las contradicciones del entonces candidato libertario a diputado por la provincia de Buenos Aires.

Nuevamente, Milei no asumió el volumen de los escándalos ni encarnó al líder acorralado que le habla al pueblo contra el sistema.  En los dos casos se vio una sucesión de declaraciones mayormente confrontativas, pero dispersas, que le hicieron perder cada vez más apoyo.

Si ninguna de las reacciones se inscribiría en las de los manuales tradicionales de comunicación de crisis, a diferencia de Trump, Milei tampoco pudo hacer política del conflicto. No pudo sostener su propio hilo narrativo en medio del oleaje. Y, en tiempos de cólera, para los que juegan a la política en la intensidad, el que no narra su crisis puede terminar narrado por ella.


*Es periodista de TEA, abogada de la UBA y diplomada y maestranda en Comunicación Política de la Universidad Austral.
Siempre le gustó la política y hace más de 15 años empezó a trabajar en comunicación buscando conocer y entender el detrás de escena. Sus primeros pasos fueron en el Congreso de la Nación y más tarde se desempeñó como asesora y coordinó equipos en distintas áreas del Estado Nacional. Trabajó en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en ACUMAR y en el Ministerio de Salud de la Nación.
En 2019, coordinó el equipo de discurso de la campaña presidencial de Alberto Fernández.
De manera autodidacta, en los últimos años se formó en lecturas sobre populismo y nuevas derechas. Y fueron esas lecturas las que la llevaron a hacer un curso de posgrado sobre teorías sociales y políticas posestructuralistas en Flacso. Está en desarrollo de su tesis de maestría.
Además, fue ponente en distintos congresos de Comunicación Política, como el de la Asociación Latinoamericana de Investigación en Campañas Electorales (ALICE) y la Cumbre Mundial de Comunicación Política. Escribe con cierta periodicidad en distintos medios nacionales, como Perfil y Página 12.
Los que no la conocen suelen preguntarle si es politóloga. Ella contesta que es poeta y justiciera.