En un proyecto para tomar horas de clown, me solicitaron que describa mi experiencia en el mundo de los payasos, y además, un curriculum vitae. Me senté, intenté, pero no pude. Soy payasa, me peleo con los currículos vitales, no me sale el autobombo. Fracaso porque no me sé vender. Venderse, es para los que tienen pasta de ganadores.

“Describa y enumere su experiencia pedagógica en la técnica”, indicaban las reglas de la convocatoria. Entonces, enseguida tu recuerdo irrumpió por la ventana, se instaló, y asumí que no se iba a ir hasta que me sentara a escribir esto.

Y sí, es así: la inercia de los días va barriendo, inevitablemente, ciertos nombres y caras. Salvo los que se metieron en el corazón. Esos, se quedan para siempre.

Querido Cristopher. Dos puntos.

Te escribo porque no puedo verte, porque cuando fui a buscarte de nuevo a la escuela, ya no te encontré. Tantas veces pregunté por vos, y el tiempo fue pasando, la gente se fue yendo, y yo seguía repitiendo el eco de tu nombre, que se fue escondiendo detrás del olvido, y el último año que trabajé ahí, ya prácticamente nadie te recordaba .

Te escribo a vos, mi querido Cristopher, mi más querido y admirado payaso, la sonrisa más linda que he conocido, mi Arlequín en harapos.

Antes que nada, voy a serte sincera: a veces me pregunto por qué en mi historial, te volviste leyenda, o incluso mito.

¿Era tan así, tan deslumbrante tu talento? ¿O la nostalgia lo fue engordando con los años? ¿O fue edulcorado por mi necesidad de creer? El tiempo, al transcurrir se vuelve distancia.

Los hechos se dieron de manera tan fugaz e imprevista que no supe dimensionar su significado. Ahora, tecleando sola en la madrugada, repaso la secuencia, una y otra vez. Veo de manera traslúcida, cómo hasta los detalles más insignificantes, cobran otro sentido. Descubro todas las señales, al pasar por el filtro de la experiencia, y confirmo que nunca se está preparado para caer en la cuenta de lo que va a marcarnos irremediablemente, ni para titular los momentos. Lo que eventualmente será relevante, se escribe con la tinta invisible del presente.

La nitidez de un recuerdo nos habla mucho de su importancia: yo me acuerdo como si fuera hoy la última vez que nos vimos. Fue en el acto de fin de año. Hacía 38 grados a la sombra. Estábamos amontonados y chivando fastidio, en el patio interno, mientras pasaban las coreografías de cada grado. Apenas terminó, salí corriendo a cumplir mi deber: siempre cuando un alumno se destaca considerablemente en escena, me aseguro de que su familia lo sepa. En medio del tumulto te me ibas escurriendo, pero apelé a mi destreza evasiva desarrollada a fuerza de saltar molinetes y escapar de los chanchos durante toda mi cursada terciaria. Cuando llegué a la puerta, te vi de espaldas llegando a la esquina, y corrí para alcanzarte. Ibas con una hermana mayor, que tendría no más de quince años, con su beba en brazos.

-Hola, soy la profesora de teatro de Cristopher. Nada, quería decirte que él es muy muy bueno actuando, haciendo reír. Que sería lindo que lo siga haciendo siempre, o sea, que se dedique a eso.

-Ah…sí, gracias, igual creo que él se va a ir a vivir conmigo a Merlo porque mi abuela ya está muy mal, en silla de ruedas, no puede cuidarlo.

Entonces, te miré, y bajaste la vista. Adivino que tuviste vergüenza de tu vida. Que hubieras preferido que me quede con el otro. El de la escena. Al que aplaudían, al que ovacionaban, ese que nos hacía reír. Y sí, es cierto, (confieso) al que yo prefería.

Entonces decidí no insistir, y mientras te alejabas por la calle de tierra, yo empecé a recordar, como un plano secuencia, todas las veces que nos hiciste reír. El día que improvisaste a un señor que era jefe y a la vez era empleado, y tenía un millón de problemas. Te desdoblabas y hacías ambos. Y también, el carpintero que todas las veces se golpeaba, lloraba y volvía a golpearse. El peluquero histriónico, con sus grititos agudos y sus ademanes. Natural, despojado de narcisismo. Sin empujar nada, sin forzar, sin especular. El delirio en su estado más puro de belleza.

Me faltó decirte que yo nunca había visto un payaso así, tan genial, tan desopilante, tan natural. Uno al que sus propios compañeros reclamaban a gritos:

-Por favor Seño, que pase Cristopher, que nos haga reír! 

También, que lo que descubrimos en clase, fue nada más y nada menos que un Arlequín agazapado, que logró encarnarse, luego de años de calentar motores, al volver a su hábitat natural: la escena. Que yo en realidad no hice demasiado, apenas corrí el velo. Él siempre había estado ahí.

Me gustaría decirte, también, que ese brillo que emanabas (en tus ojos, en los nuestros, en el espacio), no podés permitir que se apague. Nunca. De ninguna manera. Bajo ninguna circunstancia. A ese fulgor, lo tenés que defender como a tu vida, con uñas y dientes.

Necesito decirte que eso que hacés, no es ninguna pavada, es importantísimo. Que el juego y la magia son cosas serias. Si lo importante no es acaso todo lo que nos salva la vida, entonces, ¿qué es?

Necesito que me escuches y que me entiendas: lo que tenés, es un don preciado, es una fábrica de sueños, es una plataforma para despegar cuando sea, a donde sea.

Por favor, escúchame, léeme, lo que sea. Lo que haces, es importantísimo. Es necesario.

Porque podemos vivir sin comer unos días. Sin auto, sin cama, sin vacaciones, sin playa. Sabemos seguir con el agujero en el zapato, la bicicleta rota y el gato sucio.  Podemos, inclusive, acostumbrarnos a vivir con el agujero de una ausencia, que (vos lo sabés como yo), no se llena con nada.

Pero no podemos vivir sin las historias, sin la música, sin la risa. La risa es el pan que alimenta al alma hambrienta. Cada día.

Por eso necesito encontrarte. Por eso escribo hoy esto. Por eso mis lágrimas brotan sin cesar cada vez que te recuerdo, riendo, sonriendo, imaginándote llegando a casa con la bici rota, la abuela en la silla de ruedas, papá que no llega hasta la noche, y el silencio. Un montón de silencio para llenar.

Necesito encontrarte porque tengo que decírtelo, es mi deber.

Cuando te conocí, yo tampoco tenía en ese momento a mi mamá. Vos y yo jugábamos en el equipo de los guachitos, de los amputados. Con el diario del lunes, siento como una certeza que fuiste la razón de que yo esté ahí, en ese lugar, en ese preciso momento. Porque a los que nos tocó habitar la intemperie, sabemos que la fe es inevitable, que la magia existe y que nada es casual. Vos sabés que fue ella quien me enseñó que el dolor le habla al dolor. Que no podemos elegirnos entre nosotros, sino que es el dolor el que está timoneando las aguas bravías buscando un otro, un espejo donde poder salir a respirar un rato. ¿Será por eso que nos reconocimos enseguida, casi sin hablarnos?

Me gustaría contarte que la tragedia (esa que nos hermanó) no es la enemiga de los payasos, sino que su maestra.

Yo lloro mucho, ¿sabés? Porque también soy payasa, no tan genial como vos, claro. Soy muy atolondrada, ingenua, romántica. Pero también testaruda. No sé darme por vencida. 

Entonces, no me resigno a encontrarte destruido, o no encontrarte más.

La vida adulta suele ser rara: nos pone complejos, nos corre del foco, nos vuelve cobardes.

Pero de vez en cuando nos despabilamos, y entonces sin dar tantas vueltas, ni esperar tantos reconocimientos, sabemos lo que tenemos que hacer. Y yo sé, que ahora ya no importa el concurso, ni el proyecto, ni las horas de clown. Ahora lo veo de manera muy clara: acá lo que tengo que hacer, es encontrarte.

Voy a imprimir este texto, pegarlo en el barrio, mandarlo a los diarios como solicitada. Voy a salir a la calle, gritar tu nombre, rezarle a los muertos para pedirles una mano. Voy a meter una por una estas palabras en la botella de la esperanza, y voy a lanzarla con firme testarudez, todas las veces que sea necesario, hasta que llegue a tus orillas.

¿Me escuchás, Cristopher? ¿Dónde es qué andás?

Ilustración: Pablo Ruarte


Nina Ferrari nació en Capital Federal en 1983. Desde los dos años, y hasta la actualidad, ha vivido en Moreno, conurbano bonaerense.Autora de varios libros publicados bajo el sello de Editorial Sudestada (poesía y narrativa), es además madre, docente, directora teatral. Es una artista popular militante, que impulsa la democratización del acceso a los bienes culturales y la socialización del arte como derecho humano.
Es  columnista y colaboradora de varios medios gráficos.