El espacio nos condiciona. Demarca la frontera entre lo público y lo privado, nos dice por dónde caminar, hacia dónde dirigirnos, cómo se estructura la jerarquía de lugares en términos de calidad de vivienda, de esparcimiento, de reputación. La ciudad se descubre día a día y en ellas nos proyectamos” dice Richard Sennet en “Carne y Piedra”. El espacio urbano es, además, avasallante: no hay nada más allá de él. Como manifestación propia de la modernidad, fuera del espacio urbano nos espera lo no moderno, lo atrasado. Y las ciudades modernas son ciudades pensadas para economizar el tiempo, para hacerlo efectivo, práctico y valorable.

Ese determinismo no es casual. Es un fenómeno consolidado en el tiempo que responde a las características de las disputas de Poder al interior de una sociedad. Como lo definió Manuel Castells: “La ciudad es una proyección de la sociedad en el espacio”. El lugar que ocupan las clases sociales, las mayorías y las minorías, los hijos y los entenados de la sociedad, se manifiesta con toda corporeidad en el espacio asignado para que vivan y, aún más importante, en el espacio que les está vedado el acceso. La ciudad, así entendida, es un dispositivo de disciplinamiento.

¿Qué sucede entonces cuando la estrategia y el dominio de este dispositivo está en manos de un estamento, como el militar, que hace del disciplinamiento su razón de ser? ¿Qué sucede cuando, además, está puesto al servicio de los intereses de un sector históricamente privilegiado, con las intenciones de anular los intereses del resto de la sociedad?

Lo que la dictadura hizo sobre el cuerpo de sus víctimas es conocido: tortura, desaparición, terror, sometimiento. Lo hecho sobre el espacio de hábitat de sus víctimas, como una lenta ondulación, es menos perceptible y sus consecuencias aún perduran. Ese espacio que nos determina, lo hace en razón de las intencionalidades de un plan que no fue otra cosa que una revancha de clase. Políticas de desplazamiento forzado de personas, de encarecimiento del acceso a la vivienda y de segregación disfrazada de modernización, son el origen de buena parte de los problemas y carencias que hoy afectan al Conurbano bonaerense y que constituyen otra de las verdaderas deudas de la democracia.

Disciplinar desde lo urbano es el correlato de disciplinar desde el temor. El modo en el que la mano invisible del mercado y el puño visible del Estado se encuentran para concentrar riquezas y beneficios de un lado y acumular cuerpos indeseables del otro y hacer de la experiencia urbana un refugio para unos y un suplicio para otros. Al genocidio de los cuerpos debemos sumarle la depuración habitacional.

 

 

Éxodo

Entre 1976 y 1983 la Ciudad de Buenos Aires expulsó de sus límites a más de medio millón de personas a través de medidas de reformulación del espacio urbano: modificación del código de planeamiento urbano, modificación de la ley de alquileres, plan de autopistas interurbanas y plan de erradicación de villas miseria. Se intentaba hacer de la ciudad un espacio al cual se accediera mediante una serie de credenciales conseguidas por mérito o herencia. En palabras del entonces Director del Instituto Municipal de la Vivienda, Guillermo Del Cioppo, “hay que merecer vivir en la Ciudad de Buenos Aires”.

El código de planeamiento urbano tenía dos aristas: por un lado eliminar la actividad fabril del territorio capitalino y por el otro generar un mercado de vivienda más exclusivo y especulativo. La reducción del Factor de Ocupación Total (FOT) es decir, el valor por el que se multiplica el tamaño del lote para calcular la cantidad de metros cuadrados a construir, derivó en edificios dirigidos a un público de mayor poder adquisitivo de compra y, principalmente, para alquiler. La construcción sobre pilares y la constitución del lobby, en detrimento del departamento en planta baja, supuso una menor cantidad de unidades habitacionales por cada edificación construida. Encarecer para disuadir sigue siendo un método empleado al día de hoy, cuando los inquilinos no deben competir solamente entre ellos, sino también contra las plataformas de alquiler temporario a turistas que pagan en dólares.

La modificación de la ley de alquileres (o en los términos de Martínez de Hoz, La Ley de normalización de locaciones urbanas) en 1976, contribuyó a crear ese mercado especulativo. Al liberarse los precios de alquiler, que se encontraban congelados desde 1955, se dispararon en un contexto de alta inflación y de recesión, provocando una extensa situación de incumplimiento en el pago de los alquileres o la imposibilidad de renovar los mismos al final del contrato. La dictadura puso como plazo el año 1979 para la completa re adecuación de los contratos de alquiler. A su vez, permitió la dolarización, tanto de los alquileres como de las operaciones de compra-venta de inmuebles, dando así el primer paso para la generación de un mercado excluyente y para el robustecimiento de la demanda de divisas por parte de particulares.

Razzia y allanamiento en una villa, 1980. Fotografía de Jorge Durán. Archivo General de la Nación.

 

El plan de autopistas urbanas fue la consagración de las ideas de la Escuela de Chicago en la planificación urbana de Buenos Aires. Tenía, a los ojos del comando cívico militar, dos grandes beneficios: generaba una ciudad que privilegiaba el automóvil particular por sobre la movilidad del transporte público, acortaba los tiempos de desplazamiento de un punto al otro de la ciudad, en el marco del desarrollo de un modelo de capitalización rentístico financiero, y segmentaba mejor a la población de a pie, haciendo más fácil su control. Tal como sucedió en las grandes ciudades norteamericanas, la construcción de las autopistas comenzó por las zonas más humildes de la ciudad, en las que predominaban los hoteles diarios, pensiones y conventillos. Se expropiaron las propiedades y, si bien se indemnizó a sus propietarios, se expulsó a sus habitantes. De esta forma, así como en EE. UU. el plan urbano fue la continuación de la política de segregación racial por otros medios, desplazando de las ciudades a las comunidades afroamericanas, en nuestro país fue la continuación de la política de segregación de clase social. Guillermo Laura, impulsor de las autopistas urbanas, no tuvo en cuenta tres factores:

 

1) El mercado de automóviles en Argentina no estaba tan desarrollado como el estadounidense.

2) En casi todas las grandes ciudades del mundo occidental se estaba cambiando del paradigma de tránsito urbano, comenzando a minimizar el uso del automóvil en ciudad.

3) Buena parte de las autopistas planificadas se encontraba en zonas de elevado poder adquisitivo o estaban en plan de ser ocupadas por desarrolladores inmobiliarios privados. Ambos segmentos, por diversos motivos, se opusieron firmemente a las autopistas urbanas.

 

Un cuarto factor, que no dependía de Laura, fue la crisis económica de 1981/82, que terminó por sepultar el proyecto.

Si bien las autopistas sirvieron para generarle pingues ganancias a las empresas constructoras que cobraron con elevados sobreprecios las obras realizadas, de las 9 autopistas planificadas sólo llegaron completarse dos (25 de Mayo y Perito Moreno) y otras dos parcialmente (9 de Julio Sur y Lugones). Así, la dictadura contribuyó aún más en la catástrofe urbana que es hoy en día Buenos Aires: una ciudad que no está hecha para ser caminada, ni transitada en auto, ni en transporte público.

El plan de erradicación de villas miserias se trató de una operación sustancialmente más cruel. En primer lugar se asedió a los moradores de los barrios populares como se hacía en la edad media: se los cercó y se les impidió el acceso a agua y comida. Finalmente se derrumbaron las casillas con topadoras, se subió a las personas a camiones volcadores de basura y se los llevó a los confines de lo que en aquel momento era el Conurbano: Merlo, Moreno, Gral. Sarmiento, Florencio Varela, La Matanza y Esteban Echeverría. Lo suficientemente lejos como para que no molesten, lo suficientemente cerca como para que sigan yendo a trabajar.

De ese medio millón de personas expulsadas de la ciudad, la mayoría terminó viviendo en el Conurbano Bonaerense, engrosando la población de los barrios populares de la provincia y siendo el sujeto histórico de un nuevo fenómeno, la toma colectiva de tierras.

 

 

Detrás de un largo muro

La situación en la Provincia de Buenos Aires coincidía con el plan ejecutado en la ciudad. Uno de los fenómenos poco mencionados sobre la interrupción del orden democrático es la interrupción de las condiciones del federalismo. Las fuerzas armadas lotean el territorio y cada una ejerce la autoridad en ese espacio como su pertenencia. En este caso, la Ciudad fue parte del ajuar de la fuerza aérea y la Provincia al cofre del ejército, lo que hace mucho más complejo deslindar las responsabilidades políticas sobre la modificación (pauperización, principalmente) de las condiciones de vida de una zona, pensando en el volumen de los flujos migratorios que recibió el Conurbano a lo largo del siglo XX.

Hay dos elementos que son imprescindibles para comprender el plan urbano de la dictadura aplicado en el territorio del Conurbano: la Ley 8912/77 de uso de suelos y la creación de la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE).

La 8912 es el marco legal sobre el cuál se montaron los emprendimientos urbanísticos de countries y barrios privados. Entre otras cosas, establece los límites para el crecimiento horizontal de los cascos urbanos, restringiendo a la provincia y a los municipios el loteo de nuevos terrenos sin la realización previa de las descargas cloacales y la potestad de re zonificar los centros urbanos para la construcción en altura. Esto tiene dos efectos: por un lado las tierras bajas pero con atractivo comercial por su ubicación cercana a alguna de las autopistas extra urbanas se convierten en desarrollos privados, mientras que las tierras baratas pero en limbos sucesorios o alejadas de los accesos a la Ciudad, comienzan a ser ocupadas por las personas que anteriormente habían sido expulsados y expulsadas de la capital. En 1981 comienza la primera toma masiva en la zona de San Francisco Solano, en los partidos de Quilmes, Almirante Brown y Lomas de Zamora. Fenómeno que continúa hasta nuestros días. Por otra parte, el crecimiento en altura de los centros urbanos implica también la generación de un mercado especulativo sobre el precio de los alquileres de los departamentos. La edificación deja de ser una solución habitacional para convertirse en un negocio inmobiliario.

Las poblaciones se constituyen muy rápidamente y comienzan a aparecer necesidades urbanas en territorios que son netamente rurales. La dificultad para la llegada de servicios públicos, de transporte, de acceso a las instituciones y de construcción de redes de abastecimiento, tiene su origen en esa relación de expulsión y acogimiento que hay entre el Conurbano y el resto del país, pero que tuvo su momento crítico entre las décadas del 60 y el 90.

Cuando Lucas De Mare filmó “Detrás de un largo muro”, como denuncia a las condiciones de vida a las que se sometían los migrantes que llegaban desde las provincias argentinas, no se detuvo a ver cuáles eran las condiciones que los expulsaban de sus tierras: la saturación del modelo agropecuario, la tecnificación de los procesos productivos, el límite productivo agrícola y la concentración de la propiedad en pocas manos. Del mismo modo, cuando se analizan las problemáticas que atraviesan al Conurbano hoy en día, poco se repara en las causas que motivaron y motivan la segregación urbana.

La mirada clasista de la dictadura también se expresa en el modelo productivo. Como desde esa perspectiva, las zonas industriales eran fértiles para la generación de ideas subversivas, la eliminación de las fábricas y los barrios obreros eran necesidades urgentes. De un lado como del otro del Riachuelo y la General Paz se utilizó la cuestión ambiental como leit motiv para la implementación de políticas de relocalización de los desechos. Los sólidos urbanos y los humanos.

El CEAMSE tenía varias finalidades. Entre ellas, la expropiación de 60.000 hectáreas en el Conurbano para la creación de un pulmón verde que rodeara a la Ciudad de Buenos Aires, la mudanza del área industrial hacia el centro de la Provincia y el tratamiento de los residuos de la Capital Federal. Los problemas sanitarios que trajeron aparejados los cinturones ecológicos desdibujaron la existencia del CEAMSE y finalmente hoy existe como organismo encargado de realizar el tratamiento de los residuos, principalmente de la Ciudad.

El plan de autopistas urbanas fue la consagración de las ideas de la Escuela de Chicago en la planificación urbana de Buenos Aires. Tenía, a los ojos del comando cívico militar, dos grandes beneficios: generaba una ciudad que privilegiaba el automóvil particular por sobre la movilidad del transporte público, acortaba los tiempos de desplazamiento de un punto al otro de la ciudad, en el marco del desarrollo de un modelo de capitalización rentístico financiero, y segmentaba mejor a la población de a pie, haciendo más fácil su control.

 

Deuda

Tanto la legislación que creó al CEAMSE como la ley 8912/77 siguen vigentes hoy en día. Es más, de las más de 4.000 leyes que componen el corpus legal argentino y regulan nuestra vida, unas cuatrocientas, con enmiendas y cambios, tienen origen en las ideas e intenciones de la dictadura cívico-militar. El origen de ese Conurbano pauperizado, concebido como receptáculo de indeseables y tierra de empate permanente, en la que los antiguos problemas quedan sin resolverse y los nuevos se acumulan, se encuentra en la modificación que la dictadura realizó tanto del modelo productivo como en el modelo urbano metropolitano y en sus características de segregación poblacional. Si hay una deuda que la democracia tiene con todos y todas los y las habitantes del país es la transformación estructural de las condiciones heredadas de la dictadura, su marco legal y su marco conceptual.

Si para algo tiene que servir el año 2023 es para replantear qué país queríamos cuando se recuperó la democracia, que país logramos, a cuarenta años de su recuperación y qué país queremos de aquí en adelante. Si uno orientado por la comodidad y el posibilismo, o uno que verdaderamente transforme esa ruptura que significó la dictadura, en todas las dimensiones de la vida nacional.

 


*The Walking Conurban es una cuenta en Instagram y Twitter que crearon Diego Flores, Guillermo Galeano, Angel Lucarini y Ariel Palmiero, cuatro amigos de Berazategui que la iniciaron como una dinámica interna del grupo y se terminó convirtiendo en un suceso virtual que, hoy, recibe más de 50 fotos por día de sus seguidores para pintar, colectivamente, el Conurbano bonaerense.