Marta, la mamá de Lucía Pérez Montero; Guillermo, su papá; y su hermano, Matías, junto a su novia, se regalan un almuerzo al aire libre después de varias semanas de declaraciones, tribunales, noches sin dormir, broncas, llantos y un nuevo 14 de febrero en que Lucía, víctima de femicidio en octubre de 2016, hubiese cumplido años. Fueron días en los que no faltó nada. Y donde les faltó todo.

Decidieron hacer humo en la Laguna Los Padres, en las afueras de Mar del Plata, para desconectarse de la ciudad en la que viven y reencontrarse con la calma. Es difícil, pero saben que juntxs lo pueden lograr. Hicieron ensalada, llevaron unas achuras, carbón, carne, una parrilla y armaron el fuego.

El frío repentino e inesperado de estos días de febrero les sienta bien, van abrigadxs y estar al sol es un gran plan. El cielo está abierto y celeste completo, el paisaje frondoso y acolchonado de hojas de toda la paleta del verde y el marrón los contiene y les entra por las narices  hasta llenarles los pulmones de frescura. Hay silencios incómodos por momentos, y entre ellxs se turnan para romperlo con alguna pregunta o comentario sin sentido. Están bien, se sienten bien y eso ya es revolucionario.

Marta ve un gato. Sabe que es Lucía, elige saberlo, y se enternece, sonríe y se siente completa. En su casa, Gema, una perra “policía”, y cinco gatos preguntan a diario por su dueña. A veces le prestan su cuerpo, lugar tangible en este mundo para que madre e hija charlen un poco.

Marta, mamá de Lucía Pérez Montero.

Marta, mamá de Lucía Pérez Montero.

 

El gato de la laguna lxs observa y Marta no deja de sonreírle. El animal se le acerca, se encima a ella. Marta ya no necesita nada más por una fracción de segundos. Tiene un pretal y está con su dueño, son vecinxs fugaces del picnic que hacen los Pérez Montero. Y a Lucía le vino muy bien para usarlo de canal y hacerse presente en el almuerzo familiar. “Es ella, tal vez alguien va a decir esta se volvió loca“, opina Marta. Lucía era amante de los animales. Hoy su mamá habla con ellos y a través de ellos con Lucía, y junto a Lucía de ellos, y con ellos sobre Lucía, como un juego que vence los tiempos terrenales, los mundos descubiertos y la razón.

Camina cerca de la orilla y ve unos carpinchos, siente que la naturaleza le devuelve vida y que su hija se encuentra en cada bichito, en cada planta, en las nubes y el viento que le acomoda el pelo canoso. Mira tiernamente a su hijo Matías, que trabaja comprometido en el almuerzo, y a su marido Guillermo, ambos cada vez más parecidos.

Mientras espera el asado, Marta camina y saca su rosario para rezar, el mismo que postea en sus redes y estados de WhatsApp. Lo frota, agradece, pide y sobre todo piensa en su hija. Esa misma semana, Lucía le dejó una pluma en el ascensor de Tribunales de Mar del Plata donde se desarrolla un nuevo juicio por su femicidio. “En ese lugar tan oscuro, tan horrible, una pluma: es de este angelito que me está acompañando”, asegura Marta, y explica que puede ver “más allá de ciertas cosas”, que puede leer las señales que le deja su hija. Eso, lejos de angustiarla, la llena de alegría.

“Esa conexión con lxs hijxs nunca se pierde, ver el gato es verla a ella, y me pasa constantemente, o se me cruza una pluma, y es lo que me ayuda a poder estar despierta, a poder levantarme. Crear algo, pensar, me cambia esa tristeza”, señala Marta, queriendo transmitir algo de lo que significa seguir adelante luego de que hayan matado a su hija. “Tengo que estar acá luchando, esto es lo que me toca vivir, y lo vivo de la mejor manera”.

El 14 de febrero, Lucía hubiera cumplido 23 años, el día en que se celebra el amor. Se “adelantó”, debía nacer un 7 de marzo, y quiso llegar antes, irrumpiendo en el cumpleaños de una prima. Marta creyó que algo que había comido le habría caído mal. Era 12 de febrero, y recién dos días después llegó Lucía, al calor de un mes radiante, con tan solo 1,6 kg. Tenía salud suficiente para agarrarse de la teta de Marta y darle celos a Matías, futuro compinche y su primer gran amigo.

“Ya está la comida”, le avisan a Marta. Tiene que desconectar, descansar, como había prometido, fueron “a mirarnos las caras entre nosotros”, como se dijeron al planear el asado en la Laguna Los Padres. El humo sube alto, y como en otros tiempos, da la señal de batalla.

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En el marco del segundo juicio por el femicidio de Lucía, Cordón habla con Marta, una mujer que logró convivir con la ausencia de su hija y la tiranía de una Justicia a la que se animó a cuestionar, acompañada por las abogadas feministas Verónica Heredia y Florencia Piermarini, reconocidas por su trayectoria en la defensa por los derechos de las mujeres, y la militancia por la verdad y la justicia.

“Estoy orgullosa de la hija que tuve, la volvería a tener, no me arrepiento de nada y la defiendo con todo el honor de una madre, no la culpo de absolutamente nada. Nosotros queremos llegar a la verdad y a la justicia. Ellos son los culpables, no Lucía”, dice.

Durante este último proceso se escuchó hablar de las causas técnicas de la muerte de la adolescente, las pruebas concretas, las evidencias más o menos claras, los testimonios, los que se echaron para atrás, los hechos comprobables o menos comprobables. La Justicia propone un juego que nos deja en jaque: los femicidios no siempre dejan pruebas, así como la coima no deja factura. Para que ocurra un femicidio, tiene que haber un escenario previo que lo posibilite, los indicios son anteriores y tienen anclaje en la sociedad patriarcal, donde las mujeres y las disidencias siempre están en desventaja. ¿Estará la Justicia en condiciones de afrontar la idea con enfoque feminista, aunque las pruebas a veces no estén en una autopsia?

El disciplinamiento sobre las mujeres y la luz verde para los femicidas son mensajes que tienen lugar en las sentencias injustas, pero más aún en las sentencias a muerte que nos proponen las prácticas sutiles que encarna el patriarcado, todos los días.

Son irreproducibles los detalles y tecnicismos acerca de Lucía, y no “del cuerpo de Lucía”, porque nos referimos a ella de manera integral. Muchxs deberían pedirle perdón, por nombrar su intimidad, por valorar y adivinar sus conductas. La defensa de los acusados mostró su peor faceta, y Marta reflexiona: “El daño que tenemos que hacerle a esta familia -Pérez Montero- es derribarla, si no lo podemos hacer por el lado legal, lo vamos a hacer por la perversidad, los vamos a aniquilar por este lado, los vamos a volver locos”. Las formas del proceso judicial le resultaron hostiles y desubicadas, la defensa de los acusados jugó a la reacción: “Se busca ese enfrentamiento, es sacar del eje que tenés que tener para poder contestar. Generan un momento de tensión, un malestar”.

Es necesario retomar por qué se revisa la condena: es un segundo juicio que se lleva adelante contra Matías Farías y Juan Pablo Offidani donde se espera que se aplique la perspectiva de género en el juzgamiento de femicidios y delitos sexuales, perspectiva que no hubo antes. El tercer implicado, Alejandro Maciel, falleció en 2020. En el primer juicio, en 2018, el Tribunal Nº 1 de Mar del Plata los absolvió por el femicidio y el abuso sexual de Lucía, pero luego la Cámara de Casación anuló el fallo por considerarlo carente de imparcialidad. Los jueces Facundo Gómez Urso y Pablo Viñas fueron sometidos a un juicio político, por decisión unánime del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. Al juez Aldo Carnevale, la ex gobernadora María Eugenia Vidal le aceptó la renuncia y así evitó el proceso.

 

La Justicia propone un juego que nos deja en jaque: los femicidios no siempre dejan pruebas, así como la coima no deja factura. Para que ocurra un femicidio, tiene que haber un escenario previo que lo posibilite, los indicios son anteriores y tienen anclaje en la sociedad patriarcal, donde las mujeres y las disidencias siempre están en desventaja. ¿Estará la Justicia en condiciones de afrontar la idea con enfoque feminista, aunque las pruebas a veces no estén en una autopsia?

 

“Fueron días muy difíciles, la manera en que se habla, la manera en que se pregunta. Esto tiene que volver a su eje, no puede pasar, la defensa tiene que tener un respeto hacia la familia de la víctima. Acá no todo puede estar permitido, no es posible que todo sea válido”, señala Marta, dañada y con bronca por el rumbo que ha tomado este segundo juicio. “¿Cómo le gustaba el sexo a Lucía?, hacerle esa pregunta a su hermano, ¿dónde se ha visto? Se sabe que va a provocar el mal”, agrega.

Primero en el proceso judicial y luego en los medios de comunicación, que salvo algunas excepciones dan lugar a un tratamiento básico del caso, no introducen un enfoque reflexivo ni tiran un centro con perspectiva de género. Ninguno. Se reproduce un discurso moralizante que corre el eje central al que debemos regresar, que es el femicidio de una joven.

Lucía, estudiada, milimétricamente analizada, adivinada, expuesta y exhibida. Mientras a Farías y a Offidani no se les mide la intimidad ni mucho menos, tampoco se pregunta sobre su vida personal. ¿Qué sabemos sobre ellos?, es decir, ¿qué se dijo de trascendental para desandar la posibilidad de que sean unos femicidas?, ¿cuál es su perfil? El perfil construido de Lucía fue categórico y cumplió con las reglas básicas de los estereotipos. La vida privada cuestionada es la de Lucía. ¿Si los cruzaras en el subte, reconocerías a los imputados? Seguramente no, pero los ojos rasgados de Lucía recorrieron los titulares y a su lado, las palabras marihuana, sexo, consentimiento, entre otras.

Si se dice que no hay pruebas firmes para condenarlos por un femicidio y alegar que Lucía murió por asfixia tóxica por el consumo excesivo de droga -como intenta sostener la defensa para pedir la absolución- es porque el patriarcado es un sistema que funciona tan perversamente bien que se armó sus propias reglas, criterios y parámetros morales y legales para que una situación donde hay tres hombres mayores, una piba de 16 años, consumo de drogas, relaciones sexuales y como resultado la muerte de la adolescente, no arroje la clara vulneración y desigualdad entre ella y sus acompañantes.

La defensa no lo ve de esa manera y va hacia lo más profundo que el marco legal les habilita. “Ellos quieren una ruptura, si no tenés una familia muy constituida, arrasan con todo y ellos salen de ahí como si nada. Se van a tomar café a la esquina, y vos quedaste destruido”, señala Marta, y piensa en Lucía y en poder transformar el proceso.

“Creo que tiene que haber una ética profesional, que hay cosas que no se tienen que permitir, tiene que haber un protocolo de cuándo es un femicidio, de cuándo es un abuso, no puede dar todo lo mismo. Se puede defender de muchas maneras, sin destruir más a la víctima, sin destruir a la parte que ya está afectada”, reclama.

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Verónica Heredia y Florencia Piermarini son las abogadas de la familia de Lucía. “Nuestra voz es la de ellos, para nosotras es imprescindible poder transmitir en este formato discursivo que establece un sistema legal lo que la familia está esperando”, dice Verónica a Cordón.

Y aunque parezca una tautología, explican que les preocupa cómo decirle lo obvio al sistema judicial: que Lucía tenía 16 años, que a las 10 de la mañana del 8 de octubre de 2016 tenía toda la vida en su cuerpo y que cuatro horas después estaba muerta. “A pesar de esa obviedad, la Justicia había dicho otra cosa”, remarcan sobre el primer juicio y después de haber escuchado los alegatos de la querella de este segundo proceso. Son críticas hacia su desarrollo, empáticas con la familia, amorosas en las explicaciones, tenaces en las convicciones. Están muy cansadas, pero enérgicas y ordenadas. La construcción de los relatos y discursos de la realidad son la materia prima en estos casos donde lo obvio deja de serlo cuando no se mira desde el mismo lugar, justamente el enfoque con perspectiva de género es lo que debe aplicarse para llegar a la verdad y la justicia.

El sistema judicial emite un mensaje que les dice a las pibas que quieran ejercer libremente su sexualidad, o experimentar con drogas (no estamos hablando de consumos problemáticos) que las pueden matar, que las pueden violar, que se la buscaron. “Lucía no era consumidora, era una piba que estaba experimentando como cualquier piba en la adolescencia, pero se van creando estereotipos en torno a la víctima”, remarca Florencia.

El caso de Lucía y esta instancia de segundo juicio dio lugar al desafío de poder “rebatir algunas afirmaciones que desde sectores feministas, incluso, se sostienen sobre el caso”. “Se establece una falsa dicotomía que es que, al reclamar una sanción penal en este hecho, estamos habilitando la puerta punitivista del Estado”, cuestionan las abogadas. “No se está reclamando punitivismo, se viene a reclamar por los hechos más aberrantes que tiene una sociedad, que son la violación y la muerte de una nena de 16 años. Si el derecho penal no puede dar respuesta a eso, entonces sí bajemos la persiana, pero no lo vamos a hacer nosotras”, sentencia Heredia. “Cuando llegás al derecho penal es porque todas las alternativas previas que tiene el Estado para evitarlo, no funcionaron. En el caso de Lucía, fallaron todas las alertas: estaban vendiendo droga en la puerta de una escuela, llegó a una salita de primeros auxilios y había cuestiones previas que debieron ser advertidas por el Estado para que el resultado no sea este, una piba de 16 años muerta por el suministro de cocaína que le dieron un dealer y dos tipos”, remarcan e insisten con que el primer juicio intentó ser “disciplinante”.

“Lo que hicimos nosotras durante todo este juicio fue defender una niña de 16 años, y no una causa. Hemos leído cosas que nos dejan preocupadas en cómo se traducen estos casos: es el sistema judicial pero también es el sistema de medios, de cómo se comunica”, dice Piermarini y ambas destacan que, más allá de la sentencia, lo importante en términos de justicia fue el proceso y lo que mostró el camino judicial, cada vez más cuestionado y falto de enfoque.

“Pedimos al Tribunal que recomiende al cuerpo pericial de la Suprema Corte  de Justicia que realice las pericias con perspectiva de género, ¿no se les planteó una sospecha al ver una chica de 16 años con lesiones vaginales, anales, en la espalda, con cocaína en el cuerpo, que es llevada por tres tipos a una salita?, ¿ese dato no les da a sospechar algo? ‘No’, dijeron las peritas. Eso es un dato grotesco y eso, en este caso, es relevante”, ejemplifica Heredia.

“La familia, cuando pide prisión perpetua, no está pidiendo venganza, sino lo que establece la ley, ni más ni menos. Si por segunda vez, después de casi siete años, la familia de Lucía sigue yendo a Tribunales a esperar una resolución judicial, es porque no hay venganza, hay expectativa de ley”, agrega.

Este martes, con el alegato de la defensa de los acusados, terminó el debate oral de este segundo juicio, en el que se escuchó a lxs 29 testigxs que fueron convocadxs. El próximo 23 de marzo, cuando los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal N° 2 de Mar del Plata lean el veredicto, se sabrá si para Marta y su familia, esa expectativa ahora sí tendrá la respuesta que buscan desde hace seis años y cinco meses.

 


 

 

 

Patricia Aguirre es Licenciada y Profesora en Comunicación Social (Universidad Nacional de La Plata). Actualmente, se encuentra terminando la Especialización en Educación, Políticas Públicas y Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes en la Universidad Pedagógica Nacional. Participó de los testimonios que reunió la psicóloga y escritora María Dolores Galiñanes en su libro “Incesto. Una tortura silenciada”.  Es feminista y militante de los Juicio por la Verdad, en casos de delitos de abuso sexual prescriptos.