Su cara, su nombre y su talento recorren el planeta, pero solo hay un pequeño puñado de lugares que le son propios al capitán de la selección. Uno está muy cerca nuestro.

Por Patricio Insua

Su corazón nunca se movió de Rosario, la ciudad que lo alumbró y a la que siempre vuelve. Los aires del Mediterráneo que lo acariciaron desde los 13 años nunca erosionaron la tonada del Paraná. Lionel Messi, el mejor futbolista del mundo, habla como si estuviese en La Bajada, el barrio en el que se crió. Sin embargo, pudo trasplantar las raíces para armar su hogar en Catalunya. Apartado de las grandes referencias artísticas y culturales del vaivén cosmopolita, se estableció con su familia en las afueras de Barcelona. En Bellamar, uno de los enclaves más exclusivos de Castelldefels, encontró el lugar perfecto. Un movimiento inesperado en su carrera lo sacó del club blaugrana y el destino resultó París. Firmó para el PSG y ahora transita su acercamiento a la Ciudad Luz, con la escenografía compuesta por el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, la Plaza del Trocadero y la Torre Eiffel. Del Paraná al Mediterráneo y del Mediterráneo al Sena.

Messi entrenando en Ezeiza junto con Maradona – 2010

Pero hay un lugar, sin arrullo marítimo ni curso fluvial, en el que Messi respira como en ningún otro lado. Y queda bajo el cielo del conurbano, en el que algunas veces navegamos en un celeste infinito de ilusiones y otras pecheamos ante un gris agobiante que obliga al esfuerzo que no se negocia. Messi también sabe de ambas cosas. Disfruta de un lugar eterno en el deporte más popular, pero en el prólogo hubo un chico que en el destierro se encerraba en su habitación para aplicarse en las piernas las inyecciones que prometían los centímetros necesarios para alcanzar el profesionalismo.  

En el predio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se resguarda buena parte de la intimidad del capitán del seleccionado. Ezeiza había sido la puerta de salida hace más de 20 años, cuando la economía familiar de los Messi se desgajaba y el tratamiento con hormonas de crecimiento que necesitaba el menor de los tres hijos varones de Celia y Jorge se escurría de las posibilidades concretas. Ezeiza se convirtió más tarde en el refugio. Prácticas, charlas, mates en la utilería, cenas, sobremesas, partidos de truco. Siempre con la indumentaria de la selección. El búnker de entrenamientos y concentraciones es mucho más que entrenamientos y concentraciones. Es un lugar propio para el dueño del fútbol. 

El complejo se inauguró menos de un año antes de que la selección nacional dirigida por Carlos Salvador Bilardo viajase a Italia para el campeonato del mundo de 1990. Hasta entonces el equipo se preparaba en las instalaciones del Sindicato de Empleados de Comercio, también en Ezeiza. El entrenador, campeón del mundo en México, había sido el motor del proyecto. La adquisición de un predio propio fue una de sus cruzadas. Julio Humberto Grondona, emperador del fútbol argentino durante tres décadas, no desoyó el pedido. Tal era la obsesión de Bilardo que cuando se encontró el lugar definitivo hasta colaboró, él mismo y con una pala, a la hora de desmalezar el terreno. En esa primera etapa, las comodidades eran cuatro canchas y la mitad de uno de los tres edificios que tiene hoy el centro deportivo de elite mundial. En esa parte primigenia de la construcción están las 18 habitaciones destinadas a los futbolistas de la selección mayor. Messi ocupa, como no puede ser de otra manera, la número diez. Ahí, en el primer minuto del pasado 24 de junio, apenas traspasada la frontera de la medianoche, los jugadores abrieron la puerta para saludar a la Pulga en el día de su cumpleaños 34. En la intimidad del equipo que caminaba hacia el final de una racha de 28 años sin títulos celebró con una sonrisa. No estaba con su familia. No estaba en Rosario. Tampoco en Barcelona, y París todavía no aparecía en los planes. Estaba en el conurbano, en uno de los lugares donde más le gusta estar, donde respira como en ningún otro sitio. En ese ambiente intuía lo que vendría. Había pasado la victoria ante Paraguay y el próximo compromiso sería ante Bolivia para cerrar la fase de grupos. Eran las primeras escalas que terminarían por sanar el estigma con la conquista de la Copa América frente a Brasil en el estadio Maracaná.

Messi lleva media vida en el predio. Lo conoció un par de días después de cumplir los 17 años, cuando tuvo los primeros entrenamientos y las noches de sueño en la concentración juvenil. Fue la antesala de su primera vez con la camiseta celeste y blanca, en un amistoso de un seleccionado menor en el estadio Diego Armando Maradona. Argentina se impuso 8 a 0 ante Paraguay y el embrión del mejor jugador del planeta entró en el segundo tiempo y convirtió el último gol de un partido que se había armado con la única finalidad de su debut. Poco tiempo antes había llegado a la AFA un video con las jugadas del pibe argentino que era sensación en las divisiones formativas de Barcelona. Enterados de la insistencia española para sumarlo a sus filas, el encuentro en el pesebre de La Paternal se armó para asegurar al talento emigrado. De todas maneras, el apuro tenía el mayor reaseguro: Messi tenía completamente decidido que solo jugaría para la selección argentina.  

Messi entrenando en Ezeiza – 2017

Un año más tarde de esa primera vez, celebró el título en el Mundial Sub 20. En Holanda resultó héroe y figura, ganador del Balón de Oro, reservado al mejor jugador del certamen, y del Botín de oro, destinado al goleador del torneo. Dos meses después, llegó el ansiado debut en la selección mayor: el 17 de agosto de 2005 ingresó en el encuentro amistoso ante Hungría, pero el día más esperado se transformó en una pesadilla relampagueante con la tarjeta roja que vio menos de un minuto después de pisar el campo de juego. El primer paso en falso no hizo mella. Messi es quien más veces jugó en la selección y el que más goles gritó.

Ezeiza es el lugar que conecta de una manera especial a Lionel Messi con el juego que mejor juega y que más le gusta, como canta Joan Manuel Serrat. Y también es el espacio que lo une de una manera indisoluble con el sentimiento al que se abrazó cuando despegó a una tierra desconocida: su amor inquebrantable por la camiseta celeste y blanca.


 Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, escribe en La Nación, trabaja en el canal de noticias IP y en la FM 94.7 Radio Club Octubre. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.