Por Esteban Rodríguez Alzueta*
Ilustración: Ivana Vollaro
John Austin nos enseñó que se pueden “hacer cosas con las palabras”, que las palabras además de ser constatativas o meramente descriptivas suelen ser realizativas. Es el caso, por ejemplo, de las declaraciones de los funcionarios del gobierno de Milei, palabras performáticas que tienen la capacidad de crear otro orden para las cosas.
Se trata, además, de palabras que no se limitan a describir o registrar nada, que no son ni verdaderas ni falsas, porque están más allá de cualquier discusión. Su objetivo es muy distinto: buscan realizar una acción, producir un efecto de realidad. Y cuando la velocidad es una forma de conocimiento y gestión, y lo que se busca es actuar de manera urgente, sin meditar sobre las consecuencias, entonces patean los debates para más adelante, y las palabras quedarán expuestas a ser evaluadas en la posteridad.
Las bravatas propaladas por la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, en sus habituales ruedas de prensa o los mensajitos que deja caer en las redes sociales, suelen ser muy elocuentes. Apelando a frases patoteras o desafiantes y con un lenguaje beligerante y contaminado, muy poco prudente a un funcionario de esa cartera, la ministra fue componiendo un perfil que le alcanzó para autopostularse como el ala dura o el halcón de este gobierno: es la guapa de la gestión.
La ministra no necesita firmar ninguna resolución y, mucho menos, publicarla en el Boletín Oficial para administrar a las fuerzas que comanda, y de paso mandar mensajes al resto de la hinchada que la sigue por TV. No necesita que sus directrices sigan los canales institucionales que tienen las burocracias para entrar en vigor. Le basta con hacer uso de la cadena nacional organizada por las empresas televisivas. Sabe que sus declaraciones tienen estatus performático y mucha cobertura mediática, y sabe además que cuenta con un séquito de periodistas alcahuetes, tomados por el mismo odio que no siempre pueden disimular, dedicados a justificar sin preguntar.
Bullrich sabe además que sus fanfarronadas nunca caen en saco roto. La ministra les habla a los policías a través de las redes sociales, muchas veces sin intermediación. Por eso, sus interlocutores no son necesariamente las fuerzas federales sino también las policías provinciales, es decir, todos aquellos policías que se sienten escuchados y hablados por una ministra que les dice lo que ellos creen y quieren escuchar desde hace rato: que los policías son dueños de una autoridad que se dispone para ser ejercida sin ser cuestionada; que los policías son un actor separado y separable de la sociedad y están por encima de los ciudadanos, sobre todo de aquellos apuntados como enemigos o extraños; que están para cuidar las espaldas de los funcionarios; que no necesitan rendir cuentas por sus acciones; que hay que meter bala a los delincuentes; que no se puede protestar porque la ciudadanía habla solo a través de los representantes. Bullrich está sembrando la discordia al interior de las filas de todas policías del país, rompiendo las cadenas de mando, generando malentendidos que conviene no subestimar.
Bullrich confunde el monopolio de la fuerza con la política del garrote, porque la tolerancia cero debe completarse con la mano dura. No se da cuenta o no le interesa saber que, en un estado de derecho, para que la violencia sea legítima, debe ajustarse a la legalidad, esto es, que el uso de la fuerza letal o no letal o la amenaza de las mismas, tienen que estar adecuada a los estándares jurídicos locales e internacionales que la contienen y regulan.
Además, en una república, el uso de la fuerza, además de ser objeto de evaluación de las auditorías internas, siempre será interpretada y considerada por los funcionarios judiciales. Bullrich no sólo descalifica a los gobiernos provinciales cuando se mueve como una funcionaria unitaria, sino también a los funcionarios del Poder Judicial y el Ministerio Público. Bullrich los desautoriza cuando los tiempos de la justicia no se adecuan a las expectativas urgentes del poder ejecutivo, cuando las resoluciones de los magistrados se alejan de sus decisiones. Si los jueces se niegan a ponerle el gancho a las bravuconerías de la funcionaria, si no blanquean el propio quehacer policial, entonces serán objeto del escarnio y el troleo oficial.
Bullrich cumple el papel de restauradora de un orden conservador, confundiendo la conducción civil de las fuerzas de seguridad con lo que aquí hemos dado en llamar matonerismo. Bullrich es una matona, se mueve como una matona, es decir, una persona pendenciera y jactanciosa que cree firmemente que puede pensarse a la seguridad y organizar a las fuerzas policiales a través del lenguaje marcial, la provocación constante, la intimidación y el acoso.
La violencia policial se está convirtiendo otra vez en una política de Estado. La ministra provee incentivos políticos para que las policías actúen al margen de la legalidad. Los envalentona y empodera. Cada una de sus declaraciones vacaciona a las formas jurídicas y libera a los policías a rendir cuentas por sus acciones violentas. Cada uno de esos incentivos representan auténticos “cheques grises”, sobre-entendidos que apuntalan y habilitan implícitamente las rutinas policiales violentas.
En definitiva, el gobierno de Milei constituye un gobierno de facto, una administración que funciona a través de hechos consumados (non de iure), con actos públicos que no guardan ninguna formalidad. Su punto de apoyo son los actos administrativos desinvestidos de ropaje jurídico, inadecuados al ordenamiento jurídico, incluso, contrarios a la manda constitucional.
Conviene estar atentos, la democracia no es un acto ciudadano que llega cada dos o cuatro años. La represión a los manifestantes y persecución a periodistas, artistas y todas aquellas personas que no le hacen la venia, es la cara visible de un gobierno autárquico y cada vez más autoritario. Cuando las cosas se emputezcan y asome otra vez la bestia, conoceremos otra vez la cara pura y dura de un estado de excepción que está ganando cada vez más obsecuentes entre la casta política del interior que acompaña sin chistar cada uno de sus actos.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, Prudencialismo: el gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.
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