Mientras en el escenario electoral de la oposición siguen apareciendo mejor posicionados los discursos más duros con una visión de derecha ideológica, para el oficialismo, que acaba de cambiar el nombre del frente con el que volvió al poder en 2019, parece estar llegando la hora de las definiciones. En esta nota, indagamos acerca de las posibilidades que se le abren para desarrollar su discurso político y recuperar a los votantes perdidos.
Por Julieta Waisgold*
Hace ya algunos meses la discusión electoral en relación al ex Frente de Todos gira en torno a la misma serie de preguntas: qué está haciendo Cristina Fernández de Kirchner, si elegirá a alguien y quién será finalmente el candidato a presidente del espacio. Se lo preguntan los dirigentes, lo preguntan los medios, y también está en la cabeza de los votantes propios. ¿Wado? ¿Massa? ¿Axel? ¿Scioli? ¿Quién será candidato a presidente, quién encabezará la lista, habrá PASO entre distintos postulantes? Todas incógnitas aún por develar.
A cada vez menos días de la fecha de largada, más allá de las especulaciones y los nombres propios, por fuera de la figura de CFK, ninguno de los posibles candidatos está en una posición ostensiblemente mejor que la del otro. Y eso no significa que en la carrera electoral final no importen las características específicas de quien resulte candidato, pero sí parece ser una pista de que, al no haber demasiadas diferencias entre ellos, el modo en el que se articule la flamante Unión por la Patria va a importar más que quién encabece la lista del oficialismo. Es decir, más que preguntarse quién va a ser el candidato, habrá que preguntarse cómo se va ordenar la coalición en relación a ese o esos candidatos.
Si todas las elecciones se definen entre continuidad y cambio, la elección de 2023 es una elección de cambio, como la de 2019. Pero esta vez el cambio juega en contra y no a favor del ex Frente de Todos. Por eso, más allá de preguntarse si se trata de una elección de continuidad o cambio, esta es una elección en la que el oficialismo tiene, una vez más, la tarea de interpretar de qué se trata ese pedido de cambio.
Se ha dicho que los votantes del libertario Javier Milei están derechizados, enojados, insatisfechos, que son antisistema. Entonces, para traer de vuelta a los que se fueron de las filas oficialistas desde 2019 habrá que derechizarse, enojarse como ellos, ser antisistema. O por una cuestión de “clusterización” política (término que refiere la categorización de la información para generar segmentaciones relevantes para una campaña), en lugar de hacer más de lo mismo, habrá que buscarle otra forma.
Habrá que entender qué es lo que la sociedad demanda con esa insatisfacción también, como lo hizo CFK en 2019, no sólo con respecto al sistema político en general, sino más específicamente en torno al propio espacio.
¿Es la economía, estúpido?
El mayor problema social es la economía: lo dicen los medios, aparece en las encuestas y es también uno de los ejes centrales del discurso político del oficialismo y de la oposición.
Sin embargo, las respuestas de la oposición para contener esa situación económica no parecen ser del todo comprendidas por sus propios votantes, que se mueven más por imaginarios en torno a los dirigentes y por lo que los dirigentes proyectan, que por lo que los dirigentes verdaderamente dicen.
Pasándolo en limpio: mientras el ex Frente de Todos distribuye responsabilidades sobre la situación, no es tan claro que la sociedad vea en la oposición un programa de salida para sus aflicciones económicas. Sin embargo, en la foto de hoy, la oposición es la que lleva ventaja electoral.
Siguiendo el manual de la oposición y el de las derechas radicales que conviven con sociedades hipermediatizadas en donde la política se parece cada vez más a un espectáculo, no parecería que la madre de todos sus éxitos resida en el planteo de un plan económico alternativo. Eso no significa que la salida que proponga Unión por la Patria deba ser espejada. Delinear los contornos propios es también delinear las formas propias de dar el debate político.
Así, CFK, la dirigente posiblemente más mediatizada y mediática de la Argentina, reclama un programa como punto de acuerdo básico. Como en 2019, parece recalcular a partir de su propia experiencia: la elección sorpresiva de un candidato no alcanzó, posiblemente, para llevar adelante su visión política por otros medios. Tampoco alcanzó para construir una narrativa kirchnerista más orientada al centro, como parecía prometer inicialmente la figura de Alberto Fernández.
Si la unción de un candidato no alcanzó y parte de la sociedad está pidiendo un cambio, habrá que preguntarse de qué forma se construirán esos ejes programáticos, de modo que, junto con el futuro candidato, sean capaces de expresar algo de ese cambio.
La tradición programática es siempre más cercana a la historia del radicalismo que a la del peronismo, un partido de poder y de acción. Un partido que más que decir en detalle qué va a hacer, se caracteriza por ser capaz de marcar un ideario, un camino, con un sujeto político y dos o tres lugares por donde caminar. Tal vez sean esos dos o tres lugares de los que habla en sus últimos discursos y a los que está buscando darle forma la actual vicepresidenta.
Una analista decía a propósito del resultado de las recientes elecciones en España -donde ganó la derecha- que el gran problema de la izquierda era que no estaba pudiendo explicar la diferencia con las opciones de esa derecha. No porque no las tenga, sino porque no las puede terminar de poner de manifiesto.
Más allá de la carrera de nombres interna, o junto con la definición de esos nombres, tal vez el esfuerzo central de Unión por la Patria hoy deba girar en torno a responderse cuáles son los temas de dominio propio, cuáles son los marcos y los tonos con los que dar el debate. Aquellos que abonen a la construcción de un camino de confianza que muestre, después de estos 4 años, que el espacio puede volver a contener las expectativas de cambio.
Es decir, en lugar de preguntar quién será el candidato, la tarea quizás sea preguntar cómo se articula el espacio y con qué cemento discursivo se traza el camino que marca la diferencia en la visión de país con la oposición. Cambiar las preguntas para desplazar el eje de la discusión, y recordar que muchas veces es necesario que haya nuevas preguntas para que aparezcan nuevas respuestas.
*Es periodista de TEA, abogada de la UBA y diplomada y maestranda en Comunicación Política de la Universidad Austral.
Siempre le gustó la política y hace más de 15 años empezó a trabajar en comunicación buscando conocer y entender el detrás de escena. Sus primeros pasos fueron en el Congreso de la Nación y más tarde se desempeñó como asesora y coordinó equipos en distintas áreas del Estado Nacional. Trabajó en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en ACUMAR y en el Ministerio de Salud de la Nación.
En 2019, coordinó el equipo de discurso de la campaña presidencial de Alberto Fernández.
Hace ya algunos, junto a dos socios, creó Alaska, una consultora especializada en Comunicación Política, donde trabajan con distintos clientes del ámbito público y tercer sector en el diseño de estrategias de comunicación, comunicación de crisis y riesgo.
De manera autodidacta, en los últimos años se formó en lecturas sobre populismo y nuevas derechas. Y fueron esas lecturas las que la llevaron a hacer un curso de posgrado sobre teorías sociales y políticas posestructuralistas en Flacso. Está en desarrollo de su tesis de maestría.
Además, fue ponente en distintos congresos de Comunicación Política, como el de la Asociación Latinoamericana de Investigación en Campañas Electorales (ALICE) y la Cumbre Mundial de Comunicación Política. Escribe con cierta periodicidad en distintos medios nacionales, como Perfil y Página 12.
Los que no la conocen suelen preguntarle si es politóloga. Ella contesta que es poeta y justiciera.
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