Es diciembre de este año pandémico y los consultorios de Salud Mental de un hospital del Conurbano explotan de personas que arrastran un malestar que no cesa. No estamos en guerra, pero hay un trauma. La licenciada en Psicología Miriam Maidana retoma la reflexión que había encarado en abril, cuando el coronavirus empezaba a tocar las puertas de los hospitales, y dice: “El 2020 fue un año eterno. Mal, mal, mal la pasamos todos y todas. Volver a sentir ganas, ya es un comienzo”.

¿Cuándo carajo termina el 2020?
Placa roja de Crónica TV

Al término de la Primera Guerra Mundial, Sigmund Freud recibió a algunos ex soldados en tratamiento que no paraban de soñar con lo acontecido: bombardeos, mutilaciones, muertes. El horror, lo siniestro no habían sido reprimidos. No habían podido serlo. Y por eso, en Más allá del Principio del Placer, Freud -que no era argentino, por suerte para nosotros y nosotras, sino solo hubiera debido exhibir sus éxitos- cambió su teoría del trauma.

En Argentina, es diciembre de 2020 y no vivimos una guerra. Sin embargo, los consultorios explotan de personas que no pueden parar de llorar, duermen mal, sueñan horrible y arrastran un malestar que no cesa.

Los y las profesionales de salud, denominados “esenciales” desde marzo, estamos agotados. Hemos puesto el cuerpo, las orejas, las manos y todo aquello que pudiera paliar algo de la pandemia en el trabajo. Muchos y muchas atravesamos COVID con distinta suerte: estuvimos quienes lo vivimos sin síntomas, quienes no podían moverse de la cama, los que fueron intubados, los que murieron.

Quienes nos quedamos en “territorios” -es decir: no hicimos atención y seguimiento telefónico, sino que seguimos concurriendo a nuestros hospitales y centros de salud- tuvimos que lidiar, primero, con nuestra (in)capacidad para cuidarnos. Era tal la cantidad de cosas que debíamos ponernos para ingresar a la zona de aislamiento, que nos abrazaba el desánimo: ¿vale la pena hablar con personas con máscaras, antiparras, guantes, unos trajes casi de astronautas?

Con el tiempo, nos dimos cuenta de que sí: las mismas personas nos confirmaban cuando salían de su período crítico que el contacto humano -vía la voz y la presencia, en este caso- es insustituible. Lo más duro fue tener que acompañar en las malas noticias: que la madre, el esposo, un abuelo, una hija muriera en los primeros meses de convivencia con el coronavirus y hubiera que dar la noticia hizo que, por una vez, lográramos la interdisciplina en una habitación: las y los médicos, psicólogos y enfermeros nos unimos para dar la maldita noticia de una muerte que no tendría velorio, ni despedida, ni un último adiós. Ahora, estamos trabajando con familias enteras que perdieron a algún miembro insustituible. La muerte es fea siempre. Imaginen cuando es imprevista, en soledad, sin ceremonia del adiós.

Lo más duro fue tener que acompañar en las malas noticias. La muerte es fea siempre. Imaginen cuando es imprevista, en soledad, sin ceremonia del adiós.

Los lineamientos de salud existieron durante toda la parte crítica de contagio de COVID y rápidamente se construyeron centros donde alojar a cientos y cientos de personas que no tenían donde aislarse en contextos donde las familias suelen ser numerosas y vivir en discordantes armonías.

Nuestro hospital, perdido en el Conurbano profundo, tenía a embarazadas pariendo en un piso y, en el de arriba, internados por COVID. La internación del área de adultos fue brava, pero la pediátrica fue fatal: niñitos y niñitas dando vueltas en piezas sin nada que hacer durante 14 días. Una vez más, como es costumbre, la solidaridad se mueve y las habitaciones se llenaron de hojas, colores, juguetes y lo que se pudo conseguir.

Aislamiento fue, al principio, el piso al que nadie quería subir pero luego se convirtió en el “paseo” diario: cada paciente tenía nombre, una historia. Los niños y niñas pegaban sus dibujos, se celebraban cumpleaños y en el pasillo flameaban los trajes de astronautas muy “Conurbano style”: al tiempo, cada uno tuvo el suyo. Aliviamos la tensión haciendo desfiles y riéndonos de nuestras humanidades embolsadas. Hicimos del maldito aislamiento un lugar amigable: fue uno de los aprendizajes del año.

Aliviamos la tensión haciendo desfiles y riéndonos de nuestras humanidades embolsadas junto a nuestros y nuestras pacientes. Hicimos del maldito aislamiento un lugar amigable: fue uno de los aprendizajes del año.

De a poco, retomamos la atención presencial: volvían nuestros pacientes y recibíamos familias enteras que no sabían cómo seguir tras perder a sus seres queridos. José, el señor que se mantuvo firme en la entrada del hospital tomando la fiebre y guiando la vuelta, fue cómplice necesario: acompañaba, indicaba consultorios o mantenía a la gente en el patio porque la guardia explotaba -y sigue haciéndolo- de interconsultas.

Es fácil escribir cómo suben los llamados por violencia de género, automedicación, autolesiones o insomnio en un diario. Los porcentajes lucen imponentes en las pantallas de televisión. Pero otra cosa es tener personas de carne y hueso padeciendo en las guardias conurbanenses.

Ya lo veníamos advirtiendo: la política en Salud Mental, al principio de la crisis sanitaria, estuvo muy ligada a la negación, a discusiones estériles (¿cómo negar la angustia?), a la ausencia.

Que yo recuerde, nunca se movió tan fuerte y tan eficazmente la red de base: fueron horas y horas de compartir experiencias con compañeros y compañeras de diferentes territorios, pasarnos capacitaciones, lecturas, soportarnos en nuestro deseo. Cuando empezaron a bajar los lineamientos -porque un día alguien se dio cuenta de la importancia de lo psíquico en las enfermedades- ya los veníamos implementando a lo largo y ancho de nuestros territorios.

Porque -y es algo que destaco porque me da orgullo- cantidad de profesionales de Salud Mental no tuvimos miedo a esta enfermedad del demonio. Y espero que, en algún momento, haya estudios de cómo alivió síntomas médicos el tener la cabeza ubicada, hablar, descargar.

Lo espero en serio.

El 2020 fue un año eterno: ¿Cuánto pasó desde las agresiones a enfermeros y médicos por parte de sus propios vecinos? ¿Cómo están sus hijos e hijas tras meses de encierro? ¿Les sirvieron los consejos de los y las influencers de la pastafrola, el yoga y la meditación, la huerta en el living y las 200 series de Netflix? ¿O el “home office” mientras los chicos aprendían la tabla del 9? ¿Odian a sus familias? ¿Cuánto pasó desde que bailaron Tusa, el tema del verano en la prepandemia?

No creo que esta pandemia nos haya dejado “enseñanzas”, pero sí sería posible dejar de lado tanta mirada acusadora sobre el semejante. Si 200 jóvenes salen a tomar cerveza una noche luego de meses aislados, no es necesario andar gastando fotos y publicándolas en todos lados con mensajes “morales”. Hay muchos temas que requieren nuestra atención en este tiempo: si aprendieron a cocinar como Germán Martitegui, donen algo en algún comedor cercano. Y si les sobra ropa, acérquenla a un roperito comunitario. Entiendan que hay personas que no siguieron tan de cerca cómo evolucionaba el dólar, sino si comerían al otro día porque no tuvieron ingresos por meses.

No creo que esta pandemia nos haya dejado “enseñanzas”, pero sí sería posible dejar de lado tanta mirada acusadora. Hay muchos temas que requieren nuestra atención en este tiempo.

Y si se sienten mal, pidan un espacio de escucha: la angustia es algo que no sabe de clases sociales. Mal, mal, mal, la pasamos todos y todas. Negar enferma. La red, tener proyectos y volver a sentir ganas, ya es un comienzo.

Miriam Maidana es Lic. en Psicología (UBA). Psicóloga de Planta del Ministerio de Salud de Provincia de Buenos Aires. Docente UBA de grado (Docente regular de la PP “Variantes de la Consulta Ambulatoria” desde el año 2010) y de posgrado (Carrera de Psicoanálisis, Carrera de Psicología Forense, Programa de Investigación en Psicología Investigativa Criminal). Investigadora UBACyT períodos 2008 a 2016. Columnista en Cosecha Roja y Revista Anfibia. 

Docente UBA de grado (Docente regular de la PP “Variantes de la Consulta Ambulatoria” desde el año 2010) y de posgrado (Carrera de Psicoanálisis, Carrera de Psicología Forense, Programa de Investigación en Psicología Investigativa Criminal). Investigadora UBACyT períodos 2008 a 2016. Columnista en Cosecha Roja y Revista Anfibia.