Por Julieta Waisgold*

 

“El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso”.
Guy Debord

 

Devaluación, aumentos de tarifas, subas en el precio del transporte y un comienzo de clases impagable. Desde que arrancó el gobierno de Milei, la realidad parecía no resistir novedad analítica y cualquier momento podía convertirse en la promesa de un quiebre definitivo para el presidente que hablaba del “mayor ajuste de la historia mundial”.

Parafraseando a Clinton, podría decirse que era obvio, iba a ser la economía, estúpido. Sin embargo, los primeros puntos de quiebre para el gobierno de La Libertad Avanza no se dieron en los lugares donde se los esperaba.

El primer momento de tensión fue en abril del año pasado, con la marcha por el recorte universitario. La masiva y heterogénea presencia en las calles marcó además la primera vez que el gobierno perdió el control de la agenda digital: la conversación se le volvió en contra.

Más tarde, en septiembre, después de la cena de celebración con los diputados que votaron en contra del aumento jubilatorio, todas las encuestas registraron una caída en su imagen.

Si bien la agresividad en las definiciones políticas es la misma entonces que ahora, el contexto del año pasado era distinto al actual: el gobierno no avanzaba de forma tan lineal y siempre buscaba algún grado de acompañamiento.

Con el frente interno ordenado, durante su primer año de gestión, el mileísmo tejía una red de alianzas con los gobernadores en el Pacto de Mayo, coqueteaba con un acuerdo institucional con Juntos y hasta mostraba cierta ductilidad para cambiar posiciones impopulares.

Hasta ese momento, los grandes tropezones habían nacido de decisiones políticas en temas de alto consenso social (universidades y jubilados), que ya se anunciaban como controversiales desde la campaña en su propio electorado, cuando todavía pesaban más tanto la idea de que “Milei no iba a hacer lo que decía” como la promesa de cambio. Ideas, que con controversia y todo, eran parte de su plataforma.

En febrero de este año, con el caso Libra, el gobierno tropezó por primera vez con una piedra que atenta contra su contrato electoral. Si el recorte en temas sensibles ya desoía la voluntad de parte de su electorado, la sospecha de corrupción que se desató con la promoción de la criptomoneda por parte de Milei y que derivó en una estafa para cientos de inversores, empezó a corroer su gran paraguas protector: la promesa de un cambio radical.

Tal vez por eso, frente a Libra, el gobierno pareció quedar desestructurado y aún no consigue organizar una respuesta ordenada, coherente ni aportar certidumbre como indicarían los manuales de crisis. Y siendo el gobierno que llegó a través del espectáculo político, desde entonces tampoco logra cambiar el eje narrativo para dominar la escena nuevamente. Retoma la iniciativa, sí. Pero a diferencia del año pasado, lo hace yendo solo en una dirección y cada vez más rápido.

También al contrario de lo que aconseja un buen manejo de crisis, en lugar de fortalecer algún juego de alianzas, las rompe. En las Cámaras viene haciendo acuerdos de supervivencia, voto a voto, y en vez de optar por una posible alianza con el PRO, juega a romperlo por abajo, llevándose como reaseguro la cabeza de un Macri muy debilitado.

La Libertad Avanzó a fuerza de espectáculo, con internas cada vez más marcadas y un frente económico que muestra síntomas de fragilidad, problemas nuevos y más violencia. Avanzó profundizando su rumbo sin atender alertas ni señales y con una imagen en caída.

Así, el reciente escándalo de los audios que reflota las sospechas de corrupción, esta vez con un tema tan sensible como discapacidad, vuelve a hacer mella en el mismo punto ciego que Libra, pero esta vez con un panorama más complejo. En términos de Debord, una vez más, el gobierno no logró sostener su monólogo elogioso y así parece profundizar el surco hacia su punto de quiebre.

Es un gobierno que, en lugar de repartir la pelota, decidió que era mejor jugar solo. El que decide gobernar un país en crisis con agresividad y a la defensiva.


*Es periodista de TEA, abogada de la UBA y diplomada y maestranda en Comunicación Política de la Universidad Austral.

Siempre le gustó la política y hace más de 15 años empezó a trabajar en comunicación buscando conocer y entender el detrás de escena. Sus primeros pasos fueron en el Congreso de la Nación y más tarde se desempeñó como asesora y coordinó equipos en distintas áreas del Estado Nacional. Trabajó en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en ACUMAR y en el Ministerio de Salud de la Nación.

En 2019, coordinó el equipo de discurso de la campaña presidencial de Alberto Fernández.

De manera autodidacta, en los últimos años se formó en lecturas sobre populismo y nuevas derechas. Y fueron esas lecturas las que la llevaron a hacer un curso de posgrado sobre teorías sociales y políticas posestructuralistas en Flacso. Está en desarrollo de su tesis de maestría.

Además, fue ponente en distintos congresos de Comunicación Política, como el de la Asociación Latinoamericana de Investigación en Campañas Electorales (ALICE) y la Cumbre Mundial de Comunicación Política. Escribe con cierta periodicidad en distintos medios nacionales, como Perfil y Página 12.

Los que no la conocen suelen preguntarle si es politóloga. Ella contesta que es poeta y justiciera.