Por Pablo Alabarces*

 

  1. El 30 de julio de 1930 el seleccionado de fútbol argentino perdió la final del primer campeonato del Mundo contra Uruguay, 4 a 2. Treinta y seis días más tarde, el 6 de septiembre, el presidente Hipólito Yrigoyen fue derrocado por el dictador José Uriburu como represalia por el fracaso deportivo.

 

  1. Viejo zorro, Perón no permitió que Argentina compitiera en los Mundiales de 1950 y 1954. Por eso, sus presidencias duraron entre 1946 y 1955, se repitió entre 1973-1974, y su influencia política llega hasta nuestros días. Sólo cometió el error de permitir la participación en Alemania 1974, lo que lo llevó a la muerte, el 1° de julio de ese año, al día siguiente de la derrota con Brasil. Fue demasiado para su pobre corazón enfermo.

 

  1. El 1° de mayo de 1958 asumió la presidencia Arturo Frondizi, vencedor de las elecciones del 23 de febrero del mismo año. Cuarenta y cinco días más tarde, el equipo argentino fue escandalosamente derrotado por Checoslovaquia en el Mundial de Suecia, por 6 a 1. La vergüenza marcó a fuego toda la presidencia de Frondizi, que fue derrocado el 29 de marzo de 1962 para evitar que la desgracia se repitiera en el Mundial de Chile, que comenzó el 30 de mayo siguiente. Aunque ganó el primer partido, Argentina quedó eliminada en primera ronda, luego de ser derrotada por Inglaterra. Eso causó la caída de su sucesor, José María Guido, que dejó el cargo un año más tarde, reemplazado por Arturo Illia. Esa presidencia no superó la nueva prueba del Mundial de Inglaterra: el tambaleante desempeño en primera rueda, con un triunfo y dos empates, llevó a su derrocamiento por el dictador Onganía, el 28 de junio de 1966.

En realidad, los partidos se jugaron después, pero tampoco vamos a ser tan exactos.

 

  1. Estas complejas relaciones entre fútbol y política ya venían de antes. En 1934 y 1938, el seleccionado italiano ganó los dos Mundiales jugados en esos años. El impulso moral le permitió a Italia la invasión de Etiopía, así como su victoriosa e inigualable campaña en la Segunda Guerra Mundial. Italia fue luego derrotada en 1943, invadida simultáneamente por los alemanes y por los Aliados, y Mussolini fue fusilado en 1945, pero nadie cree que haya sido por el fútbol. Quizás fue por, justamente, la falta de fútbol.

 

  1. Nadie duda, en cambio, de que el ajusticiamiento de Aramburu en 1970 fue una directa consecuencia de la derrota contra Perú en la clasificación a México, un año antes, en 1969, en la Bombonera. Del mismo modo, la caída de Isabel Perón en 1976 tiene su causa única y evidente en la derrota en segunda ronda del equipo argentino en el Mundial de Alemania en 1974. También se había muerto Perón, en los mismos días, como ya dijimos, horrorizado por lo mal que juagaba ese equipo.

En cambio, la caída de la dictadura comenzó, sin lugar a duda, el día de la derrota del equipo argentino en el Mundial de España de 1982: el 2 de julio de 1982, el día del 1-3 frente a Brasil. En cambio, la victoria maradoniana de 1986 no redundó en una victoria alfonsinista por culpa del propio Alfonsín: como no salió al balcón de la Casa Rosada para acompañar a Maradona y el resto del plantel, perdió las elecciones de 1987 y debió entregar la presidencia cinco meses antes de lo debido, en julio de 1989. Sólo por no caminar dos metros: hubiera salido al balcón, Maradona le hubiera transferido la gloria y aún gobernarían los radicales.

 

  1. Eso permitió que Menem asumiera con tiempo suficiente para que quedara clara su unión con el equipo argentino de 1990 –jugó un partido amistoso con ellos, designó a Maradona embajador honorario y viajó a Italia para ver el debut perdidoso contra Camerún. Como todos recuerdan, salió al balcón a festejar la derrota junto a los jugadores y así pudo impulsar la Convertibilidad unos meses después, ser reelecto y prolongar su presidencia hasta 1999.

Sólo dos presidentes o expresidentes vieron perder a Argentina en el partido debut de un Mundial, invitados en el estadio: Menem y Macri. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

 

  1. En realidad, considerando los fracasos mundialistas de 1990, 1994 y 1998, se podría concluir que Menem era simultáneamente mufa e incombustible.

 

  1. En el interín, el caso más rotundo de influencia del fútbol en la política se produjo en Italia, en 1994. El 10 de mayo de ese año, Silvio Berlusconi asumió la jefatura del Consejo de Ministros en Italia, gracias a su victoria en las elecciones de marzo de ese año. Pero el 1° de diciembre, sólo seis meses y medio más tarde, su Milano perdió la final de la Copa Intercontinental contra el humildísimo Vélez Sarsfield de Liniers. El segundo gol, del Turquito Omar Asad, condujo a la debacle del gobierno Berlusconi, que debió renunciar el 22 de diciembre. El Turquito nunca supo la influencia decisiva que tuvo en la carrera política de Berlusconi. Tanto es así, que Il Cavaliere esperó hasta que Asad se rompiera los ligamentos para reiniciar su carrera. Después le fue mejor.

 

  1. Dice un periodista deportivo contemporáneo: “[Los militares] Los que usaron el único mundial que se realizó en Argentina para tapar las peores atrocidades de nuestra historia”. Olvida que la dictadura no precisaba tapar nada, por la mismísima condición clandestina de la represión: estaba todo tapado, no se torturaba ni se fusilaba en público. Pero esto es un error extendido: la idea de que el Mundial fue una cortina de humo para tapar todo. No existió tal cortina, ni la necesidad de tapar nada que no estuviera tapado.

La dictadura, así como absolutamente cualquier gobierno en cualquier lugar de la galaxia en cualquier tiempo que sea, utilizó un evento deportivo en la ilusión de que el éxito garantiza consenso social, político y cultural. Nunca, pero nunca, ha habido pruebas de que ese consenso efectivamente se produzca.

 

  1. Dos ejemplos mundialistas, uno de éxito, otro de fracaso. En 1998, la prensa y algunos expertos celebraron el éxito de la Francia multicultural, democrática e inclusiva conducida por un hijo de argelinos y repleta de hijos de africanos y hasta polinesios. Seis años más tarde, esa Francia estallaba en mil pedazos producto de la rebelión de les banlieues, los suburbios sublevados donde vivían, justamente, los hijos de africanos y polinesios, más algún indochino. El éxito deportivo era, claro, una ilusión, y la integración, una quimera.

En 2002, la Argentina iba a ganar el Mundial de Corea-Japón al galope (como éste, pongámosle), para remediar así la crisis descomunal, social, económica y política que vivíamos. Por el contrario, quedó afuera en primera rueda, en un fracaso aún recordado (hoy, por ejemplo). No se remedió nada, lamentablemente, pero tampoco se produjo una sublevación popular soliviantada por la derrota. Es decir: ni fu ni fa.

 

  1. “Ganen o pierdan, si hay un efecto del Mundial en el humor de la sociedad durará pocos días. La gente no es tonta”, aseguró en 2018, antes del fracaso ruso, el coordinador de Comunicación Estratégica del gobierno de Macri, Hernán Iglesias Illa. Claro: todos sabíamos que esa selección no le podía ganar a nadie.

 

  1. Por suerte, en la Argentina todos se creen expertos en fútbol. Macri afirmó que “Tenemos con qué. Obviamente está Brasil, que juega muy bien en equipo; Portugal tiene muy buenos jugadores; Francia tiene también muy buenos jugadores y es el último campeón; y a Alemania nunca se la puede descartar. Es raza superior, siempre juega hasta el final”. Expresó su esperanza de que “la política no se apropie del mundial como intentó hacerlo con Diego Maradona”. Y concluyó: “Si salimos campeones va a ser una fiesta y lo que haga el gobierno a nadie le va a importar”.

Peor fue lo del politólogo Marcos Novaro, pero fue tan peor, que me da vergüenza ajena reproducirlo.

 

  1. Es que el Mundial habilita todas las tonteras. El columnista político Luciano Román sostuvo, en La Nación, después de la derrota con Arabia, que “La Argentina necesitaba (y necesita) una alegría, claro. Pero mucho más necesita un rumbo y un ejemplo. Después del partido, con la desazón a cuestas, millones de argentinos volvieron a trabajar, a crear, a estudiar. Esa es la actitud, la fuerza y el talento que nos promete un futuro.”

 

  1. No hay relación entre fútbol y política que no sea ilusoria. Un montón de gentes (políticos, periodistas, analistas) creen, sin embargo, que esa relación existe y es simplota: si ganan, ganás; si pierden, perdiste. Si hay Mundial, “la gente” no piensa en otra cosa, pobres tontitos.

 

  1. Lo que parece que nadie ve es el verdadero peligro, allí donde el fútbol permite atisbar lo peor de nuestra cultura futbolística –de nuestra cultura, a secas. Luego de ver en Twitter el infame cántico racista y homofóbico que un grupo de hinchas argentinos le dedicó al equipo francés, ante la atenta mirada de las cámaras de TyC, la usuaria Lorena tuiteó: “morí de amor!!!!! te amo Argentina!! la mejor hinchada del planeta”.

 

  1. Y después nos preguntamos por qué pierde la selección. Quizás, entonces sí, comiencen los saqueos a los supermercados. Para desmentir todo lo dicho.

 

 


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).