Por Mariana Komiseroff*

 

Desde hace siglos que lo que es estadísticamente significativo es lo que consideramos normal. Estamos en un momento histórico en el cual, gracias a los movimientos feministas, queer, etc. nos resulta más o menos fácil entender que el género es social y culturalmente construido. Sin embargo, nos es más complicado pensar que la discapacidad es producida de la misma forma. Entre los años 1830 y 1850 se dio en la clínica médica el proceso que llevó a la invención de las nociones modernas de términos como discapacidad o deficiencia psíquica y física. Cuando aparece la industrialización, aquel cuerpo que no puede adaptarse a la máquina en la cadena taylorizada se presenta como improductivo. Lo que caracteriza a la discapacidad es que es una condición crónica, no es una enfermedad, en el sentido estricto; no tiene cura.

Ezequiel Zanuttini de 31 años, es el primer triatleta con parálisis cerebral del país que participó el 6 de noviembre del año pasado en el Ironman, una competencia para deportistas de alto rendimiento. Esto fue posible gracias a su compañero de equipo, Eduardo Baixauli de 37 años, triatleta asistente que trabaja de manera voluntaria en la Fundación para el Atletismo Asistido. Ahí se conocieron y se hicieron amigos. “La nuestra es una amistad de verdad, no está hecha en base a la discapacidad como suele pasar en otros casos”, dice Ezequiel que va la Fundación desde hace cinco años y además practica otros deportes como natación y buceo. Hace ejercicios de elongación para que no se le corten los músculos desde que tiene seis meses de vida.

Eduardo llegó a la Fundación y nunca más corrió solo. Durante la pandemia empezó a pensar en compartir un triatlón. Si bien ya había corrido con otros atletas asistidos, Ezequiel, a diferencia de sus compañeros, puede hablar. Eduardo aclara que no es que las otras personas no se hagan entender, lo hacen perfectamente con sonrisas o balbuceos, pero por una cuestión de confianza propia y debido a que era la primera vez que se embarcaba en un desafío de este tipo, necesitaba constatar de manera fluida y en todo momento que el atleta asistido estuviese bien durante la competencia.

Existe un caso previo en Estados Unidos, el de Dick Hoyt y su hijo Rick con parálisis cerebral. Inspirado en ellos, Eduardo escribió un proyecto con un equipo médico detrás para que no hubiese inconvenientes y la competencia transcurriera de la mejor manera posible. Les costó juntar los materiales y pedir las autorizaciones. Les prestaron una bicicleta que quedó lista pocos días antes de la competencia, consiguieron que les donaran un bote de 1,25 metros por 60 centímetros de ancho y dinero para comprar el arnés y el chaleco. No tuvieron sponsor de empresas como otros deportistas.

 

En la era de la persuasión, la mayor parte del tiempo, la discapacidad está ausente de la publicidad, salvo cuando se centra en productos que tratan discapacidades. Rara vez los anuncios muestran a personas discapacitadas en la vida cotidiana, trabajando, siendo padres, realizando tareas domésticas y mucho menos haciendo deportes. Un sponsor reclamaría el derecho a la representación y a la producción de significado de los cuerpos leídos como subalternos, pero las empresas aún no incorporaron la diversidad funcional a las estrategias de whitewashing.

El triatlón es un deporte muy elitista donde todos los atletas van a buscar mejores tiempos y más velocidad. Para eso entrenan durísimo y la vorágine de la carrera los lleva al límite. Para Ezequiel y para Eduardo, los precursores del triatlón asistido en América Latina, esto era otra cosa. Ellos fueron a completar otro tipo de marca, a demostrar que, aunque en todo momento se les cruzaron deportistas por delante, sí se podía hacer una competencia para todos. Eduardo se preparó con un coaching, con meditaciones para bajar la ansiedad y un entrenamiento duro que compartió con Ezequiel día a día. En tres meses tenían lista la competencia. La noche anterior a la carrera no durmieron, estaban ansiosos.  Ezequiel me cuenta que se levanta muy temprano porque hacer las cosas le lleva mucho tiempo. Vive con su mamá, que preparó cosas para comer y lo acompañó a la competencia

El término discapacidad se origina en el latín. Está formado por el prefijo dis- (no) más el sustantivo capacitas, capacitatis que significa capacidad o cualidad de lo capaz. Éste capaz deriva del capax, capaces es un adjetivo que deriva del verbo capio, capere, captum que significa tomar, recoger. El concepto original refiere a no ser capaz o no estar preparado.

En este evento deportivo también estaba Martin Kremenchuzky que es hipoacúsico y compite atado de la mano de su guía. Ezequiel es el primer triatleta latinoamericano cien por ciento asistido. No queremos que sea el último. La organización de la carrera les permitió adaptar el lugar y pusieron rampas en los desniveles del piso. Algo que se debería contemplar independientemente de este evento, pero la arquitectura de la ciudad es una de las técnicas de gobierno que producen y construyen a ciertos cuerpos como discapacitados.

Cuando llegó el momento, Ezequiel estaba muy enérgico, emocionado, vio desde su silla de ruedas a Eduardo nervioso llevando con su hija el bote al lago.

La mayoría de los competidores los alentaron, les dieron fuerzas y colaboraron con ellos, pero cuando comenzó la competencia fue como si hubiesen soltado a una manada de perros en el agua. Ezequiel estaba sentado en el bote, con todas las medidas de seguridad: chaleco, gafas, en una silla ergonómica para poder mantener la postura ya que él tiene espasticidad (músculos rígidos que genera dificultad en los movimientos), y Eduardo traccionaba desde el agua con un arnés a la cintura, traje de neoprene, gorra y antiparras como cualquier atleta. En un momento, había competidores debajo del bote. Eduardo tenía miedo de que lo dieran vuelta y empujó a la mayor cantidad de gente que pudo mientras nadaba. Completaron los 1500 metros en el lago de Palermo. “En un punto fue riesgoso, habrán pensado que íbamos de paseo en el bote y no, nosotros también estábamos compitiendo” dice Ezequiel.

Salieron del lago y le pusieron un acople a la bicicleta como un trineo a la silla de ruedas que utilizan habitualmente para correr las carreras de calle de 5, 21 o 42 km., hicieron un montón de kilómetros por Figueroa Alcorta hasta Lugones con el sol a pleno y Eduardo le preguntó a Ezequiel “¿qué te parece si vamos más rápido?”, y aceleró. Ezequiel me cuenta que a pesar del miedo pensó: “esto lo tengo que disfrutar porque es único, tengo suerte”.

Luego, a esa misma silla le agregaron la rueda de adelante y corrieron los últimos 10 kilómetros. Aunque algunos deportistas por querer llegar a la meta se les cruzaban por delante, supieron lidiar con eso y mantener la calma. “Hay que seguir y darle”, murmuraron algunos insultos y llegaron a la meta a las carcajadas.

Se cuidaron el uno al otro durante las cuatro horas de la competencia que salió impecable.

“Si bien había precariedad, el esfuerzo a pulmón lo hizo más meritorio, más grandioso” dice Ezequiel.

El deporte asistido y las tecnologías, no homologadas y más o menos precarias, que Eduardo y Ezequiel inventaron para hacer posible la experiencia y el entrenamiento es un movimiento político fuerte que, consciente o inconscientemente, intenta modificar aquella definición del cuerpo patológico y entra en discusión virulenta no sólo con la ciencia que dictamina quiénes pueden y quienes no, sino también con la etimología y los discursos.

 


 

Mariana Komiseroff nació en Don Torcuato, en 1984. Publicó el libro de cuentos “Fósforos mojados” (Suburbano Ediciones, 2014), la novela “De este lado del charco” (Editorial Conejos, 2015); la novela “Una nena muy blanca” (Emecé, 2019), el poemario “Györ Cronograma de una ausencia” (Patronus, 2022) y «La enfermedad de la noche» (Penguin Random House 2023)

Obtuvo una mención de la Secretaría de Cultura y la Fundación Huésped en el Concurso Cultura Positiva en 2006, y ganó el segundo premio Itaú Cuento Digital en 2013. Fue seleccionada para la residencia de artistas Enciende Bienal, y para el campus de formación de la Bienal de Arte Joven 2017. Obtuvo, entre otras, la beca a la creación del Fondo Nacional de las Artes y la beca Jessie Street para la diplomatura en Derechos Humanos de la Mujer de la Universidad Austral de Salamanca en 2018.