En el Conurbano, además de las escuelas, clubes, sociedades de fomento y centros culturales, también debieron cerrar los merenderos y comedores, cumpliendo el aislamiento social, preventivo y obligatorio establecido a partir del viernes 20 de marzo para combatir la propagación del coronavirus. Entonces, la pregunta: dónde comen las pibas y pibes con hambre.

“Acá estamos todos en la puerta, que es mejor que estar adentro”. La voz de Nadia llegó al teléfono del cronista un par de días antes del anuncio de la medida contundente que tomó el gobierno. Llegó desde el barrio Lanzone (José León Suárez al fondo, de este lado del camino de Cintura), que es como Villa Caraza en Lanús o Cuartel V en Moreno. Una calle principal por dónde entran y salen los bondis de una o dos líneas que pasan, calles laterales con veredas de tierra que se inundan, coches muertos, óxido en las puertas abiertas y humedad en las paredes de las casas descascaradas. Y seguía: “Pero si no van a dejar salir como están diciendo en la tele, no sé cómo voy a hacer para darle de comer a mis hijos”. Llegó el anuncio del aislamiento social obligatorio y Nadia entró en desesperación; ella como muchas madres del barrio dependen a diario de los merenderos para asegurarse que por las noches el estómago de sus hijos no gruña.

Karina es la responsable de Sonrisita de Sol, uno de los tantos comedores que hay en esa barriada de San Martín. “Lo cerramos –dice-, yo no vivo más allá (allá es Lanzone) y no puedo ir porque no puedo salir de mi casa ahora, estoy acatando las reglas de las autoridades”. Hasta la semana pasada, Karina y sus hermanas armaban 60 viandas por día pero tuvieron que cerrar, como las escuelas y los clubes. Nadia y Karina coinciden: nunca nadie vio Lanzone tan desierto, no hay gente en las veredas, ni la canchita de la Junta se escucha, solo pasan el 237 y el 670, y la policía pidiendo que no salgamos. Por este virus estamos como enjaulados.

Leones se llama el club social y deportivo de Conet, en Isidro Casanova, a unas cuadras del transitado cruce de la ruta 3 y Carlos Casares de La Matanza. Diego Brito, vecino del barrio, lo fundó hace 15 años con la excusa de la escuelita de fútbol, pero empezó a notar que habías más necesidades en el barrio que lo recreativo. “Así que –cuenta para Cordón– fuimos sumando merendero, secundario para adultos, talleres de electricidad y otras cosas”. Diego es también el Presidente: “Ahora con esta situación tuvimos que suspender porque acá se llena, por día vienen cien chicos, y todos juntos es un lío para organizar cualquier tipo de aislamiento y distancia”. Y resignado, admite: “Tomamos la decisión de cerrar por lo menos hasta fin de mes, después veremos”.

Diálogos en tiempos de aislamiento: Audio de Diego Brito, del Club Leones de Conet

A Fabián, que lleva adelante el comedor Papa Francisco, en El Palomar le sucede algo muy similar. “Estamos en las generales de la Ley –se resigna-, uno se ve obligado a cerrar hasta el 31 de marzo”. Explica que “cuando se declaró la cuarentena para que no se propague el virus lo que hice fue proveer de leche, mate cocido y otras cosas a las familias que tienen muchos chicos para que se la lleven a la casa”. ¿Cómo crees que sigue esto? “Estamos esperando confirmar una idea del ministerio de Desarrollo, que imagino será repartir viandas”, responde.

Crecer, el centro comunitario del barrio La Esperanza, en el partido de San Fernando, cerró sus puertas como comedor pero sus integrantes cocinaron y entregaron viandas antes del comienzo de este fin de semana largo. Florencia, una de las encargadas de organizar el operativo extraordinario del centro que depende de un programa de becas del área de Desarrollo de la Provincia, relata: “A partir de que se dictó el comunicado de Nación suspendimos las actividades diarias que los chicos vienen a hacer en contra turno de la escuela”. En el centro se ofrece desayuno, merienda y almuerzo, además de recreación y aprendizaje a través del juego. Durante la semana que pasó previeron la situación y laburaron a contrarreloj: “Es que de las cuatro compañeras que cocinan, dos están dentro de los grupos de riesgo del virus, por edad y una por enfermedad, así que decidimos como equipo que no participen” ¿Cómo hicieron? “Nos organizamos en duplas, cocinamos para aproximadamente 70 niñas y niños, y entregamos las viandas en horario diferencial para que no se junten muchas personas”. Entonces, como hasta el miércoles 25 no volverán a Crecer -sigue- “el jueves y viernes entregamos bolsones de mercadería bastante completos, como para que a las familias les alcance para más de una semana”.

Cable a Tierra es un centro de día que trabaja con niños, adolescentes y familias. Está ubicado a unos pasos de la estación de tren de Morón, allí se hacen talleres de oficios con salida laboral –panadería y peluquería son los más destacados-, y propuestas grupales de todo tipo, educativa, cultural y reflexiva. Choco es el encargado de contarle a Cordón la decisión que tuvieron que tomar: “Ante esta situación decidimos frenar las actividades, acá trabajamos de manera individual y grupal la resolución de conflictos, y con esta medida es imposible”. El joven reflexiona: “Muchos pibes, pibas y familias que participan de Cable se encuentran en situación de calle y nos preocupa que están muy expuestos, tienen más riesgo con el virus”. Y profundiza: “La gente que viene a nuestras actividades hace changas, trabaja de manera informal, entendemos que la medida para combatir el coronavirus es la más correcta pero nos preguntamos cómo hará el Estado para atender estas problemáticas”.

Los Diez Patitos se llama el comedor que Doña Patricia tiene hace años en el corazón de Villa Fiorito, a unos metros del Riachuelo. Cuenta que cocina dos veces por semana para la gente del barrio, que le deja sus tapers a cierta hora “y al rato viene a buscar su comida calentita”. El cronista espera la misma respuesta ante su pregunta de qué debió hacer tras las medidas del Gobierno pero el audio del celular lo sorprende. “Antes del anuncio cocinaba dos veces por semana y ahora lo hago todos los días porque la gente me lo pidió”.


Diálogos en tiempos de aislamiento: Audio de Patricia, comedor Los Diez Patitos de Villa Fiorito

En el barrio, más personas mayores pidieron que les lleven la comida a la casa, entonces Patricia debió sumar otra olla a la cocina. “Uso una olla de cien y media de cincuenta, hago guisos, fideos con tuco, a veces prendo el horno y hago pizzas”. ¿Para cuántas personas cocinás? “70, pero vamos a ver si esta semana se suman más con el segundo comunicado de Presidente”.

La fuerza de las palabras de Patricia vuelven a chocar de frente con el testimonio de otro de los consultados. Alejo Di Carlo, del Frente Social Peronista, pinta un escenario contundente: “En la Agrupación tenemos aproximadamente 50 merenderos, repartimos viandas y bolsones estos días; ni olla populares hicimos como otras veces porque no queríamos concentraciones de chicos ni de gente mayor”. Y subraya: “Te puedo asegurar que esto se repite en todos lados, hace diez días se entregó una mayor cantidad de comida a las familias porque se venía esto”. Hace una pausa, y sin dejar lugar a la repregunta, concluye: “Ahora estamos esperando a la semana que viene alguna novedad”.

En este contexto que se desarrolla día a día, a la fecha el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación anunció la ampliación de las políticas alimentarias ante la emergencia que plantea el coronavirus. Dichas medidas incluyen un sistema de viandas y módulos alimentarios como refuerzo de la asistencia para los comedores escolares y comunitarios. Además, se implementarán cambios en la distribución de la Tarjeta Alimentar: para todas las familias que no la recibieron aún, el monto se acreditará a través de la Asignación Universal por Hijo.

Si no comen bien, o peor aún, si no comen, los más vulnerables entran en riesgo de transmitir o contraer este o cualquier virus. En Casanova, San Fernando, Morón y Caraza; en Moreno, Fiorito, Turdera y cada uno de los barrios del cordón bonaerense donde los comedores debieron cerrar sus puertas, esperan que estas medidas estén a la altura de las necesidades de un niño. Estas palabras desordenadas de Karina, del comedor de Lanzone, podrían ser las de cualquier madre: “Hay que atender el hambre en los barrios de una u otra manera… no sé cómo, pero en breve algo hay que hacer”.