Vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa
Y pega la vuelta

Joaquín Galán

 

Por Pablo Alabarces*

 

  1. Estas notas quieren ser un empeñoso recuerdo de la memoria en donde ardía, como decía un célebre soneto de Francisco de Quevedo. Y, también, una celebración de la llegada a la Tierra Prometida: la democracia, cuarenta años después de la salida de Egipto –la dictadura más sangrienta de la historia argentina.

 

  1. Cuenta el Antiguo Testamento que el pueblo judío, guiado por Moisés, escapó de la esclavitud en Egipto y marchó rumbo a la Tierra Prometida. En la versión meramente bíblica, el relato está buenísimo, porque incluye el abandono de Moisés en una canasta en las aguas del Nilo, la rebeldía de Moisés contra el faraón, las diez plagas que Jehová envía a Egipto, el cruce del Mar Rojo con las aguas abiertas, la entrega de los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí, la adoración del becerro de oro por los judíos apóstatas, los cuarenta años de vagar en el desierto, la llegada a Israel y la muerte de Moisés en Moab, justito antes de entrar en Israel. Tan buenísimo que la película, con un Charlton Heston insuperable –el Faraón Ramsés II era Yul Brinner, el mejor pelado de la historia del cine–, fue nominada en 1956 a todos los Oscar que se puedan imaginar, incluyendo la Mejor Película. Ganó sólo el de Efectos especiales: esa cosa del Mar Rojo abierto para que pasara el Pueblo Elegido no tenía parangón. Pero está sexta en la lista de las películas más taquilleras de la historia. Actualizados, recaudó más de mil millones de dólares.

 

  1. (Me dice Google Maps que de El Cairo a Beerseba, dando una vuelta por el Monte Sinaí, son 853 km, que se hacen caminando en siete días. Sin duda, es un error. Pongamos siete semanas: era un montón de gente, viejes y niñes, imagino que animales, equipaje, alimentos. Nunca cuarenta años).

 

  1. Pero fueron cuarenta años. Tanto el Antiguo Testamento cristiano como la versión del Éxodo que está en la Torá hablan de los cuarenta años. Pésaj, el equivalente judío de la Pascua católica –Jesús estaba festejando el Pésaj judío cuando pasó todo lo que pasó en la Pascua católica–, consiste en celebrar exactamente eso: el Éxodo, la liberación de Egipto. Y se come sin levadura durante siete días para recordar la esclavitud. Y los cuarenta años.

    La especialista de entrecasa con la que convivo me contó hace veinte años lo que ella había aprendido en su schule: que los cuarenta años no eran sólo un castigo de Yahvé –los nombres del Señor son infinitos y no deben ser pronunciados en vano– por haber adorado al becerro de oro (es decir, un castigo por la idolatría), un castigo que también merecía Moisés y por eso iba a morir en las orillas del Jordán sin entrar al paisito. No, la explicación de los sabios era un poco más sofisticada: los cuarenta años permitían que nadie que hubiera nacido en la esclavitud llegara vivo a Israel, para que la nueva patria fuera fundada solamente por hombres y mujeres libres.

    Se non è vero, è ben trovato. Cuarenta años son una generación: el que llega a Israel es un pueblo nuevo, libre del estigma de la esclavitud.

 

  1. Pero esos cuarenta años no significan que el pueblo judío olvide la esclavitud, las plagas, el cruce del Mar Rojo, los Mandamientos y la conducción de Moisés –que, con sus pifias, se banca la parada. Por el contrario: Pésaj es el recuerdo permanente del éxodo, de las penurias que pasaron, de los sacrificios y de los errores. Y de la violencia. Pésaj es la afirmación de una memoria, a la que los cuarenta años hacen cada vez más grande e inolvidable.

 

  1. Me gusta esta explicación, aún en ese contexto bíblico según el cual Moisés vivió ciento veinte años y Abraham ciento setenta y cinco. Hay algún problema de calendarios, obvio en un pueblo que festeja su año nuevo en septiembre y afirma que han pasado 5784 años desde la Creación –el Génesis, el Big Bang. La explicación, sin embargo, es maravillosa: cuarenta años es perder el estigma, no la memoria. Desaparece la experiencia de la esclavitud, no su recuerdo, que en cada mordisco de la matzá –la galleta sin levadura que se come la semana de Pésaj– se actualiza. Fuimos esclavos, huimos, el éxodo nos hizo un pueblo.

 

  1. ¿Qué recordamos nosotros, como comunidad, cuarenta años después? ¿Qué memoria funciona –arde– cuatro décadas después del fin de la dictadura, el terror, el horror, la violación de cualquier pacto básico de convivencia, la censura, la represión, el salvajismo ejercido en nombre del estado y la civilización occidental y cristiana?

    Preguntémosle a la música popular qué recordábamos en ese tiempo.

 

  1. Hace cuarenta años, entre enero y junio de 1983, el disco simple más vendido fue, por escándalo, “Olvídame”, el corte de difusión del Long Play Pimpinela, grabado por el dúo epónimo, integrado por Lucía y Joaquín Galán. Recién en julio el disco afloja las ventas, baja al cuarto o quinto lugar (desplazado por “Y cómo es él”, de José Luis Perales). Pero tampoco es un bajón: en noviembre, después de las elecciones, la canción está cuarta en el Billboard. Recién en diciembre, después de la asunción de Alfonsín, la canción cae al noveno lugar.

 

  1. La canción más vendida en diciembre, sin embargo, no es “Che pibe, vení, votá”, de Raúl Porchetto y León Gieco, que había tenido un buen andar en marzo: la más exitosa es “Vamos a la playa, ohohohoho”, del dúo italiano Righeira, grabada previamente por Donald Clifton McCluskey –alias Donald, que había atormentado nuestros oídos durante la dictadura anterior, la de Onganía, con “Las olas y el viento, sucundúm sucundúm”; su obsesión playera era digna de mejor mérito. Aún machacan mi recuerdo sin necesidad de buscarlas en YouTube: ambas canciones son dos martillos neumáticos que oprimen el cerebro de los seres vivos, parafraseando a Marx.

    Ya estábamos en democracia: ahora, podíamos volver a la playa. Como buen militante universitario creyente de que se venía un tiempo mejor, me fui en febrero de 1984 al Parque Nacional Los Alerces, al Lago Verde, que se estaba transformando en un secreto a voces para miles de mochileros. Una especie de delegación de la Federación Juvenil Comunista invadió todos los fogones del Parque Nacional para cantar, noche tras noche, “Para el pueblo lo que es del pueblo”, de Piero (connotado peronista, sin embargo), luego seguida por las obras completas de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, disco por disco, letra por letra.

    En la playa, en cambio, se escuchaba a los Pimpinela.

  2. Los hermanitos Galán cantaban esto (aún hoy lo siguen cantando):

 “Por eso vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa

Y pega la vuelta

Jamás te pude comprender

Vete, olvida mis ojos, mis manos, mis labios

Que no te desean

Estás mintiendo ya lo sé

Vete, olvida que existo, que me conociste,

Y no te sorprendas, olvídate todo que tú para eso

Tienes experiencia”

 

No se priven de esa experiencia:

 

  1. Volvamos al poeta Quevedo, el de “la memoria, en donde ardía”. Hay otro soneto, bellísimo, que termina diciendo “Y no hallé cosa en qué poner los ojos/que no fuese recuerdo de la muerte”. Miguel Bonasso, en 1984, usó este verso para titular su libro maravilloso –posiblemente, el primer libro importante que se escribió sobre la dictadura desde la perspectiva de las víctimas.

 

  1. ¿Hemos olvidado, como pedían los Pimpinela? ¿Nos hemos ido a la playa para olvidar sus nombres, sus caras, sus casas, sus ojos, sus manos, sus labios? ¿O seguimos tercamente empeñados en no olvidar ningún recuerdo de la muerte, de la violencia, o de la esclavitud y la opresión, para continuar con la metáfora del pueblo judío?

 

  1. Esta es la primera de nueve notas para hablar de esa memoria, y también de lo que hemos olvidado.

 


Foto: Paula Ribas

Foto: Paula Ribas

Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961) es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES-UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas juveniles y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Entre sus libros publicados se cuentan Fútbol y Patria (2002, publicado en Alemania por Surkamp en 2010); Crónicas del aguante (2004); Hinchadas (2005); Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular (2008, compilador); Peronistas, populistas y plebeyos (2011); Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (2014), que obtuvo el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en 2018; Historia Mínima del fútbol en América Latina (2018, publicado por El Colegio de México); Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación (2020), publicado simultáneamente en México, Argentina y Alemania; y su flamante Un muchacho como aquel. Una historia política cantada por el Rey (2021, en colaboración con Abel Gilbert).