En tiempos adversos, las personas que trabajan en oficios tienen que buscar nuevas maneras para adaptarse a las fluctuaciones de la economía. Así se trate de rubros clásicos o novedosos, una buena red colectiva aparece como herramienta para hacer frente a los momentos difíciles.

Por Juan José Remulcao*

 

La crisis económica y la pérdida de poder adquisitivo que se profundizó durante los últimos años obligó a miles de personas a modificar su forma de trabajo para adaptarse. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), ya hay 8 millones de trabajadores informales y de acuerdo a su Encuesta Permanente de Hogares (EPH), durante 2024, el crecimiento promedio del empleo no registrado multiplicó por tres al crecimiento promedio del empleo total. Es decir, mientras el trabajo registrado se estanca en un contexto de recesión y aumento de precios y del costo de vida, crecen los trabajadores por cuenta propia y los asalariados no registrados.

En esta coyuntura, el Gran Buenos Aires también atraviesa cambios en relación con la manera en que trabajan sus habitantes: los oficios, clásicos o modernos, han tenido que responder al ritmo de la economía.

 

Organización, una herramienta para la venta ambulante

La primera vez que la lomense Edith Colman tuvo que salir a vender por la calle, tenía 20  años y una hija de dos. Hoy, con 25 años de experiencia en el rubro y a cargo de la rama de venta ambulante del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), la suya es una

mirada entrenada en cómo se comporta la calle en cada trance económico. «La situación de hoy, comparada con años atrás, está muy mal», asegura. Hace dos años, solo por citar algunos datos, el dólar blue estaba $740 y los servicios básicos y el transporte aún no habían tenido el incremento promedio de 600% que, según un estudio de UBA-CONICET, acumula en lo que va la administración de Javier Milei,

Estas cifras, para Edith y sus compañeros de jornadas, se traducen de una manera contundente: “Por ahí, antes trabajabas seis horas al día y juntabas algo, pero hoy, por cómo están los precios y las ventas, tenés que trabajar el doble”, cuenta la vendedora y agrega: “En mi caso, yo trabajo todos los días, este es un trabajo de lunes a lunes”.

Durante los años ganándose la vida con las ventas en las calles de Lomas, Edith no sólo mantuvo a su primera hija, también crió a otros dos niños. En las décadas probando productos y maneras de vender, ella se asentó en una forma de trabajo que hoy entiende como la más apropiada en tiempos adversos: “Trabajar de manera colectiva es lo mejor, porque así las luchas no son tan pesadas”. Junto a otros vendedores, Colman organiza una feria en Santa Marta y, para ella, allí está la clave de esta época: la solidaridad. “Si un compañero vende condimentos, otro verduras y otro ropa, el primer compañero no va a comprar a otro lugar, le compra al que tiene al lado. O si una compañera vende platos y otra no llega a pagarlos, se los puede dejar en cuotas. La solidaridad de la feria siempre aparece y laburar en redes comunitarias está muy bueno”, dice.

 

Un oficio nuevo, pero bien conocido

Cuando Lucas Moyano empezó a trabajar como réferi en un desafío de fútbol de potrero, nunca pensó que su pasión iba a llegar a ser transmitida en televisión. Sin embargo, con los años, a medida que los partidos mano a mano crecieron en seguidores físicos y virtuales, también lo hizo la referencia de Lucas como árbitro de confianza: si hay un buen partido, seguramente esté él.

Con los años, estos circuitos aumentaron hasta llamar la atención de productoras televisivas que primero llevaron el potrero a la pantalla chica, como en el caso del torneo de ESPN presentado por el Kun Agüero, y luego a YouTube, como el último campeonato que organizó y streameó TyC Sports. Así, surgió también un nuevo oficio: el “árbitro de potrero”.

“Últimamente, se juega más buscando hacer plata en las entradas”, asegura el browniano sobre los cambios que atraviesa la actividad. ”Antes, era más común buscar buenos partidos con equipos más conocidos por el entretenimiento que eso generaba, pero hoy se arman muchos torneos porque se sabe que hay público y se pueden contar entradas”, explica sobre el pasaje que se dio entre el puro entretenimiento y la alternativa económica que se volvió más tentadora en tiempos de crisis.

Asimismo, a medida que los partidos mano a mano se hacían conocidos y atraían público, también crecía la cantidad de personas que se probaban como árbitros. Aunque, según Lucas, no cualquiera puede pararse en el medio de la cancha: “Veo que están apareciendo más personas que prueban ser árbitros y creo que es porque piensan que es fácil, pero no es algo para tomarse a la ligera. En los partidos pueden pasar muchas cosas y saber manejar momentos de tensión es clave”.

Según Moyano, que se convirtió en un referente de la actividad y ha sido invitado a dirigir en partidos fuera de Buenos Aires, “para hacerlo bien, un árbitro necesita no sólo conocimiento de reglas, sino también conocer a la gente que está en los circuitos de partidos”. En este punto aparece el factor más importante de su trayectoria como árbitro de potrero, que ya lleva siete años ininterrumpidos: que el ecosistema que sostiene estos partidos y torneos confíe en él. “Es clave que las personas sepan cómo te manejas. Sin esa confianza de los demás, es muy difícil que a uno lo sigan convocando como árbitro”, asegura.

 

Un oficio clásico y una red nueva

Cuando Diego Solari comenzó con la herrería, el oficio vino con una herramienta particular: la libertad. Diego había estado preso y uno de los instrumentos claves para la vuelta a su casa fue el taller de herrería organizado por el MTE. Hoy lleva años trabajando como herrero, un tiempo en el que, además de perfeccionarse, también aprendió a moverse según las fluctuaciones de la economía: “Hace tres años se trabajaba bien y a partir de que cambió el gobierno el trabajo se cayó. Aumentó todo por la inflación y eso hace que la gente rechace la mayoría de los trabajos”, cuenta sobre el enfriamiento del consumo que también llegó a su actividad.

Solari trabaja en una cooperativa de construcción que articula con el MTE y que se ocupaba de llevar adelante obras públicas, que Milei decidió paralizar como parte de sus promesas de campaña. Como consecuencia, gran parte del trabajo de la cooperativa se terminó. “Hacíamos torres para tanques de agua de 600 litros, tapas para cisternas, para bombas de agua y muchos trabajos en barrios populares, pero hoy esas obras están desfinanciadas”, explica el vecino de Ingeniero Budge.

Para Diego, la diferencia con años anteriores es el tipo de trabajo que llega: menos y más breve. “Agarramos un solo trabajo grande con un cliente que tiene locales en la feria de La Salada y después la mayoría de los encargos son trabajos chicos: rejas, portones, escaleras”, cuenta.

Para intentar una respuesta a la situación, en principio el herrero cambió los fierros por la tecnología: «Difundimos nuestros trabajos por Whatsapp y redes sociales». Pero, sobre todo, la clave es la red humana: «Estamos en un momento de mierda, pero seguimos en la lucha. El MTE me abrazó después de que atravesé el contexto de encierro y recuperé la libertad. Ahí aprendí el oficio y ellos me impulsaron a cambiar, a ver que había otra manera de vivir con dignidad”.

Cuando Edith Colman se organiza con otros vendedores para que nadie se vaya a casa sin haber tenido una venta, cuando el réferi Lucas Moyano y los organizadores y jugadores de partidos construyen un circuito de fútbol basado en la confianza, y cuando Diego Solari insiste con su red de compañeros herreros para luchar por una vida digna, estos oficios conurbanos dan cuenta de un movimiento colectivo para enfrentar la adversidad. De, al menos, una certeza entre tanta incertidumbre: de la crisis se sale unidos.

 


*Es periodista por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. A lo largo de su carrera, trabajó en medios nacionales e internacionales y para cine y televisión.