A 50 años de la muerte del poeta y periodista, la letra de “Crucecita”, nunca publicada en libro, se suma a la inmensa producción literaria del autor de La calle del agujero en la media. Los versos retratan la época de guapos y milonguitas en aquel barrio de Avellaneda. Aunque las calles porteñas fueron su amor indiscutible, el creador del personaje Juancito Caminador también frecuentó –y vivió– más allá del Riachuelo y traspasó fronteras con su espíritu cosmopolita y revolucionario.
Por Germán Ferrari*
Imagen: Gentileza Archivo Germán Ferrari
La señorita Graciana les propuso a sus alumnos de segundo grado de una escuela de Morón un ejercicio que encerraba un desafío. En el pizarrón escribió una copla para que ellos la transformaran en un texto en prosa. A la maestra le gustaba incentivar su creatividad con la redacción de composiciones de tema libre. Un par de veces, el pequeño Raúl sufrió la burla de sus compañeros por leer su tarea delante del grado a pedido de ella. Le entusiasmaba la tarea, pero en cierta oportunidad le planteó a Graciana seguir el camino contrario: pasar de un relato en prosa a otro en verso. La maestra aceptó y copió una narración breve sobre Manuel Belgrano y la bandera. Aquel poema de letras temblorosas, guardado en un cuaderno desaparecido en los laberintos del tiempo, fue el primero de Raúl González Tuñón en su extensa trayectoria.
El poeta y periodista, fallecido el 14 de agosto de 1974, a los 69 años, está identificado con la ciudad de Buenos Aires y su producción refleja esa condición porteña, pero también nutrida de una visión cosmopolita. La ciudad puerto se abre al mundo, y viceversa, desde sus libros iniciales –El violín del diablo, Miércoles de Ceniza– hasta los de su madurez –El rumbo de las islas perdidas, La veleta y la antena–.
Pero el viajar constante de Juancito Caminador –el personaje que creó a imagen y semejanza del Johnnie Walker del whisky– lo hizo andar también por esos suburbios extendidos más allá del Riachuelo. En un puñado de poemas y notas periodísticas asoma el conurbano bonaerense.
Había nacido el 29 de marzo de 1905 en el barrio de Balvanera, pero la muerte de su madre, Consuelo Tuñón, a los 36 años, lo obligó a abandonar el hogar familiar junto con dos de sus siete hermanos –Irma y Elena– para vivir con su tía Luisa en Morón, en “una de esas casas quinta de toda la manzana, con un molino”, según palabras del poeta.
De ese pueblo del oeste recordará a una gitana de 22 años, de padre rumano y madre húngara, a quien había conocido en Ingeniero White y que escondía debajo de su falda las monedas ganadas por hacer bailar a un monito; y las treinta tumbas del “Cementerio de los Perros”, ubicado “en el insospechado, recoleto, insólito lugar/ donde la oscura orilla sueña que un día fue pampa”.
Su hermana Tita, diez años mayor que él, se había recibido de maestra y lo estimulaba en la lectura, en especial en la poesía. Así nació una elegía dedicada a su madre, que empezaba “Saavedra 614…”, la dirección de la casa familiar que al escritor le gustaba ubicar en “el Once proletario”.
En el poema “Saudade con nombres y fechas”, incluido en el libro Hay alguien que está esperando, aparecen varias menciones a puntos del conurbano. Una de ellas se refiere a Turdera, donde vivía Rafael Jijena Sánchez, otro poeta de su generación, nacido en Tucumán:
Los domingos, con Rafael, huíamos a un pueblecito verde y azucena,
tan pequeño, que cabía en el atrio de una iglesia.
Jijena Sánchez había llegado a Turdera junto con su madre, maestra de escuela, después de haber recorrido Tucumán, Catamarca y Santa Fe:
Directora de aulas y jardines, allí estaba la madre de Jijena,
cultivando mirasoles y brocales y patios de hondas galerías.
Ya escribíamos versos, bello y amargo oficio.
En ese mismo poema, González Tuñón sigue con su evocación de andanzas juveniles que recorren el conurbano, pero que se extienden fuera de esas fronteras:
¿Cuántos de aquellos seres, la querida maestra, la modista de Temperley,
el cuidador de plantas, los alegres linyeras
y la enferma del piano cuyo candor agónico traía dulces recuerdos del fondo de las quintas
verán ahora crecer las madreselvas desde la azul raíz?
¿Dónde estará el retrato mío de aquel tiempo?
¿En el cajón de la cómoda antigua de la primera novia,
junto con las alhajas que dejan los ausentes, la ropa íntima, el espliego
–Adrogué, un corso, moches Montevideo, andanza trágica y creadora,
La Rioja, el vestíbulo de la gran aventura, suelas gastadas, hambre, sueño?
En varios poemas de otro de sus libros, A la sombra de los barrios amados, aparecen menciones a lugares del conurbanos ubicados sobre los márgenes, espacios que rodean a la Capital Federal, donde los límites se confunden: Dock Sud y “las villas de lata”, en “Cantores ambulantes”; “villas miseria”, “Villa Jardín”, “Villa Cartón” y Villa Basura”, en “Villa Amargura”; Isla Maciel, en “El fugitivo”; Puente Alsina, en “Adiós, Carriego; chau, hermano…”.
Un valioso hallazgo
Esa confusión de fronteras se aprecia en “Crucecita”, un tango que nunca incluyó en sus libros y que sólo se conoce a partir de la partitura publicada por la editorial musical de Héctor N. Pirovano.
La tapa de la partitura está ilustrada con un dibujo de Ernesto Arancibia, que refleja el espíritu de la obra: un malevo toca el bandoneón bajo un farol; detrás, el rostro semioculto de una mujer; de fondo, un par de casas con chimeneas iluminadas por la luna. La música pertenece a Ricardo Bernárdez. No se especifica ninguna fecha, pero por las menciones a otros temas editados por esa casa musical “Crucecita” fue publicado, casi con seguridad, en 1929.
No es una rareza la incursión de González Tuñón en las letras de tango o de otros géneros. El mismo sello Pirovano editó la ranchera “Con tarjeta de cartón”, que musicalizó Juan Carlos Moreno González. Otra famosa editorial de la época, Ricordi, publicó la partitura de “Luna de suburbio”, con música de una de las hermanas del poeta, Irma González Tuñón. El poeta, además, escribió la letra de “La fogata de San Juan”, con música de Orestes Zungri.
González Tuñón compuso también temas folklóricos: “La orilla del horizonte” y “Las flores de mis recuerdos”, una canción serrana y una zamba, musicalizadas por Cirilo Allende y grabadas por el dúo René Ruiz-Alberto Acuña para el sello Nacional-Odeón. Es posible que las letras de ambos temas sean las que fueron publicadas bajo el título único “Cantados con música de Cirilo Allende”, en el libro Hay alguien que está esperando.
¿González Tuñón habrá caminado las calles de Crucecita o el tango refleja alguna de las aventuras imaginarias de Juancito Caminador?
Soy de la Crucecita
que es un barrio de acción
–veterano, milonga y cantor–
Y donde la luna rea
alumbra como un farol.
Así comienza el tango ubicado geográficamente en ese suburbio del partido de Avellaneda, habitado por “pibas lindas” de “ojos grandes” y “guapos sin grupo de rompe y raja” que lucían chambergo, usaban facas, jugaban a las barajas y bailaban al compás del bandoneón.
Una pena infinita
Ahoga mi canción
–fue en un lío de caña y por amor–
cuando abrió otra crucecita
mi daga en un corazón.
El protagonista se entregaba al placer en un “bulín dernier cri” en el que no faltaba un “fumoir de latón”. Ese mismo espacio ambientado para el amor furtivo sirvió para partirle el corazón a su rival “con dos tajos en forma de una cruz”.
Y en los versos finales, la memoria del malevo elige a Crucecita por encima de La Boca, Barracas o Parque Patricios, barrios porteños de fama rea en las primeras décadas del siglo pasado. Un ranking del suburbio de otros tiempos.
Germán Ferrari es profesor de Periodismo Gráfico y Taller de Periodismo Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Sus últimos libros son Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (2018), Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas futbolísticas de «El Negro de la Tribuna» (2020) y Raúl González Tuñón periodista (en prensa).
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