El 29 de junio de 1986 Argentina consiguió su segundo título del mundo y la celebración en el regreso al país fue en el balcón de la Casa Rosada. De las conspiraciones políticas para correr a Bilardo de la dirección técnica al encuentro del técnico con Alfonsín en los festejos del campeonato.

Por Patricio Insua*

 

Bilardo y Alfonsín, vía satélite

Las calles de Argentina son un estallido. No se trata de un reclamo social masivo. Lo que impulsa a la gente a salir de sus casas es una alegría nacional, una felicidad colectiva, una de esas celebraciones que necesitan de propios y extraños. A cielo abierto. En México, la Selección acaba de imponerse 3 a 2 ante Alemania Occidetal y es campeón del mundo. El logro tiene un héroe omnipotente: Diego Armando Maradona. Pero también resalta la reivindicación de un hombre vituperado: Carlos Salvador Bilardo.

«Lo felicito. Usted sabe cómo son las reglas del juego; ha pasado de todo, hay buenas y hay malas, pero los resultados de este esfuerzo realmente han sido insuperables», le dice el presidente Raúl Ricardo Alfonsín desde Buenos Aires. El entrenador agradece. «No soy alguien que busque revancha. Nosotros tratamos de inculcarles a nuestros jóvenes que en la vida no existe la revancha», asegura el hombre que le acaba de dar el mejor cierre posible a un ciclo de cuatro años en los que por cada elogio había un centenar de cuestionamientos. Tanto que su rol en la Selección había sido una cuestión tratada en el despacho presidencial. Las palabras de uno y otro en un diálogo público se aclaran en aquellos días.

«Estoy convencido de que ustedes han dado un ejemplo a nuestro país. Y también nos ha dado alegría, que es lo que necesitamos. Se dice que somos demasiado melancólicos. Y en circunstancias como estas, en las que todavía tenemos que superar muchos problemas, es necesario un poco de alegría. Y esta alegría la brindan ustedes al pueblo argentino. Es una de esas cosas que se sienten sin ninguna distinción de ideologías ni de partidos políticos, ni de ningún otro tipo de división; de modo que acá están, como se imagina, todos los argentinos en las calles de Buenos Aires y de las distintas ciudades y pueblos del país”.

«Ha habido periodistas que no estaban de acuerdo con lo que usted indicaba para la mejor marcha de nuestra Selección, y algunos de ellos lo primero que han hecho en la tarde de hoy es pedir un aplauso para usted. Y hemos podido ver también banderas que decían Perdón, Bilardo, porque no se había comprendido todo esto. De todos modos, yo pienso que esto hace a la hidalguía de todos: si se ha comprendido que se estaba en el error, hay que reconocerlo». La frase de Alfonsín era un reconocimiento a su propio proceder. No era futbolero, pero el costado de la grieta en el que se había ubicado era el que ocupan los que querían a Bilardo afuera del seleccionado.

«Mis felicitaciones, y el reconocimiento en nombre del Gobierno y de todo el pueblo argentino», le dice Alfonsín. «Muchas gracias, señor presidente, se lo haré llegar a todos los jugadores. Y esperamos llegar lo más pronto a Buenos Aires», responde Bilardo. «Y aquí los recibiremos con el mayor gusto», cierra el presidente.

El intercambio entre el presidente de la Nación, el primero desde la restitución democrática, en 1983, y el entrenador del seleccionado que había asumido el cargo en el mismo año del retorno de las urnas, se dio pocos minutos después de la consagración en México. Con Víctor Hugo Morales como intermediario, el diálogo se dio con una transmisión televisiva vía satélite con Bilardo en el Estadio Azteca y Alfonsín en Argentina.

 

 

El balcón de la democracia

Al día siguiente de la consagración, la delegación argentina, con la copa del mundo en las manos de Maradona, aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza. El destino estaba fijado: la Casa Rosada. Más de cinco horas demoró el traslado a la sede del Poder Ejecutivo. Raúl Alfonsín saludó uno por uno a los jugadores y a los miembros del cuerpo técnico. En el Salón Blanco, Diego le ofreció la copa y así el presidente sostuvo el objeto que sintetizaba la alegría colectiva de un país. Sin resquemores ni rencores, Alfonsín y Bilardo se estrecharon las manos con sonrisas mutuas.

El paso siguiente fue para salir al balcón de la Casa Rosada. Víctor Hugo Bugge, el histórico fotógrafo presidencial, recordó muchos años después que Alfonsín le dijo  al Diez “Diego, el balcón es para ustedes”. Cuando Alfonsín falleció, en 2009, Maradona era el entrenador del seleccionado y también recordó aquella jornada de festejos populares: “Nos dio el balcón de la Casa Rosada para que festejáramos con la gente la Copa del Mundo en el 86. La Plaza de Mayo ese día estaba repleta”, y también destacó al hombre en su dimensión histórica al señalar que fue quien “abrió el camino de la democracia y se la jugó por el país”.

Con Alfonsín en su despacho, Maradona, Bilardo y el resto de los jugadores y cuerpo técnico de la Selección salieron al balcón, el balcón de la democracia, para un grito popular de campeón; esta vez, en libertad.

 

Un ausente en la Rosada

Hubo un futbolista que decidió no ir a la Casa Rosada. “Antes de que aterrice el avión ya tenía decidido que me iba para mi casa porque estaba desesperado por ver a mi hijo. Era lo único que quería”, le cuenta Héctor Enrique a Cordón. Así, el Negro se fue de Ezeiza a su hogar en Llavallol para reencontrarse con Fernando, que entonces tenía apenas 9 meses y con el paso de los años elegiría la misma profesión que su padre.

El hombre que le dio la pelota a Maradona para que Diego convirtiese el mejor gol en la historia de los Mundiales y el más significativo en el sentimiento futbolero argentino, el segundo a Inglaterra en los cuartos de final, recuerda a la distancia aquella jornada sin arrepentimiento retroactivo. “En el aeropuerto había miles de personas. Me fue a buscar un amigo en mi auto, un Renault 18 modelo 82. Lo había estacionado tan cerca de la pista que cuando lo fuimos a buscar tenía todo el techo abollado por la gente que se había subido para vernos bajar del avión. Nunca me arrepentí de aquella decisión, porque en ese momento ver a mi hijo era lo que más deseaba”.

Las paradojas hicieron que Enrique estuviese en el balcón cuatro años más tarde, por el subcampeonato en Italia 90. Había quedado afuera del plantel, pero fue a recibir a sus compañeros en el regreso al país, se subió con ellos al micro y ya no pudo bajar, por lo que su destino fue Balcarce 50. La vivencia de celebrar en ese sitio tan emblemático le llegó entonces de forma diferida.

Escapar a México

La selección argentina había huido a México 53 días antes de la consagración ante Alemania. Sí, no había viajado a Norteamérica en la placentera ilusión de jugar un Mundial. Carlos Salvador Bilardo se había enterado de una movida para sacarlo de su cargo poco antes del inicio de la competencia y frente a ese rumor que cobraba volumen decidió el viaje anticipado.

El entrenador era severamente criticado por un influyente sector del periodismo, con el diario Clarín como punta de lanza de esa embestida. Con ribetes de hostigamiento mediático, la escalada llevó a que el poder político se involucre. En la víspera del Mundial 1986, Bilardo era el enemigo público número uno.

Enrique Nosiglia, subsecretario de Salud y Acción Social de la Nación, y los diputados Leopoldo Moreau y Marcelo Stubrin eran los impulsores de eyectar a Bilardo de la dirección técnica. Con capacidad de influencia sobre Alfonsín, consiguieron que el presidente instase a Rodolfo O’Reilly, Secretario de Deportes de la Nación, a que haga los movimientos necesarios para remover al técnico.

Alertado del operativo para llevárselo puesto a pocas semanas del inicio del Mundial, pese a la banca pública de Maradona (“Si se va Bilardo, nos vamos todos”, había declarado Diego) y el sostén férreo de Julio Grondona, presidente de la AFA, Bilardo hizo que la selección se subiera lo antes posible a un avión. Así el equipo argentino fue el primero en llegar a México, para instalarse en la concentración del club América, que sería su refugio durante casi dos meses.

 

El plantel

Los 22 futbolistas que integran el plantel campeón en México fueron: Sergio Almirón, Sergio Batista, Ricardo Bochini, Claudio Borghi, José Luis Brown, Daniel Passarella, Jorge Burruchaga, Néstor Clausen, José Luis Cucciufo, Diego Maradona, Jorge Valdano, Héctor Enrique, Oscar Garré, Ricardo Giusti, Luis Islas, Jorge Olarticoechea, Pedro Pasculli, Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, Carlos Tapia, Marcelo Trobbiani y Héctor Zelada.

El cuerpo técnico que lideraba Bilardo tenía a Carlos Pachamé como su ayudante de campo y Roberto Mariani oficiaba de segundo asistente técnico. Ricardo Echevarría era el preparador físico y Raúl Madero el médico. Roberto Molina se desempeñaba como masajista, secundado por Miguel Di Lorenzo (Galindez). Rubén Benrós estaba encargado de la utilería y Julio Onieva era el cocinero del plantel. Ruben Moschella viajó en su rol de gerente administrativo de la delegación y Washington Rivera era el jefe de prensa. Julio Humberto Grondona, presidente de la AFA, era una figura omnipresente. Además, Diego llevó a su propio preparador físico, Fernando Signorini, y también a su masajista, el italiano Salvatore Carmando; ambos eran parte del grupo que tenía la concentración del club América como su fuerte azteca.

 


*Patricio Insua es Licenciado en Periodismo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, trabaja en el canal de noticias IP y en DeporTV. Es autor del libro “Aunque ganes o pierdas”, donde repasa la historia de diez partidos inolvidables de Argentina en los Mundiales.