En la época de la dictadura, los descampados del conurbano bonaerense se convirtieron en territorios privilegiados para el sexo, y la capital era una zona totalmente vigilada. La forma de resistencia tuvo que ver con lo creativo, con encontrar las vueltas para sustraerse del discurso y dispositivos de poder de la época. En esta nueva nota para Revista Cordón, la autora analiza las “teteras”, baños públicos marcados para el levante homosexual entre varones.

Por Mariana Komiseroff*
Fotos: Crawford Barton

 

Hace unos días en un grupo de WhatsApp la ilustradora Analía Medina me recomendó un podcast sobre las teteras. Llevo treinta y siete años en este mundo, pero no sabía qué eran. El escritor Cristian Godoy me explicó, a grandes rasgos, que las teteras son los baños públicos que están marcados por los putos para el levante homosexual entre varones e incluso para tener sexo. Así como también el mundo de los cines porno, los subterráneos, dark rooms, cabinas con agujeros en las paredes, túneles en los boliches, etc.

Más tarde me enteré que el término “Teteras” o “Tearoom” (en inglés), proviene de la forma de los mingitorios de la época victoriana y también es un término conectado sarcásticamente con el horario del five o’clock, en el cual los hombres se liberaban de las mujeres porque éstas se juntaban a tomar el té. Si bien hace referencia a ese baño público privilegiado para el sexo, el erotismo, el goce y el anonimato, no quiere decir que todo baño es tetera, sino que es la práctica la que determina su condición como tal. Algunas personas diferencian tetera de cruising, término para referirse al sexo en la vía pública.

Cristian me recomendó el libro de Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura. El libro salió publicado en los 2000 y no se conseguía, pero en 2019 Pagina 12 lo reeditó en la colección del suplemento Soy. Así que estaba en mi biblioteca, aunque yo no lo sabía. La reedición significó un reencuentro entre los autores que estaban peleados “a muerte”.

El eje temático son los modos de sociabilidad gay en la última dictadura argentina. Y responde a la pregunta ¿cómo hicieron los gays para seguir siendo gays en ese contexto? Y deja en el aire otra pregunta que se toca con el presente ¿cómo seguir siéndolo ante el avance del capitalismo amigable.

Frente a una comunidad estigmatizada, el poder militar utilizó el tema de la homosexualidad como arma para la persecución política. Las teteras ferroviarias fueron un espacio fundamental para la vida social de la colectividad gay en la última dictadura.

Alejandro Modarelli dice al respecto que en esa época no había nadie con quien hablar, entonces los baños ferroviarios no eran lugares abyectos, eran lugares de enormes posibilidades y el espacio para la pedagogía típica de la época donde los cruces sociales y la sodomía part-time eran una forma inclusiva de la vida del viejo régimen homosexual. Las maricas siguieron resistiendo a través del eros al Estado genocida, en una situación en la que los activistas y militantes estaban en el ojo de la tormenta.

Baños fiestas y exilios, es un libro de historia. Se lee como un anecdotario. Muchos de los lugares de encuentro que están descriptos no tienen la misma importancia, las teteras, los baños públicos, los cines, fueron perdiendo vigencia a través de las nuevas aplicaciones de citas. Las locas se despidieron de espalda a la topadora del neoliberalismo. Si bien es un mundo subterráneo que ha desaparecido un poco, resiste en algunos espacios.

 

Escuché el podcast de las teteras y era un mapa de los lugares de Buenos Aires marcados para el encuentro sexual furtivo y anónimo, me pareció que deschavaba un poco al hacer públicas las direcciones de los baños. Internet contribuyó al ocaso de las teteras no solo por convocar al público a las aplicaciones de citas, sino también por visibilizarlas. La onda es que la información circule, pero solo para entendidos. No solo para evitar sanciones sino también crímenes de odio.

Modarelli considera que Grindr es un campo de competencia donde la lucha de egos hace visibles a los dioses. El intercambio en la tetera era un encuentro más democrático en el sentido de que ahora las redes muestran quién sos, en la tetera es un encuentro anónimo. “Si cualquier encuentro requiere una teatralización, las nuevas aplicaciones son un engaño del engaño, se toman fotografías que favorecen al usuario no como en la calle que se produce un choque de cuerpos”.

Al respecto, el libro Grindermanía del activista chileno Juan Pablo Sutherland analiza las maneras en que Grindr redujo considerablemente la histórica tradición rebelde de levante marica en busca de sexo anónimo en lugares públicos que desafiaba la lógica panóptica y moral de las grandes ciudades.

La clase media y la clase baja no vivieron del mismo modo las teteras del exilio, eran el espacio sexual subterráneo invisible donde coincidían locas, policías y milicos, y prosperaba un sistema organizado y jerarquizado, pero sobre todo de pactos silenciosos. La gente se mueve como piezas de ajedrez para llegar al objeto de su caza. El código de conducta de esta organización es solo para usuarios y desafía las lógicas morales de los lugares públicos.

“Bajo ese contexto social caracterizado por la represión, la persecución sistemática hacia la comunidad LGBT y la clandestinidad, las teteras fueron más que un simple lugar de encuentro. Se convirtieron en espacios de sociabilización y fueron una suerte de grito hacia el sistema opresor de la época, diferente a lo que sucede en la actualidad”, dice Nacho De Paoli, que junto con Dora Schoj dirigieron el corto documental Teteras.

Cristian Godoy me cuenta: “Yo conocía la palabra, pero nunca tuve calle porque me puse de novio virgen. Un día fui a la feria del libro con mi mamá y mi ex, salimos y fuimos a merendar al Burger de Plaza Italia. Subí un toque al baño y un pibe de más o menos veintipocos estaba meando en el mingitorio. Yo entré al cubículo, tardé en salir, cuando salí me fui a lavar las manos, el pibe seguía ahí, eso me llamó la atención. Lo miré y estaba pajeándose con la pija a media asta y me la mostraba como tentándome. No muy alevoso por si yo no curtía la onda y se metía en algún quilombo.”

Tengo que sacarme el chip feminista pero antes le pregunto a Cristian si es como cuando una piba va rumbo al colegio y un tipo baja la ventanilla del auto y le muestra que se está masturbando. Él me responde que ese día bajó corriendo las escaleras, pero que se manejan esos códigos, que el gesto puede ser el mismo y a la vez, es una situación radicalmente distinta, porque el puto ve eso y se prende, hay consentimiento.

En la época de la dictadura los descampados del conurbano bonaerense se convirtieron en territorios privilegiados para el sexo, sin embargo, la capital era una zona totalmente vigilada. La forma de resistencia tuvo que ver con lo creativo, con encontrar las vueltas para sustraerse del discurso y dispositivos de poder de la época.

En las teteras el anonimato es ley y lo que lo garantiza, sobre todo en el conurbano, es la oscuridad. Cuando se quiere anular una zona que funciona para el sexo ocasional lo que hace el municipio es alumbrarla, entonces las personas quedan expuestas y el lugar pierde su potencialidad.

Si bien hay varios aspectos del modo de socialización homosexual que termina permeando al mundo heterosexual, como por ejemplo el uso de ciertas palabras o prácticas como las aplicaciones de citas, el espacio público se configura desde la lógica del cuerpo heterosexual. En este sentido la tetera es un fenómeno más complejo de lo que se puede ver a simple vista. La brigada de moralidad y la homofobia de Estado en la época de la dictadura militar, la policía de la moral y el homoodio generalizado, en la actualidad velan por el estatus de heterosexualidad que es el modo de relación que asigna mayor poder a aquellos que se adscriben a ella.


 

Mariana Komiseroff nació en Don Torcuato, en 1984. Publicó el libro de cuentos “Fósforos mojados” (Suburbano Ediciones 2014), la novela “De este lado del charco” (Editorial Conejos 2015); la novela “Una nena muy blanca” (Emecé 2019) y el poemario “Györ Cronograma de una ausencia” (Patronus 2022).

Obtuvo una mención de la Secretaría de Cultura y la Fundación Huésped en el Concurso Cultura Positiva en 2006, y ganó el segundo premio Itaú Cuento Digital en 2013. Fue seleccionada para la residencia de artistas Enciende Bienal, y para el campus de formación de la Bienal de Arte Joven 2017. Obtuvo, entre otras, la beca a la creación del Fondo Nacional de las Artes y la beca Jessie Stret para la diplomatura en Derechos humanos de la mujer de la universidad Austral de Salamanca en 2018.