En un contexto en el que parecía que la política se estaba desarticulando, el Ministro de Economía logró ser el candidato de síntesis para un peronismo que no logró instalar una narrativa propia en su regreso al poder. Pero en este tramo de la campaña, parece más enfocado en hablarle al núcleo duro que a mostrar el relieve político y la astucia con los que construyó su carrera para ir a la búsqueda de nuevos votantes. Preguntas y dilemas sobre la estrategia, ¿hay que seguir o barajar de nuevo?

Por Julieta Waisgold*

 

Después de años de maratónicas carreras contra sí mismo para instalar a la avenida del medio en el imaginario público, en este nuevo escenario, el principal precandidato presidencial de Unión por la Patria, Sergio Massa, cuenta con una carta política en su haber.

Casi una década después de haberle ganado al kirchnerismo las legislativas en la Provincia, más de un año de gestión como Ministro de Economía de perfil bajo, jugadas políticas silenciosas y varias autodesmentidas sobre la posibilidad de su candidatura mediante, Massa logró ser el candidato puente, el candidato aceptado, tanto por la mayoría de los sectores del kirchnerismo como por los del peronismo tradicional.

Massa no fue ungido por la vicepresidenta y tampoco a pesar de ella, sino que logró posicionarse de modo tal que su candidatura fuera lo más parecido a la unidad posible.

A fuerza de equilibrios, Massa logró ser el candidato de la política, en un contexto en el que parecía que la política se estaba desarticulando.

Sin embargo, esa característica de Massa no parece ocupar un lugar relevante en este tramo de la campaña. No se ve todavía a un Massa que exprese lo que lo catapultó en el lugar que ocupa. No se le ve el relieve político, la astucia o la audacia que le permitió estar donde está hoy. No se termina de escuchar tampoco el eco del poder de las alianzas que tejió, tanto por derecha como por izquierda. Lejos quedó el Massa que iba a TN.

En cambio, sí se puede ver a un candidato que, en busca del núcleo duro kirchnerista, va a programas de televisión de canales de audiencia más cercana al kirchnerismo, o dice frases altisonantes sobre el Fondo Monetario Internacional y habla fuerte en los actos, mientras en menor grado sigue con sus habituales formatos de proximidad.

Si bien es cierto que hoy cuenta con el apoyo de Cristina Kirchner, con el que no contaba como representante de la avenida del medio, cabe preguntarse si alcanzará con hacer que el discurso suene parecido al de Cristina para convocar al núcleo duro, y en caso de que lo hiciera, si alcanzaría con seguir la misma estrategia de cercanía de siempre para conseguir nuevos votos blandos que no pudo sumar en otras oportunidades con la misma táctica.

La campaña parece tomar la decisión de seguir, en lugar de tomar la decisión de barajar de nuevo, como lo hizo el propio Massa con él mismo al bajar el perfil en el Ministerio de Economía, o como lo había hecho la propia Cristina, rápida de reflejos, con la elección de un moderado como candidato a presidente en 2019.

Nuevos escenarios, nuevas estrategias

Desde las presidenciales de 2019, el escenario cambió. Surgió una derecha de discurso radicalizado para ese entonces impensada y gobernó un frente progresista que no pudo instalar una narrativa propia. Un gobierno que, desde un contexto difícil y con una impotencia camuflada, debilitó las posiciones de este sector del arco político.

El discurso de la grieta tal y como lo conocíamos, como un debate centrado en el kirchnerismo- macrismo, parece estar cediendo paso a otras nuevas formas de debate que oscilan entre ese centro que no termina de nacer y otras formas más radicalizadas con menos contenido político y más acento en el tono de la batalla. El  “todo o nada” de Bullrich o las propuestas de Milei, que no parecen ser del todo entendidas ni por su propio electorado.

El electorado más desideologizado que votó en 2019 al entonces Frente de Todos, parte de lo que tendría que ir a buscar Unión por la Patria hoy, aparece mayoritariamente repartido entre las distintas propuestas de cambio moderadas o radicales. Y a juzgar por lo que se ve en las encuestas, hay una porción del núcleo duro que, de cara a las PASO del 13 de agosto, se inclinará por Juan Grabois. Es decir que parece ser que, por más que lo intente, Massa no logra convocar a todo el núcleo duro kirchnerista.

En este contexto, es válido preguntarse si la estrategia de Massa de apelar a los propios pareciéndose a Cristina es la forma indicada para tocar lo suficiente el corazón de ese sector como para impulsarlo al voto. Preguntarse si, en lugar de imitar los movimientos de Cristina, el Massa audaz de hace unos meses hoy no sería más bien el centrista de siempre, que como aprendió a articular con el kirchnerismo duro, no sobreactúa. Un Massa que, en lugar de disfrazarse de algo que no es, decidiera guiñarle un ojo a Grabois desde su propio centro de gravitación política.

Pero en lugar de eso, parece atrapado en una serie de falsas dicotomías, parece estar preguntándose si tiene que ser más blando o más radical, o si en realidad tiene que hacer un poco de las dos cosas.

Si las propuestas de la derecha radical movilizan en todo el mundo es, en parte, por la falta de respuestas de los progresismos que no logran darle cauce a los miedos, frustraciones, tristezas, pero también a las pasiones y deseos de mucha gente. Si las promesas de cambio no pueden ser más que moderadas, y los tonos son los mismos de siempre, o peor, son una copia del original, cabe preguntarse cómo se van a expresar en las urnas todas esas pasiones que están buscando una opción clara que las represente.

Se trata de esperar para ver si Massa, después de las PASO que lo anticipan como ganador de la interna oficialista, reacomoda la nave y vuelve a partir desde un lugar que le sea más propio, o si sigue jugando el juego con cartas que le son ajenas. Se trata de esperar para ver si Massa va a ir a buscar su fuerza, no tanto para polarizar en los términos ya cada vez más desactualizados de la grieta, sino más bien para cristalizar una posición y marcar la diferencia, que al final del día es lo que lo lleva a ser una opción política también en estas elecciones.


*Es periodista de TEA, abogada de la UBA y diplomada y maestranda en Comunicación Política de la Universidad Austral.
Siempre le gustó la política y hace más de 15 años empezó a trabajar en comunicación buscando conocer y entender el detrás de escena. Sus primeros pasos fueron en el Congreso de la Nación y más tarde se desempeñó como asesora y coordinó equipos en distintas áreas del Estado Nacional. Trabajó en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en ACUMAR y en el Ministerio de Salud de la Nación.
En 2019, coordinó el equipo de discurso de la campaña presidencial de Alberto Fernández.
Hace ya algunos, junto a dos socios, creó Alaska, una consultora especializada en Comunicación Política, donde trabajan con distintos clientes del ámbito público y tercer sector en el diseño de estrategias de comunicación, comunicación de crisis y riesgo.
De manera autodidacta, en los últimos años se formó en lecturas sobre populismo y nuevas derechas. Y fueron esas lecturas las que la llevaron a hacer un curso de posgrado sobre teorías sociales y políticas posestructuralistas en Flacso. Está en desarrollo de su tesis de maestría.
Además, fue ponente en distintos congresos de Comunicación Política, como el de la Asociación Latinoamericana de Investigación en Campañas Electorales (ALICE) y la Cumbre Mundial de Comunicación Política. Escribe con cierta periodicidad en distintos medios nacionales, como Perfil y Página 12.
Los que no la conocen suelen preguntarle si es politóloga. Ella contesta que es poeta y justiciera.