Una reflexión sobre los debates en torno al supuesto adoctrinamiento en la educación pública y un rescate de su actitud crítica como marca argentina, en una clave de época caracterizada por el adoctrinamiento de la atomización y el aislamiento.

Por Facundo Giuliano*
Foto: Daniel Santoro

 

A diestra y siniestra, hay gente que desea ser adoctrinada. Ninguna novedad en la vida pública y política del país. Lo curioso en esta “nueva” retórica gubernamental tal vez estribe en señalar de manera inmunitaria todo aquello que es, como perteneciente al adversario, como aquellos juegos de la infancia en los que se decía “el que lo dice lo es” o “espejito rebotón”. Que hay doctrina de izquierda a derecha tampoco es nuevo, y no hay gravedad en esto, siempre que esté puesto arriba de la mesa.

El problema aparece cuando se hace negocio con cuestiones que no son lo que dicen ser y se atenta contra la salud colectiva. Habría que preguntar a los señaladores del adoctrinamiento en la educación pública, ¿qué tienen para decir de los subsidios a la oferta y ahora también a la demanda de la educación privada, cuya gran parte es de carácter confesional, a través de los denominados vouchers que esta gestión implementó? Ahí sí que hay doctrina explícita y pedagogías de lo incuestionable, subvencionadas “con la nuestra”, además de una clientela que también es alumnado.

Si hay negocio, o negación del ocio vital que es base del estudiar, no puede haber escuela. Digamos más: si hay algo que caracteriza sustancialmente a la educación pública argentina es el dar lugar (y tiempo) a que nada de lo puesto en juego quede potencialmente sin cuestionar, a que todo lo compartido pueda revitalizarse con actitud crítica, algo que suele causar no pocas molestias. Por eso también hay reacciones de quienes, incluso en el seno de lo público, detestan que algo de lo dado sea desarmado, discutido, profanado.

Lo anterior lleva a preguntarnos si la vida docente, que es otro nombre para la vida lectora, no produce a veces efectos de sacralización allí donde se enseña a desacralizar. Como si se instara a estudiantes a que no discutan con sus docentes que, a su vez, no se animan a poner en discusión a sus autoridades. Si hay doctrina, hay disciplina y a partir de esta, de su afinidad prometedora con la colonialidad, algún imperialismo de turno. Puede haber ciencia o sabiduría en la doctrina, pero también una enseñanza que aceptar y que otorga pertenencia con algún patrón de verificabilidad.

Hay quienes encuentran en doctrina y educación términos opuestos, aunque en nuestro país puede tomar la forma de un agonismo. ¿O cómo olvidar aquella que se subtitula filosófica, política y social (la peronista), y habla de educar alma e inteligencia dando armas de lucha vital, como el concepto de amistad afincado en el compañerismo, la comunidad en el esfuerzo, la mutua cooperación y solidaridad? Si estos signos de pregunta actúan como resortes a poner en juego, podrá notarse que hay armas que no sirven en las guerras, sino en la vida.

Los apropiadores de la batalla cultural inclinan la etimología de educar hacia educere (que supone un movimiento de interioridad, extracción y “salida al mundo”) y plantan un olvido sintomático respecto de educare (que implica una exterioridad que da, alimenta y, a partir de esto, orienta, acompaña). Sumemos indagar en el “huevo de la serpiente”, como aquella nefasta resolución ministerial (2598/2023) que, antes del cambio de gestión a nivel nacional, ya planteaba recortar las carreras universitarias siguiendo la estela europea de la Reforma Bolonia. ¿Alguien quiere un ejemplo de colonialidad pedagógica?

Este cuantificado desguace cultural -que reverbera la matriz fogueada en la dictadura, disimulada, profundizada o reactualizada en gobiernos posteriores y que algunos llaman “revolución” o tiempos en los que “la crueldad está de moda”- nos muestra que en algunos lugares y corporalidades no se siente lo suficiente la incesante atrocidad instalada en los paisajes cotidianos de un país terriblemente desigual. Será que nuestro León (Rozitchner) le pegó en el clavo y el terror continúa erosionando los lazos en nuestras comunidades en tanto no lo atendamos, no lo pongamos en palabras y olvidemos su parte “cívica”.

 

Bis: sobre la doctrina luminosa

No sabemos si la humanidad ha asistido a momentos más iluminados que este. Por más que se regule el brillo de las pantallas, o se aplique algún filtro de lectura, la exposición constante a la luz ya excede las del hogar y las prótesis que tan felizmente trasladamos de aquí para allá. La proliferación de dispositivos, cada vez con menor frecuencia de apagado, nos exponen a luminosidades que afectan la sensibilidad (se han desarrollado hasta cremas para proteger la piel), el sueño y los sueños.

Cada noche los cuerpos juegan su partida de la conciencia metabolizando las luces recibidas durante la vigilia y, en caso de que alguna ansiedad no ceda, puede haber alguna farmacia abierta que venda un boleto para un viaje de dudosa calidad. Ni hablemos de la praxis vital que se llama siesta y algunos espíritus pueblerinos todavía se permiten cultivar en los intersticios de ciudades que no duermen.

No creemos que la gente, cada vez más adherida a los dispositivos, sea cabeza hueca, pero sí que el maquinismo imperante impone su doctrina y casi no se escuchan quejas al respecto. Es más: hay un sentido común que entiende a esa forma de progreso ineludible como un avance de la democracia, siempre desconsiderando que un par de corporaciones domina el mercado de aparatos, cables intercontinentales y algoritmos. No hay ninguna injerencia de los pueblos, a no ser como consumidores de chatarra audiovisual o productores de datos. Alguna esperanza emergió en 2019, cuando no alcanzaron las “caricias significativas desde Hurlingham” y el ejército de trolls perdió una elección.

El tiempo pasó y los algoritmos tomaron revancha. Mientras en la pandemia un Presidente y su Ministro de Educación recomendaban series de Netflix, en las redes se cocinaba algo más. No eran nuevos argumentos, sino efectos especiales contra toda sensibilidad. De hecho, los argumentos parecen haber dejado de importar y no hace mucho sentido salir explicar ‘la verdad’ al vecino o familiar que espera paciente algún fruto de su revancha épica contra la sucursal más cercana de la casta (que alguna vez lo/la habrá mirado desde las alturas). Por eso nunca hay que despreciar la opinión en su afectividad política igualitaria, no importa que antes o después hagamos “análisis del discurso” y demos clases en la Universidad.

La Marcha Universitaria, tan ninguneada como masiva, nos ha enseñado que un plan de lucha articulado y transversal no puede ser “el anuncio del anuncio” o una mera promesa cuando ya se están apagando las luces de los pasillos por donde también brotan saberes. No sorprende entonces que la respuesta a semejante movilización haya sido un meme o la adjudicación de número teatral, como puede que sí sorprenda la relación del Congreso con su reverso imitativo: de ser ninguneado por la espalda del Ejecutivo a dar la espalda a la discusión presupuestaria universitaria, con legisladores que tuvieron sus selfies en la histórica marcha e igual no dieron quorum para dar respuesta a ese reclamo. Si la intersectorialidad política contra el pueblo está tan organizada, ¿qué esperamos?

No sea cosa que cada quien tenga que hacer su spot de “cuidemos lo que funciona” y consiga los pesos que “no hay”, para salvarse solari. ¿O será que así opera el adoctrinamiento de la atomización y el aislamiento? Efecto doctrina del “panic show a plena luz del día”.

 


*Facundo Giuliano (Alta Gracia, 1991) es Doctor en Ciencias de la Educación por la UBA y cuenta con un posdoctorado en Ciencias Humanas y Sociales por la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad. Es profesor en Institutos Superiores de Formación Docente, profesor de posgrado en universidades nacionales e investigador (IICSAL-Conicet/IICE-UBA). Ha sido profesor/investigador visitante en universidades extranjeras, de América Latina y Europa. Ha dictado seminarios de grado y posgrado, y publicado en revistas nacionales e internacionales sobre problemáticas educativas en sus dimensiones pedagógicas, filosóficas, psicoanalíticas y literarias.