Por Nina Ferrari

Dicen que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como farsa.

Desde el 2 de agosto no se sabía nada.

Desde la pantalla, la funcionaria (cuya figura constituía una especie de mixtura siniestra entre Poncio Pilatos,  Isabelita y Galtieri) expresaba con liviandad y cinismo que no debíamos insistir, que el asunto no podía tener ningún tratamiento especial, que era una incógnita, no estaba dispuesta a otorgarle semejante entidad a un caso liso y llano de delincuencia común.

¿Esta tipa era la encargada de cuidarnos? Así estábamos. 

Lo que no se nombra no existe, lo sabíamos, y por eso, pasados los días, seguíamos insistiendo en nombrarlo.

En la calle, en los almuerzos, antes de empezar el turno, al izar la bandera. La incertidumbre nos crecía cada día, como una enredadera.

¿Dónde estaba? ¿Tenía frío? ¿Tenía hambre? ¿Lo estaban torturando? ¿Estaba lastimado?

Yo no podía dejar de pensar, que en el cuerpo colectivo, aquel fue un golpe tan certero como simbólico.

La pregunta punzaba, y con ella, avanzaban sobre nosotros, como un sarpullido en la cabeza, las imágenes de los ojos vendados, los pedidos de documento, las botas, el silencio que era todo menos salud, el terror, la picana, los Falcon verdes, las ausencias que se volvían dolorosamente presentes.

A medida que pasaban los días, crecía la preocupación y la angustia, pero también la presión social, el ruido de la duda, la exigencia de respuestas. No nos iban a profanar así nomás, nuestro patrimonio sagrado de la memoria.

Sin embargo, el puñal más doloroso y certero, vendría desde donde menos podría haber imaginado.

Aquel viernes, en el 203 camino al laburo, abrí el chat del grupo del departamento de artística de una escuela secundaria  privada de San Miguel. 

El director proponía, que al comenzar la clase, pasáramos lista, y que una vez que cada uno dijera su nombre, agregáramos hacia el final la consigna: “nosotros podemos decir nuestro nombre porque sabemos dónde estamos”.  E invitar a que todos juntos preguntáramos: ¿Dónde está Santiago?

Repito: el chat de un grupo de gente formada, docentes, a cargo de la formación de otras personas. 

Empezaron a aparecer, desde la insinuación más leve, hasta la chicana más obscena y explícita, las preguntas:

-¿Pero por qué él, específicamente? Hay gente de la que se pierde rastro todos los días.
-Si preguntamos por él, ¿por qué no por otro, por Julio o María?
– Además también habría que preguntarse qué hacía cortando la ruta.
– ¿Cómo sabemos que no está fugado?

– ¿Cómo sabemos que no está en Chile?

Cada una de esas preguntas fue una bomba, y la plaza del 55, mi pecho. Simplemente, no podía creerlo. No podía creer la capacidad de los grandes medios de operar sobre nuestras cabezas.

No podía creer que luego de la tragedia más cruenta y terrible, nuestra historia se volviese a repetir como farsa.

No podía dejar de preguntarme cómo íbamos a darle pelea al Goliat de los chumbos mediáticos, con nuestras gomeras de poemitas proletarios y clases de construcción de la mirada crítica.

No podía creer cómo nos habían avanzado en lo simbólico, me sentí derrotada. Sinceramente, no atiné a responder nada.

Salí del grupo, y miré por la ventanilla mi paisaje conurbano: las casillas al borde del arroyo Los Perros, los pallets en la vereda del mayorista con mercadería, las bicicletas con dos o tres crías de guardapolvo blanco, los perros cirujeando la basura. Cuando vi el humo negro, del fuego que más tarde calentaría los choris y tortillas, pensé que si en ese momento me tiraban a las brasas, seguro que me dolía menos. 

¿Y ahora cómo iba a encarar la clase? ¿Con qué ganas? ¿ De dónde sacaba resto?

Me calcé los lentes oscuros, me puse los auriculares, y en silencio, me largué a llorar.

Ese día, a mí también me desaparecieron.


Nina Ferrari nació en Capital Federal en 1983. Desde los dos años, y hasta la actualidad, ha vivido en Moreno, conurbano bonaerense.Autora de varios libros publicados bajo el sello de Editorial Sudestada (poesía y narrativa), es además madre, docente, directora teatral. Es una artista popular militante, que impulsa la democratización del acceso a los bienes culturales y la socialización del arte como derecho humano.
Es  columnista y colaboradora de varios medios gráficos.