Las huellas del suburbio se perciben en La maestrita de los obreros, un clásico del cine argentino que ya acumula ocho décadas. La protagonista, Delia Garcés, camina por las instalaciones de la fábrica en la que trabajan sus alumnos, ubicada en esa zona de los márgenes atravesada por el Riachuelo y que hoy llamamos AMBA.

Por Germán Ferrari

Un suburbio industrial de Turín, en el pujante noroeste italiano, en plena ebullición socialista (y anarquista) a fines del siglo XIX; un pueblo ruso alejado (por poco tiempo) de la naciente revolución soviética; un barrio obrero junto al Riachuelo (ribera porteña y ribera conurbana se confunden), en la Argentina pre peronista. 

En cada uno de esos universos espaciales/temporales transcurren tres versiones de La maestrita de los obreros: la original, La maestrina degli operai, una novela de Edmondo de Amicis (un completo desconocido para quienes tengan menos de cuarenta años, pero el resto recordará de inmediato el sufrimiento permanente de Enrique en su obra más popular, Corazón), y dos producciones cinematográficas que el escritor italiano no llegó a conocer (falleció en 1908). 

El poeta vanguardista ruso Vladimir Mayakovski adaptó la obra de De Amicis en 1918 y la llamó La señorita y el matón. Él mismo protagonizó esta perla del cine mudo. Las acciones no se desarrollan en el suburbio turinés de Sant’Antonio, sino en un pueblo indefinido de la Rusia postzarista. Allí una joven maestra se hace cargo de las clases de una escuela con alumnos que en su mayoría la superan en edad. La muchacha –un calco de la “Mujer con corbata negra”, la pintura que Amedeo Modigliani había dado a conocer un año antes– debe lidiar con un par de alborotadores, pero en especial con el “matón”, que se enamora de ella.

La versión argentina, dirigida por Alberto de Zavalía, se estrenó en 1942. Varias décadas antes, a comienzos del siglo, empezó a circular una traducción de la novela, que había sido incluida en la Biblioteca de “La Nación”. El guión cinematográfico estuvo a cargo de Alejandro Casona, uno de los miles de exiliados españoles que llegaron a Argentina ante el avance de las fuerzas fascistas de Francisco Franco. 

Cuestiones de censura y de autocensura propias de la época habrán obligado a que el guión no contuviera ninguna alusión a las ideas socialistas que defendía De Amicis y que aparecen en la novela. Sin embargo, aparece una mirada particular sobre el feminismo. “Mis ideas sociales son bien conocidas”, afirma con “menos corazón y más energía” una de las profesoras que reciben a la “maestrita” y la trata de “compañera”. “Ha llegado la hora de que la mujer aprenda a defender sus derechos. La ignorancia nos hizo desde hace siglos esclava del hombre. La instrucción nos salvará de esa esclavitud”, les dice a sus alumnas. Pelo tirante hacia atrás que culmina en un rodete, camisa y corbata, gesto férreo, la docente masculinizada es quien representa las ideas educativas “modernas” frente al resto, en especial la esposa del director, que enseña “Economía Doméstica”. “Con usted no habría peligro ninguno”, se burla otra profesora ante su combativa colega cuando debaten sobre quién debería estar al frente de un aula repleta de obreros.

A los 18 años, la “maestrita” Enriqueta (Delia Garcés), huérfana de un capitán de navío y recién salida de la Escuela Normal, debe hacerse cargo de un curso nocturno integrado por los obreros de una fábrica ubicada en una zona portuaria. No hay precisiones. Se dice que es un “barrio obrero”, pero no se lo menciona por el nombre. Tampoco se explicita el nombre de la fábrica. 

Pero algo queda claro: Enriqueta llega al barrio en un tranvía de la línea 20, que hacía el recorrido entre Retiro y Lanús Oeste. En un costado del vagón se lee “Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires”, la empresa a cargo de los servicios. De fondo, un puente de hierro domina el paisaje.

Entre Nueva Pompeya y Avellaneda

Primeras imágenes de la película: panorámica aérea de una barriada de casas bajas, chimeneas humeantes de una fábrica y obreros metalúrgicos en plena tarea. En los créditos hay una pista: “Colaboración de Ferrocarril Sud y TAMET”. Alguna participación habrá tenido la actual línea General Roca, pero… ¿qué era TAMET?

Los Talleres Metalúrgicos San Martín (TAMET) conformaron un gigante en su rubro en Sudamérica entre 1920 y 1960. “Con más de medio siglo de colaboración en la producción argentina de calidad como el mayor exponente nacional de la industria del hierro y del acero”, sintetizaba una publicidad de los años cincuenta. Desde clavos, alambres y bulones hasta chapas, cocinas y estufas eran producidas por esta megaempresa de capitales privados que tenía dos fábricas en ambas márgenes del Riachuelo, a solo un par de kilómetros de distancia: el Establecimiento San Francisco, en el barrio porteño de Nueva Pompeya, y el Establecimiento General Bosch, en el partido bonaerense de Avellaneda. En total, empleaba a tres mil obreros. Además, contaba con representaciones y depósitos en las ciudades de La Plata, Bahía Blanca, Santa Fe y Rosario. Años después de estrenada la película, a comienzos de 1947, Evita visitó la planta de Avellaneda y dio “un discurso exhortando a los obreros a contribuir al cumplimiento del Plan Quinquenal”, según sostiene la historiadora española Marysa Navarro en su biografía sobre la segunda esposa de Juan Domingo Perón.

No hay ninguna referencia a la empresa durante el film, salvo sobre el final, cuando Enriqueta va a conocer la fábrica en la que trabajan sus alumnos. La imagen es fugaz y pasa casi inadvertida: un obrero recientemente ascendido (una triste recompensa porque había perdido uno de sus brazos en un accidente de trabajo) le muestra las instalaciones. En la escena se ve un galpón con un cartel en el que puede leerse “TAMET”.

¿En cuál de las dos plantas se filmaron todas estas escenas? ¿En la de Nueva Pompeya, en la de Avellaneda o en ambas? No importa mucho. Esa zona fabril indiferenciada, que abarca el sur porteño y esa zona del conurbano, forma parte de una narrativa cinematográfica en la que “el suburbio” no reconoce límites geográficos.

La niebla del Riachuelo parece cubrir el territorio y convertirlo en un solo lugar. En el sitio digital de subastas todocolección.net se ofrecen fichas de films distribuidos en España. El número 267 pertenece a La maestrita de los obreros –seguramente la censura franquista hizo sacar el nombre de Casona en la ficha técnica– y aporta el siguiente resumen: “El barrio de la Roca (sic), de Buenos Aires, llamado también la pequeña Italia, está habitado por gente sencilla y recia que trabaja en los astilleros, dispuesta en los casos de apuro a demostrar su abnegación y solidaridad”. Muchos de esos obreros vivirían en la zona; muchos más se tomarían el tranvía 20 o el Ferrocarril Sud para llegar hasta la fábrica.


Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Edita el Suplemento Universidad del diario Página/12. Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018),  Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).