En 2022 se estrenarán dos películas que en sus títulos llevan la palabra “conurbano”. Entre estigmatizaciones, olvidos y reconocimientos, ¿cómo irrumpe ese territorio en las producciones nacionales a través de la historia del cine?
Por Germán Ferrari
Ya nadie se sorprende de que en el cine nacional alguna zona del conurbano bonaerense sea tan protagonista de la trama como sus personajes. Para el año próximo se anuncia el estreno de dos filmes con títulos que no dejan dudas sobre este punto: Conurbano, de Pablo Yotich, y Cato, una historia del conurbano, de Peta Rivero y Hornos. El primero mostrará “historias reales” ocurridas en la zona oeste entre 1976 y 2015, según difundió la prensa. El segundo retratará a un joven –interpretado por el cantante Tiago PZK– que quiere triunfar con el trap.
El territorio que abraza a la Capital Federal siempre estuvo presente de la filmografía argentina, aunque haya padecido la invisibilización propia de una mirada etnocéntrica que desdibujaba la(s) identidad(es). A veces, había alguna mención concreta; otras era solo una extensión de los suburbios porteños o una prolongación del “campo”.
Pero hace casi cuarenta años, en ese período de libertad incontenible entre el fin de la dictadura y el regreso de la democracia, El arreglo (Fernando Ayala, 1983), y Made in Argentina (Juan José Jusid, 1987), presentaron a espacios del Gran Buenos Aires de una manera inusual para nuestro cine. Dos barrios del conurbano eran retratados con sus marcas registradas. En uno, el protagonista tenía que tomar el tren Belgrano Norte y un colectivo local para llegar a su casa, situada en una calle de tierra del noroeste y sin agua corriente; en el otro, el taller mecánico del Negro era parte indivisible de la geografía de Lanús. Esas películas alertaron sobre la necesidad de sacar las cámaras del ámbito porteño para mostrar una realidad que casi siempre era ignorada o ninguneada en la pantalla grande.
A partir de los noventa, la irrupción de Raúl Perrone, desde su Ituzaingó natal, con Labios de churrasco (1994), forzó a inventar la etiqueta “cine conurbano”, un rubro que luego agrupó a José Campusano, caminante de algunas zonas del conurbano sur (Vikingo, 2009), y César González, desde la villa Carlos Gardel, en El Palomar (Diagnóstico esperanza, 2013). Con resultados disímiles, marcaron y marcan un recorrido que ya no puede ser desatendido.
En este siglo, y en particular en los últimos años, las representaciones del amplio territorio conurbano se multiplican en la producción fílmica nacional. Basta con hacer un recorrido desde Luna de Avellaneda (Juan José Campanella, 2004) hasta el presente. Esas apariciones sirven para desentrañar qué imágenes de esa zona están instaladas en ciertos sectores de la sociedad y que son recogidas por directores y guionistas nacidos y criados, porteños o ajenos a esas geografías.
Pasando La Veneciana
Una escena de 20.000 besos (Sebastián De Caro, 2013) sirve para pensar cómo aparece (o desaparece) el conurbano en algunas historias. En esta simpática comedia romántica, Juan (Walter Cornás) y el Cinéfilo (Alan Sabbagh) viajan en auto desde la Capital hacia la casa de Luciana (Carla Quevedo). El Cinéfilo conduce, pero desconoce el destino.
-Hace una hora que estoy dando vuelta con Juan. Estamos yendo no sé a dónde mierda, y la puta madre que me parió. La verdad, en serio, ¿dónde estamos yendo? –se queja el Cinéfilo mientras habla por celular.
-A Banfield –responde Juan.
–La puta madre. A Banfield, boludo. Tenemos como una hora, no sé, ¿cuánto estamos…?
–No sé… en un ratito… ya llegamos…
-¿A lo de quién?
-A lo de Luciana.
El Cinéfilo sigue alterado mientras charla por celular y, al mismo tiempo, con Juan, que no se inquieta para nada. Luciana los espera con sus amigas, “las hadas de Banfield”.
-No sé dónde mierda estoy… Estoy manejando hace una hora. Tengo la cabeza que me va a explotar. No puedo creer las cosas que hago por vos, Juan -se sigue quejando el Cinéfilo.
-Hola, Luciana. Estamos perdidos… –saluda Juan celular de por medio.
–Estoy perdido –insiste el Cinéfilo.
–Mirá, recién pasamos La Veneciana… –explica Juan a Luciana–. Acá a la izquierda… –le indica al Cinéfilo, que luego estaciona frente a la casa de Luciana.
Todos los males del mundo
“El conurbano bonaerense ocupa una posición intermedia entre el interior del país y la gran metrópoli central que no llega a ser asimilada por ninguno de esos dos territorios. Esa ambivalencia está presente en algunas representaciones del conurbano. En ocasiones tiene una impronta casi rural, en otros momentos se rescata el pasado industrial mientras que en otros pasajes se pone el foco en la imagen costumbrista de barrio integrado.” La afirmación pertenece a las investigadoras Carla del Cueto y Cecilia Ferraudi Curto en “Made in conurbano. Música, cine y literatura en las últimas décadas”, un capítulo del tomo 6 –El Gran Buenos Aires, dirigido por Gabriel Kessler– del libro Historia de la provincia de Buenos Aires (Edhasa-UNIPE, 2015).
Del Cueto y Ferraudi señalan que “las formas de representar el conurbano en los distintos lenguajes nos hablan de una pluralidad y visibilidad no siempre reconocidas desde los discursos mediáticos ni desde el sentido común. (…) a medida que se multiplican las producciones, las caracterizaciones del conurbano adquieren mayor especificidad y nitidez”.
El ensayo rastrea la presencia del conurbano en la música, el cine y la literatura a partir de la década de 1970, y si bien pasaron seis años de la publicación, el análisis conserva su vigencia: “El conurbano bonaerense suele representarse como el lugar de concentración de los peores problemas sociales. En los diferentes lenguajes, estas asociaciones también están presentes, sobre todo en la última década y media”.
Antes de El arreglo y Made in Argentina, analizadas en la investigación, Del Cueto y Ferraudi destacan la presencia conurbana en Muchacho (Leo Fleider, 1970), y Brigada en acción (Palito Ortega, 1977). En ambas, el Delta del Tigre es protagonista, en una como lugar de residencia y de trabajo, con Sandro como actor principal, y en la otra como lugar de delito, con Ortega, Carlos Balá, Juan Carlos Altavista y Alberto Martín, en el contexto represivo de la última dictadura. En esa misma zona transcurre El picnic de los Campanelli (Enrique Carreras, 1972) –el Tigre como lugar de esparcimiento familiar– y algunas escenas de Queridas amigas (Carlos Orgambide, 1980) –“la isla”, una zona de escape para un empleado y padre de clase media porteña que sueña con el rédito que podría darle una incipiente plantación de álamos–.
También fuera del trabajo de las autoras, en los setenta, puede mencionarse un puñado de películas con presencia conurbana. Algunas de ellas son Operación Masacre (Jorge Cedrón, 1973), basada en el libro de Rodolfo Walsh sobre los fusilamientos de José León Suárez en 1956; Los siete locos (Leopoldo Torre Nilsson, 1973), sobre la novela de Roberto Arlt, que ubica al Astrólogo en Temperley; La Mary (Daniel Tinayre, 1974), una historia de amor entre Susana Giménez y Carlos Monzón en Isla Maciel, y La parte del león (Adolfo Aristarain, 1978), que muestra a Julio de Grazia en un tren del Roca y la estación de Gerli.
A la década siguiente pertenecen El hombre del subsuelo (Nicolás Sarquís, 1981), que transcurre en una casona de Adrogué; La neutrónica explotó en Burzaco (Alejandro Agresti, 1984) y Flores robadas en los jardines de Quilmes (Antonio Ottone, 1985), basada en la novela de Jorge Asís. Y es inevitable una mención especial para los filmes clase B del director estadounidense Roger Corman rodados en los estudios Baires, protagonizados por “guerreros y amazonas, magos y hechiceras, narcotraficantes y agentes encubiertos, asesinos y mujeres fatales”, según detalla Andrés Fevrier, autor del libro Hollywood en Don Torcuato.
En blanco y negro
¿Y qué pasa con las apariciones conurbanas antes de la década de 1970? Las referencias son escasas, a veces difusas, o no existen. Muchas veces, cuando se filma en el conurbano, sólo los vecinos del lugar y el equipo de trabajo lo saben. En los créditos, no siempre hay señales explícitas. Las locaciones suelen responder a necesidades de la ficción, pero no siempre coinciden con la trama de la historia. Algunas de ellas son El forastero (Antonio Ber Ciani, 1937); La maestrita de los obreros (Alberto de Zavalía, 1942); Los verdes paraísos (Carlos Hugo Christensen, 1947); Del otro lado del puente (Carlos Rinaldi, 1953); Barrio gris (Mario Soffici, 1954); El dependiente (Leonardo Favio, 1969). En otros casos, el título suele ubicar la geografía concreta: Puente Alsina (José Agustín Ferreyra, 1935); El tesoro de la Isla Maciel (Manuel Romero, 1941); Dock Sud, (Tulio Demicheli, 1953).
En esta nueva sección, “¡Luz, cámara, Cordón!”, detendremos la mirada en algunos de estos clásicos, en otras producciones menos favorecidas por la fama y en varias que no fueron mencionadas en esta nota en las que alguna zona del conurbano quedó registrada en el celuloide.
GERMÁN FERRARI Es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018), Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).
Comentarios recientes