A un año del cierre de listas, la política argentina está en ebullición plena. La fórmula presidencial Fernández-Fernández continúan con sus choques, las medidas que se toman en medio de la crisis son «curitas», y Mauricio Macri vuelve a caminar y charlar con vecinos del Conurbano, los mismos que en 2019 lo eyectaron del poder.

Por Pablo Lapuente*

El choque de modelos en cámara lenta entre Alberto Fernández y Cristina Fernández, detenido por ahora en uno de sus cuadros por necesidad y urgencia de la crisis, parece inhabilitar todos los caminos que debe tomar la gestión, como así también todas las propuestas que llegan de un lado y otro de la grieta. No hay shock, no hay devaluación brusca, no hay reformas laborales en el ámbito legislativo, como pretenden en la oposición, pero tampoco una distribución equitativa de la riqueza, sea a través de un salario básico universal o relanzamiento del gobierno, como quieren en el kirchnerismo, y por lo que una enorme porción de la población votó a la fórmula presidencial. En el medio de todo eso, el presidente parece limitarse a administrar una crisis creciente que ayudó a generar después de la deuda astronómica que heredó de Mauricio Macri, mientras contribuye con sus indefiniciones a acrecentar las operaciones de desgaste institucional en su contra. “¿Llega a diciembre de 2023?”, repiten sus detractores. En los márgenes del Frente de Todos, donde aún hay contacto con la realidad que padecen millones de pobres, no ayudan mucho a despejar la incógnita, quizá para no subirse a la ola de operaciones desestabilizadoras, pero se permiten aun así trasladar un reclamo crítico: “El conurbano no da más y sólo le ponemos curitas”.

La frase la dijo en una entrevista reciente con Letra P el ministro de Desarrollo de la Comunidad y dirigente de La Cámpora, Andrés Larroque. Describe una situación al límite en el conglomerado más amplio del país, en el que la mitad de los niños y niñas no tienen garantizadas sus necesidades más elementales, y con la que coinciden, en esto sí no hay grieta, tanto dirigentes de los movimientos sociales como Juan Grabois o intendentes del PRO como Néstor Grindetti o Diego Valenzuela.

Que lo haya marcado un funcionario provincial de primera línea y uno de los dirigentes más cercanos a la vicepresidenta sólo anuda de manera precisa un paquete de reclamos que se percibe tanto en los mostradores de los municipios, como en las métricas que surgen de las redes sociales y las encuestas privadas. No lo dijo con precisión, pero tal vez se puedan inscribir dentro de la categoría curitas o “paliativos” las últimas medidas parciales que se tomaron para pedirle por favor al dólar paralelo y la inflación que bajen del ascensor en el que están, sea con un precio diferencial de la divisa para turistas, o tener otro dólar para que el campo liquide la cosecha que acumula con claros tonos especulativos.

Incluso, el malestar trasciende estas fronteras y llega al sindicalismo, que tuvo un rol más bien apartado en la agenda de gobierno. Ahora, la CTA reclama un aumento de salario de emergencia, mientras la CGT prepara su primera marcha contra los formadores de precios. En el otro extremo el sector financiero también mete presión y condiciona después de siete semanas consecutivas de corridas cambiaras a la nueva ministra Silvina Batakis, que si bien hasta ahora parece seguir el mismo perfil que su antecesor, Martín Guzmán, al menos parece tener la templanza y la experiencia suficiente como para hacer frente a una crisis que aún no tiene fecha de expiración.

Pero ni por cerca eso es suficiente para frenar a los agitadores más ruidosos de la oposición. De hecho, Mauricio Macri regresó al conurbano bonaerense en modo campaña, después de casi dos años en los que sus propios socios políticos lo vetaban de las agendas de recorridas en sus distritos. Es más, hasta su primo, el hoy ministro de Gobierno e intendente en licencia Jorge Macri había lanzado en su oportunidad un curioso spot en el que decía “más Jorge que Macri”, para intentar despegarse de un apellido por entonces poco aceptado en los barrios populares. Como sea, el expresidente comenzó a moverse hace unas pocas semanas entre vecinos y vecinas de Monte Chingolo con Grindetti, con quien tiene un acuerdo de beneficios electorales mutuos, y siguió con otras actividades en La Plata, Vicente López e inclusive Ituzaingó, un municipio gobernado hace 27 años por uno de los últimos barones del peronismo, el jefe comunal Alberto Descalzo.

Si bien no la pasó del todo bien, es que lo increpó de manera amable un canillita que le negó el saludo y se viralizó en los principales medios de comunicación, Macri se sabe otra vez en el centro de la escena política opositora. Desde ahí, con el contexto antes descripto, es que pueda estar nuevamente en las calles que en 2019 lo eyectaron del poder. En la tercera sección electora, que reúne a 19 ciudades del conurbano y en el que votan casi cinco millones de electores, los Fernández obtuvieron el 59,6% de los votos, mientras que él apenas alcanzó el 28,2%. Aún así volvió, caminó, charló, se sacó selfis que subió a sus redes sociales, y se posicionó como el gran elector de Juntos por el Cambio en 2023.

Un experimentado dirigente que estuvo varias décadas militando en el peronismo del conurbano, y que decidió romper hace poco para sumarse al armado de Diego Santilli, describió la situación de esta manera: “Están destruidos anímicamente, los conozco porque siempre estuve ahí, y al ver eso sé que tenemos una oportunidad real”, confió a este cronista esa fuente. La descripción quizá explica muy bien la crisis interna que enfrenta a cristinistas con albertistas, pero también deja al descubierto la incapacidad de la oposición de levantar la intención de voto por mérito propio. Votamos a uno para sacar a otro, mientras las propuestas quedan ahí en un cifrado poco claro, entre la banalización de la política y el extremismo de la destrucción total del estado que pregonan los autodenominados libertarios.

A un año del cierre de listas, si te toma en cuenta la referencia de los comicios del 2021, la política está en ebullición plena. En el peronismo ya nadie se ofrece como garante para salir de la crisis, excepto quizá Sergio Massa con la condición de detentar varias áreas de gobierno como Economía, Producción y el Banco Central, y pocos se animan a ver en el futuro próximo una candidatura que les devuelva la esperanza alcanzada en 2019. En el macrismo la realidad es distinta, y si bien padecen sus propias internas, todas ellas son producto de olfatear nuevamente el camino que los pueda conducir al poder. Así, observamos que los primeros aún no tienen candidatos, y muchos de ellos esperan otra jugada magistral de Cristina, en tanto que los otros muestran una terna de postulaciones amplísima que tampoco se sabe en qué terminará.


*Pablo Lapuente es redactor acreditado en la Legislatura de la provincia Buenos Aires. Licenciado en Periodismo (UNLZ), productor en radio y televisión. Trabajó en medios de comunicación bonaerenses y nacionales.