En esta entrevista con Cordón, el especialista en educación, docente universitario y militante de Derechos Humanos Francisco Scarfó, describe cómo se vive en las escuelas intramuros los primeros meses de la era Milei. Advierte sobre el deterioro de la calidad de vida de las familias que visitan a las personas privadas de su libertad y prevé que, en estos tiempos de hostilidad, “la escuela va a ser un lugar de promoción de derechos”.
Por Patricia Aguirre*
Francisco Scarfó llega primero a la entrevista. Nos juntamos en un bar cercano al centro platense, que alguna vez fue escenario de sus salidas de fines de semana durante su juventud. Elegimos sentarnos en el subsuelo y pedimos un americano, es media mañana y ya se sienten los primeros fríos.
Desde hace 32 años, Francisco es docente en las escuelas primarias para adultos que funcionan en las cárceles de Olmos y de Melchor Romero de La Plata. Allí comenzó su carrera como alfabetizador en los ‘90 y con su trayectoria universitaria inauguró el tratamiento académico y se especializó en la educación en contextos de encierro. Su tesis de grado, “Los fines de la educación básica en las cárceles en la Provincia de Buenos Aires”, resultó ser un trabajo pionero de la temática en el ámbito pedagógico académico formal. Con sus ahorros, imprimió 200 copias y las distribuyó de manera gratuita para dar divulgación y visibilidad al tema.
Tiempo después, realizó la Maestría en Derechos Humanos y junto a otrxs profesionales fundó el Grupo de Estudio Sobre Educación en Cárceles (GESEC), que hoy es parte del Comité Científico de la Cátedra UNESCO de investigación aplicada para la educación en la cárcel. En 2016, recibió el “Premio Paulo Freire” en Chile por su desarrollo en educación para jóvenes y adultos, y desde 2023, un aula socioeducativa de la Alcaidía Departamental de Lomas de Zamora I lleva su nombre en reconocimiento a su trayectoria.
Sabemos que vas todos los días a la escuela que funciona en la cárcel, ¿cómo se están viviendo estos primeros meses del nuevo gobierno, de desguace del Estado y malestar social?
En los muchachos está latente que en algún momento se van a restringir derechos, como por ejemplo los teléfonos, o que se van a restringir salidas, o que van a aumentar las penas, que el régimen va a ser más duro y con menos concesiones. Las familias que van a las visitas están en franco deterioro, al punto tal que asisten a la cárcel a poder compartir una comida. Antes, tal vez la familia daba asistencia alimentaria a los detenidos, y ahora es al revés. La visita viene a comer un pedazo de carne a la cárcel porque no lo puede comer afuera.
En uno de sus viajes a Bolivia, durante un congreso al que fue invitado para disertar sobre educación en contextos de encierro, Francisco había observado que “muchas familias vivían con el detenido, se quedaban ahí no porque querían, sino porque el detenido era el que las mantenía”. “Estamos llegando a ese punto y yo nunca lo había visto en Argentina”, describe.
Las personas privadas de su libertad ambulatoria pueden organizar los recursos disponibles y esperar a sus seres queridos con un plato de comida para compartir durante el encuentro. En las unidades de mediana seguridad, como la de Melchor Romero, “que no tiene el régimen de las clásicas unidades, son habituales éstas prácticas menos duras y con un sentido comunitario”, explica. La calidad de vida del núcleo familiar del detenido, que por lo general queda a cargo de una mujer, ahora jefa de hogar, presenta mayores dificultades en el contexto actual. “La mujer sigue siendo la que llega a las visitas, esta vez con las manos vacías o con muy poco”, asegura Scarfó. Además, deciden reducir la cantidad de personas que viajan a los penales para achicar gastos.
¿Cómo se siente en la escuela la motosierra y el impacto en los recursos?
En educación, tenemos materiales acumulados, como cuadernos, lápices. Veníamos de buenos años, entonces todavía no se nota. Seguramente el año que viene, o el otro, se sienta esa merma de materiales porque la Provincia no va a tener más recursos, va a ir acotando. No debería ser así, pero cuando te sacan fondos coparticipables y recursos, estarás achicando. No es brusco, pero va bajando por goteo.
¿Cómo ves la escuela intramuros en un futuro cercano?
Creo que vamos en un camino como el de 2001, pero mucho más rápido. La escuela va a ser el último lugar del Estado, un lugar donde poder resguardar algún derecho y dar algo de visibilidad a la cárcel. Cuando vienen estos problemas sociales, la cárcel sale de la agenda totalmente o aparece, como pasó en la pandemia, cuando hay motines. La escuela va a entrar a operar como algo donde se puede pensar en la promoción de derechos. La persona privada de la libertad no va a poder ver a su familia como la veía antes, no va a poder tener un acceso a la salud aceptable, la escuela va a estar atajando penales, pondrá su merienda, un ropero escolar, se las va a ingeniar para sostener. Como pasa afuera, pero afuera tenés a la comunidad; en cambio, las escuelas en la cárcel no tienen cooperadora, no tienen padrinos, son los mismos educadores y educadoras quienes las sostienen, y la gestión penitenciaria que pueda acompañar, hasta ahí. La cárcel es un bote con varios agujeros: tapás acá y tenés otro allá.
¿Cómo se vive la relación entre la institución educativa y la carcelaria en estos tiempos?
La tensión entre el Servicio Penitenciario Bonaerense y la escuela siempre está, pero no como hace veinte años atrás. Hay una renovación generacional y es más relevante la educación para la gestión penitenciaria, antes era algo marginal, había que atender bien a la seguridad, las requisas y ya está. En cambio, hoy la educación tiene su peso, gravita mucho más que antes, también los jueces la valoran más. La Ley 24.660 de estímulo educativo favorece a la persona privada de su libertad que termina la primaria, la secundaria, adelantando los tiempos de salidas transitorias, de libertades y demás. La escuela también es una buena ventana para mostrar la cárcel, en los últimos 10 o 15 años ha tenido más relevancia por empuje normativo y por la gestión educativa provincial de políticas públicas.
Scarfó recuerda que durante la presidencia de Mauricio Macri, si bien no se cerró, el programa de educación en contextos de encierro se desfinanció, por lo tanto dejó de haber instancias de formación, como por ejemplo los postítulos oficiales específicos del ámbito. “La gestión actual necesitó que ocurriera la de Macri. Lo que vemos hoy es una derecha que actúa directamente. No le importa nada”, agrega. “Lo que tenemos que hacer como Estado es que las y los docentes que llegan a la escuela pública en la cárcel estén formados y deseen estar ahí, que se pueda promover mayor compromiso, para eso es clave la gestión de la escuela y las supervisiones”.
¿Con estos “nuevos/viejos” tiempos se ha retrocedido acerca del concepto de seguridad de manera ampliada?
La seguridad no hay que pensarla sólo en términos delictuales, sino de manera integral. La seguridad es la garantía de derechos, una sociedad segura es la que tiene los derechos garantizados. Cuando no los tenés, empieza la inseguridad laboral, la inseguridad en salud, en educación. Uno garantiza derechos en la cárcel como corresponde, lo marca la normativa internacional, la Constitución, pero también por un tema de seguridad, porque si la persona no accede a derechos va a salir peor de lo que entró, a nivel salud, a nivel formación y de herramientas para enfrentar el medio libre. La seguridad laboral va a permitir a las comunidades desarrollarse diferente, individual y comunitariamente. Si no, empiezan a surgir situaciones de violencia, de transgresiones.
Analizando tasa de encarcelamiento, Scarfó explica que se mantuvo en una avanzada sostenida y que se debe, entre otras cuestiones, a que “es un tema difícil para los gobiernos progresistas, porque tenés que resolver sobre un sujeto social, un colectivo que no reconocés”. “En el pensamiento común esas personas ‘son malas’, y en ese punto coinciden las ideas más conservadoras y las progresistas. Hay que buscarle la vuelta a eso. Los gobiernos progresistas no son tan resolutivos o tan dedicados a mejorar la cuestión de seguridad, siempre es un tema en el que hacen agua, porque se plantea una contradicción, eso viene de fondo: los presos comunes son lúmpenes políticamente, no se los piensa como sujetos políticos, sino como lúmpenes. Que estén bien, sí, para que nadie nos señale que los maltratan”, observa.
Según datos oficiales de la Comisión Provincial por la Memoria, la población carcelaria al mes de abril de 2024, es de 57.910 personas privadas de libertad en custodia del Estado a través del Servicio Penitenciario Bonaerense, lo que significa un incremento del 10% con respecto a 2023. “La tasa de encarcelamiento se mantuvo sostenida, no bajó con los gobiernos progresistas. Con los gobiernos de derecha sube, se nota la diferencia, con Macri, por ejemplo, subió”, agrega Francisco.
¿Podrías esbozar una idea de por qué llegamos a qué nos gobierne la máxima derecha?
Hay un colectivo social que estaba muy mal, nadie los atendió ni les dio respuesta. Es una batalla cultural perdida la ruptura empática, solidaria y fraternal. Es necesario reconocer que el otro la está pasando mal y tiene que estar mejor, y no porque esté mal yo todo el mundo tiene que estar mal. Además de individualista, esa es una mirada egoísta, y eso se fue alimentando por distintas variantes. El discurso del gobierno actual es para ese colectivo que piensa que si yo estoy mal, el otro tiene que estar peor o igual de mal, el gobierno capitalizó desde ahí. Y los medios masivos de comunicación fogonean. El protocolo que hace (la ministra de Seguridad) Patricia Bullrich está pensado para que no corten la calle, no importa por qué la cortan, lo que importa es que se muestre que vos podés ir a trabajar y hacer tu vida. Esto no es algo mágico que pasó ahora, esto viene de hace tiempo, del sálvense quien pueda. En los ‘90 se dio un intento, con Macri hubo otro intento, hay un sector de la sociedad que piensa que está bien así. La última dictadura se sostuvo siete años, mucha gente avaló, lo mismo pasó en el ‘55 y el peronismo estuvo 18 años proscripto.
Se dio luz verde a la violencia en sus múltiples versiones, encarnadas desde un gobierno que es agresivo desde la práctica, lo discursivo, la teoría y la estética. ¿Cómo se siente esto en la escuela, en la cárcel?
Estamos en una sociedad que es violenta. Por ejemplo, es violento que te echen sin darte razones, mandándote un mail. La crueldad embellece esa violencia, la adorna y uno va perdiendo los límites entre crueldad, violencia, inseguridad, individualismo. La cárcel opera como un lugar de mugre, es un mundo que no se va a mostrar. La gente quiere que en la cárcel la pasen mal, que sufran, cuando en realidad tendrían que pasarla bien para volver mejor. Para la gente en general, el que entra a la cárcel tiene que estar marcado, todos tenemos que saber que estuviste ahí, de hecho tardás diez años en que se te borren los antecedentes, tenés problemas para acceder al mercado laboral. La cárcel tiene tentáculos durante y después, y es por cómo se entiende acá la privación de la libertad. Existen países que cierran penitenciarías, y nosotros las creamos. Hay que reducir el uso de la cárcel, porque estarías garantizando más derechos, acá es al revés: entendemos que el castigo y la segregación son el camino para una sociedad más justa, más equilibrada. La sociedad en general tramita, a través de la cárcel, el odio y un gran deseo de cancelación: que vayan a la cárcel y que no vuelvan, que se pudran en la cárcel.
Dentro de este panorama de hostilidad social y desguace del Estado, ¿qué lugar ocupa la cárcel?
La cárcel siempre anticipa lo que va a pasar afuera, la quema de colchones es la quema de gomas en la calle, pero no van a explotarse las cárceles. Que te explote una cárcel o varias es complicado, tenés que negociar, el Estado es responsable siempre. Va a haber instancias para que la cárcel no quede a la deriva. Van a tratar de que se sobrelleve, pero no sé hasta qué punto, porque sin recursos no se puede.
Teniendo en cuenta nuestra historia, ¿cómo se cortaría con este comportamiento cíclico de crisis?
La mujer va a ser la que va a cambiar esto, el cambio es ahí. Milei, que es el extremo de la derecha, el extremo del capitalismo, siempre ataca a las mujeres, sabe que son el peor enemigo que tiene. Las mujeres van a ser las que van a transformar el mundo, pasó con la dictadura, y va a pasar ahora. El grupo GESEC tuvo siempre un componente femenino grande, ahí comprendí la sororidad, el feminismo, tuve que comprender y tomar posición. El feminismo rompe con todo, rompe la matriz, es integral, y por eso es el gran miedo de los libertarios.
¿Cómo salimos de esto?
Hay dirigentes con mucha capacidad para leer lo que pasa y lo que va a pasar. Necesitamos encolumnarnos detrás de una voz que una. No sobra nadie perfecto, pero ¿a dónde vamos todos?
El aporte del Grupo de Estudios sobre Educación en Cárceles
Asentado en su trayectoria como docente en contextos de encierro, Francisco fundó, junto a otros colegas, el Grupo de Estudios sobre Educación en Cárceles (GESEC), que hoy forma parte de la CLADE (Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación) y la CADE (Campaña Argentina por el Derecho a la Educación), y promueve la creación de contenidos y publicaciones, centrando su militancia en el derecho a la educación pública de calidad para las personas privadas de libertad ambulatoria
“En 2002, con otros colegas vimos que se habían creado 10 cárceles más y en cada una se abría una escuela primaria y secundaria. Nosotros notamos que no teníamos formación, pero teníamos trayectoria”, recuerda. Fue entonces que advirtieron que se debía instalar la educación en contextos de encierro en clave pedagógica y no en clave de “tratamiento”, además de la necesidad de capacitaciones y de realzar la perspectiva de derechos: “Nosotros empezamos a hablar de derechos con la idea que se despegue del tratamiento la educación, que la escuela sea escuela, porque el discurso era que si la persona estudiaba no volvía a cometer delito, nosotros decíamos que no era así, y hoy en día decimos que no es así”.
Scarfó destaca que en un sector de educación, primaba la idea de que la escuela prevenía el delito y que bajaba la reincidencia. “Pero nosotros decíamos que la educación es un derecho. Después, las consecuencias pueden ser muchas y no son directas ni lineales; entre ellas, puede llegar a contribuir a mejores condiciones para no cometer delitos. Había que poner en lenguaje pedagógico lo que estábamos viviendo en las escuelas de las unidades y eso lo hizo el GESEC”, aporta.
En agosto de 2023, se publicó el libro “Educación, Cárceles y DDHH. 20 años de militancia del GESEC”, en el que Scarfó comparte autoría con Victoria Aued, Luciana Morini, Camila Pérez y Natalia Zapata. Allí se compilan diecinueve artículos que marcan el recorrido transitado en estos años. “El trabajo fue relevante porque no había nada en su momento, a lo sumo había algo en la UBA, pero ahora hay un montón de grupos de trabajo, de universidades, de programas y publicaciones educación de adultos y cárceles”, cierra.
“Por un momento, me olvidé de que estaba en la cárcel”
Ana Clara Ovejero es artista plástica, muralista y docente de escuelas en contextos de encierro. Comparte equipo de trabajo con Francisco y promueve en las aulas el trabajo transversal de educación sexual integral y derechos humanos. “Hay ánimo de agotamiento, saben que afuera la están pasando mal, las visitas no llegan o llegan con muy poco”, comenta sobre la situación actual.
“Damos la clase compartiendo algo, un mate cocido con galletitas o alguna torta que nos organizamos para llevar. Tratamos de ser la contención que necesitan, sostener la educación y sus derechos”, dice Ana Clara.
Además de haber realizado junto a sus estudiantes los murales que acompañan esta publicación, llevó adelante proyectos por los 50 años de educación de adultos, los 40 años de democracia y próximamente estarán presentando un ciclo de charlas con escritores en las escuelas de las unidades. “El trabajo en equipo, codo a codo, es fundamental”, destaca la docente y asegura que ocurren “cosas lindas” en las escuelas intramuros, pero que eso no se sabe. “Por un momento, me olvidé de que estaba en la cárcel”, recuerda como ejemplo lo que le dijo una estudiante mientras dibujaba en su clase.
*Licenciada y Profesora en Comunicación Social (Universidad Nacional de La Plata), y Especialista en Educación, Políticas Públicas y Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (Universidad Pedagógica Nacional). Participó de los testimonios que reunió la psicóloga y escritora María Dolores Galiñanes en su libro “Incesto. Una tortura silenciada”. Es feminista y militante de los Juicios por la Verdad, en casos de delitos de abuso sexual prescriptos.
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