Siempre analizada por una multiplicidad de motivos que la vuelven objeto de estudio, la Provincia de Buenos Aires reúne diferentes identidades que presentan matices insoslayables, aunque también hay circunstancias que derivan en un reconocimiento común de “lo bonaerense”. A partir de una serie de entrevistas de campo, esta nota indaga sobre estas identidades que conviven en el territorio, ante el desafío del gobierno provincial para convocarlas -y representarlas- a todas. Y una respuesta a la pregunta que siempre sobrevuela: ¿Gobernar la Provincia implica dividirla?

Por Camila Rodríguez Nardi*

 

 

El estudio de la Provincia de Buenos Aires ha sido uno de los tópicos más atendidos por la academia argentina. Quizás porque su heterogénea inmensidad resulta atractiva para los cientistas sociales; porque sus más de 17 millones de habitantes la presentan como una aparente jurisdicción políticamente indomable; por la riqueza de su historia; por la potencialidad que contiene su extenso territorio; o quizás, simplemente, porque la población bonaerense en condiciones de votar significa nada menos que el 37% del padrón electoral nacional.

Más de 200 entrevistas realizadas recientemente a residentes de partidos de todas las secciones electorales de la Provincia, de diverso género, edad, nivel socioeconómico y afinidad política, me permiten ofrecer dos conclusiones principales:

  1. La Provincia de Buenos Aires se configura como una unidad con suficientes cimientos comunes que le dan solidez a su identidad y, al mismo tiempo, muestra matices insoslayables.
  2. Para gobernar la Provincia de Buenos Aires no es necesario, como se ha sostenido más de una vez, dividirla, sino comprender la yuxtaposición de identidades particulares y sus relaciones entre sí.

El proceso por el cual los bonaerenses reconocen sus rasgos comunes distintivos no es espontáneo sino estimulado y dinámico; parte de las diferencias internas (sentido negativo) y, mediante un ejercicio de diferenciación y auto-afirmación, arriba a las semejanzas (sentido positivo).  Este recorrido puede ordenarse en dos momentos, con factores que quienes gestionan, o quieran gestionar, la Provincia deberían tener en cuenta para representar a todas las identidades que conviven en su vasto territorio, apelando tanto a los rasgos comunes como a las profundas diferencias que existen en la región.

 

PBA: una unidad ausente

“No hay una sola Buenos Aires” es una afirmación repetida entre los y las bonaerenses que participaron de las entrevistas en profundidad y grupos focales conducidos durante el último año y medio. Ya sea en Quilmes, Malvinas Argentinas o Mar Chiquita, el primer acuerdo al que se arriba es que la Provincia posee una identidad fragmentada, similar a una sumatoria de sub-provincias.

Espontáneamente no emerge una representación general de Buenos Aires como identidad colectiva superlativa a las propias identidades locales de cada municipio. Cuesta entablar conversación sobre aspectos de la Provincia que sean comunes a todos los partidos porque no toma cuerpo propio, sino que aparece licuada entre Nación y los municipios. Los localismos pesan fuerte y las miradas quedan recortadas a los límites geográficos de cada partido.

Sin embargo, al indagar sobre problemáticas y sensibilidades, se vuelve posible identificar una distinción -más práctica que teórica-, a partir de la cual las y los bonaerenses se ubican a sí mismos. Subyace en sus interpretaciones una clasificación, no necesariamente advertida, de la Provincia en tres sub-unidades particulares: Buenos Aires, Capital e interior.

Simbólica y discursivamente, el Gran Buenos Aires fagocita a la Provincia, no solamente para sus residentes sino también para los habitantes de las zonas más alejadas del centro (segunda, cuarta, quinta, sexta y séptima sección electoral). La representación que la gran mayoría tiene gira en torno al Gran Buenos Aires, mientras que invisibiliza a los partidos del interior. Al preguntarle a un lanusense o a un pehuajense por “la Provincia” la respuesta estará referida a los mismos 24 distritos. “Cuando hablan de Buenos Aires, no están hablando de mí”, explica un hombre de Bolívar.

Por otra parte, la polisemia del término “Buenos Aires” es un aspecto crucial para entender el imaginario bonaerense, ya que no significa lo mismo para todos. Cuando los residentes del, coloquialmente llamado, Conurbano hablan de Buenos Aires están refiriéndose a sí mismos en tanto anillos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ¿Qué es el resto de los partidos? “El interior”.  Estos, por su parte, tampoco se adueñan del mote porque lo sienten ajeno (“Buenos Aires me queda muy lejos”, dicen en Pergamino) pero tampoco ven  notorias diferencias entre los 24 partidos adyacentes de la Ciudad Autónoma y la ciudad misma. Ese gran conglomerado, que vive un ritmo acelerado, caótico, multitudinario y sobre-representado tanto mediática como políticamente, se presenta sin matices para sus ojos.

Mientras que los segmentos del GBA se esmeran en remarcar que no son porteños (“Te dicen porteño directamente, a los que estamos en el primer cordón, lo siento como un insulto casi”), para los residentes del interior son todos parte de un mismo lugar que a ellos les queda muy lejos.

¿Por qué los bonaerenses del interior de la Provincia no son interpelados cuando se habla de Buenos Aires? Porque viven de otra forma, con sus componentes positivos y negativos. Entre los positivos se menciona una vida de pocos sobresaltos y ritmo desacelerado, sensación de seguridad en el barrio, familiaridad con los vecinos (“En Buenos Aires no saben el nombre de la persona que vive al lado”), solidaridad comunitaria y buenos modales. Entre los negativos, los problemas se resumen en falta de recursos en comparación con “Buenos Aires”, donde se expande la oferta de universidades públicas, hospitales, redes de transporte, oportunidades laborales, oferta recreativa, y privilegiada atención política por parte del gobierno.

Por su parte, los bonaerenses que sí se adueñan del término “Buenos Aires” se rehúsan a entenderse iguales a los porteños. Se ubican en el centro de un espectro cuyos extremos son el interior de la Provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. El Conurbano como una “sub-provincia”: ni pueblerinos ni porteños. No obstante, las diferencias que reconocen que los separan de los bonaerenses del interior pierden relevancia cuando estos últimos pretenden igualarlos a los vecinos de los que los separa la General Paz.

 

Simbólica y discursivamente, el Gran Buenos Aires fagocita a la Provincia, no solamente para sus residentes sino también para los habitantes de las zonas más alejadas del centro (segunda, cuarta, quinta, sexta y séptima sección electoral). La representación que la gran mayoría tiene gira en torno al Gran Buenos Aires, mientras que invisibiliza a los partidos del interior. Al preguntarle a un lanusense o a un pehuajense por “la Provincia” la respuesta estará referida a los mismos 24 distritos. “Cuando hablan de Buenos Aires, no están hablando de mí”, explica un hombre de Bolívar.

 

CABA: el Otro que evoca un reconocimiento mutuo

La diferencia con la Ciudad de Buenos Aires hermana a los bonaerenses “porteñizados” por sobre las diferencias internas que puedan manifestar con los del interior. Al ser tratados como iguales, aquellos encuentran los elementos que los diferencian. La Ciudad, con su gente y cultura propia, opera como una otredad en sentido hegeliano: no se registra al Otro (el porteño) únicamente como una identidad diferente sino que, en un proceso dialéctico, eso otorga sentido y reafirma la esencia propia. La otredad es esencial para forjar una identidad propia, tanto individual como colectiva. Es el reconocimiento mutuo el ejercicio que permite diferenciarse de lo ajeno y reafirmar lo propio, en una dinámica continua y necesaria para ambas partes.

¿Por qué no se autoperciben como porteños, aunque compartan códigos culturales, espacios de trabajo, de estudio y pasen largas horas en sus calles? Los motivos son varios y van desde el fuerte vínculo emocional con la Provincia (forjado por la crianza, la familia y las raíces), la prevalencia de la empatía y solidaridad bonaerense por sobre la despersonalización absoluta que ven en la Capital y, por último pero no menos importante, la brecha en las condiciones materiales (“La Capital tiene todo, a nosotros todo nos cuesta un poco más”, afirma un joven de La Matanza).

A la Provincia de Buenos Aires la hermana su espíritu pujante, sacrificado y de potencial infinito. La familia, el sentido de la comunidad, el aire de campo, el calor de las fábricas, la promesa de las universidades, la belleza natural, el lugar para emprender, las raíces y el disfrute son los elementos que acaban por enorgullecer a aquellos bonaerenses que, inicialmente, no veían una identidad común.

Cualquier intento de conducción política de la Provincia de Buenos Aires no podrá tratarla como a  un puzzle donde cada pieza encastre de forma perfecta y estática en una identidad colectiva integral. Por el contrario, deberá buscará ser un caleidoscopio que reconoce distintas perspectivas y necesidades, dependiendo del cristal con el que se la mire. Es decir, para gobernar la Provincia, es fundamental reconocer que cada subidentidad tiene diferentes perspectivas y necesidades, y que la conducción política debe apuntar tanto a los rasgos comunes como a las profundas diferencias que existen en la región.

Por un lado, el gobierno provincial deberá apelar a los rasgos comunes a todos las subidentidades, que adquieren fuerza ante la otredad de la Capital: “Nosotros siempre estamos remando pero nunca nos rendimos”, me dijeron en Junín. La garra bonaerense es uno de los atributos más valiosos y distintivos de su gente. A diferencia de CABA donde “tienen todo más fácil”, en la Provincia de Buenos Aires todo cuesta más pero vale el doble.

Por otro lado, la conducción política no puede hacer caso omiso a las profundas diferencias, tanto en sentires como demandas, que habitan el territorio. Las políticas, programas y campañas de comunicación destinadas al AMBA deberán estar acompañadas por un reconocimiento a los partidos del interior, a menudo dejados de lado. Las visitas de los funcionarios y candidatos tendrán que llegar hasta las estaciones de Chivilcoy, Bahía Blanca, Lincoln y muchas localidades más donde sienten, como me dijeron en Chacabuco,  que “casi siempre se olvidan de nosotros”.


*Es licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y se dedica a la investigación social y opinión pública a nivel nacional e internacional. Formó parte del equipo de la consultora Trespuntozero y actualmente integra Poliarquía Consultores, donde se dedica a la investigación cuantitativa y cualitativa de fenómenos sociales, políticos, económicos, sociológicos y de mercado. Emplea metodologías cuantitativas y cualitativas, pero su especialización se centra en las segundas, utilizando técnicas como la etnografía, las entrevistas en profundidad y los grupos focales.

En paralelo a su trabajo en el ámbito de la opinión pública, actualmente se desempeña como asesora en el Ministerio de Comunicación Pública de la Provincia de Buenos Aires, donde forma parte de un proyecto de monitoreo y evaluación de la gestión comunicacional del Gobierno bonaerense.