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Las redes que tejieron las amigas de Úrsula Bahillo antes y después de su femicidio pusieron en escena, especialmente en las calles, el rol que activan las pares, vecinas y militantes barriales frente a las violencias de género y que es una constante en el Conurbano. “Me cuidan mis amigas, no la Policía”, como un grito de época que pone el foco en todo lo que hacen las mujeres y disidencias para salvar a las que no salva el Estado.

La piba está parada en el cordón de la vereda frente a la comisaría de la localidad de Rojas y no se quiere ir. Le insisten para que lo haga cuando los tiros ya se empiezan a escuchar, pero ella resiste. Se saca de encima las manos que quieren protegerla y se vuelve a parar de cara a los policías que ya tienen las balas de goma preparadas. A los minutos, disparan. Uno de los balazos le da cerca del ojo izquierdo a esa piba, Nerina Moyano, que está ahí para pedir justicia por su amiga, Úrsula Bahillo. Unas horas antes, el 8 de febrero de 2021, la adolescente fue asesinada a puñaladas por su ex pareja, Matías Ezequiel Martínez, en un descampado de la localidad de Guido Spano. El video que muestra a Nerina firme y de frente a la comisaría donde su amiga denunció varias veces al que finalmente fue su femicida se viralizó y muchas vieron en ella a la amiga, hermana o compañera que las cuida.

En la última marcha convocada por los feminismos frente a los tribunales de todo el país, motorizada por el femicidio de Úrsula, se pidió una reforma judicial feminista, pero abundaron los carteles que decían frases como “me cuidan mis amigas, no la Policía”. Muchas también reclamaron un mayor reconocimiento para las promotoras territoriales de género. Es que todas saben que las primeras en actuar son las mujeres, lesbianas, travestis y trans que se organizan en el territorio y se forman para actuar en la prevención de las violencias machistas. Antes que a la Justicia, muchas cuentan que recurren a una amiga, una compañera o una vecina.

¿Qué puede una amiga? ¿Puede salvarnos? ¿Tiene que hacerlo? Puede acompañar, escuchar y contener. ¿Puede protegernos? Eventualmente puede hacerlo, pero lo que sí puede es estar. Su potencia es la presencia. Una amiga puede sólo estar y, con eso, transforma toda la vida de la otra. Las vidas de las mujeres, lesbianas, travestis y trans están entrelazadas y, más allá de las frases hechas que abundan en las redes sociales y debajo de las políticas públicas que apuntan a erradicar las violencias machistas, hay historias simples pero contundentes que muestran que en los lazos de amistad se construye un cuidado que, en los casos de violencias de género, son centrales. Algunas veces previenen violencias y otras buscan justicia. En su simpleza radica esa potencia y son una muestra de que la sororidad es mucho más que usar los colores verde y violeta.

“La Flaca”: lucha, solidaridad y alegría

Sabrina González era militante, cooperativista del programa Ellas Hacen y vecina de la localidad de Virrey del Pino, en La Matanza. El 3 de noviembre de 2014 fue asesinada por su ex pareja, José Castellanos, luego de que decidiera poner fin a la relación de pareja que duró ocho meses. Castellanos había amenazado a Sabrina varias veces y ella decidió mandar a sus tres hijxs a la casa de su mamá porque tenía miedo de que les pasara algo. Ese día, Castellanos la asesinó. Su cuerpo apareció dos días después, cuando hubiese cumplido 35 años. El femicida continúa prófugo y la querellante en la causa judicial, desde hace dos años, es Daira Sayavedra, la hija mayor de Sabrina, quien al cumplir la mayoría de edad decidió encabezar el reclamo de justicia.

Sabrina en un taller del «Ellas hacen»

Sabri o “La Flaca”, como le decían en el barrio, terminó la escuela secundaria como contraparte del ingreso al programa estatal Ellas Hacen, destinado a la formación e inclusión laboral de mujeres, lesbianas, travestis y trans en situación de vulnerabilidad social. Sabía que estaba en una relación violenta porque estaba formándose como militante contra las violencias machistas. Estar en el programa le cambió la vida, le abrió la cabeza. Ella era lucha, solidaridad y alegría”, recuerda su amiga y compañera de militancia Vanesa Fernández. Ahora, junto a otras amigas, compañeras y familiares, integra la mesa local de organizaciones feministas de La Matanza que se formó hace dos años para reclamar respuestas por Sabrina. La demanda central está dirigida a la UFI N° 3 y al juez de Garantías Rubén Ochipinti, quien está a cargo de la causa caratulada como femicidio. Castellanos se fugó después de matar a Sabrina y su familia denuncia que desde hace años no hay ningún avance, pese a que hubo indicios de cuál podría ser su paradero.

La lluvia borra la maldad

En 2012, una inundación muy grande afectó a Virrey del Pino, la localidad donde vivían Sabrina y Vanesa. Hacía muy poco habían empezado a militar y esa inundación las puso a trabajar en la asistencia de las personas afectadas. Juntaron ropa, asistieron a merenderos y organizaron centros de evacuación. Las donaciones iban y venían del local a las escuelas donde estaban lxs evacuadxs. “Esa inundación nos unió», dice Vanesa y recuerda que, pese a ser vecinas, ella no conocía la casa de “La Flaca” porque cada vez que volvían de militar ella les pedía que la dejaran sobre una avenida cercana. Pero, un día, Vanesa decidió ir hasta ahí. La casa de Sabrina era una casilla y, salvo en la habitación que compartía con sus hijes, el piso era de tierra. El techo tenía grietas y todo estaba mojado.

“A Sabrina también le afectó la inundación, ¿qué hacemos?”, le dijo Vanesa a un compañero de su agrupación. Así fue que con donaciones, gestiones con Desarrollo Social y el trabajo voluntario de compañeres y vecines, Sabrina tuvo su casa de material. Para agradecer la ayuda, les hizo unos chorizos a la parrilla. “Esa era Sabri. Siempre brindando todo, aún cuando a ella le faltaba un montón”, cuenta Vanesa, que se define como «militante política, territorial, feminista y torta». Después del femicidio de su amiga, buscó saber más «sobre las violencias machistas y las cuestiones de género”. La impunidad del femicidio de su amiga se le hizo carne.

Día de lxs niñxs

Vanesa y Sabrina se conocieron por una amiga en común. Se hicieron amigas y a finales de 2011 empezaron a militar. Formaron la agrupación “Identidad Colectiva”. Unos años después, Sabrina se inscribió en el programa Ellas Hacen y se convirtió en cooperativista. Se formó en oficios, como el de plomera, y completó sus estudios secundarios. “Gracias al programa, empezó a tener más herramientas laborales. Empezó a salir adelante”, recuerda su amiga y dice: “Sabri se dió cuenta que Castellanos era violento porque ella ya era una militante de la lucha de las mujeres y, gracias a eso, pudo ver que esta persona era muy posesiva, que siempre trataba de aislarla de sus vínculos y hasta de sus hijes. Cuando decidió terminar la relación, él insistió. No respetó su decisión y después la asesinó”. Sabrina planeaba mudarse junto a sus hijes para estar más cerca del trabajo que había conseguido hacía poco tiempo en la Clínica Eva Perón, de la UOM, en Ramos Mejía, en el primer cordón de La Matanza.

Durante su participación en el Ellas Hacen, Sabrina coordinó los grupos de trabajo en su barrio, gestionó las tareas de las cooperativistas e impulsó a vecinas y amigas a participar del programa. “Las entusiasmó a tener la posibilidad de transformar su vida”, asegura su hija Daira.

Vanesa y Sabrina en una jornada barrial

Los primeros cinco años después del femicidio, cuenta Vanesa, fueron los más duros porque el impacto económico y psicológico es muy grande para las familias y el entorno. “El grado de violencia que seguís sufriendo en las fiscalías, en los juzgados y con la Policía, te hacen dar cuenta de que necesitás responder de forma colectiva. Así nació la mesa local por justicia para Sabri. Con Daira, sabíamos que no podíamos estar solas, necesitábamos estar juntas y con otras. Te das cuenta de que no alcanza con poner plata para pagar una abogada. Necesitábamos el apoyo de las compañeras para que cuando una decayera, la otra nos hiciera avanzar igual”, plantea.

“Ella es mi mamá”, escribe Daira y muestra la foto de Sabrina por chat. Le agrega dos emojis, uno de corazón y otro de una mariposa. “Mucho no entendía”, dice sobre el momento en que se presentó como querellante al cumplir la mayoría de edad. “Me tomaban el pelo en la fiscalía”, agrega. Fue entonces que, a través de Vanesa, conoció a su abogada actual, Rosa Merlo, y “a muchas compañeras que ayudaron en lo judicial”. “Éramos chicos cuando pasó el femicidio”, explica.

Daira Sayavedra, hija de Sabrina

Daira detalla la situación judicial cronológicamente con mucha claridad. Afirma que durante los primeros años no se hizo casi nada, que sólo se puso el pedido de búsqueda nacional e internacional de Castellanos, pero que hubo fallas. Por ejemplo, dice, no responden a las líneas de investigación que ella propone, vinculadas a seguir las conversaciones telefónicas que la familia del femicida mantuvo con él durante años. “Tampoco completaron la rueda de testimonios de lxs compañerxs de militancia de mi mamá”, agrega. Después de seis años del femicidio, todavía espera que desde la Justicia «se pongan las pilas». “Para mí, es muy importante la presencia de sus compañeras y amigas, sobre todo de Vanesa. Ella vio cómo salió adelante de muchas situaciones difíciles. Eso era ella: sabía que si podía lograrlo, podría mostrarle a las demás que ellas también”, cuenta.

Ellas hacen mucho

El programa Ellas Hacen tenía un objetivo de “justicia económica en clave de género”, repasa Iris Pezzarini, que fue su directora nacional hasta 2015. Con la llegada a la Presidencia de Mauricio Macri, el programa quedó desdibujado y, en 2018, la entonces ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, confirmó su culminación, junto con la de Argentina Trabaja. A modo de balance, Pezzarini dice que el mayor impacto del programa fue “que todas las mujeres participantes se sentían convocadas a defender sus oportunidades de vivir en la inclusión, en relaciones más equitativas y, sobre todo, a aprender a vincularse sin violencias.” 

Las líneas de trabajo apuntaban al fortalecimiento pre-laboral. Una era la terminalidad educativa, la capacitación en oficios y formación profesional. Si bien el programa duró sólo desde 2013 hasta 2015, la actual funcionaria del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad afirma que «fue un proceso de feminismo popular y de amor político”. Está convencida de que “fue mucho más que una política pública”.

En La Matanza, hoy, existen 25 dispositivos de prevención de las violencias machistas. Sandra Chaparro es coordinadora del dispositivo Juana Azurduy, que tiene su sede en González Catán. Desde 2016, trabajan como consejería en el barrio y el año pasado sumaron el apoyo del Municipio, lo que permitió que incluyeran a una trabajadora social, una psicóloga y una musicoterapeuta. El equipo se completa con cuatro promotoras territoriales de género. “Si no fuera por ellas, el trabajo sería imposible”, resalta Chaparro.

Nancy es una de esas promotoras. Cuando la consejería comenzó a trabajar, Sandra y Ximena, otra de las militantes del barrio, se acercaron a ella porque una vecina les dijo que necesitaba ayuda. Durante años, asistió al dispositivo y se integró al programa Potenciar Trabajo. Pudo desandar violencias actuales y también pasadas. “Yo quiero ser parte de ustedes, quiero ser parte de esto”, cuenta Chaparro que les dijo el año pasado cuando planificaban tareas.

El trabajo del dispositivo no cesó durante la pandemia. Chaparro contabilizó más de 45 intervenciones. Hoy, están planificando espacios terapéuticos grupales para dar respuesta colectiva a las demandas que exceden al dispositivo, que sólo cuenta con tres personas con tareas remuneradas.

Cuánto valen nuestras vidas

“Parece que las víctimas de femicidio de los barrios no valen, sus muertes no valen. Hablo de las mujeres de los barrios conurbanos, de las trabajadoras que mueren por la violencia machista. Nos cuesta mucho que los medios de comunicación masivos tomen los casos de las compañeras. En el momento en que suceden, se publican sus muertes pero como estadísticas, no se profundiza», dice Vanesa Fernández.

Pasaron seis años del femicidio de su amiga y aún espera justicia. «Cuanto más pasa el tiempo, es cuando más necesitamos que se cuente la situación de casos como el de Sabri», agrega. Mientras tanto, siguen tejiendo redes para ir al rescate de otras.